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19. Fuego en la nieve

De pequeña siempre fui incorregible y supongo que hoy pago por ello. Pero a mi favor diré que menos de cinco horas no es tiempo suficiente para nadie, por muy sobrenatural que sea, para que pueda doblegar su carácter. ¡Coño, que mi madre se murió sin conseguirlo y Ágata hasta est tarde no ha visto que pudiera hacerlo! Habré madurado este último mes, no lo niego, pero la esencia aún perdura en mí y necesitaré más de cinco horas para aprender a controlarme.

     Por eso oír de boca del hombre que me hizo tanto daño que me considera poca mujer, me ha cegado. 

     Y hablo sin metáfora alguna porque no quiero ver el desastre que ocurrirá en el interior de la iglesia. He cerrado los ojos cuando he notado los primeros calambres en mis manos.

     —¿Qué coño es eso, Drizella?, ¿qué tienes ahí?

     Santi me hace reaccionar y miro cómo mi luz morada lucha por encenderse en destellos intermitentes.

     El sonido de las campanas apagan los murmullos de la gente, pero no pueden hacer nada con sus gritos de terror. Estúpidos ignorantes, para curiosear y reírse de alguien bien que acudieron a un llamado de un desconocido en redes sociales, pero para enfrentar algo que se sale de control, se cagan de miedo.

     —¡Drizella!

     —¡Drizella, aquí!

     Las voces de Naira y Nayzet me hacen centrar la atención en ellos. Los niños están a dos pasos de mí, ¿estaban dentro, en la sacristía?

     Jonay los envía, no tengo dudas.

     En nuestras conversaciones sobre los niños, y la ternura que me despiertan los suyos en particular, salió  el tema de mi empatía con el resto de niños, de manera general. No puedo ver a uno sufriendo o en problemas sin intervenir para aliviar su angustia, temor o pena, y si es mi poder el que los puede poner en riesgo, pienso con mayor lucidez cuando los tengo cerca. Todo se basa en mi control.

     Me arrodillo delante de ellos y beso sus caritas mientras mis nervios se calman y la electricidad cesa antes de hacerles daño. De inmediato el viento desaparece y la propia campana recupera su estabilidad. 

     —¡Lo habéis visto todos!, ¡no podéis negarlo! —grita Santi buscando un testigo estrella que quiera enfrentarse a la bruja.

     Todos se miran unos a otros, algunos asienten con la cabeza y otros niegan, como si ese silencio que mantienen evitara la ira de la bruja. 

     Estúpidos, ignorantes, y sobre todo marionetas.

     Santi me sujeta del brazo hasta hacerme levantar del suelo. He de tranquilizar a los niños que quieren protegerme. 

     —No pasa nada, chicos,  no me hará daño. 

     Él sí que es tan poco hombre que me tiene que insultar para mermar mi autoestima. Además, de ponerme la mano encima mis hermanas no tardarían  en salir para contársela  de un bocado si hiciera falta.

     —Repite eso que has hecho —me ordena en voz baja.

     —No sé a qué te refieres.

     —Esa luz, esa corriente en tus manos…

     —Mis manos siguen igual que siempre —trato de defenderme.

     —No eres más que un animal, Drizella. Y ahora dime, ¿se aplastan a los bichos raros  también?

     Y en su zarandeo, brusco y repentino, me deja caer de espaldas al suelo.

     —¡Se acabó! —grita Ágata saliendo de la sacristía.

     Los ojos de Santi oscurecen, se aprecian sus pupilas dilatadas por la imagen que están recibiendo. Pero es su cerebro el que no reacciona debido a la información procesada: Tres brujas, a cada cual más peligrosa, están muy enfadadas con él.

     Los niños, asustados, corren hacia su padre que ha llegado para protegerme también, en compañia de Rayco, mi cuñado y Airam, y lo sé porque me dedica esa sonrisa tan bonita suya que me dan ganas de besar, y eso que estoy todavía en el suelo lamentando haberme equivocado con Santi una vez más.

     Belatrix esta vez toma el mando de la situación y con su mano alzada,  y sus dedos índice y corazón apuntando hacia delante,  hace cerrar de nuevo las puertas de la iglesia. El estruendo provoca el grito de la gente.

     —No, por favor. ¡Parad! —Y mi súplica no es por que puedan hacer llorar a Santi después de jugar con él como si fuese un ratón, es por la exposición mediática que tendremos si utilizan su magia. No sabemos quién nos graba o nos oye.

     Casandra se inclina a ayudarme.      

     —Esto es solo con él, Driz, nos debe cinco años y seis meses de tu vida. —La amenaza de Casandra suena más a una condena para Santi. Y la cifra que ha dicho no ha sido casual porque coincide con el día que lo conocí.

     Cuando entiendo sus palabras, "solo con él", miro hacia los bancos. Los cuerpos de la gente comienzan a caer desplomados en un sueño profundo, dudo que mis hermanas les hayan hecho daño. El mismo Santi al verlos desvanecerse no puede palidecer más de lo que ya está. Creo haberlo visto retroceder hacia el altar, donde Don Ángel está sentado en una silla enorme viendo el espectáculo por completo. No salgo de mi asombro con él, ¿seguro que es cura?

     Ágata se acerca a Santi, y antes de que la vea venir ya tiene las manos de mi hermana hurgando por su cuerpo. Busca algo con lo que haya podido delatarnos. Ella encuentra su teléfono móvil. 

     —¿Quieres despedirte de alguien?

     Santi niega con la cabeza, y creo que hará igual cada vez que ella le pregunte, porque no lo veo dispuesto a colaborar con nosotras,  la verdad. Eso sí, orgullo le sobra al cabrón, así esté a punto de mearse encima.

     Pero ni por esas Ágata se apiada de él, lanza el teléfono al final de las filas de bancos y manda a los chicos a coger cada teléfono de la gente que está dormida.

     Nayzet lo ve como un juego de la búsqueda del tesoro, que Naira justifica además con  el premio final de salvar a la bruja buena. Y ambos corren hacia los cuerpos inertes.

     Jonay se me acerca, y sin pedir permiso a nadie, ni siquiera a mí, me abraza, para luego asegurarse de que Santi no ha conseguido lastimarme. Menos mal que no ve mis heridas mentales.

     —Tú y tu familia de anormales, por lo que veo, Driz. Con niños, y todo, incluidos.

     —¡Callate ya, Santi! —El grito de Belatrix es espeluznante, habrá pensado en Embar.

     Con esa energía empleada, Belatrix hace que se mueva un candelabro y recorra el espacio hasta llegar a Santi, cuya vela encendida amenaza con quemarle la cara. Bien eso lo deja quietecito y más acobardado que cualquier golpe. No quiero pensar que el embarazo engrandece su poder de telequinesis o será la más poderosa y temida de las cuatro.

     Y es cuando tengo que retener a Jonay para evitar una desgracia.

     No puedo permitir que nadie acabe con Santi porque esta lucha es mía. No quiero recordar este día el resto de los míos y hacerlo con lástima de mí misma por dejarme defender, ¿no es eso precisamente lo que él me recordaba a cada instante de nuestra convivencia?, ¿que no era válida para nada?

     Jonay me mira incrédulo, no entiende que no quiera que le parta la cara a Santi.

     —Es algo que me corresponde a mí —le digo mientras busco su boca.

     Él se deja besar, con ganas de mí. Creo que quiere demostrarle a Santi quien es el verdadero Jonay. No me opongo, que se joda ese poco hombre. 

     Pero muy a mi pesar cortamos pronto nuestro beso tierno, jugoso y con tanta entrega, para que a Don Ángel no le de un ataque de tos, lo contrario de mi cuñado, que ha de estar borracho porque nos aplaude. Eso, y que ya nos metíamos mano.

     Le pido a mis hermanas que no intervengan, que me lo dejen a mí. Lo necesito. Ellas no lo hacen muy convencidas, pero me respaldan en mi decisión.

     —Gracias, Ágata, lo alejaré de mi vida para siempre. —Y ella sonríe cuando la beso.

     Acaricio la tripita de Belatrix y le digo:

    —Nunca fue amor como el tuyo, orco, solo era dependencia emocional de la que me deshago hoy.

    Y tengo que callar a Casandra a tiempo de que diga una burrada de las suyas.

     —Y sí, Cas, Jonay es mucho mejor amante que él, por eso no echaré de menos su cosita.

     Mi hermana más pequeña me espachurra entre su brazos y me pide al oido que lo joda vivo, que no deje que su sangre podrida se viralice. Sonrío porque así será, no creo que a Santi le den ganas de tener hijos.

     Santi se asusta al verme frente a él y coger el candelabro sin que me ocurra nada, ¿que pasa?, ¿no me creía capaz de enfrentarlo sin respaldarme en mis hermanas?

     Ellas, por si acaso, sí que están alertas tras de mí, mientras que Jonay y mis cuñados, empecemos a llamarlos así, cubren a Santi para que no huya de mí antes de que le diga o haga todo lo que necesito para desvincularme por completo de él.

     —Has dudado de mi poder todos estos años.

     —¿Y qué si lo he hecho?, no puedes hacerme nada ahora, Drizella, todo el mundo sabe que estoy aquí dentro.

     —Pero nadie sabe de tu pasado conmigo en Madrid.

     —No sé a qué te refieres —dice con cara de estúpido.

     —A cada mensaje que recibí, con cada amenaza que me hacías cuando te dije que dejaba Madrid. La policía estará encantada de verlos cuando sepan que me has seguido hasta Lanzarote, que me has encerrado en una iglesia y que tienes a toda esta gente drogada para hacerlos tu rehenes. Lo del video de Twitter solo te facilitó encontrarme cuando te abandoné.

     Santi se ríe en contraste con la seriedad de todos a su alrededor. Mucho, y muy fuerte. Le ha tenido que hacer verdadera gracia mis palabras, o es cierto que aún no cree que le pueda hacer daño alguno porque piensa que le sigo amando.

     —Venga, Drizella, no seas tonta, mujer. Se os ve en el video de la playa de Famara.

     —No. Se nos ve junto a Airam en su kiosko benéfico cuando todo acaba. Eres tú el que saca conclusiones y busca a esos periodistas para decirles nuestros nombres y lo que supuestamente le hicimos. Y la tormenta que origino  te vino bien para apoyar tu relato con todos ellos.

     —Pero no por eso es mentira, ¿a qué no?

     —Ya. Pero nadie te creerá cuando vean tus mensajes. Y bueno, esta gente de aquí dentro no recordará nada que pueda ayudarte.

     Santi dirije su mirada a Don Ángel.

     —¿Y usted lo permitirá, Padre?, usted si deberá decir la verdad.

     Él, que estaba tan a gusto en su real trono, se levanta y baja los escalones que nos separan.

     —A mi parecer aquí no ha sucedido nada reseñable, hijo, aparte de tu entrada repentina en esta bendita casa, donde has molestado a mis feligreses y has querido acosar a esta mujer desprotegida.

     Don Ángel me señala.

     —¡Estáis todos locos!

     Al fin puedo leer frentes, y la suya no está del todo relajada. Aparenta confianza en salir ileso de esta, pero si miras con detenimiento su ceja derecha, tiembla por el exterior. A Santi comienza a preocuparle mi venganza.

     Es mi maldita oportunidad. 

     Agarro su camisa y atraigo su rostro al mío. Ya le conjuré en una ocasión mi deseo de no volver a verlo, que para él estaba tan fría y seca como pudiera estarlo muerta. Pues bien, a ver si hoy se entera.

     —No seré yo quien te haga daño, Santi. Solo haré que te mires en un espejo y te avergüences de ti mismo. Tal vez así, no volverás a herir los sentimientos de nadie más,  porque de hacerlo, el miedo, las inseguridades y el dolor reprimido de cualquiera que lastimes se reflejará en ti.

     Él lucha por deshacerse de mi agarre, no quiere verme más, quiere huir de mí.

     Y de pronto tengo recuerdos periféricos a partir del día que le conté de mi naturaleza. 

     Cuando creía que no lo veía, o fingía trabajar en su ordenador, él lo que hacía en realidad era documentarse sobre las brujas, el poder de la magia y los diversos conjuros que somos capaces de llevar a cabo. Acobardado. Y la vergüenza de la que le hablaba hace un rato ya dominaba su  cabeza por aquel entonces,  yo y mi poder podríamos hacer con él lo que quisiéramos. De ahí que el temor de tenerme a su lado lo convirtiese en el ser vil y hostil en el que fue mutando con los años. Él evitaría mi dominio, imponiendo el suyo, uno que me anulara como mujer si no podía doblegar a la bruja.

     Como insisto en sujetar su camisa, él hace más fuerza para apartarme, lo que Ágata y las chicas interpretan de abuso de fuerza.

     Jonay por el contrario todavía confía en mi propia entereza y permanece  a la espera.

     —¡No! Dejadlo.

     —Pero, Driz…

     Ágata lo tiene sujeto por el pelo exponiendo su cuello, Belatrix con la mano alzada de nuevo ha movido el candelabro que amenaza su yugular y Casandra mantiene sobre su cabeza el enjambre de avispas revoloteando, nerviosas y dispuestas a picar.

     —¡No le hagáis daño!

     —Orco, estaba a punto de pegarte —insiste Belatrix.

     —No, Bel. He dicho que no.

     Mis hermanas, con cautela ante la nueva situación en la que defiendo a Santi, se van apartando poco a poco de él. Jonay lo que hace es acercarse a mí para abrazarme de nuevo.

      Mientras tanto, el hombre despiadado que quería vengarse de nosotras no es más que un reptil huidizo que se deja caer al suelo buscando el perdón de Don Ángel  sujeto a sus pies, para que no lo abandone en nuestras manos.

     —Por Belcebú  maldito, no es más que una rata —dice Ágata sorprendida.

     Belatrix niega con la cabeza, con lágrimas en sus ojos. 

     —Hay hombres que deberían reencarnar en una mujer, solo así sabrán el mal que hicieron.

     —Todavía estamos a tiempo de convertirlo en una. Si empezamos amputando su hombría quizás llore con razón —amenaza Casandra mirando con sorna a Santi,  el que se encoge más a los pies de Don Ángel.

     —Nadie cortará nada aquí. Santi ha comprendido que el dolor que me causó, el que hizo a tantas otras mujeres, no es más que su propia falta de educación. No podemos culparle de su machismo.

     Don Ángel lo levanta con cariño mientras él le pide que lo aleje de las brujas, en concreto dice de "las mujeres", pero entiendo que en su cabeza ambos términos suenan igual.

     Como Casandra aún no se fía de que Santi no vaya a hacer nada en nuestra contra, manda a su enjambre a que lo sigan y no abandonen su cabeza cuando él se marcha ya con Don Ángel.

     —¿Puedes ver que será de él? —le pregunto a Ágata. Ella quiere hacerme el favor y cierra sus ojos, y tras unos segundos en trance, me contesta:

     —Lo siento mucho, orco. —Y si Ágata lo ha visto, bueno no será. 

     Ya no tiene remedio intervenir en su destino, y supongo que yo no tendré nada que ver con eso.

     Miro a mis hermanas que de igual modo me responden que no  harán nada, incluso Casandra, que ha llamado de regreso a sus avispas, me maldice que olvidará al Guano sin hacerle conjuros. Ha sido mas bien así:

     —Mierda, y yo no intervendré en eso tan maravilloso que le pasará, por cierto, Ágata, ¿qué es?

     Ella pide mi permiso y yo se lo doy. El daño que recibí de Santi les afectó a ellas indirectamente y se merecen conocer su final.

     —Después de esto acabará en una institución mental. Esas redes del demonio se cebarán con él. Recibirá tantas burlas de creyentes y escépticos que ni un conjuro de ridículo de Casandra podría jamás igualarlo.

    —Me da lástima —digo cobijándome en brazos de Jonay, no quiero llorar y no sé si lo conseguiré.

     —Siempre fuiste muy empática, orco. —Belatrix esta vez se equivoca.

     —No, Bel, es mi conciencia humana la que se compadece de Santi.

     —¿Y qué te parece si le damos a mi naturaleza humana algo de comer después de tanto ron, cuñada? —dice él cogiendo a su pareja para besarla con cariño—. ¿O queréis que sea yo quien salga a buscar a esos periodistas y os acuse de matarme de hambre para vuestros sacrificios?

     En vista de su propuesta, no podré parar la opinión de todos. Aquí viene otra:

     —Mi parte humana se muere por ir a bañarse a Famara a la luz de la luna.

     Todos miramos a Rayco olvidando a mi cuñado, el que, ya de pie, no oculta que hará surf. O eso creo, porque ha mirado a mi hermana mayor con ojos de lobo, quien a su vez ha enrojecido de pronto a juego con su ropa. No voy a poder olvidar nunca esas miradas que le echa, y no necesitaré recuerdos periféricos para ello, son demasiado evidentes en mi memoria.

    —A Famara no, o en la vida se me levan…

     Casandra tapa la boca de Airam, y no creo que sea por decirlo en una iglesia. Apuesto a que quiere evitar que por algún maldito error se le conjure y acabe siendo cierto.

     Todos reímos al verla.

     —¿Cuándo dejarás de sorprenderme? —me pregunta Jonay cuando ya nos quedamos a solas.

     Han ido abandonando la iglesia, poco a poco, mientras organizaban una cena familiar en la playa, lejos de Famara. Los niños han ido con ellos para dejarnos a su padre y a mí intimidad.

     —¿Por qué lo dices?

     —No sé, pensé que al menos podrías a Santi de rodillas para que te pidiera perdón. 

     —No me corresponde a mí  arráncarselo de esa manera, para eso está Don Ángel, ¿no dicen que es infinito el amor que les tiene esa divididad a sus hijos? —digo dejándome besar bajo ese mismo altar que Jonay sí venera.

     Sonrío. Me hace gracia la analogía. Yo, aquí, con el hombre que amo y sin que mi cuerpo experimente quemaduras, sellando nuestro amor.

     —Pero en una cosa sí que le doy a Santi la razón, aunque yo no te llamaría rara, ya lo sabes…

      —¿Y eso? —pregunto sonriendo—, ¿tal vez te gusta más llamarme peculiar?

     Jonay me besa y niega con la cabeza.

    —Extraordinaria, única y ejemplar, diría yo mejor.

   Joder, ¡que a Jonay comienza a gustarle mi naturaleza!

     —Pues espera a ver mi poder con el clima, cariño. Soy capaz de hacer arder la nieve con mis besos.

     A mi respuesta Jonay ríe, feliz. Y sé ven tan hermosa su sonrisa y sus ganas de disfrutar  conmigo, que el dueño supremo de todo esto, el mismo  cura que va de blanco y madruga los domingos para salir a un balcón, en Italia, me excomulgará por promiscua cuando lo bese aquí mismo. 

    Hasta que recuerdo que a mí eso me da igual.

  

     

    

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