XXVI
Querido Ulises:
Me he visto en la necesidad de recurrir, una vez más, al tan nefasto auto desprecio. Razones no tengo, en realidad, como para manifestarlas a modo de listín, solo puedo aclararte que tal cosa surge de mí –en consecuencia– como un impulso ciego.
Podría decirse que tal cosa se veía venir, que la tía Penélope tuvo razón anoche al decir que mi voluntad y la de mi madre tenían tanto en común que no podía permanecer indiferente ante la siniestra posibilidad de...
Quiero dejar constancia escrita, Ulises, de que la cordura no me ha sido arrebatada del todo, que mis pies yacen desnudos sobre la tierra y mi autoestima, aunque herida y sangrante, no es capaz de conferirse a sí misma un final de péndulo.
No quiero que temas como sé que temes. No quiero que imagines lo que sé que has imaginado ya, así como lo ha hecho mi tía Penélope quien, en confesionario, ha desnudado sus preocupaciones entre lágrimas.
Estoy seguro, mi amigo, que quizá mis palabras te han hecho llorar más de una vez. Estoy igualmente seguro que me negarás tal cosa, hasta la muerte, porque te avergüenzas –todavía– en admitir que en ti el sentimentalismo es una cuestión casi incurable, así como lo es en mí este afán por el auto desprecio.
Me he sentido más enfermo de lo habitual. He sentido engrosado el peso del tiempo que transcurre en retroceso mientras los días de abandono se aproximan a una velocidad imperturbable. La tía Penélope se irá muy pronto y yo me quedo arrinconado y sin opciones.
Jasón es el único nombre que queda. Jasón es la única respuesta plausible que se ha establecido como un hito imperturbable en mi camino, que abandona su forma mortal y retoma, de nuevo, el poder y la presencia del todo poderoso Zeus.
El cielo resplandece cada tanto en mitad de la noche, Ulises, mientras mis palabras transitan por estas breves líneas.
Afuera llueve, así como llueve en mi interior un torrente sustancial de lágrimas no nacidas: fantasmas líquidos que me acompañan, noche tras noche, mientras la imagen del péndulo humano me arrebata el sueño.
Las preocupaciones de mi tía y el recuerdo vívido del cuerpo de mi madre son las cuestiones que mantienen mi endeble y casi quebrada existencia en un balance inexplicable.
Un dolor, un vacío, una responsabilidad, una carencia, un desempeño menguante, un intento forzoso, un resurgir necesario, pero casi imposible... palabras al azar que me componen, Ulises, y que intento desligar de mí para transformarlas luego, para transformarme en otra cosa, en otro ser, en otro alguien distinto, uno mejor.
"¿Y qué hay de malo contigo, Aquiles?" sería tu pregunta. Y no puedo imaginarte de otra forma, mi amigo, con la preocupación habitando tus miradas y tu voz un tanto quebrada esperando que no lo note, porque te sé que te duele el saberme así.
Tanto hay de mal conmigo que no sé por dónde empezar. Quizá solo se traten de vagas exageraciones mías, así como se trate –tal vez– de esa impulsiva manía mía de pisotearme, de agredirme, de dañarme desde dentro porque no estoy conforme con lo que soy, con lo que represento.
Debería remediarlo.
Me lo has dicho mil veces y mil veces he fracasado en el acto. Mil fueron, también, las veces que estuviste conmigo en busca de tal cosa, porque habías decidido acompañarme en cualquier dirección que tomase y todo por una promesa que no recordé nunca.
Esta noche será la más larga, hasta el momento. Esta noche le confesaré a la sombra las necesidades que tengo con la esperanza de hacer brotar, una vez más, aquellas lágrimas que han decidido no llover jamás.
Aquiles Javier Barboza
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