13. Se avecina tormenta.
Nada, que me parece a mí que Jonay y yo no estamos destinados a estar juntos. Cuando no son mis cualidades mágicas, son los recuerdos de Faina o de Santi los causantes de nuestro respectivo rechazo, con el consiguiente temor que ambos tenemos por lo que pueda sentir todavía el otro por su anterior pareja.
Pero lo que nunca pensé que nos pudiera pasar, controlados ya esos recuerdos que nos lastiman, es que una tercera persona, ajena a nosotros, hiciera tambalear el intercambio de nuestra relación. ¡Y yo todavía no le digo que soy bruja!
—Hay millones de hombres en el mundo, millones que pueden adaptarse a tus exigencias y caer rendidos a tus pies, ¿y tú vas y te fijas en el único que puede traernos problemas a nosotras, y que para más señas es amigo de Jonay? Dime que lo has hecho para joderme, Cas, porque de otra manera no lo entiendo
Ágata interviene entre nosotras.
—Tranquila, Driz, eso no es algo que nosotras podamos escoger, y Casandra no es la excepción.
—Pues claro que no lo soy, gilipollas, ¿o acaso tú hubieras puesto tus ojos en un escéptico?, ¿en tu tío incapaz de darse cuenta de lo que eres? —me dice Casandra en su defensa, cosa que me lastima. Por desgracia sé de sobra cómo es Jonay—, yo no lo sabía cuando lo vi. ¡Ese hombre no llevaba nada que pudiera darme una pista!
—¡Te lo avisé!, ¡te dije que te mantuvieras alejada de Airam! —Yo también levanto la voz.
—¡No sabía que era el surfista cañón!
—Chicas, calmaros —nos pide Belatrix.
—¡No! —gritamos las dos a la vez y eso hace que ella se lleve un susto. Casandra es la primera que toma la palabra—. ¡Y si piensas que tú estás jodida, imagínate yo que lo he olido! —me dice a mí.
—Oh, leches. —Belatrix, tan prudente como siempre, no se excede en su insulto—. Eso no es bueno, Cas.
Mi cuñado, que nos conoce bien y entiende que estamos atravesando una crisis familiar por culpa de nuestra naturaleza, besa a Belatrix antes de dejarnos a solas. Lo que yo pueda estar sintiendo al saber que Airam es la próxima pareja de Casandra no será comparable a su propio dolor, ¿cómo intercambias energía con un hombre así, sin desatar la ira de toda una comunidad milenaria? El debate estará servido en prensa, televisión y redes sociales, todos acabarán por odiar a Casandra, no será como quemarla viva en el siglo XVII, pero se le parecerá mucho.
—Claro que no es bueno, Bel, por eso tengo ganas de llorar —dice dejándose abrazar por ella—, será imposible acercarme a él.
—Pero, cariño, tú nunca lloras. —Ágata se une a ellas para que Casandra encuentre alivio, porque para decir que quiere llorar, ya es preocupante.
En esa maraña de brazos fraternales falto yo, y como todavía no está comprobado que la futura relación de Casandra y Airam vaya a estropear el inicio de la mía con Jonay, corro a estrujar a mi hermana entre los míos.
—Saldrás de esta, Cas —le digo apelando a su valor—. Quizás haya algo en tu libro que te pueda servir con Airam.
Casandra se ríe con maldad dando por hecho que ha pensado en eso ya, yo me preocupo de nuevo.
—No lo puedes embrujar. Nada de ridículos públicos, de acudir a las aves, insectos o roedores que te hagan el trabajo sucio con él. Y por supuesto, nada de jugar con sus aparatos tecnológicos.
Las tres se ríen a carcajadas al recordar lo mal que lo pasó Santi al inicio de nuestra ruptura para poder dormir, y todo por culpa de los conjuros de Casandra, los que incluían alarmas y llamadas inexistentes en su móvil, de madrugada, la extraña programación de apagado de su lavadora, microondas y televisión cuando los estaba utilizando y el continuo reseteo, cada cinco minutos, de su ordenador del trabajo que le impedía cumplir con sus objetivos de ventas.
—El Guano se merecía perder el sueño a cambio de tus lágrimas.
Me uno a las risas de ellas.
—Vale, eso te lo acepto. Pero Airam todavía no hace tanto mérito —le digo sonriendo mientras le guiño un ojo.
—¿Me estás diciendo que no podré lastimar a ese hombre?
—¡Sí! —grito al unísono con nuestras hermanas mayores que ejercen de conciencia.
—Quizás debas tomarlo con calma —propongo al ver a Airam todavía desorientado—, el pobre estará tan confundido como tú. ¿Por qué no hablas con él?
—Ya claro, y luego provoco el peor desastre que esta gente haya visto en su vida, ¿no? Driz, por satanás, ¡que todavía huelo a él! —dice señalando su cuerpo, cuando esa misma gente de la que habla ríe, e incluso baila, ajena a su dilema "hormonal".
—Lo que te vaya a ocurrir con él no puedes saberlo si te escondes tras un conjuro de humillación —cuestiona Belatrix con una mirada inocente.
Aquí me pierdo con ella. Será la más cándida y romántica de todas nosotras, pero no lo puede ser tanto, está claro que Casandra lo tiene bien jodido con Airam.
Cuando el silencio nos envuelve, es Belatrix precisamente quien me golpea con el codo en las costillas, es muy poco sutil, pero sí efectivo. Veo los ojos rojos de Casandra y lo entiendo.
—¿Qué es lo peor que te puede pasar, Cas? —le pregunto para motivarla. Me aparto de ella para mirarla a los ojos, cruzada de brazos.—. Arderás ya en el infierno, para ti no supondrá un problema.
Ágata se pone a mi lado y me imita dispuesta a zanjar el tema.
—Puede que Belatrix y Drizella, estén en lo cierto, Cas, tú eres de las que piensa que la opinión contraria de los demás solo te hace desearlo con más ganas, ¿por qué ahora sería distinto? Él también tiene algo que decir, no pierdes nada por conocerlo.
—Pero ¡no serán cientos, sino millones de opiniones en contra, Ágata! —dice levantando su brazos para enfatizar lo asustada que está.
Belatrix se sitúa junto a Ágata y hace lo mismo que nosotras, pero en contra de su habitual vocabulario conciliador nos sorprende con una orden.
—Ve a verlo ya, y si te resulta repulsiva, denigrante o incluso enfermiza vuestra unión, después de eso, yo misma te rocío de gasolina y prendo la cerilla.
Ella solo necesita pensarlo unos segundos.
—Sois una malditas brujas —dice al fin riendo y dando el paso hacia nosotras que la esperamos de nuevo con los brazos abiertos.
Caminamos juntas hacia el puesto de Airam, al que parece que nadie, de repente, quiere acercarse. Vaya, ¡cuánta hipocresía!, su colaboración benéfica no debería haberse visto afectada, serán muchos batidos de plátanos sin vender, sin obtener recaudación para esa misma comunidad necesitada que lo ajusticia.
—¿Qué ha pasado? —me pregunta Jonay llegando a nosotras.
Mis hermanas mayores se alejan con Rayco y mi cuñado, mientras que Casandra se arrodilla delante de Airam para ver cómo se encuentra. Esa sonrisa que le echa él me da escalofríos.
—Un asunto familiar —contesto a Jonay, apartando los ojos de ellos—. ¿Y ahí qué ha pasado? —Señalo el puesto vacío de Airam mientras todos se divierten en sus respectivas hogueras. Ahora mismo estoy muy enfadada, ese hombre necesita apoyo, no que lo lapiden públicamente.
—Bueno, después de lo que ha estado haciendo Airam, no es de extrañar.
—¿El qué?, ¿la doble moral de esta gente? —pregunto sorprendida, ¿es que de no ser su amigo él mismo haría como todos?, ¿despreciarlo?
—Tienes que admitir que su actitud no ha sido lo que se dice apropiada.
—¿Qué?, ¿nadie sabía qué le ocurría, para hacer eso, pero se atreven a injuriarlo?
—La gente puede tener su criterio, ¿no te parece?
—¿Criterio o creencias, Jonay?
—¿Acaso son diferentes?
—Pues mira en tu caso parece que no, porque no me está quedando muy claro lo que dices, ¿de verdad tú crees que la actitud de todos estos es la correcta y que Airam debe ser juzgado por bailar desnudo?
—Los tiene que ver a diario, muchos de ellos lo consideran un líder y…
—Pero bien que ninguno se acercó a detenerlo mientras se reían de él. Ya lo veo claro, es mejor seguir al rebaño cuando se trata de mantener limpia la imagen propia.
—¿Estamos discutiendo por Airam, la gente o la Iglesia, Drizella? Porque parece que hay algo más que quieras decirme.
—Pues mira, no lo sé, quizás quiera discutir por la diversidad de nuestras opiniones, de nuestras creencias en sí. De que nunca pensaremos igual y que nunca podré ser yo misma contigo.
Y porque la culpa de lo ocurrido con Airam la tuvo Casandra en realidad y me asusta que lo averigüe. Y porque ha habido magia de por medio y sé lo que eso le espanta. Y porque dudo que esto acabe aquí con tantas diferencias como hay entre ambos. Jamás dejaríamos de discutir.
—Tenemos que hablar. Ya —le digo agarrando su mano y tirando de él hacia la orilla.
Me será imposible encontar la intimidad que tuvimos al inicio de la noche, pero me vale con que no estemos rodeados de tanto ruido. Y de hermanas cotillas, que aunque no lo crean puedo oírlas decirse la una a las otras que: pobrecita de mí.
—Ya he aguantado bastante —confieso harta de tener que ocultarme.
No es que vaya a ponerme a danzar alrededor de una hoguera y conjurar contra todos estos hipócritas, pero quiero poder hablar sin temor a que me quemen cuando se desprestigia a la magia, la verdad.
Jonay me sigue sin decir una palabra, seguro que está deseando saber de mi arrebato de locura.
La noche no es cerrada del todo, pero la luna en su fase creciente nos permite huir de la luz de las fogatas.
—Drizella, ¿qué pasa?, ¿te sientes bien?
—No, y es de eso de lo que quiero hablarte precisamente. —Él, frente a mí, me presta atención más preocupado de lo que pensé—. Verás, Jonay, nunca he sido una mujer convencional, ya lo has podido notar este mes.
—Sí —dice al menos sonriendo esta vez.
—Pues eso no es producto exclusivo de mi personalidad arrolladora. No tiene nada que ver con que me guste vestir de morado, sin importarme el qué dirán, o que hable de manera extravagante y con un vocabulario que no todos puedan entender.
—¿Tiene que ver con vuestra educación tal vez? Porque tus hermanas tampoco son, que digamos, muy…
—¿Normales?
—Comunes. No quieras que diga algo que pueda hacernos enfadar luego, porque presiento que sigues empeñada en pelear.
—Está bien, lo entiendo, y quizás ese presentimiento no sea más que una realidad tuya.
—Pues que bien que lo entiendes, ¿me lo explicas a mí?, porque ando confundido, cuando hasta hace media hora escasa bien poco que íbamos a discutir tú y yo. —Su sarcasmo me lastima.
—Sé que lo piensas desde hace días.
—¿El qué? Tendrás que ser más clara, Drizella, he pensado muchas cosas.
No quiero hacer caso a sus ataques, entiendo así que se está defendiendo.
—Que no quieras creer en la brujería no evita que ese pensamiento haya cruzado alguna vez por tu mente desde que me conoces.
—Eso es absurdo. —Jonay retrocede un paso, es como quisiera dar muchos más hacia atrás, o ya puestos, dejarme aquí sola. Pero no lo hace porque me mira como si le importase algo mi bienestar.
Respiro hondo, sé que dispongo de la seguridad de Hécate, del poder de Circe y de la valentía de Medea. No estoy sola.
—El ingreso de Naira en el equipo de fútbol, Jonay —le digo para que recuerde mi hechizo, aquel que se tomó a broma, como todo lo que oye de mí—, o cada tormenta de esta semana coincidiendo con mis desmayos.
—Tú lo has dicho, coincidencia. —Se encoge de hombros.
—El baile del propio Airam —insisto de nuevo.
—No. —Y con ese NO tan categórico Jonay entra en duelo ante lo que podría ser una nueva pérdida en las relaciones, la mía en concreto.
Jonay niega con la cabeza una y otra vez. Pero eso no es suficiente para que la lástima alcance sus ojos.
—Lo más esclarecedor fue nuestra conversación sobre Faina, la magia o aquella falsa curandera que os engañó. Ahí sí que ya no dudabas tanto de mi naturaleza, ¿verdad?
—¡La magia no existe, joder!, ¡no es más que una mentira para gente desahuciada de esperanza, como un día lo fue Faina o lo fui yo! —Y ahora se adentra de lleno en nuestra ruptura. Segundo nivel de duelo: la ira.
No sé si quiero continuar hablando, porque a cada cosa que diga tengo la certeza de que Jonay me responderá sin filtros, lastimándome a conciencia para prevenir su propio daño.
—Soy una…
—No lo digas, por favor.
—Pero es que soy una…
—Tal vez todo sea por la educación que habéis recibido tú y tus hermanas, solo eso.
—Ojalá pueda decirte que es tan solo producto de una fantasía.
—Si tan convencida estás, Drizella, yo puedo hacer ese esfuerzo por ti, creeré en la magia, tomaré tus brebajes y hasta recitaré con rimas todo lo que tú me pidas.
—Entonces no serías altruista —le digo rechazando su negociación.
—¿Y qué hay de tu sacrificio?, porque no veo que esto sea mutuo, ¿solo yo tengo que transigir? Podrías hacer tú el esfuerzo y ponerte en mi lugar para rechazar todas esas patrañas, ¿no?
Jonay cada vez está más cerca de aceptar que no soy la mujer de su vida.
—Yo no podré cambiar nunca lo que soy, y a ti te costará aceptarlo.
—Es increíble que me esté pasando de nuevo, que no tenga opción frente a la puta magia, ¿te das cuenta de lo que me pides? Es con los tuyos o sin ti, en ningún momento he oido contigo.
—Eso no es cierto.
—Pues es como me haces sentir, entre la magia y tu abandono.
—Eres egoísta.
—¿Yo?, ¿el egoísta soy yo que intento llegar a término medio?
—No he querido decirlo de esa manera.
—¡Ah, no! Mira por donde así me puedes demostrar lo que sabes hacer —dice riendo con hipocresía. No ha sido consciente, pero ha dado un nuevo paso hacia atrás que lo aleja cada vez más de mí.
—No sé qué quieres decir.
—Retrocede en el tiempo y dilo para que suene menos agresivo.
—Jonay, yo no puedo…
—Haces magia, ¿no?, te resultará fácil con tus conjuros.
—Ya veo que sigues riéndote de mí.
—O mejor aún —dice sin oírme—, retrocede hasta el día que dejaste la península, quizás te valga la pena no venir hasta aquí y conocer al capullo egoísta de Jonay.
Ya no necesita fingir, se gira para caminar en la dirección contraria y dejarme sola.
Sí, es un capullo vanidoso incapaz de creer en nada que no sea su propio ombligo, además de un auténtico inconsciente por desafiarme respecto a mi poder. El cielo estaba despejado de nubes hasta hace un momento, pero Jonay no ha hecho más que decir tonterías y han ido apareciendo.
—¡Jonay, te recomiendo que te pongas a resguardo, porque sí hay algo que puedo hacer y me sale muy bien!
Sé que me ha oído aunque continúe caminando como si no lo hubiera hecho.
Me permito un par de segundos de control. Tomo aire mientras la suave brisa de la noche que golpea mi rostro da paso a la ventolera que se levanta inesperadamente. Más fuerte, menos tranquila.
La ráfaga de viento es tan violenta que termina por apagar parte de las docenas de hogueras y antorchas que hay desperdigadas por la playa, provocando a su paso dunas de arena que se elevan hasta la altura de una persona.
Esto ya no forma parte del plan divertido de nadie, la noche se acaba de estropear para más de uno que ya corre, grita y se asusta, evitando que esa arena lo sepulte.
Mi dolor continúa. Y para que las nubes colisionen necesito concentración. Cierro los ojos porque ya soy capaz de oír la descarga eléctrica que anticipa al rayo.
—¡Driz, detente, joder! —grita Casandra cuando llega a la orilla donde yo estoy.
Ella lucha por mantener el equilibrio que el viento se empeña en arrebatarle y se cubre los ojos para que no le entre la arena en ellos.
No le bastará con eso, el agua del mar está a punto de tomar posesión de lo que antes estaba seco en forma de ola de más de un metro. Los gritos de la gente no se deben a las risas de diversión ya.
—No sigas, por favor, Driz —me suplica Belatrix, quien se deja consolar por mi cuñado en su llanto, creo que lo hace por mí, no porque tenga los ojos llenos de arena.
Lo siento por ellos.
Las primeras gotas de lluvia ya nos mojan y yo elevo la cara para impregnarme de ellas.
—Cariño, déjalo ya, hay mucha gente desorganizada, muchos niños asustados. —Ágata frente a mí quiere que la mire cuando zarandea mis hombros, es la única que se atreve a tocarme sin temor a morir electrocutada, su visión se lo habrá permitido.
¿Niños?
—¡Ya ha empezado, Ágata no podré detener la tormenta! —me hago oír a través de los truenos y del revuelo de la gente corriendo y gritando. Mío es el desastre, yo lo tengo que rectificar—. Llévate a Rayco y a los chicos. Casandra, por favor, ayuda a Airam a evacuar la playa, y tú, Bel…
—Dame tus manos, Driz —me dice sin escucharme.
—No servirá de nada, Bel, vete tú también —le digo para que se vaya con Casandra y mi cuñado que ya corren hacia la gente para dirigirlos a la salida de los aparcamientos, la visibilidad, entre la arena y la lluvia, es nula.
—Dame tus manos, Drizella, por favor, no me hagas enfadar —acaba diciendo. Porque ella no maldice, no insulta, ni siquiera es capaz de ordenar sin pedirlo con educación. Sonrío al verla tan bonita con ese pelo corto chorreando y pegado a su cara, y es que ella me sonríe también —. ¡Entrégame la oscuridad de tu aura, Driz, puedo darle luz!
Nuestras manos se encuentran a medio camino de nuestros cuerpos, sé que ha sentido la corriente eléctrica que ha frito sus huesos por cómo me las aprieta, pero mi hermana Belatrix es tan valiente que mantiene mis manos sujetas entre las suyas así le duelan a ella.
Las dos temblamos.
—Viento en calma, tu mente relajará. Lluvia que amaina, tu dolor disminuirá para que el mar se lleve tu llanto. Sonríe, Drizella, y las tinieblas de esta noche desaparecerán.
Le hago caso, intento tranquilizarme. Y para conseguirlo pienso en Jonay, en sus besos y sonrisas y no en el dolor que me ha provocado su rechazo. Irónico, ¿verdad?
Por último, la energía de mi hermana es mi auténtica calma, me llena de paz y consigue arrancarme esa sonrisa que me pedía ella.
El agua del mar parece retroceder en este mismo momento lo suficiente para que ninguna ola más alcance nuestros pies. La lluvia cesa y el cielo se despeja de nubes dejando ver todas las estrellas como era de prever para una noche de verano.
Lo siguiente que noto es el abrazo de mi hermana para felicitarme, por no permitir que mi ira y mi resentimiento, y hasta mi vergüenza, con Jonay, provocaran un desastre del que nadie se recuperaría.
—Necesito terapia, Bel —le digo cuando puedo hablar. Ella sonríe y me besa la mejilla— Mis rupturas no solo entran a la historia del mapa atmosférico del país, sino que son capaces de cambiar el propio mapa físico si me descuido.
Ella se ríe abiertamente.
—La verdad es que podría haber desaparecido la isla, sí.
—Tú dame ánimos así, que ya no tengo que hablar con Casandra para sentirme peor.
—Pero yo quiero hacerlo, estúpida, ¿en qué mierda pensabas? —nos interrumpe Casandra enfadada.
Ambas giramos nuestros rostros para ver a mis otras hermanas, una dispuesta a festejar con nosotras que la isla sigue en su sitio en cualquier mapa que se precie, la otra tras echarme la bronca y darme una colleja, también, porque es la primera que me abraza.
—Lo siento, lo siento mucho —les digo bajo sus miradas de pena.
—No, no te excuses con nosotras. Has podido controlarlo y estamos muy orgullosas de ti por eso, cariño. —Ágata, tan pragmática como siempre, me besa la frente.
—Todo esto es un desastre, chicas, yo misma lo soy con los hombres.
—Pues no parece que lo seas tanto si has podido hacerlo bien en el último instante. —La dulce Belatrix me besa la mejilla.
Miro a Casandra esperando su análisis final, será despiadado, ya lo veo.
—Con alguien he de pagar la frustración del cura, ¿no? Ese bendito Jonás me puede servir —dice cuando repara en nuestros ojos encima de ella.
Nuestras risas son diversas. Desde las sinceras de mis hermanas mayores, hasta la malvada de Casandra, pasando por la tristeza de la mía. Y es que no sé qué voy a hacer cuando vuelva a verlo.
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