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18. La mierda, mierda es.

El camino de escasos veinte minutos, en el coche de Don Ángel, lo hacemos en silencio, y al no oír nada me da por pensar que si supiéramos rezar, es lo que estaríamos haciendo. Como no es así, porque no es algo en lo que confiemos, seguramente Ágata esté analizando las posibles salidas de la iglesia, sin exponernos demasiado a los curiosos, y Belatrix estará pensando un conjuro de pérdida de memoria para esos posibles entrometidos que quieran ver en acción a las cuatro brujas. Los últimos tuits desvelan la localización de mi encuentro con Santi y seguro que los espectadores serán bastantes.

     Pero solo me preocupa lo que esté pensando hacer Casandra, seguro que tiene que ver con el instante en el que liberará su panal para que las picaduras de las avispas afecte en mayor medida a Santi y a sus seguidores

     Hemos llegado antes de la hora convenida, Santi todavía no aparece y eso nos da tiempo para estar preparadas.

     El edificio es precioso, toda una joya de la arquitectura del siglo XVIII, sencilla en su estructura de paredes blancas  en contraste con el negro de las rocas volcánicas de sus ornamentos. No muy lejos de ella se ve el acceso al Parque Natural de Timanfaya*. 

     —Entremos por la puerta trasera. No tardarán en llegar. —Don Ángel dirige la comitiva para dejarnos la puerta abierta—. Y no puedo asegurar que mis feligreses no os delaten.

     —Gracias —le digo yo que soy la última en entrar.

     —No me las des, hija, Jonay ya lo hizo por ti.

     Me acerco a besarle la mejilla, total, ya no creo que me afecte el contacto. Y como me hace gracia poder hacerlo, después de pensar toda mi vida que no, le devuelvo también su guiño de ojo.

     La primera en abrir la puerta que da a la iglesia propiamente dicha, es Belatrix

     —Es la hora —dice muy seria.

     —¿Hay mucha gente? —pregunta Casandra haciéndose hueco para mirar ella. Me acerco yo también.

     —Raro es que el Guano viniese solo, cuantos más testigos haya de lo que somos capaces de hacer, nuestra condena será mayor.

     Ágata habrá contado ya las cincuenta personas que, sentadas en los bancos, miran al altar a esta hora de la tarde.

     —Vamos, ocupemos nuestros puestos. —Y eso lo ha dicho Don Ángel que me deja alucinada—. No me mires así, lo que se fragua  contra vosotras es una injusticia, seáis o no fieles de la iglesia. Así que bajo mi techo mando yo, aquí nadie quemará a nadie.

     Mis hermanas me besan con cariño y me hacen abandonar la sacristía junto a Don Angel, que dará el último rito del día, ellas mientras tanto se esconderán, alertas a cualquier inconveniente. En este momento que recibo sus besos me acuerdo de Jonay y de que no debí decirle que no viniera, ahora sí que me gustaría que me retuviera con sus caricias para no salir ahí fuera.

     Hay no menos de quince filas de parejas de bancos y decido situarme en la primera, la más cercana al escondite de mis hermanas y por lógica a la puerta trasera de la iglesia, por si tenemos que salir corriendo. 

     Ya sentada puedo ver todo la ceremonia que realiza Don Ángel cuando se coloca otra prenda encima de la sotana, y hasta una bufanda. Sonrío al recordar a Rayco, diría que este hombre tiene su termostato corporal estropeado con el calor que hace. 

     De repente una presencia se desliza por el banco hasta llegar a mí, por la derecha. El contacto inesperado me estremece, pero enseguida confirmo que es él. Ha sido fácil detectarlo, su fragancia, dulce y frutal, aunque no permanece demasiado en el ambiente, despierta mi recuerdo. 

     Y esta vez no es periférico, sino presencial. Se trata de la noche en la que me confesó lo que tanto yo le pedí que me dijera sobre su traición, cuando me negaba a oír las advertencias de mis hermanas. La noche de nuestra ruptura, cuando tenía ya mis maletas hechas en la puerta.

    —Te dije que me iría.

    —Perdóname, Driz, perdóname, por favor —me pidió de rodillas, abrazado a mis caderas.

     Tuve que hacer un enorme esfuerzo para apartarlo de mí y escapar de su agarre.

     —No me hagas esto, no sabes lo mal que me siento,  Santi —le dije llorando.

    —Puedo hacerme una idea si te duele tanto como a mí.

     —Jamás será comparable a mi dolor.

     —Drizella, mi vida, tú me amas. Podremos con esto si me escucharas …

     —Quiero irme, Santi.

     —No, no lo harás.

     Y entonces comprendí que Santi no me dejaría ir si antes yo no lo mantenía lejos de mí con un conjuro, recuerda que mi naturaleza humana siempre fue débil con él.

     —Aléjate de mí.

     —Drizella…

     —Has hecho que el fuego del que estoy hecha haga hervir mi sangre y arder en llamas mis emociones por ti.

     —Yo no quise hacerte daño, mi amor.

     —Has hecho que el agua de mis lágrimas se levanten en olas que lo arrasará todo a su paso. Si nadas en ella o te hundes no depende ya de mí.

     —¡No puedes terminar conmigo por ese error! ¡No lo hagas, Driz! 

    Su cambio de humor fue repentino, ya no le valía hacerse la víctima, comenzaba así su defensa con un nuevo abrazo que se hacía mi prisión. Pero seguí conjurando mientras mi boca no estuviera amordazada.

      —Has convertido el aire de mi mente en un huracán que te llevará lejos de ella, dejándote a solas con tu recuerdo de mí.

     —¡No, joder, me niego! No te irás de mi lado. No me dejarás, ¡me oyes!

     Y a su grito desesperado de amenaza, entraron en nuestra casa mis hermanas. Las que haciendo un escudo humano se interpusieron entre ambos.

     —¡Termina, Driz! —me pidió Ágata conteniendo el avance de Santi hacia mí al tiempo que las ventanas de nuestro piso estallaron en mil pedazos.

    —No lo hagas, mi amor, tú todavía me quieres.

    —¡No lo oigas, Driz, termina el conjuro de una vez! —gritó también Belatrix cuando el agua de la lluvia entraba por esas ventanas abiertas, junto al aire que todo lo destrozaba a su paso.

     —Te amo, cariño, no me dejes. —Santi alargó su mano para poder tocarme y ese gesto hizo que Casandra me apartara de él para decirme muy seria.

     —La mierda, mierda es, Driz. No elijas tragártela a su lado cuando ahí fuera te esperan mejores cosas que comer.

     Y como no supe si se refería a sus cochinadas de siempre o en realidad era un símil para que saliera de esa casa a comerme el mundo, le hice caso. En definitiva, lo que existiera lejos de ese piso compartido con Santi sería mejor que permanecer en él, y a su lado.

     —Has conseguido que la tierra que me conforma endurezca. Ahora gracias a ti ya soy piedra dura con corazón de hielo.

     Aquella vez no dejó de llover como ocurre ahora con Jonay, él sí me aporta estabilidad. Por el contrario, dejé sumergido a Madrid en una infernal borrasca de viento y nieve que duró semanas.

     —¿Hoy no te acompañan las brujas de tus hermanas? —pregunta con un susurro acorde con el lugar en el que nos encontramos.

     Y esa estupidez es todo cuanto Santi me dice como saludo, con toda la intención de molestarme.

     La ventaja de este sitio concreto es que no tengo que mirarle a la cara, sigo los movimientos de Don Ángel en el altar. Otro acierto de mis hermanas al elegir la iglesia.

    —Anda, dime, ¿intervendrán ellas hoy también?,  ¿o quizás lo haga una sola?, ¿o serán dos? —Como no contesto, saca su acertada conclusión—: No me lo digas, me consideran tan importante que serán las tres.

     —Puedes ir al grano, no tienes que fingir —le digo sin caer en su juego de ataque.

    Él ríe sin ser demasiado escandaloso.

     —Hola, mi amor —contesta con ironía.

     —Ahorrémonos el tiempo, ¿vale? ¿Qué es tan importante para que te dejes ver por aquí, y ahora precisamente?

     —Cobrar una vieja deuda.

      —Ya. Pues ojalá y tengas suerte, porque no siempre acabamos ajustando las cuentas como deseamos.

     Oigo de nuevo su risa.

     —Creo que tus hermanas ya lo hicieron por ti.

     —Otra vez mis hermanas… vaya, te noto bastante ofendido. Ten cuidado, Santi, porque dicen que el resentimiento afecta al hígado.

     Ahora soy yo quién sonríe, espero que vea mis labios lo suficientemente estirados para que no le quepa duda.

     —¿Harás de eso un conjuro, Driz?, ¿me amenazas con mi salud?

     Un minuto. Uno solo ha tardado en sacar mi naturaleza en nuestra conversación.

     No puedo saber lo que hizo hasta venir aquí, o lo que tiene intención de hacer a partir de ahora con la gente que quiere lincharnos, pero si ha sido capaz de hablar de conjuros en menos de un minuto, es que alguien nos escucha aparte de la gente desperdigada por los bancos.

     Santi no esperará a que manifieste mi atmokinesis, trata de dejarme expuesta mucho antes.

     —De saber hacerlos no solo sería hepatitis lo que te provocaría, Santi.

     —Eso quiere decir que eres capaz de hacer mucho más —afirma sin necesidad de conocer mi respuesta. Insiste en que hable de mi poder para que me oigan.

     Reuniendo valor al fin, me vuelvo a enfrentarlo. Y es cuando lo veo mirarme fascinado.

     Sigue igual que siempre. 

     Pero su belleza, su sonrisa cautivadora y esa mirada cargada de seducción me afectan tan poco ahora que yo misma me sorprendo al tener varios recuerdos periféricos de nuestro piso. El muy cabrón no solo me la pegó una vez, sino que nuestra casa era su picadero habitual. Mis propias sábanas.

     La ira que acumulo me hará reventar y no tendré en cuenta el lugar en el que estamos. 

     —Siempre fui la más inteligente de los dos. No diré nada que se pueda malinterpretar en un juicio.

     —¿Temes que al decirlo se haga realidad tu deseo?, ¿no te hace falta visualizarlo antes?

     —Temo más que si se me escapa un rodillazo, me condenen por maltrato animal al cascarte los huevos.

     Ahora no solo lo oigo reir, sino que veo su amplia sonrisa.

     —Olvidaba lo que me enamoró de ti, cariño. Eres tan impredecible como adorable en tus repsuestas.

     De nuevo miro al frente, pero esta vez lo hago avergonzada, y puedo decir que hasta encantada con su recuerdo de mí.

     —Hablar de nuestro amor te queda grande ya, Santi.

     —Será que no puedo olvidarlo, no me pidas imposibles.

     —Y grande sería también  mi error si te escuchara.

     —No si es para acabar dándome otra oportunidad, Drizella.

     Él se acerca tanto a mí que noto su calor, y en el silencio que reina, ahora que Don Ángel se ha callado, puedo oír mis propios sentimientos.

    Y estos gritan alto, claro e insistentemente un solo nombre: Jonay. Solo que a lo lejos, casi inaudible distingo el eco que todavía emite mi corazón, y  es bien diferente: Santi.

      —¿Qué me dices?, yo no he dejado de amarte.

     Santi ha cogido mis manos entre las suyas para besarlas. Y la sensación que experimento es extraña. No quiero retirarlas como cabría esperar. Fueron muchos años, muchas cosas buenas… hasta que él y su cosita salieron  a explorar cuevas, que dirían mis hermanas.

     —Drizella —dice él con la voz entrecortada, ya sea por lo que le hago sentir o porque Don Ángel ha tosido al ver su demostración de "afecto". 

     Llámame loca, pero era muy parecida a la tos de Belatrix cuando algún gesto de cariño le incomoda.

     —Santi, no…

    Pero me pierdo en su mirada y soy incapaz de seguir. Jamás me miró así, y me da miedo. No, no quiero caer de nuevo en sus engaños.

     Y como mi fuerza de voluntad tiene las dimensiones de una avispa en comparación con el depredador que se esconde tras esos ojos, mi hermana Casandra me avisa dejando escapar uno de sus ejemplares que revolotea alrededor de Santi.

     —Puto bicho —dice él manoteando sobre su cabeza.

     A mí se me escapa una sonrisa al oír de sus labios una advertencia también con la voz de mi cuñado.

     Está visto que iré recibiendo señales para no dejarme vencer. 

    —A los bichos se les aplasta, Santi, y tú no deberías de escupir tan alto. —Y al decirlo me aparto unos centímetros de él como haría Ágata, para no darle un cabezazo contra la madera de apoyo, de delante.

     —Así que de nada me ha servido.

     —¿El qué?

     —Vamos, Driz, ¿no decías que eras la más inteligente de los dos?… ¿No te dice nada que me haya rebajado de una manera tan penosa, después de lo que me hicisteis tú y tus hermanas?

     —No sé a qué te refieres. Que yo recuerde ya estabas acostumbrado a dar pena, sobre todo desnudo. —Nadie se percata, pero he oído gritar a Casandra en la sacristía. Y menos mal, porque creo que ha dicho: olé tu coño.

     —Eso solo lo diría una mujer incapaz de satisfacer a un hombre para que su ego se mantenga intacto. Así luego llegan los llantos cuando otra calienta su cama.

     Yo lo mato. Trato de contenerme, que mis elementos no se alteren, y confío de veras en que mis Diosas no lo hayan oído. Respiro hondo… pero ¡es que con este mierda no hay respiración que valga!

     —No vas a conseguir nada de mí, Santi,  déjalo ya.

     —Qué bien que al fin hablamos con sinceridad, Drizella, yo de lo que realmente siento por ti, tú de lo que eres capaz de hacerme. 

      —Estás muy pesado ya con eso, de verdad que sí.

     Santi se levanta del banco, abre sus brazos de manera cómica y sonríe como haría el mismo diablo, que hoy precisamente no me inspira confianza. Puedo ver que los demonios del resentimiento, del odio y la venganza habitan en él.

     —La gente quiere ver el show completo, Driz, se quedaron con ganas el otro día —grita interrumpiendo a Don Ángel, quien ha visto ya que no habrá cordialidad en nuestro acuerdo porque baja del altar pidiéndonos silencio.

    —Lo siento, Padre —dice el muy cínico—, pero su iglesia está a punto de ser testigo del esplendor de la naturaleza en todo su poder. —Y de nuevo enfatiza sus palabras con los brazos abiertos y elevados.

      No sé si como corredor de seguros Santi vivía feliz, pero lo que sí es seguro que como predicador y líder de masas disfruta mucho más, apuesto a que se le pone dura con ello. La gente está aplaudiendo y eso hincha su orgullo, el que ya machacamos mis hermanas y yo una vez.

     Yo miro a Don Ángel y me encojo de hombros. Mi indiferencia enerva aún más a Santi.

     —No los hagas esperar, Drizella, ¿o hasta para eso eres mujer a medias?

     Las puertas de la iglesia se abren sin ayuda humana, el aire de fuera es tan fuerte que hasta la campana de más de ciento cincuenta kilos de metal se mueve repiqueteando en el silencio de la noche que cae sobre nosotros.

     ¡Bendito Santi, y toda su casta!, no he podido controlarme.

      PARQUE NATURAL DE TIMANFAYA.

Los paisajes de Lanzarote son tan imponentes como peculiares. Parte de su encanto reside en el Parque Natural de Timanfaya, se trata del único parque nacional de la red española de carácter eminentemente  geológico y fue el resultado de las erupciones volcánicas sucedidas entre 1720 y 1736, y en 1824.

La ausencia de vegetación, la extrema rugosidad de las formas, la variedad de colores, las siluetas de los volcanes y la abrupta costa; confieren a Timanfaya una extraordinaria belleza.

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