XXV
Querido Ulises:
En vano he intentado salir de casa después de lo acontecido hace pocas horas. Cada nuevo intento se convierte en otro frenazo ante la puerta de mi habitación, abandonar la idea y dejarme caer sobre la cama.
Las duras palabras que la tía Penélope le propinó a Jasón parecieron no ser lo suficientemente pesadas como para hacerlo comprender que el muchacho de nervios destrozados (así me describió ella) lo que menos necesita es saber de su padre.
En efecto, lo que menos necesito es saber de él. Verle sería como ingerir un veneno que, en cuestión de segundos, acabase con mi vida. Aunque, en cierto modo, mi vida se acabó.
Me siento huérfano de tantas cosas, Ulises, no solo de padres. El abandono de Arquímedes también es un estigma que me jode como no te imaginas. Y te preguntarás ¿cómo es posible tal cosa si nos llevábamos tan mal? Si tuvieras algún hermano lo sabrías.
Es la tercera vez que acabo por presenciar –solo de oídas– una discusión entre la tía Penélope y Jasón. Pero su insistencia y su espíritu de padre abnegado parecen no comprender el tan explícito desprecio que le ofrezco en cada oportunidad, en cada nuevo avance por él propuesto.
Y es que no dejo de pensar que la existencia del péndulo humano es solo y únicamente culpa suya. Que, ciertamente, no pudo haber sido él quien pusiera la cuerda en el cuello de mi tan quebrada Medea, pero algo le dijo, algo tuvo que haber salido a la luz, algo lo suficientemente turbio como para empujarla a cometer la mayor estupidez que existe sobre esta puta tierra.
"No deberías ser tan severo con tu madre" me dirías si estuvieras aquí, pero no puedo evitarlo. La situación es esta: no aguanto más. Nadie podría aguantar más de la cuenta y este asunto empieza a cobrarme más de lo que ya he pagado hasta el momento.
Mis viajes al sueño se han visto del todo desaparecidos. Mi presencia en la Grecia Antigua se ha desvanecido y, con ello, las querellas del glorioso Aquileo han sido devueltas al único y verdadero Aquiles, el de los pies ligeros.
Héctor y Paris reposan, como él, en la historia. Ya se ha dado por finalizada la rivalidad entre los hermanos y este llorón irremediable, así como también los cruces entre Narciso y yo han perdido todo valor, toda importancia.
Se me ha olvidado ya lo que se siente ser un muchacho común y corriente, un jovencito promedio, un estudiante de secundaria que intenta sobresalir de alguna manera, mostrarse auténtico, vivaz, para nada desesperado...
Pero solo se me ha permitido exprimir el desespero hasta el punto máximo de sus consecuencias.
Entonces debo lidiar, para colmo de todas mis desgracias, con la voz de Ganimedes jodiéndome por teléfono, porque al parecer no tiene nada más importante que hacer que restregarme su puta lástima por teléfono también.
"No necesito de tu maldita compasión, Ganimedes. ¡Déjame en paz!"
Lo dije sin siquiera pensarlo, Ulises. Los perdigones salieron a quemarropa sin siquiera haber apuntado. Me valió verga todo, me valió verga él. Y si se sentiría o no mal al respecto, no me interesaba.
Fue entonces que, justo antes de colgar, su voz se filtró por mi canal auditivo y debí enfrentarme, una vez más, a ese tan pesado y sincero "perdóname" que no esperaba volver a escuchar de su parte.
No colgué sin antes venirme abajo en lágrimas, Ulises. Fue cuando comprendí que alejarlo no sería remedio alguno de nada, solo sería otra oportunidad más de obligarme a jugar solitario en la penumbra.
¿Qué naipe debería jugar ahora, mi amigo? ¿Qué consejo me das en adelante? Alúmbrame el camino que deambulo ciego.
Aquiles Javier Barboza
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro