4. De tal escoba, tal astilla
Llega el primer sábado y me pilla de reposo, claro que tampoco es que necesite descansar del trabajo, no noto que sea fin de semana.
Rayco ha estado atento a cualquiera de mis deseos estos dos días, no me deja hacer nada y de seguir sentada aquí por más de una semana tendré que ir pensando en remedios para eliminar la grasa del culo, que se me está poniendo redondo con tanto plátano bañado de sirope de fresa, sí, se trata de la receta de los mellizos para curar mi esguince de tobillo, la que hemos hecho estas dos tardes en el jardín.
Hoy Rayco ha organizado una salida a la playa con toda la familia, en la que me incluye como su invitada. ¿Adivina qué?, Jonay ha puesto impedimentos. Muy él, con su cara seria, le ha dicho a su padre mientras desayunábamos:
—Drizella tendría que estar descansando en casa y no en la playa.
Y como Rayco no iba a dejarlo así, convirtió también el desayuno en una disputa familiar, en la que además volvió a incluirme.
—Podrá hacerlo en la tumbona, junto al mar —insistió él, que para algo es muy testarudo.
—El caso es que tiene que estar con nosotros, ¿no? —contestó el testarudo de su hijo.
—Conmigo, Jonay, no te equivoques.
—No, ya veo que no me equivoco.
—Oye, tú, Jonás…
Quise intervenir porque de nuevo Jonay malinterpretaba la relación que tengo con Rayco, pero él se apresuró a coger mi mano para besarla.
—Vendrás a la playa conmigo, no tienes que excusarte con nadie.
No tuve que decir nada más, Jonay se levantó de la mesa pidiéndoles a sus hijos que se apresurasen en terminar para poder irnos cuanto antes.
Eso ya acabó por fastidiarme, pero el Yeti se ha levantado hoy con ganas de cazar brujas y se supera conmigo cuando estoy lista y a punto de salir con los niños.
Las voces provienen del despacho de Rayco, y si está al fondo de la escalera, a la derecha, como ya me dejase claro Jonay aquel día, imagina qué gritos no estarán dando.
—Por qué no vais a la cocina y le pedís a vuestra tata que nos dé algo para comer en la playa. —Intento con esto que ellos se distraigan y no oigan a su padre y su abuelo discutir.
—Eres guay, Drizella —dice Naira sonriendo—. Papá no nos deja comer nada antes del almuerzo.
¿Qué? Jonay ahora sí que acabará conmigo si ve que malcrío a sus hijos. Estupendo, seré un bonito cadáver, joven y vestido de morado, pero bonito.
Los niños son rápidos y ya corren hacia la cocina, yo no controlo demasiado bien muletas y no puedo hacerlo tras ellos.
Tampoco quiero demasiado, la verdad. Por lo que me muero es por saber qué tienen los otros dos en el despacho para que se les oiga desde aquí. Asi que utilizaré mi condición de mujer cotilla, pegaré la oreja a la puerta, porque la de bruja, capaz de conjurar escuchas en la distancia, no me es posible si no mantengo contacto visual con los interlocutores.
Sin hacer mucho ruido con las muletas me dirijo al despacho. Y cuando llego, es como si supieran de mi presencia, han bajado el tono de voz.
Solo alcanzo a oír que Rayco le pide algo por favor a Jonay cuando él vuelve a pedirle que me retire la invitación a la playa, puesto que no formo parte de la familia, y su padre le responde luego que si va a volverse loco ese es su problema, no el de nadie más. ¿Qué?, ¿y esto último cómo lo interpreto? La madera de esta jodida puerta no viene con instrucciones de escuchas para oidos descerebrados.
Lo que menos necesito es que Jonay se empeñe en echarme, como comience por hacerlo de su casa, acabará por hacerlo de la Distribuidora. Y no quiero engañarte, mi temor no es por el dinero en sí o las vacaciones en la isla, sin trabajo ya, tendría que regresar a donde Santi es más accesible y yo me vuelvo idiota. Madrid.
La puerta se abre y ambos Oramas me observan extrañados de mi presencia, cuando ellos salían.
—Venía a deciros que no me encuentro bien, que no podré ir a la playa.
—Drizella —dice Rayco mirando a su hijo. Yo en cambio lo evito, así note sus propios ojos en mí—, no tienes que mentir.
¡Bendito diablo está hecho!, esa intuición es por lo viejo que es, aunque se empeñe en no recordarla su fecha de nacimiento es muy del siglo pasado.
—Está bien, no lo haré. ¿Has visto el vendaje que me hizo tu enfermero? Me llega hasta la rodilla, no puedo permitir que me dé el sol, ¡me quedaría una media de por vida!
Rayco se ríe a carcajadas mientras que Jonay baja la vista a mis piernas. Esa mirada quema, estremece y excita, hasta que decide hablar para enfriarme después.
—Haces bien. Ya dije que necesitas reposo. Buenos días.
Y pasa por mi lado dejando claro que él no insistirá en que vaya con ellos como hace Rayco, el que sigue empeñado en que los acompañe cuando me despido ya de la familia mientras se montan en el coche.
—¿La camiseta?
—Tranquila, Belatrix, ya te dije que esta vez llevaba sujetador.
—No estás a salvo en esa casa, Driz. Primero ves atractivo al padre, luego el hijo dice que le provocas, y tú encima te desvistes delante de él.
—Deja de escuchar a la desquiciada de Casandra. ¿Has oído algo de lo que te he dicho sobre la recuperación de mi tobillo? Y llevaba sujetador, no es que me desnudara por completo delante suya, mujer.
—¿De qué color?
—¿En serio? Ha pasado una semana, Bel ¿por qué insistir de nuevo?
—Porque hemos estado hablando y Casandra dice que ojalá hubiera sido negro, que tiene más morbo añadido, Ágata, que seguro que era morado, como tú, y yo rezo a Hécate* por que fuera deportivo sin que se hubiera visto demasiada carne.
—¿Habláis de mi ropa interior en vuestros aquelarres?
—No, hablamos de ti y de la imprudencia de estar sola en una isla a miles de kilómetros de nosotras, encerrada en una casa con dos hombres tan guapos, tan atractivos y tan inteligentes.
—Llevo una semana de reposo ¿y no os preocupa que me recupere? ¡Y nunca dije que Jonay fuera nada de eso!
—De tal escoba tal astilla, ¿no dicen?
—Estáis de atar, de verdad que sí.
—Y tú corres peligro allí con ellos. Ya lo verás cuando acabes enamorada de alguno de los dos.
—Eso no pasará.
—¿Lo dices por ese bichejo de Santi? No te conviene volver con él, cariño. Ya sabes que murciélago que profana otra cueva, le coge el gusto a explorar.
Me río a carcajadas con Belatrix, ni para insultar pierde las formas.
—Lo digo porque Rayco es todo luz y Jonay todo sombras. Fuego y nieve. Y yo me muevo mejor en la templanza de las penumbras, ya sabes.
—Eres la única que no quiere ver lo que es tan evidente.
—¡Deja de jugar con tu bola de cristal, Bel! Estoy aquí para trabajar, para ganar pasta y para olvidar al murciélago.
—Como sea, pero luego no vengas bendiciendo el cromosoma Y de los Oramas, poniendo velas negras o recitando conjuros de calvicie y gatillazos.
—Mi cuñado, bien, ¿no?, seguro que lo tendrás calentito. Por lo visto tienes mucho tiempo libre últimamente.
—Víbora.
—Bruja arrepentida.
El silencio que sigue a nuestras palabras se rompe con nuestras risas.
—Ten cuidado, orco, te lo digo en serio.
—Lo tendré, Bel, no te preocupes. Y dile a las perturbadas de tus hermanas que me tomo antes una infusión de pezuñas de cerdo que enamorarme de Jonay.
—No has nombrado a Rayco esta vez, cuidado y no te des un golpe en la oscuridad.
—Adiós, Bel.
Cuando cuelgo me doy cuenta yo también. Al hablar de enamorarme, y por tanto de exorcizar el recuerdo de Santi de mi cerebro, el primer candidato para conseguirlo en el que he pensado ha sido Jonay.
Yo creo que se debe a los días que llevo encerrada tras la fallida salida a la playa, en los que me he levantado temprano solo para que pudiéramos coincidir en el desayuno, para que él viera mis faldas y zapatos antes de irse al trabajo y así hacerle rabiar. Porque sentados a la mesa del jardín, cada mañana, Jonay se ha encargado de hacerme consumir bajo sus frías miradas. Pero ahí no terminaba lo más excitante entre nosotros. Cuando él se iba me sorprendía a mí misma eligiendo otro modelito para que al regresar por las tardes me encontrase con ropa diferente y no dejase de mirarme.
Normal que ese juego ocular también diese lugar al intercambio de sonrisas entre ambos. Por mi parte incluí alguna que otra hipócrita, engreída y de satisfacción para que no notase que disfrutaba al verlo sonreír, y en las suyas había también suspiros de resignación, gestos de burla e indicios de orgullo para que yo no viera que lo disfrutaba tanto o más que yo.
Las palabras no han sido diferentes, han ido evolucionando con nuestro acercamiento. De las frías y distantes de los primeros días, de "no te canses mucho de descansar", cuando él se iba al trabajo y yo me quedaba al solecito del jardín, hemos pasado a las interesadas y educadas de "tu tobillo tiene buen aspecto" o "no deberías estar tanto de pie".
Hasta llegar a las más excitantes de ayer mismo, las que hicieron que viese a un Jonay diferente, casi humano, sin corazón de nieve.
—¿Aún no te aburres de tu reposo? —me dijo anoche cuando me vio cenar a solas en la cocina.
—Tienes la suerte de tener un hermoso jardín, solo con eso me distraigo a diario.
—He visto lo que has hecho, está muy bien podado.
—En el fondo has querido decir: Drizella, eres una gran paisajista, te felicito, estaba equivocado en cuanto a tu capacidad laboral, has hecho un gran trabajo aquí. Y ya que la música no funciona, a ver si ahora viendo tanta hermosura se me endulza el carácter este de mierda que tengo.
Ahí fue cuando obtuve todo de él, a la vez. Mirada, sonrisa y palabras.
—No sé ladrar tanto y tan seguido —dijo por primera vez sonriendo—. Pero si algo es verdad, es que sí es una belleza. Todo lo que ven mis ojos.
Normal entonces que haya tenido ese lapsus con mi hermana. Me noto con la respiración acelerada de pensar de nuevo en él, por cómo me habla ahora. ¡Bendigo a Belatrix y su llamada inoportuna cuando Jonay está a punto de llegar para almorzar!
Rayco entra al comedor riendo y acompañado de Nayzet, quien finge llevar un volante imaginario de la silla, sentado en sus rodillas. Sonrío al ver que por un momento podré olvidarme de Jonay, los chicos son dos diablillos con los que he congeniado esta semana, a diferencia de su padre a ellos sí les caigo bien.
—Drizella, quiero que me ayudes con un conjuro —me pide Naira cuando ella entra detrás.
—¿Un qué?
Rayco y yo nos miramos con curiosidad, algo asustados también, la verdad, pero necesitando saber a qué se refiere exactamente.
La niña busca en su mochila algo que le cuesta encontrar. Son varios objetos que va poniendo en orden sobre la mesa junto a los platos y cubiertos.
Todo muy diverso, todo ya usado. Una toalla mojada, que no dudo sea sudor por cómo huele de repente, un silbato metálico y un manojo de pelos recién extraídos de una ducha.
—¡Qué asco, Naira! —grita Rayco—. Quita eso de ahí de la mesa.
Nayzet corre a verlo más de cerca, al igual que yo que me siento en la silla más próxima, para poder dejar las muletas.
—¿Y qué puedo hacer yo con todo esto, cariño?
—Pues no sé, tú eres la bruja, son cosas del monitor de deporte que no me puso en la lista por ser chica. Haz que enferme —dice ahora llorando.
Al hablarle de mi naturaleza le dije que me podía pedir lo que quisiera, pero esto es demasiado. Yo me refería a hacerle un amuleto de estudios, algún truco de belleza o cómo obtener ahorros, por ejemplo. Lo normal para niñas de diez años, no para aprendices de brujas.
—Buenas tardes.
¡Por el mismísimo príncipe de los ángeles rebelados! Entre el saludo frío del padre y la petición extraña de la niña, está a punto de darme un infarto. Jonay hará que Azazel me lleve a su infierno antes de tiempo.
—¿Qué ocurre, Naira, mi niña?, ¿por qué lloras?
Jonay ha corrido a arrodillarse delante de su hija, la abraza con fuerza para transmitirle alivio. Y a mí me sorprende que esa nieve se derrita así con sus hijos.
—No pasa nada si no puedes jugar al fútbol en el campamento —le dice él cuando ella nos lo cuenta todo.
—Pero yo quiero, papá.
—No siempre se puede tener lo que queremos, Naira, nosotros ya sabemos de eso.
Creo que a lo que se refiere Jonay es al tabú de la muerte de Faina. En diez días que llevo aquí, no he oído nada de ella, ni siquiera de Rayco, que me besa la mano cada vez que intento sacarle el tema.
—Pero me gusta jugar al fútbol —insiste ella.
—No sé qué decirte, Naira. —Su padre la abraza más fuerte sin saber cómo consolarla.
—¿Qué te parece, cariño, si Drizella hace alguno de sus conjuros para hacerte sentir mejor? —interviene un Rayco apenado por el llanto de Naira.
—¿Yo? —Lo miro horrorizada.
No puedo matar a este hombre, me cae muy bien.
Todos los presentes miramos las porquerías que hay encima de la mesa. Jonay parece además desconcertado.
—No deberíamos meter a los niños en las mentiras de Drizella, Rayco —dice el Yeti que se ha apoderado del padre amoroso que estaba siendo Jonay.
—¿No crees que sea capaz de hacer algo para ayudar a Naira? —intervengo sin poder contener mi lengua. Es lo que tiene que no me considere adecuada para consolar a su hija.
Jonay se pone de pie, olvidando que hasta hace un momento podía ser humano, y me mira enfadado.
—Admitamos que eres una bruja de verdad, ¿Ese es el ejemplo que le darás a mi hija?, ¿un zumito de ojos de sapo y las penas de una niña de diez años desaparecen?
—Las pociones no se me dan especialmente bien, eso es competencia de mi hermana Casandra —le digo de manera sarcástica—. Yo controlo los conjuros, la atmokinesis y otras cositas.
—¡Wow! —exclaman los niños como si supieran que es la atmokinesis. Y esa admiración por mí, precisamente, hace enfadar más a su padre.
—Muy bien, ilumínanos con tu poder, gran hechicera —se burla Jonay de mí.
—Basta ya, los niños os están mirando.
El pobre Rayco ha interpuesto la silla entre nosotros, que de no haber sido así, ya estaríamos enganchados de las tripas.
—¡Tú tienes la culpa, Rayco, tú la has metido en nuestras vidas! —le grita a su padre.
—¿La tuya? Está en la mía, Jonay, parece que aún no te queda claro. Y yo me refería a que Drizella nos contase una de sus historias que haga sonreír a Naira.
No quiero discutir con Joany, no ahora que sé que podemos hablar.
—Puedo hacer algo, créeme —Él me mira y siento que regresamos al inicio.
—Tú hija está triste, Jonay, no entiende que se le rechace por ser niña. Ha entrado en casa confiando en que Drizella pueda ayudarla, ¿por que no dejas que lo haga?
—No puedes decírmelo en serio, Rayco.
—Somos dos hombres, Jonay, y la tata está mayor para entenderlo, deja que una mujer joven ayude.
—Déjame intentarlo, por favor —le pido yo mirándolo sin burla, sin ira y sin maldad, más bien como he estado haciendo estos días, ilusionada—. Si no es por bruja, permíteme que lo haga como mujer. Naira lo necesita.
Rayco me coge la mano, su hijo no pierde de vista nuestra unión. Y también por primera vez en estos días, yo rechazo el gesto cariñoso de Rayco al ver esa expresión en su hijo.
—Está bien —dice Jonay. Se cruza de brazos y se arma de paciencia.
Yo me dirijo a Naira y la subo a una silla, no podemos pretender hacerle entender a los niños cuestiones de adultos y no ponerlos a nuestra altura. Le sonrío para que ella se relaje después de haber visto discutir a esos adultos estúpidos.
Abro sus brazos en cruz y le pido, muy seria:
—Cierra los ojos y repite conmigo, cariño.
Ella asiente con la cabeza menos asustada de lo que estaría yo si alguien que dice ser bruja me lo ordena.
—No me avergüenzo de ser mujer, si quiero y trabajo duro, puedo ser futbolista. —Veo por el rabillo del ojo cómo Jonay se tapa la cara incrédulo, pero sin querer molestarme—. Y si ese monitor machista, no lo quiere ver, es que está enfermo de la cabeza y es corto de vista.
Se escucha un ruido parecido a una pedorreta, de risa. La distingo en Rayco. ¡Menudo apoyo moral! Yo quedando en ridículo delante de su familia, por su culpa, y él riéndose del aprieto en el que me ha metido.
—¿Ya? —pregunta ella abriendo su ojito derecho.
—Ya. —Sonrío yo.
La cojo de nuevo en brazos para bajarla al suelo, su hermano se acerca a ella para abrazarla.
—No he sentido nada, Drizella —me dice sonriendo.
—Claro, cariño, porque tú eres la buena del cuento. Pero por si acaso, deberás repetirlo cada noche antes de dormir.
Cuando le guiño el ojo, Naira me devuelve el abrazo antes de sentarse a comer como si nada hubiera pasado. El resto lo hacemos tras tirar las cosas del profesor a la basura, tal vez ese hombre lo que necesita es que Jonay lo vaya a ver, no que yo lo fulmine con un rayo, que desde hoy ya tengo ganas.
HÉCATE: Es la diosa protectora de las brujas, de ahí que Drizella y sus hermanas se encomienden a ella en más de una ocasión.
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