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6. Agua, Tierra, Fuego y Aire

Llegamos a casa cargados de bolsas. Reconozco que no tengo límites cuando piso una tienda de ropa, así que los límites me los pone mi tarjeta de crédito. Obviamente me he negado a que ninguno de los dos Oramas pague nada. Me he ganado algún que otro comentario de Jonay, tipo "Mira que intento entenderte", "no sé para qué he venido si no me dejas opinar", y hasta "será divertido verte con eso en las plataneras". Con esto último cree que no vi su sonrisa. Llámame crédula, optimista o tonta, pero Jonay ha cambiado radicalmente su actitud conmigo desde anoche, ahora parece que se haya tragado un duende juguetón con ganas de reírse de mí.

     Rayco ha sido más duro con sus críticas:

     —Eres extremadamente tozuda… —me dijo en la última compra cuando le devolví su tarjeta y utilicé la mía

     —... le dice el diablo a la bruja.

     —No es broma, Drizella. El trato era que yo pagaba.

     —El trato fue que me aconsejaras.

     —Te lo aumentaré en el sueldo, entonces.

     Y como siempre acabamos riendo porque no podemos pelearnos.

     —Lo chicos no vendrán  a comer —informa Jonay cuando ya entramos al comedor—, están de excursión en la playa.

     —Perfecto.

     —¿Perfecto para qué? —preguntamos Jonay y yo a la vez. Nos miramos un segundo por esa coincidencia que a él le hace sonreír.

     —¿Qué? —responde Rayco.

     —Has dicho "perfecto". Y Drizella y yo queremos saber para qué.

     —Tiene gracia, ya casi os ponéis de acuerdo en algo —le contesta su padre riendo, evadiendo así su respuesta.

     Yo miro a Jonay preocupada. Aquel punto de mi conjuro que decía que Jonay no cuestionaría nada de lo que yo dijese se ha hecho efectivo, tanto, que ya hasta habla por mí creyendo saber qué quiero. He de deshacerlos ya o pronto Jonay estará a mis pies sin ser consciente. Es evidente que ese cambio de humor en él me perjudicará más que el carácter serio y rancio que ha tenido hasta ayer.

     —Deja de jugar, Rayco, y suéltalo —pide impaciente Jonay.

     —Como los niños no estarán no tiene sentido que coma aquí, iré al dormitorio a descansar, que la mañana de compras ha sido agotadora.

     —¿Y es ahora que me lo dices? —pregunto preocupada.

     Rayco levanta la vista para hablar conmigo.

     —He querido hacerlo en la tercera tienda que pisaste, cuando supe que no acabarías de probarte vestidos, pero estabas tan entusiasmada que hice un esfuerzo por ti.

     —Espero que sea cierto y que no estés ideando algo —digo molesta.

     Hasta donde yo sé, pasar la mañana sentado en una silla de ruedas esperando en una cafetería no cansa demasiado. Y a su edad es muy listo.

     —Bueno, no tienes manera de saberlo sin bola de cristal, ¿verdad? —dice él echando mano a las ruedas para mover la silla, solo. Se marcha—. Pasadlo bien sin mí.

     —Espera, no te puedes ir, por favor. La mesa está puesta y…

     Pero ya es tarde, desaparece de la habitación.

     —¿Qué ha sido eso? —pregunta Jonay mirando el rastro imaginario que ha dejado la silla—. ¿Estás decepcionada por tener que quedarte conmigo a solas?   

     Al decir esto último se ha girado a mirarme. Me encojo de hombros.

     —¿Por qué lo dices?

     —Casi amarras a Rayco a la pata de la mesa para que no se vaya.

     —Bueno, no me gustaría crearte dolor de estómago y que me culpes luego.

     Jonay se me acerca, ya está a un paso de mí, su aura oscura y fría se torna cálida a mi lado y vislumbro en ella un tono más claro de la que tenía hace un momento.

     —Eso ya no debe preocuparte desde la otra noche. 

     —¿Ah, no?

     —No, porque solo tienes que sonreír y estaré a salvo.

     Mierda, yo no escribí ese conjuro. En ningún momento verbalicé mi deseo de que  Jonay me dijese cosas tan bonitas, ¿cómo es posible,  entonces, que esté funcionando?

     Las diosas juegan conmigo, tiene que ser eso.

     No oí a Hécate en su día,  cuando conocí a Santi y cerré los ojos a todas esas señales de peligro en su aura. No quise oír a Circe cada vez que él utilizaba el sexo para nuestras reconciliaciones. Y es hoy, y todavía me niego a oír a Medea que me pide que le haga daño y me vengue  así por su traición. Por eso no dudo de que ahora ellas hayan decidido ponerme delante a un hombre como Jonay, que cada vez me gusta más, para que olvide al inmaduro de Santi de una vez por todas.

     —O también puedo hacerte una infusión de manzanilla para no acabar confundidos. 

     —También —dice sonriendo. Él me tiende la mano para que yo la tome—. ¿Qué me dices, comprobamos si podemos comer sin necesidad de recurrir luego a remedios estomacales?

     —Puedo intentarlo, el almuerzo de la tata huele de maravilla —digo sonriendo al tiempo que presiento que mi elemento tierra deja de anclarme al pasado.

     Al instante de coger su mano noto cómo arden mis emociones y desaparecen de mi interior.

     Excepto el temor y la esperanza.

     La existencia del primero es lo que peor llevo, porque siempre he tenido mis reservas al conocer a alguien con la posiblidad de sustituir a Santi. Quizás por eso precisamente insisto en no querer desvincularme de él, total, ya me lo ha hecho pasar mal, peor ya no se puede comportar conmigo. Entiendo así que una nueva relación implica temor a lo desconocido y a la práctica de nuevos sentimientos, y como consecuencia,  a una nueva decepción. 

     Pero esta vez la esperanza me sorprende, su intensidad es distinta, compite en igualdad con ese miedo, quizás comience a gustarme demasiado Jonay, quizás yo empiece a olvidar a Santi. 

     Él no me dice nada aún, pero haciendo uso de mis escasos conocimientos en metoposcopia, interpreto por las arrugas de su frente que también teme por nuestro acercamiento. 

    Caminamos de la mano hasta la mesa, donde nos sentamos uno frente al otro.

     La conversación que creí que nos costaría comenzar —recuerda que Jonay poco habla—, no tarda en fluir. Y yo le agradezco que haya sacado el tema de trabajo primero.

     En pocos minutos nos vemos inmersos en la historia de las plataneras y en la producción actual, con pequeñas alusiones a mi anterior trabajo en Madrid.

     —¿Y por qué lo dejaste para venir aquí? Parece que te gustaba. —Veinte minutos ha tardado esta vez, todo un récord de paciencia conmigo.

     —Si vas a volver a cuestionar por qué vine, no tengo problemas en levantarme y dejarte tirado.

     —No lo dije con esa intención, créeme.

     Y me agarra la mano cuando ya había retirado la silla para ponerme de pie. El temor se hace más presente, y me hace actuar como no es lo habitual. En vez de salir corriendo, vuelvo a acercar la silla a la mesa.

     —¿Es que no puedes pensar por un momento que Rayco y yo solo somos amigos?

     —Perdona, pero tienes que reconocerme que ocurrió todo muy rápido. Te conoce, te lo propone y tú aceptas dejar tu vida en Madrid para venir con él. Y aparte de tu extraña llegada está esa complicidad vuestra que no deja pensar que solo seáis amigos.

     Jonay habla serio, pero no con ganas de ladrar como le ocurre siempre, al contrario, con un tono de curiosidad en su voz.

     —Eso deberías hablarlo mejor con tu padre, yo no actúo diferente a como lo haría con cualquier otro amigo. 

     —Ya lo he hecho esta mañana, y me ha negado su interés en ti como mujer.

     —Me alegra entonces que ya esté todo aclarado.

     —No más que yo. No quería desear a la mujer de mi padre.

     Me atraganto con el vino. Lo dicho, si hubiera puesto atención a las enseñanzas de mi madre y de mi abuela, hubiera visto venir esa respuesta de Jonay.

     —¿Tú siempre eres así de directo? —pregunto mientras me repongo.

     —Cuando algo no me gusta no me lo callo, ya lo sabes, pero cuando algo sí lo hace, con más razón lo digo.

     —Vaya, ahora sé de dónde ha sacado Rayco su terquedad.

     —Sinceridad —dice él.

     Ambos sonreímos, y yo además noto que mi fuego se concentra en mi rostro.

     —No puedo volver atrás en el tiempo y comportarme de manera diferente contigo, Drizella, pero me gustaría empezar de nuevo.

     —Pues encantada, soy Drizella, la nueva técnico de las plataneras Oramas —digo ofreciéndole mi mano por encima de la mesa. 

     —¿Algo que necesite saber de usted ahora que trabajará y vivirá con nosotros? —Jonay acepta mi saludo cordial, sonríe. 

     —Soy muy meticulosa con mi trabajo, no soporto órdenes ridículas y me gusta jugar a ser un poco bruja con quien me hace la vida imposible. —Nuestros ojos se encuentran en una sonrisa seductora que me obligo a romper, como el contacto de nuestras manos—. Ah, y uso ropa interior morada, pero eso ya lo irá usted viendo.  

     Seguimos sonriendo, conectados en miradas.

     —Encantado, soy su nuevo y expectante jefe. Y si lo prefiere, usted puede llamarme Jonás Oramas.

     Y así es como descubro que no solo Rayco heredó de su hijo la sinceridad, sino el maravilloso sonido de sus carcajadas.

     —¿Que te dijo qué?—grita Casandra al otro lado del teléfono. 

     —Deja de gritar o te oirá él desde aquí.

     Estoy esperando a Jonay en el coche, aparcado en la escuela de los niños. Hemos venido a recogerlos. Cuando me lo propuso al acabar el café de la sobremesa no tardé en decirle que sí, y ahora me arrepiento. Por eso necesitaba el consejo de alguna de mis hermanas. Sí, y elegí a Casandra por su conocimiento del peligro, quiero que ella me detenga, ahora que yo ya no pienso tanto en Santi.

     —Perdona, orco, estoy que no lo creo todavía. Me he tenido que sentar. E iba caminando por la calle, así que ya te podrás imaginar.

     —Tienes una manía muy estúpida, esa de dejar lo que haces para sentarte.

     —Pienso mejor.

     No puede verme volver los ojos, morderme el labio inferior y negar con la cabeza.

     —Te he dicho que le gusto a Jonay.

     —Bien, eso me quedó claro, pero tú has empleado la palabra desear.

     —No te lo voy a repetir—. No cuando él está a punto de aparecer y puede enterarse.

     —Solo así podré calibrar el deseo de ese hombre por ti.

     —Al parecer me evitaba mientras pensaba que Rayco y yo podríamos ser pareja.

     —Eso no le daba derecho a ser un capullo.

     —Lo sé, pero no todos gestionamos el temor como tú, realizas pócimas para que la gente no se te acerque. Yo sigo diciendo que no te duchas, pero quiero creer en tu poder.

     —Vete al cielo, cariño.

     Nos reímos de tanta maldad fraternal.

     —Vamos, Cas, date prisa, no tardan en llegar.

     —Analicemos vuestra relación desde que llegaste. Él es tonto, grosero y hasta esquivo contigo, al inicio, eso no puedes negarlo —me dice antes de que lo haga—.  Tú acabas por enseñarle tus bragas y tu sujetador…

     —Yo no hice eso. —Aquí ya no me aguanto e interrumpo su patética lista, pero de nada me sirve. Casandra va a lo suyo.

     —... tus bragas y sujetador, y él cae rendido al color morado. Y por lo visto el buen hijo que es opta por actuar de manera contraría a su deseos, hasta que le duele tanto la chorra que tiene que confesarte que quiere metértela. ¿Qué conjuro le has hecho, cochina?

     —No sé ni para qué te llamo a ti.

     —Porque Ágata te diría que ese hombre no está en tu destino y Belatrix querría que nos lo presentaras primero Yo solo te digo que lo pruebes antes de entregarle tu eternidad.

     —¿No vamos a hablar de Santi?

     —¿De ese cabrón cojonero? No, hace tiempo que te la pegó con su compañera, no deberías guardarle fidelidad.

     —Tengo miedo de enamorarme de nuevo, Cas.

     —Cariño, el miedo es para los simples mortales que se acuestan pensando en sus limitaciones, tú siempre podrás ponerte unos tacones y pisarle las pelotas para irte luego a dormir sin remordimientos si no resulta ser lo que esperabas. 

    —Puedo hacerlo, ¿verdad?

    —Sí.

     —Porque puedo intentarlo siempre que no piense en Santi, ¿verdad?

     —Sí.

     —Solo tengo que dejar que fluya con Jonay ahora que sé que le gusto, ¿verdad?

     —Sí.

     —Puedo ponerme los tacones y dejar de comerme el coco…

     —¡Sí, Driz!, ¡sí!, ¡sí!, ¡y sí! Y relájate ya, joder, y deja que él también te coma el co-co.

     —A veces pienso que eres adoptada.

     —Esa es Belatrix.

     Pero las risas con mi hermana no consiguen que me relaje, al contrario, hacen que me preocupe ahora cuando Jonay entra en el coche, tan cerca de mí, y me sonríe. 


     Llevo horas estudiando libros de cuentas, todo parece en orden. Entrada y salida de la mercancía con su correspondiente nombre del transportista, tara de los camiones con sus destinos de consumo y posterior recogida en ellos, incluso la carga desechada por mala praxis, plagas de insectos o daño por inclemencias climáticas como fin último de la confección de compost o abono orgánico. Más de tres años en los que está todo en regla. ¡Como no esté alguien sacando los plátanos uno a uno en sus bolsillos, dime tú la pérdida de dinero de la que habla Rayco!

     Levanto la vista de los documentos o el ordenador tan solo para frotarme los ojos, no veo nada anormal en estos libros o en el programa de cálculo, y ya comienzo a hartarme, no doy con un maldito error.

     Cuando me estoy tomando un descanso visual, e incluso cervical mientras masajeo mi cuello, la puerta del despacho de Rayco se abre, haciendo que pegue un bote por la impresión.

      Jonay me observa, callado, al fin me ha encontrado. Cuando hemos llegado de la playa he aprovechado que Rayco estaba con el fisioterapeuta para excusarme con el trabajo, y el despacho ha sido el mejor lugar. Por nada del mundo quería una nueva conversación a solas con él. Casandra podrá estar en lo cierto, pero aunque me falle los elementos tierra  y fuego, aún me queda agua para poner en remojo mis deseos.

     —Pensé que te vería para la cena.

     —Preferí seguir aquí y he tomado un sándwich.

     —No creí que necesitaras esconderte de mí.

     —No lo hago, no tengo por qué.

     —¿Me estás diciendo que mi confesión no ha tenido nada que ver con que hayas decidido ocultarte de mí? 

     Jonay ha ido andando a medida que hablaba, sin esperar a que yo conteste. 

     —Yo no huyo de ti, me basta con desear que se te revuelvan las tripas y seas tú quien salga corriendo buscando un baño y no salgas de él en todo la noche —digo volviendo la vista al ordenador.

     Está tan guapo que si no me resisto yo personalmente, Jonay puede arrasar con ese agua, inundando mis partes bajas. 

     Porque desde que él recuerda cómo sonreír, bien que lo hace conmigo y eso me enloquece.

     —No he podido decirte todavía cuánto me gusta esa manera tan extraña tuya de hablar.

     —Ya sabes que soy extraña, no es ningún mérito. Me sale natural.

     —No me has contestado todavía. Entonces, ¿tiene algo que ver que te haya dicho cuánto me gustas?

     Se me caen los papeles al suelo. No suelo ponerme nerviosa porque Belatrix fue la que se llevó todo ese gen familiar, es el de Casandra, ese que adivina el peligro, el que me ha hecho esto. Ojalá y Ágata me llame con el suyo de la intuición y me saque de este despacho, ya que mi elemento fuego ha regresado y se aviva con más fuerza. Presiento un desastre.

     —Sí, me hace sentir incómoda porque  yo no pienso igual —contesto en un tono apagado. No me siento preparada, no lo estoy.

     —Lo siento, no he querido incomodarte —Jonay deshace sus pasos hacia la puerta—. Llevo tanto tiempo fuera de esto que habré imaginado que era recíproco. Disculpa mi atrevimiento.

     —Jonay, espera, déjame explicarte.

     —Será mejor que lo olvidemos —dice ya saliendo—. Buenas noches, Drizella.

     Buenoooooo, y ahora es cuando mis cuatro elementos colisionan entre sí para acabar conmigo.

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