2. Hola, Infierno.
—No vuelvas a hacerlo.
Rayco me ha regañado porque anoche no cené. Cuando me instalé en mi habitación, tras la llamada de Belatrix, ya me pareció tarde para bajar a la cocina y pedir mi cena, por eso esta mañana parece que tenga todos esos sapos y culebras de mi interior hambrientos y dispuestos a devorar cuanto más cantidad de glucosa mejor.
Lo miro sonriendo, y con la boca llena de plátano digo que sí con la cabeza.
Estamos ambos en el jardín trasero, bajo el porche de madera que hace las veces de toldo natural con esas madreselvas en él. Ya le he echado el ojo a las hojas secas que habré de quitar para mantener la estética de las hermosas flores amarillas.
—Veo que no mentías en cuanto a tu atuendo laboral.
Ahora niego con la cabeza porque tengo la boca llena de yogur con nueces. Mi vestido de tul morado, corto, y mis botas militares, negras, no son lo que se dice prácticos para el campo. La camiseta blanca sí valdría, es muy fresquita con tanto encaje.
—Tendrás que ir de compras... Pero chiquilla, por favor, deja de comer de esa manera o tú sola acabarás con las existencias de plátano de la isla en estos meses.
—Lo siento, Rayco. —Al fin puedo articular palabras, trago y respiro —. Pero desde que salí del piso de Madrid ayer no pruebo bocado, pensar en subir a ese pájaro que atravesaría el océano me provocó náuseas.
—Es comprensible, serían los nervios. No todos los días deja uno su infierno personal para venir a vivir a este paraíso terrenal —dice extendiendo su mano al horizonte y riendo.
Rayco también sabe de Santi, mis cuernos y la toxicidad que nos envuelve. Mi sueldo y la promesa de llevarme lejos de él me convencieron para no mirar atrás en el aeropuerto.
¡Y vaya si es el paraíso!, y no solo hablo de los terrenos verdes y frondosos de su propiedad que se divisan, ya he visto en Google imágenes de la playa más cercana, está a tan solo quince minutos en coche. Coche, por cierto, cortesía de la empresa que Rayco ha puesto a mi disposición.
—No, que va, echaré de menos esa caja de zapatos —digo con sarcasmo—. Fue por el sueño premonitorio que tuve, en el que el vuelo 327 destino Madrid-Lanzarote caía al mar.
Rayco escupe su café ante la sorpresa. Yo río a carcajadas.
—Te la debía de ayer, demonio del demonio.
—Eres una maldita bruja, ¡y nuestro vuelo era el 347!
Y así es como los dos acabamos riendo.
Rayco me coge la mano y me da las gracias por millonésima vez, en los ocho días que hace que nos conocemos, por haber aceptado venir a trabajar con él. A continuación me la besa.
—Buenos días.
La voz ronca ha sonado a mi espalda. Ambos nos damos la vuelta para saludar, solo que Rayco lo hace con más entusiasmo que yo al reconocer a la persona, gira incluso su silla de ruedas para poder verlo.
¡Por el poder sexual de Circe* y su maldita madre! Este hombre no debe de ser real.
—Jonay, al fin te veo.
"Y yo también lo veo, Rayco, y yo también, ¿se puede morir de placer visual?"
La visión es recíproca, Jonay no aparta sus ojos de mí.
—Ayer hubo un retraso en la distribuidora con los pedidos de la península, debí avisarte que no llegaba para cenar —dice a Rayco al tiempo que se sienta frente a nosotros.
—No te preocupes.
¡Que extraño! No ha habido un saludo afectuoso entre ellos.
Pero bien que se dirige a mí.
—¿Y tú quién eres?
—Ella es Drizella, Jonay. Recuerda que trabajará con nosotros.
Era de esperar que me quede con la mano en el aire por la presentación, si no saludó a su padre, ¿por qué va a hacerlo ahora conmigo?
—¿Ella? No me dijiste que fuera tan joven.
—¿Por qué tendría que hacerlo? —intervengo yo aunque me ignore.
—¿Y con esas pintas pretendes ir a la plantación?
Un momento, un momento…, ¡un bendito momento!
¿Él me parece a mí un manjar exquisito, capaz de hacerme chupetear los dedos, y a cambio me mira como si yo fuera un plato de lagartos fritos cubiertos de nata rancia? Si hasta se ha quitado las gafas de sol para que vea bien su expresión de asco.
—Disculpa, Jonás…
—Jonay.
—... bien, Jonás. —No sé si podré seguir hablando cuando oigo las risas de Rayco—. El único aquí con pintas de inmaduro cerebral eres tú, y da gracias de que te duchas al menos, o no podría seguir desayunando a tu lado.
—¿De dónde has sacado a esta mujer, Rayco? —pregunta sin pestañear lo más mínimo ante mi insulto, ¿llama a su padre por su nombre?
—Pues mira, verás, Jonay… la conocí dando gritos en el Retiro…
Sonrío al bueno de Rayco, que de nuevo me coge la mano.
—Cuando quieras hablar conmigo en serio, búscame.
Jonay se levanta diciendo lo mismo que cuando llegó. Da los buenos días, claro que ahora suena más a "iros a la mierda, los dos."
Espero a que él ya no pueda vernos para golpear el hombro de Rayco.
—¡Ay! —se queja como si de verdad le hubiera dolido.
—Dijiste que era un desaliñado. Yo me imaginé a un ermitaño, de esos barbudos, con camisetas de algodón barato, camisas de cuadros y pantalones de pana.
—Eso es un leñador. ¡Ay!
—Di algo que no sepa.
—Estamos todo el año a una media de veinticinco grados, Drizella, ¿pana, en serio? Y dije que no cuidaba su imagen. ¿O acaso no has visto que lleva pantalones pakistaníes y que parece un hippie puesto de anfetas? —dice riendo.
—No lo he visto porque miraba su bonita cara, digo, miraba como defenderme de su mirada. Ya no sé ni lo que digo. ¿Sabía él de mi llegada?
—Lo llamé ayer para ponerle en antecedentes, y te advierto que no le gustó demasiado saber que te hospedarías aquí.
—Ya lo he notado.
—La verdad es que sí, ha estado muy frío contigo.
—¿Frío? El abominable hombre de las nieves es un oso amoroso al lado de tu hijo.
—Sí, le va más el nombre de Yeti que el de Jonás.
Y los dos volvemos a reírnos a carcajadas.
El paseo con Rayco por la Distribuidora ha sido productivo. Me he hecho con diversos documentos para irlos mirando, sobre todo con un plano catastral y topográfico de la finca, para así ver las zonas de mayor producción, la de peor recogida manual e incluso las de difícil acceso para los vehículos. He podido conocer a la plantilla administrativa, registrando en mi memoria nombres y cargos que despeñan. Creo que para ser un primer día de contacto con mi nuevo trabajo y los que serán mis compañeros no ha estado mal.
Rayco y yo llegamos a la casa para la hora de comer, yo empujo su silla de ruedas mientras él me cuenta el inicio de su andadura profesional como exportador de plátanos de Canarias. Me divierte oírlo disfrutar de lo conseguido en su carrera, pero no tanto del tiempo que tuvo que sacrificar con la crianza de Joney, la que ahora compensa con su nietos.
—Y luego Faina murió y se convirtió en el Yeti.
—Buen resumen, sí señor —digo riendo cuando ya nos sentamos a la mesa.
Hay varios cubiertos preparados, esta vez en el salón comedor, pero no me atrevo a preguntar quiénes seremos para comer, así la curiosidad me mate como al gato.
Ya nos sirven el arroz, que se ve exquisito, cuando Rayco cambia de tema. Me da la sensación de que el nombre de Faina está vetado en esta casa para todos sus habitantes.
—Hablaba en serio cuando dije que necesitas ropa, Drizella, considéralo el uniforme de trabajo.
El cambio de tema de nuevo me divierte.
—Considéralo tú un adelanto de mi sueldo.
—No será negociable.
Y entonces somos interrumpidos por un ruido atronador de pies corriendo y gritos.
—¡Abuelo!
Me río al ver la expresión de enfado de Rayco, si ya señor le hace sentir mayor, imagino que la palabra abuelo le ha dado la patada en el estómago que le impide comer. Eso, y que los dos críos que se acercan a besarlo, abrazarlo y a revolver su pelo le impiden coger el tenedor.
—Hola, chicos —dice riendo y tratando de arreglar su peinado, empiezo a ver lo presumido que es—. Mira, Drizella, ellos son los mellizos, los hijos de Jonay, vienen de su escuela de verano.
Sí, hijos de Jonay, los ha llamado. Porque llamarlos nietos envejece demasiado, ¿no?
Levanto mi mano para saludar con educación, pero parece ser que la simpatía, las buenas formas y los saludos familiares se saltaron la generación del abominable hombre de las nieves. Me veo espachurrada por los besos de los niños en la cara como si me conocieran de toda su corta vida de diez años.
—Así que tú eres la famosa Drizella.
—¿Famosa? —pregunto sonriendo a la niña
—Veo que tu padre no ha perdido el tiempo, yo quería daros la sorpresa antes.
—Papá no ha sido, abue… Rayco —dice el niño a tiempo al ver la cara de su abuelo, cosa que me hace reír más. Ambos chicos se sientan a la mesa—. Es que todos en la casa, la finca y la distribuidora hablan de ella.
—Y pronto lo harán todos en la isla —añade la niña mirándome, como esta mañana ya lo hizo su padre—. Eres muy…
—¿Guapa? —pregunto riendo para ganarme su simpatía.
—Rara —contesta ella.
¡Ea!, y sin filtro, ¡me cago en su puñetero padre! Ese gen de la sinceridad bien se que lo pasó con su semillita X.
—¿Qué manera es esa de hablar, Naira? Se dice peculiar.
—No importa, Rayco —intervengo al ver la carita de Naira, que ha recibido el comentario como si fuera un castigo. Y ahora me dirijo a ella—: Tengo que serlo, cariño, de otro modo no puedo ser. Una bruja siempre es rara, extraña y única.
Le he dado efecto a mis palabras con un tono siniestro y moviendo los dedos delante de su carita. Pero la jodía niña ni se asusta.
—¿Eres una bruja?
Y a la pregunta de su hermano, que me mira con sus ojos muy abiertos, comienzan las de ella:
—¿Y dónde está tu escoba?, ¿has traído a tu gato negro? No te veo la verruga de la nariz.
—No, yo viajo en avión, es más cómodo. Mi gato es mágico e invisible, y lo que tengo son tatuajes de ratas.
—Moooola —dicen los mellizos, alucinados, al mismo tiempo.
Rayco estalla en carcajadas que yo controlo cuando le doy un golpe en la mano que le descansa en la mesa, él en respuesta besa la mía.
—Eso te pasa por jugar con los nietos del diablo.
—Ahora si son tus nietos, ¿no?
—Buenas tardes.
Vaya, ¿veinticinco grados de media ambiental dijo Rayco?, ¿y por qué cuando ha entrado Jonay parece que haya descendido el termómetro a los cero grados?
—Papá, Drizella es una bruja.
—Nayzet, por favor, aunque su ropa no sea del todo normal, no debes llamarla así.
—¿Perdona?
La risita silenciosa de Rayco esta vez no me hace gracia. ¿Este tío de qué va?
—Regañaba a mi hijo por llamarte bruja, eso es todo —se excusa él.
—Pero ¿has tenido que hacerlo cuestionando mi ropa?
—Reconoce que no es lo que se dice apropiada para el campo o para esta temperatura del año. Para practicar ballet quizás sí, pero aquí no bailamos.
—Pues es una pena, Jonás, podrías endulzar tu carácter agrio con la música.
Rayco cree que no lo veo, pero tengo vista periférica, el muy gracioso sigue riendo.
—Es Jonay —dice sin poder utilizar otro argumento.
—¿Podemos continuar con la comida, por favor? —Rayco es el único adulto capaz de controlar la situación cuando deja de reír—. El arroz se enfría.
—Y se congelará si el Yeti sigue hablando —le digo en un susurro que solo él puede oírme y que de nuevo le hace reír.
La comida ha estado sabrosa, la conversación algo menos. Padre e hijo se han enfrascado en una discusión sobre la rehabilitación que Rayco se niega a recibir para sus rodillas tras la operación. Los niños han intervenido de vez en cuando para preguntarle a su abuelo por su viaje a Madrid, los pobres no entienden que él ha ido a operarse y que poco habrá salido del hospital, no ha podido visitar el parque de atracciones de la Warner, en cambio les dice que fue al parque del Retiro donde me conoció.
Rayco, que es todo amor con sus nietos, les promete ir antes del cierre de la temporada en septiembre, cuando él vaya para su revisión de los tres meses.
¿Qué he estado haciendo yo? En todo momento estuve callada, luchando por no dejar escapar a mis culebras y sapos en contra de Jonay. Me ha puesto de los nervios con tanta orden, restricción o impedimento con su familia. ¿Es que no respira este hombre y relaja el culo?
Menos mal que luego Rayco me invitó a tomar café en la playa, en un hotel cuyo restaurante está bañado por las olas del mar y los rayitos de sol, y pude olvidar así que había comido arroz en Siberia junto a Jonay.
—A eso me refería cuando dije que Jonay lleva años sin hablar —me dijo cuando de nuevo salió él en nuestra conversación.
—Sí, ya he visto que se le da mejor ladrar.
—Solo sabe ordenar, restringir y poner impedimentos.
Sonreí al escucharlo, ocho días que nos conocíamos y pensábamos igual.
—Pero aún cayéndome como una indigestión de setas venenosas tengo que admitir que Jonay tiene razón. ¿Por qué no quieres ir a rehabilitación?
—Porque tengo miedo de que no sirva de nada —confesó cabizbajo.
—No seas crío, Rayco. Lo único seguro es que tu negativa no te beneficia.
—Desde que es un amargado, Jonay tiene el don de amargarnos a todos a su alrededor con esa mala energía que desprende. Ha hecho que te pongas en mi contra.
—Eso no es verdad. Y no debería decirte esto, pero sé que él quiere de verdad tu recuperación.
—¿Te lo ha dicho tu bola de cristal?
—Sabes que no —dije sonriendo—. Fueron sus ojos, y su manera de pedirte que fueras al fisioterapeuta.
—¿Te gustaron sus ojos? —preguntó sorprendido.
—Eres igual que mis hermanas, oyes solo lo que quieres oír.
—Me caen bien tus hermanas, parecen más listas que tú.
—No me cambies de tema, no pienses que lo olvidaré. Conseguiré que vayas a rehabilitación —le dije yo bajando la visera de su gorra a modo de broma que nos hizo reír a los dos.
Tras la cena, Rayco se ha marchado a su dormitorio, los calmantes que toma para el dolor de sus piernas no dejan que pase de las once de la noche con los ojos abiertos, así que yo he instalado mi despacho en el amplio comedor, donde los planos a escala 1:100 ocupan gran parte del suelo porque no he tenido bastante con la mesa.
—Buenas noches.
No puede ser. ¿Por qué a mí?
Esa mujer de la oficina ya pudo darme los planos más pequeños, para que hubieran cabido en mi cama, así me hubiese evitado esta desagradable conversación.
El Yeti está delante de mí. Bueno, no exactamente delante, esta vez ha hablado desde arriba, puesto que yo mirando al frente solo veo sus pies descalzos, morenos y con una buena pedicura. ¡Para que luego diga Rayco que su hijo no cuida su imagen!
—¿Es necesario todo este desorden en la sala?
Me levanto poco a poco, me ha pillado de rodillas, inclinada sobre las curvas de nivel de la finca. De tener vergüenza se reflejaría en mis mejillas.
—No encontré un lugar mejor en el que no molestase.
Veo que tiende su mano para que yo la agarre y pueda ponerme de pie.
Y sin pensar, cosa que hago muy habitualmente, la cojo.
Mientras me levanto del todo, mi cuerpo recibe una descarga de energía calorífica a través de nuestro contacto. Cualquier otro diría que he metido la mano en una hoguera y todo mi cuerpo hace de acelerante para consumirme viva. Una quema de brujas en todos los aspectos. Piel, sangre y alma de las que Jonay se ha apoderado con el calor de la suyas propias.
Retiro la mano con disimulo para no ser grosera, este hombre puede acabar conmigo.
—Es tarde, deberías dejarlo ya. Hazlo en la Distribuidora mañana.
—No puedo irme a dormir antes de las doce, espero una llamada de mis hermanas... Un momento —digo cayendo en algo—. Mañana iré a la plantación contigo.
Él levanta una ceja con gesto de arrogante.
—¿Estás segura?
—¿Lo estás tú de que no iré?
—No sé qué intención tiene mi padre para darte trabajo en las plataneras, ¿no te parece suficiente con que vivas aquí tres meses?
—Estoy tan capacitada como tú para administrar el cultivo. Y que viva aquí, para soportarte también en mi horario libre, puede ser cuestión de días, no te alegres tanto —ironizo con cara hipócrita.
—Ojalá sea cierto. Mientras tanto, hay un despacho al fondo de la escalera, a la derecha, allí podrás tirarte al suelo sin necesidad de dejarle ver a nadie tu ropa interior.
Jonay se ha marchado dejándome de nuevo como glacial de nieve, fría y blanca ante su manera de hablarme. ¡Yo no le enseñaba el culo a nadie!
¡Bendito Yeti!
CIRCE:
Utilizaré en la historia la deidad de Circe para referime a la diosa que encarna el arquetipo de la mujer Hechicera que domina a los hombres y animales con su encanto y poder sexual.
Como a ella, utilizaré tambien a las diosas Hécate y Medea, la primera como protectora de las brujas, la segunda será como arquetipo femenino vengativo, despechado y trágico.
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