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16. Recuerdos periféricos.

—Te esperan abajo. Las tres.

     Mientras termino de arreglarme para el almuerzo, Jonay ha entrado a mi habitación. No hace falta que profundice mucho con el recado, sé que se refiere a las tres brujas que me esperan para ponerme al día de la estrategia que seguiremos con Santi. Pero lo que me da pánico, y lo que de verdad he estado evitando desde que despertamos, es hablar con mis tres hermanas sobre mi noche de intercambio con Jonay, por lo visto, que nuestras vidas se vayan a la mierda no les parece suficiente motivo para dejar el cotilleo de lado. Y las horas que han pasado en la ignorancia esta noche me las cobrarán tarde o temprano.

     Por eso le pedí a Jonay que bajara antes que yo, he optado por que fuera lo más tarde posible.

     —¿Están muy enfadadas? 

     —Un poco. Y si no bajas de inmediato, no tardarán en tirar la puerta para sacarte a rastras de aquí.

     —Porque soy el tema principal de ese aquelarre, ¿verdad? —digo riendo cuando él ya lo admite con la cabeza.

     —Hablaban de tu poder, esta noche han tenido una idea para enseñarte a controlarlo, y cito textualmente a cada una; para evitar tu muerte, que te vuelvas peligrosa o que nos salpique a todos tu mierda.  

     —¡Será, bruja! —Solo puedo pensar en las palabras de Casandra—. Si se hubiera controlado ella con Airam en la playa, nada de esto estaría pasando.

    —Ah, y al parecer el bichejo de Santi está llegando.

     A cada segundo que pasa, más alucino con lo bien que se lo ha tomado Jonay. Ya habla como lo hace mi cuñado después de quince años en la familia. A veces dudo de que no esté embrujado por mis hermanas, pero luego caigo en la cuenta de que me ama y entiendo que así me da razones para que no lo llame nunca más egoísta. 

     —Ese es gilipollas —digo enfadada sin querer volver a compararlos a ambos, Jonay se lo come sin necesidad de despeinarse siquiera—, él no se puede conformar con haber jodido seis meses de mi vida, él tiene que venir y hacer además que la gente cuestione mi naturaleza y las de mis hermanas. 

     —Lo que ya se dice de vosotras no es bueno, no.

     Y todo gracias a las noticias y a los debates que colapsan desde ayer los canales de televisión, y ya ni te digo lo que  se encuentra en Internet, sin filtro y sin censura. Todos se sienten con derecho a opinar sobre las cuatro brujas de Canarias y la maldición que han traído al país en forma de huracán, y no solo lo digo en el sentido figurado.

     —Gilipollas y masoquista, porque cuando Casandra lo encuentre no lo dejará escapar vivo. Lo aplastará.

     —¿Es cierto lo que me han dicho de las palomas y su coche? —pregunta riendo abiertamente. 

     —Eso, y lo de las ratas por las que control de plagas fumigó su barrio. Y las moscas por las que sanidad cerró su oficina tres días y… pero, oye,  ¡no te rías así!

     No soy quién para impedírselo cuando yo no paro de reír con él.

     —Lo siento, cariño —me dice al tiempo que me agarra por la cintura, para volver a besarme—, pero has de reconocer que tu hermana tiene una mente privilegiada para que el daño no deje secuelas en sus víctimas.

     —Me alegro de que lo tengas claro. Así podrás aconsejar a tu amigo cuando se le ocurra molestarla.

     —Pobre, Airam, y no quería creerme cuando yo le hablaba de ti —dice riendo, seguro que recuerda con maldad aquellas conversaciones, cuando ya no pudo dejar de pensar en mí.

     Jonay me somete a sus caricias, riendo, y yo me dejo llevar por sus besos.

     —Maldice que no te pondrás en peligro más de lo necesario con tu poder. Que regresarás conmigo.

     Hécate se está preocupando demasiado por mi integridad y hace que Jonay también lo haga. Pero lo considero la oportunidad perfecta para que él borre de su memoria cualquier recuerdo que le quede de la muerte de Faina para poder construir el nuestro, especial y diferente.

     Y lo haré de manera que él lo identifique.

    —No lo maldigo, te lo prometo, Jonay. Te juro que no haré nada que pueda alejarnos. —Él me besa en agradecimiento—. Así que tendrás que soportar a la loca de morado el resto de tu vida.

     No parece importarle demasiado cuando me besa de nuevo, sonriendo.

     —Nos has visto en tus cartas, ¿a qué sí?

     ¡Coño! Tendré que restringirle la información que ha recibido en las últimas veinticuatro horas o pronto acabará por saber más que yo, capaz y resulta ser bueno interpretando mi frente.

     —Puede que en ellas te haya visto llegando a viejo, sí —contesto sin negarlo y sin ocultar mi sonrisa de listilla.

     Él ríe más.      

     —Si hablamos de mi futuro,  entonces quizás llegue a ser tan guapo, atractivo y sexy como Rayco a esa edad, ¿no?

     ¡La bendita madre que lo parió!, ¿cómo se contesta a eso?    

     —Lo que sí te puedo asegurar es que no tendrás ese carácter de pis de ogro que tienes ahora. 

     Jonay esconde su cabeza en mi hombro muerto de risa para poder abrazarme a su antojo.

     —¿Bajamos? —pregunto sin muchas ganas de hacerlo, la temperatura sube entre nosotros tras besarme en el cuello. Pero recuerdo que tenemos un bicho al que exterminar.

     —No tenemos elección —contesta él mientras me recupero del sofoco que me ha provocado, todavía me tiemblan las pestañas y aun así me aparto de él—. Espera —me pide reteniendo mi salida, mientras acaricia mi mano. 

     —¿Qué?

     —No he podido decirte que abajo están reunidos con... bueno ya sabes, ¡joder, es que no sé cómo decírtelo sin que te dé algo!

     —No es el mejor momento para jugar a los acertijos mágicos. —Y tiene que salir detrás de mí para alcanzarme.

     —Déjame que te lo diga primero, Drizella. No vayas a sacar conclusiones erróneas… por favor, espera, que tus elementos pueden colisionar.

     Pero bato mi propio récord al descender las escaleras y llegar al salón comedor, donde todos nos miran a Jonay y a mí bajo el umbral de la puerta. Han dejado de comer al tiempo que mis risas quedan apagadas por mi temor.

     Hay un señor mayor con ellos, sentado a la mesa, uno de esos hombres que visten de negro con esa cosita extraña, blanca, en el cuello.

     —Drizella, cariño, el padre Ángel almorzará hoy con nosotros. —Jonay me habla al oído.

     —Pa… pa… —Soy incapaz de terminar de hablar. Miro a mis hermanas, y de no saber que son brujas, desde que nací, hasta yo misma lo dudaría por esa extraña confianza que he visto entre ellas y ese hombre—. ¿Ángel? —pregunto asombrada. 

Tras una breve presentación del hombre que nos acompaña a comer, Jonay ha evitado que le dé la mano —y no puedo quererlo más por eso—, cuando él mismo lo ha abrazado para que yo no tuviera que tocarlo siquiera.

     A continuación nos hemos sentado con todos ellos en los únicos lugares libres. Rayco preside la mesa por un extremo, con Ágata y Jonay junto a él, Don Ángel lo hace por el otro, y tiene a sus costados a Airam y mi cuñado mientras el resto de brujas quedamos ubicadas en el centro.

     —¿No sientes nada extraño en tu cuerpo? —pregunto a Belatrix, sentada a mi derecha, ella sonríe a Don Ángel, que así le gusta ser tratado, sin hacerme mucho caso. 

     Mira como yo, que tampoco estoy pendiente de nada cuando el hombre habla sobre la conveniencia de hacer algo en algún lugar por el bien de no sé qué.

     Observo a mis hermanas y la ausencia de síntomas extraños en ella.

     —¿Tú tampoco,  Cas?

     —¿Yo tampoco qué? —murmura para no interrumpir a Don Ángel. 

     —¿No tienes una leve cosquilla, ni un picor extraño?

     Ella mira de reojo a Airam a su izquierda, sonríe, ¡por la diosa Circe, ¿es que no puede pensar en otra cosa?!

     Siseo con disimulo a Ágata, a su otro lado, a ver si ella, que dudo sienta los mismo picores de Casandra, me puede ayudar. Pero nada, no me mira, parece que me he vuelto invisible para mis hermanas.

     —Creo que Drizella quiere preguntarme algo, después de todo no podremos avanzar si ella…

     Por fin se me permite hablar, que ya me cansé de que me ignoren.

     —Pues mire, sí, pero no es tanto la pregunta para usted como para mis hermanas. —Y es así cómo capto la atención de las tres—.  ¿Cómo es posible que no nos afecte en absoluto estar sentadas con él? —digo ya sin mantener la compostura, al demonio con ella—.  Puedo entenderlo con Airam, fui gilipollas y me equivoqué con él, pero ¡este hombre sí que lo es, ¿no veis que viste una… una…?!

     —Sotana —dice por mí Don Ángel porque soy incapaz de terminar de hablar aunque haya levantado la voz.

     —Y eso que tiene es… tiene un… —insisto en enumerar su vestimenta cuando señalo su cuello tapado.

     —Tengo un alzacuellos, sí.

     —Gracias, padre, pero Drizella lo ha pillado a la primera —interviene Ágata para echarme una mano—, es solo que le cuesta hablar cuando de usted y su iglesia se trata.

     —Se le ve tan adorable por eso. —Y a continuación me guiña un ojo, ¿qué mierda le pasa?, ¿me ha guiñado un ojo?

     —A lo que vamos, por favor. —Belatrix toma las riendas de la conversación que hasta ahora mismo yo no he podido seguir, no pierdo de vista a este hombre que me mira sonriendo cual padre real, aunque por edad se asemeja más a un abuelo—. La actitud de Drizella, junto a su incapacidad de locución con el padre Ángel, no ha hecho más que confirmar nuestra decisión. El encuentro con el Guano será en la parroquia de San Leandro.

     —¿Qué? —pregunto horrorizada. 

     Si hubiera prestado atención no estaría ahora a punto de salir corriendo.

     Jonay me coge la mano que descansa en mi regazo. Parece que él sí ha entendido lo que mis hermanas pretenden hacer conmigo y Santi en ese lugar.

     Me llevo una patada en la espinilla derecha, por debajo de la mesa, de Casandra.

    —Presta atención, Driz, coño, que es tu vida la que está en juego. Y si no lo haces bien y acabas muerta, seré yo la que barra tus propias cenizas cuando ese cabrón te queme. ¿Me oyes?

     Alto y claro. 

     Y Jonay también lo hace, porque de repente se enfrasca en una discusión con ella, a la que se unen también mis otras hermanas para dejar claras sus posturas. Eso sí, los cuatro, a su manera, quieren evitar una sobre exposición de Drizella, o sea, de mí.

     —Ver a ese tío puede hacerle daño —dice Jonay muy serio.

     —Por eso mismo. Y como no podemos contar con el autocontrol de Drizella al verlo, al menos que juguemos la carta del lugar de encuentro —contesta Ágata.

     —Pero seguís sin asegurar que ella se pueda resistir.—El miedo habla de nuevo por él.

    —Santi sabe que solo tiene que hacerla enfadar para que el cielo se rompa sobre nuestras cabezas. Pero no cuenta con que en la iglesia Drizella es una mujer más, común y corriente, incapaz de conjurar nada.—Belatrix ha tenido que verlo en su bola si habla con tanto aplomo.

     Odio haberle contado a Santi todo aquel día que me dijo que me quería. De poder retroceder en el tiempo maldigo  que no solo cerraría mi boca, y las piernas, sino que treinta y cinco años antes él no hubiera ni nacido.

     —Deberíais ir con ella —propone Jonay ya desesperado.

     —Eso solo la pondrá en peligro. —Y Casandra ya no bromea.

     —¿Qué me hará Santi? —mi pregunta se convierte en un lamento. Jonay coge de nuevo mi mano. 

     Porque si mi hermana mayor ha tenido una visión donde no ejerzo control con él y Belatrix insiste en meterme en la iglesia a como dé lugar es que algo muy malo me espera. Siempre fui débil con él, siempre me manipuló en lo que yo creí que era amor.

     —¡Bueno, basta ya! —grita Rayco para hacerse entender. No parece tener bastante con el grito, se ha puesto de pie de un salto sin necesidad de apoyarse en nada—. Nadie pondrá en peligro a Drizella, Jonay, tranquilízate. Y mucho menos nadie quemará a Drizella, Casandra. —Su barrido visual cruza la mesa, a mi derecha—. Nadie mejor que Drizella para saber dónde ver a ese hombre, Belatrix, ella decidirá. —Y de nuevo mira a Ágata, a la que ya no puede dejar de mirar embobado—. Y Ágata, cariño, a veces yo también cuestiono la sotana negra y el alzacuello del cura, no podemos ningunear a Drizella por eso. —Mira a su amigo y ahora se dirige a él… ¡espera, ¿ha llamado cariño a mi hermana?!—.  Sin ofender, Ángel, pero es que estamos a veinticinco grados en la isla,  debes de estar asfixiado.

     Lo que no consiguiera antes Don Ángel con su guiño de ojo, lo hace Rayco con el suyo, ahora. 

     Activa en mí una visión. 

     Y no es catastrófica en el futuro como puede ocurrirle a Ágata,  ni siquiera esperanzadora como las de Belatrix. Y mucho menos te alerta del peligro como las que tiene Casandra.

    Mi visión es diferente, por lo pronto es del pasado, y es la primera vez que la tengo.

     Crecer siendo la pequeña de cuatro brujas  tiene sus inconvenientes, y más cuando mamá y la abuela no pudieron contarme a tiempo el desarrollo de mis poderes, como está ocurriendo en las últimas horas. Siempre confié en la palabra de Ágata en cuanto a que yo podía manipular el tiempo, en la de Belatrix cuando me decía que tenía una gran intuición con las personas, y por supuesto nunca dudé de la de Casandra,  que me dejaba hacer el texto de los conjuros por mi alto coeficiente intelectual.

     Pues bien, todo esto que pensé que era mi naturaleza de nada me sirvió cuando conocí a Santi hace años. Está demostrado que con él tuve una intuición de pena, y que en cuanto mis emociones se alteran por lo que aprendí de él, no controlo una mierda del clima. Se salvan solo los conjuros que ya forman parte de nuestro libro familiar.

    Pero nadie me habló nunca de que tendría Recuerdos periféricos. 

     Es molesto, tenerlo no solo se centra  en el propio recuerdo en sí, sino que te deja ver alrededor de él sin que puedas obviar nada. Y el que estoy teniendo ahora es de lo más ridículo. Rayco paseando por el parque del Retiro, en Madrid, sin utilizar una puñetera silla de ruedas y de la mano de mi hermana Ágata, justo unos minutos antes de conocerlo. 

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