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17. El poder de cuatro.

Como era de suponer la hora del almuerzo para mí termina en cuanto me levanto de la mesa. 

     Tras ese primer recuerdo periférico he podido ver a Rayco en varios momentos de mi vida este último mes, y siempre cuando creí no haberlo visto. Así es cómo aparece en la Distribuidora el día que conocí a Airam, por ejemplo, para llevarse a Don Ángel con él.

    —Rayco, ¿podemos hablar un momento a solas?

     Desde mi altura adivino el gesto de Jonay al mirarme, curiosidad mezclada con asombro, bueno, podrá sobrellevarlo, yo en cambio no puedo soportar el dolor de tripas.

     Su padre sonríe dando por hecho que vendrá conmigo, pero no es la sonrisa de siempre, no se le ve feliz. Intuye algo malo, y no se equivoca. Nada de lo que le diga tendrá que ver con Santi. 

     Llevando al extremo su teatro, Rayco se sienta en la silla de ruedas de nuevo mientras finge esperar a que yo la mueva.

     Bien, no podrá negarse delante de todos. Por eso me dirijo a él por detrás para poder manejar su silla

     —Haré todo lo que queráis, pero antes debo hablar con Rayco. —Él no dice nada, como el resto de los sentados a la mesa, cuando me lo llevo—. Os lo devuelvo enseguida, será solo un momento. 

     Espero que me hayan oído, porque no regresaré para volver a decirlo.

     El despacho hoy, al final de las escaleras, tendrá que valer para la intimidad que busco, y como si se tratara de una carrera de fondo, y un rival me pisase los talones, empujo a Rayco y corro hasta llegar para encerrarnos en él.

     Me pongo a su altura mientras apoyo mis manos en los brazos de la silla.

     —Suéltalo.

     —¿A qué te refieres exactamente?

     —¡A esto! —grito golpeando la silla.

     Su cara permanece inmóvil, excepto por la comisura de sus labios que se estira de manera inapreciable. Su frente, relajada, deja que el entrecejo se eleve sutilmente con claro gesto de arrogancia, sobre todo por su ceja izquierda en alto. Mira por dónde hoy me gradúo en metoposcopia. 

     Rayco se ha visto pillado en su mentira, pero para nada se arrepiente.

     Camino de un lado a otro, por la habitación, me ahogo, no creí que de él viniese semejante traición…, ¡me siento utilizada, joder!

     —Dime al menos que un día fue cierta la rotura de tus rodillas —le pido apelando a su cariño por mí.

     —Ágata es enfermera —dice como explicación estúpida.

     —¿Y?

     —Jamás me atrevería a jugar con algo que para ella es tan importante, como la salud. Me recuperé hace semanas, no te lo voy a negar.

      —Pero para decirme que necesitas esa silla ahora, que no quieres darte rehabilitación y que las medicina te dejan agotado bien que no te importó mentirme, ¿no?

     —En cuanto a mi relación con Ágata, que no sé cómo has averiguado, no tengo nada que decirte hasta que ella misma lo haga. Ahora bien, sobre esto —dice ya de pie, alejándose de la silla—, era la única manera de convencerte para que vinieras. Ágata me contó lo de tu empatía y cómo captas las emociones de los demás. 

     No, no, no, no, no, no, no, Jonay no.

    —¿Hablas de ayudar a un anciano impedido o de aliviar la pena de su hijo el viudo?, ¿es así cómo se te ocurrió la idea de darle una amiguita?

     —¿Qué? ¡No, joder!, estás equivocada. En tu historia con Jonay yo no he tenido nada que ver. Eso es real, vosotros soy reales.

     —Ya, claro. ¿entonces por qué coño lo hiciste?, ¿que sentido tenía hacerme venir hasta Lanzarote?

     —Porque amo a Ágata, y tú estabas  a punto de destruirte si seguías allí a la sombra de ese hombre, enganchada a un teléfono tóxico que él mantenía encendido entre vosotros.

     —¡Así que lo mejor fue compincharte con mi hermana para no dejarme decidir, ¿no?! ¡Os ha salido de puta madre la manipulación, y sin un maldito conjuro de por medio!

     —¡Alto ahí, Drizella! —Es la primera vez que Rayco no sonríe, y la primera también que me grita—. Nadie te obligó a coger ese avión, es más, estabas encantada de poder hacerlo aunque no lo quieras admitir ahora. Yo solo te ofrecí un trabajo que no pudieras rechazar.

     —¿Eso es lo que os costó sacarme de Madrid? , ¿tres mil pavos al mes?

     Rayco me sujeta por los brazos para encararme, para que me entere de su verdad.

     —Eres muy válida en tu trabajo, niña, ni se te ocurra pensar lo contrario —me dice al tiempo que me abraza—. Y entiendo que estés nerviosa por descubrir que Ágata y yo te engañamos, pero no puedes dudar de Jonay, él nunca lo supo.

     —Pero Ágata sí… —continúo ya a punto de llorar.

     —Piensa en tu madre y tu abuela, cariño, ¿no crees que hubieran hecho igual para alejarte de ese hombre?

     Rayco me aparta las primeras lágrimas.

    —Ellas hubieran actuado más como Casandra, rompiéndole las pelotas si no estuviera penalizado por la ley, para luego meterle el teléfono por el culo.

     Echaba de menos ese sonido tan contagioso. No quiero que Rayco me grite más, quiero oírle reír siempre así.

     —¿Qué vio? —pregunto más calmada.

     —No te entiendo.

    —Para que Ágata pidiera tu ayuda, a riesgo de defraudar a su hermana más pequeña, tuvo que ser una visión atroz la que tuvo.

     Rayco se rasca la nuca, no quiere decírmelo. Yo tomo sus manos para que no pueda eludir la respuesta.

     —No te vio, eso es todo —dice cabizbajo—. No podía encontrarte en su visión.

     ¡Belcebú maldito!

     Me tapo la boca, asustada. Niego varias veces ahuyentando el mal presentimiento. Yo jamás haría eso, ¿verdad?

     —¿Crees que yo hubiera llegado a tanto?, ¿que hubiera puesto fin a mi sufrimiento?

     Rayco me abraza de nuevo, esta vez porque estoy temblando.

     —Eso ya no importa, mi niña, estás aquí, y estás bien.

     —Y todo es gracias a mi hermana —admito en voz alta para hacerlo una realidad.

     —Oye, y yo, ¿qué?, ¿no cuenta el viaje que me hiciste pasar?, ¿las rehabilitaciones molestas que he pasado para complacerte o esa maldita silla que me tenía haciendo surf a escondidas?

     —Tienes razón. Gracias a los dos —le digo sonriendo ya, es poco todavía, pero por lo menos ya he secado mis lágrimas.

     —Fue ella la que convenció a las chicas para venir a verte, nunca se quedó tranquila —confiesa sin ser preguntado—, y yo el que les dije que se excusaran para conocer a Jonay. 

    —No era necesario saber eso, alcahueto.

     —Lo sé, pero quería hacerlo —Y mis risas se acoplan a las suyas—. Drizella…

     —¿Qué?

     —¿Te has dado cuenta de que no llueve?

     Miro por las ventanas sin necesidad de hacerlo porque el sol brilla a través de ellas. Islas Canarias, veinticinco de junio y, a ciencia cierta, con veinticinco grados ahí fuera para hacerme transpirar. 

     Puedo sentir mis elementos en calma, no me siento para nada inestable. Y todo después de enfadarme, entristecer hasta el punto de llorar, para luego acabar riendo, y de nuevo volver a sentir  miedo.  

    —Eso es bueno, ¿no?

    —¿Bromeas? ¡Es fantástico! La chicas dirían que tienes el dominio de tu autocontrol,  mi niña.

     Alguien llama a la puerta y nos provoca un sobresalto cuando todavía nos reíamos de mi proeza. Seguro que hemos gritado demasiado, mejor dicho yo lo he hecho en realidad, porque en ningún momento Rayco ha abandonado su pose de señor "maduro".

     —¿Todo bien?

      Ágata ha abierto la puerta con sigilo.

     —Dímelo tú que habrás tenido la visión —digo cruzada de brazos, abriendo la posibilidad de discutir con ella.

     —Pues no estarás del todo bien si tenemos en cuenta que vengo a decirte que el avión de Santi acaba de aterrizar.

     Su pasividad me exaspera, sé que me ha echado las cartas y que me habrá visto discutir con Rayco, y sé también que por eso ha venido a interrumpir mi conversación con él.

     —A veces me confundes, Ágata, de verdad que sí. Y cuando creo que te conozco, me sorprendes de nuevo.

     —Son artimañas de madre —suelta como si no fuera con ella mi enfado, mientras encoge sus hombros.

     —Cosas de bruja, diría yo más bien.

     —No tanto, Driz —dice con una mueca arrogante, similar a la de Rayco. Lo que poco me sorprende ya cuando estos dos han debido compartir más que gestos entre ellos—. Se me ha escapado el nacimiento de tu nuevo poder, así que no seré tan bruja.

     —No seas modesta.

     —Belatrix me despistó cuando dijo que tu Atmokinesis aumentaba, pero ahora sé que es tu visión periférica, junto a tus recuerdos, lo que te hace inmune al engaño.

     —Pero todavía no compruebo que sea así.

     —Drizella, por favor —interviene Rayco al verme más seria de lo habitual en mí.

     Mi hermana, sin descaro alguno, se sitúa al lado del hombre que parece que la ha conquistado.

     —Si buscas que te diga que me arrepiento, no lo hago, porque haría lo mismo mil veces más. Porque mil veces te rescataré del que se atreva a herirte, Drizella Yriarte, mil veces acabaré con el que derrame tus lágrimas. Porque mil veces conjuraré contra cualquiera que te mire mal, para que su muerte llegue antes que la tuya.      

     Rayco toma la mano de mi hermana, ha adivinado que su conjuro de protección sobre mí ha dejado mermada su energía. Vaya, otra cosa que comparten los Oramas, la facilidad de calmarnos a las Yriarte.

     Los rayos de sol no abandonan el despacho. Sigo bajo control.

     —Sigue sin llover, Ágata —digo sonriendo a través de mis primeras lágrimas.

     —Y nunca más lo hará si depende de tu negatividad, orco. Al fin has conseguido tu equilibrio.

     —En mi caso se llama madurez, valentía y amor propio, creo —le digo echándome en sus brazos, se está tan bien al calor de ellos.

     —Y sexo del bueno, cariño, que ya te tocaba experimentarlo.

     Casandra está en la puerta viendo la escena que Ágata y yo protagonizamos. Belatrix le da un codazo en las costillas que dobla de dolor a esa bruja pervertida. 

     —A ver cuándo dejas de pensar con la vagina, Cas —le dice Belatrix.

     Todos nos reímos a carcajadas excepto ella. Casandra se lleva las manos a la cabeza cuando finge que le va a estallar.

     —¡Oh, joder, joder, joder!  Nuestra entrada en el averno será más pronto de lo que pensé.

     —Deja el drama —le pide ella, pero ella sigue  sin oírla:

     —Nuestro maldito final se acerca, ¡Bel ha dicho vagina!

     —No lo quise decir de ese modo.

     —Solo existe uno, Bel, ¡y has dicho vagina!. —Y es cuando se pone a cantar en grito—; Bel ha dicho vagina, Bel ha dicho vagina.

     A sus gritos de cántico, acuden los que faltaban, raro era que este despacho fuera íntimo. Hasta Don Ángel lo hace con su sotana remangada, se ve que ha corrido como todos.

     Sí, sotana, si Belatrix puede decir vagina, yo puedo decir sotana, alzacuellos o crucifijo. Pero seguiré llamándolo Don Ángel, que conste, porque el pobre hombre no es padre de nadie, y mucho menos lo considero el mío.

     —¿Estás bien? —me pregunta Jonay.

     Ha atravesado el despacho para venir en mi busca, se le ve preocupado. Mierda, hasta que esto no acabe no volverá a respirar con normalidad. Medea se está vengando de él por su anterior escepticismo.

     Jonay toma mi cara entre sus manos para besarme. Me mira a los ojos y repite:

     —¿Estás bien,  Drizella?

     —Tengo visión y recuerdos periféricos, pero estoy bien. —Como no termina de entenderme, Jonay me pone cara extraña—. Vamos, cariño, ahora lo importante es aplastar a ese bicho, luego te lo cuento.

     Y con mis palabras provoco todo tipo de reacciones. Desde el primer beso de Ágata y Rayco delante de todos, hasta los aplausos de Casandra y Airam con sus vítores de ánimo. Pasando por el gesto cariñoso que tiene mi cuñado con Bel y su tripa… ¡coño! mi poder se activa con ellos, para recordar la de veces que le he visto a él hacer eso desde que llegaron a la isla.

     ¡Este poder es la leche, no se me escapará una!

  
Jonay se empeña en darme un nuevo beso. No lo hace queriendo. Pero meto el brazo en las fauces de un cocodrilo, y no lo pierdo, cuando digo que es su subconsciente el que no quiere que me vaya de su lado.

    Y a mí que me encantan sus besos, puedo dejarme besar una vez más.

     —Ten cuidado, ¿vale? Estaré cerca de ti, en la sacristía, por si necesitas que salga, te bese y equilibre tus elementos —dice sonriendo.

     Nos abrazamos de nuevo, él sigue sin querer dejarme ir.

     —No hará falta, esto es algo que tengo que hacer sola, te prometo que todos mis elementos están en su lugar. —Trato de calmarlo yo, con una promesa que sé que le gusta—. Pero como sigas besándome así, abrazándome con esas caricias y restregándome tu erección, no te garantizo que mi fuego no te carbonice. Y cuando regrese seré yo la queme esos malditos pantalones de tela que tanto te gustan y que tan poco sujetan.

     Para nada se avergüenza de lo que le he dicho, Jonay se ríe y hace que el roce de nuestros miembros sea mayor.

     —También puedo hacer esto delante de ese tío para que le quede claro que ya no piensas en él.

     —Santi tiene un retraso mental, cariño, no lo pillaría ni aunque me lo hicieras en el altar y yo gritara tu nombre.

     Jonay se ríe, y con eso he conseguido que piense en nosotros, sudorosos y entregados al placer de nuestros cuerpos, para que el peligro se aleje de su mente. Creo que es una técnica muy buena, tendré que darle las gracias a Casandra, porque la aprendí de ella.

     —Vete, o mando el plan de tus hermanas a la mierda haciéndote llegar tarde.

     —Gracias, cariño. —Y ahora soy yo la que lo besa para salir luego corriendo de mi dormitorio.

     En el salón me esperan mis hermanas. Están solas porque han preferido despedirse de sus parejas también en la intimidad, eso y que a mi cuñado le ha dado un ataque de ansiedad cuando hemos hablado de su hijo y de que lo mantendremos a salvo. Es niña en realidad, pero como todavía Belatrix no se lo ha dicho, nosotras como buenas "cuñadas" se lo hemos ocultado. 

     Total,  que Rayco y Airam han tenido que apaciguar los nervios del futuro papá. Oí que se lo han llevado a la playa para emborracharlo a base de mejunje* y ronmiel* canario.

     —¿Estamos listas? —pregunta Ágata.

     Da miedo. Se ha vestido de rojo sangre para acentuar su aura valiente, fuerte y pasional, pero también te dice que acabarás sangrando si te metes con ella. Esas mallas de lycra se adaptan a su cuerpo como lo hace su propio pellejo, ojalá y no se lo arranquen hoy.

     —Nosotras dos lo estamos. —Belatrix se toca su barriguita de tres meses. 

     Mi hermana está hermosa,  como siempre, con su aura blanca en su vestido largo y holgado. Tan limpia, tan inocente. Tan segura de sí misma que ya sé que su hija Ember será muy afortunada.

     —Me habéis prohibido bromear —dice Casandra—, así que no, no estoy preparada.

     El aura que desprende Casandra, vestida de corto con esa mini falda negra, es la más poderosa de todas, en la oscuridad de su misterio radica su autoridad.

     —¿Es por eso que eres así? —pregunto intrigada.

     —¿Así cómo, Driz? Y cuidado con lo que vas a decir de mí.

     Su amenaza solo es una pose. Sonrío.

     —Debe de ser agotador ver el peligro constantemente a tu alrededor, ¿es por eso que utilizas el humor?, ¿para evadir esos pensamientos negros?

     Por un segundo parece que mi hermana me dirá que sí, que es su defensa ante tanta sensación negativa que afrontar en su vida. Pero… es Casandra.

     —¿Qué?, nooooo… me gusta ser así de cabrona con los demás, me divierte joderles.

     No le doy tiempo a reaccionar, la abrazo y la beso por toda su cara, maquillada esta vez con exagerado kohl negro.

     —Pues si ya estamos listas, adelante.

     La orden de Ágata nos hace movernos hacia la salida, veremos a Santi en la iglesia de San Leandro en menos de media hora,  al caer la noche, con la complicidad de Don Ángel, que la abrirá solo para nosotras. Más exactamente, lo veré yo, ellas estarán ocultas para que el ataque, si fuera necesario, sea sorpresivo.

     Santi no se ha negado a verme. Hace dos horas que tuve que desbloquear su contacto en el móvil para poder enviarle un mensaje, y todavía ahora se me revuelven las tripas al recordar su despedida. Ese: Te quiero, brujita es más repugnante que su propio recuerdo, y espera que al verlo  en persona no le vomite yo, encima.

    —¿Qué llevas ahí en esa caja, Cas? —le pregunto a mi hermana. Intriga es poco para describir lo que me provoca.

     Acordamos que no utilizaríamos nada que Santi pudiera volver en nuestra contra. Hoy más que nunca debemos pasar por cuatro mujeres normales en su humanidad, por lo tanto se quedan aquí las cartas de Ágata, la bola de Belatrix y, lo más importante, el libro de la abuela, ¿qué coño lleva entonces en la caja?

     —Nada, un panal de avispas —dice como si llevase flores de ofrenda a la iglesia.

     —¿Qué?

     —Ay, Driz, por favor, cambia esa cara. Que no pueda conjurar bromas no significa que no me divierta con el Guano.

     
El Ronmiel de Canarias es un producto de origen popular enraizado en la tradición canaria cuya graduación alcohólica va del 20 al 30%

El Mejunje, a diferencia del ronmiel, incorpora también agua y limones pintones. En la actualidad, existen algunas variaciones de la receta original que incluyen hierbaluisa, canela e, incluso, granos de café.

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