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XXIX

Querido Ulises:

En esta casa existe un único rincón por el que mis ojos no pueden, siquiera, resbalarse. El recelo con el que Jasón resguarda la antigua habitación de Arquimedes no tiene igual, pero poco le ha costado cederle el espacio a Ganimedes.

Estos días su presencia se ha vuelto casi permanente mientras mantengo distancias sólidas entre el mundo real, la escuela y mi habitación. Entonces Ganimedes cumple el papel de guía, de tutor escolar, de ayudante sin paga.

Come, duerme y se baña en los espacios que solía habituar Arquimedes cuando todavía era mi hermano, cuando todavía Medea vivía, cuando Jasón era solo de ella y yo era tan solo un mocoso torpe y consentido.

Madurar, en mí, fue como un acto a medias porque solo ocurrió en una medida física, un tanto la intelectual, pero no dejé de ser un ente sobrecogido por la infinita necesidad de obtener protección ajena.

Arquimedes se volvió un aventurero rapaz. Yo quedé, apenas, asomado tras su sombra porque descuidé -como todo idiota- las oportunidades de ser yo mismo sin temor. No tenía nada que envidiarle a Arquimedes, nada, pero tampoco me sentí tan seguro de ello.

¿Ahora? Ni Arquimedes, ni Medea... Apenas Jasón y un Ganimedes intruso que me empuja hacia una convivencia forzada de la que, poco a poco, empiezo a depender.

Ya pasé por esto en la otra cosa.

Ya pasé por el cambio de estado, por el switch ilógico de postura ante Ganimedes, ante su presencia, ante sus ademanes, ante sus acciones, ante sus atenciones y demás.

Ya pasé por esta prueba que me llevará, tal como aquella vez, directo al fracaso.

Y me cobijaré en él, Ulises, como si se tratase de ti, pero rememorando la figura de aquel Arquimedes que ya no existe más... porque lo que sucede en mí comienza a vacilar entre ideas y recuerdos, entre ansias y recuerdos, entre fracasos y recuerdos.

Extraño a mi hermano.

Extraño a mi madre.

Extraño a mi padre también.

"Aún tienes a tu padre" me dirás. Sé que lo harás. Pero Jasón ya no es mi padre, no lo siento ya de tal forma, no lo quiero de tal manera.

Pretender que la vida sigue, que él puede venir a sanarme las mismas heridas que él me causó a través de Medea para, luego, arrebatármela también... es demasiado... simplemente demasiado.

No puedo.

No quiero.

No debo.

No intento, siquiera, forzar acercamiento alguno entre nosotros. Muy por el contrario: busco enmarcar con tiza límites tangibles entre mi existencia y la suya. Alejarme. Alejarme cada tanto e instalar vallas de púa en el camino para marcar territorio.

Y tras de eso aparece Ganimedes, cual super héroe, y llega hasta mí como si nada, como si todo mi esfuerzo y mi desgaste estableciendo puntos de control fuese, en efecto, un completo y total desperdicio, una pérdida de tiempo invaluable.

He tenido que confrontar sus buenos días, sus buenas tardes, sus buenas noches. He aprendido a reírme de él y con él. Me he visto arrinconado, más de una vez, con esos perdóname que me destrozan alma y corazón.

Su presencia, quizá, se trate de un castigo piadoso. Una jugarreta de la vida que intenta recomponerme por las mala, pero sin ser tan cruel (como si no lo hubiese sido ya lo suficiente). Una maniobra inquisitorial para hacerme abrir los ojos y encarrilarme hacia la vida nueva, tal vez.

¿Qué se te cruza por la mente, Ulises? ¿Qué podrías decirme, amigo mío, respecto a estas últimas y tan agotadoras, tan desagradables experiencias mías? Tal vez podrías ser tú quien me ilumine el camino.

Quizá yazca sembrada en tu opinión aquella partícula de tema que no he podido descifrar respecto al misterio que encarna la insistente disculpa de Ganimedes. Aunque posiblemente ese asunto jamás vea la luz como quisiera, porque esa es también una posibilidad.

Aquiles Javier Barboza.

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