XXIV
Querido Ulises:
Te escribo mientras la consternada mirada del mundo se posa, una vez más, sobre mis hombros.
Se siente cómo la incomodidad brota de ellos, hasta de la profesora, quien hace un intento sobrehumano por no mostrarse fuera de lo usual, pero fracasa como no tienes idea.
Hasta Ganimedes y las brujas lucen sorprendidos por mi presencia en el salón de clases.
Ha intentado, en varias ocasiones, aproximarse hasta mi asiento, pero algo parece impedirle dar siquiera un paso en mi dirección, entonces vuelve a sentarse para, luego, volver su mirada hacia mí con cierta preocupación.
¿Por qué habrían de preocuparse él o cualquiera de estos hipócritas? Estoy bien. Estoy vivo. Permanezco consciente, con la mente un tanto distendida –debo admitir–, pero estoy bien.
Sé que el entierro fue hace pocos días y que debería tomarme un tiempo para mí, solucionar mi nueva situación y, quizá, hasta cambiar por completo mi escenario. Irme lejos, tal vez, a donde sea que se me ocurra... pero ¿cómo?
La tía Penélope no puede encargarse de mí. Dentro de poco (una semana a lo sumo) volverá a habitar su propia vida. Yo, pues, no puedo quedarme y vivir a solas en aquella casa –mi casa– y, al final, mi destino quedará en manos de alguien más –Jasón, lo más probable–.
No quiero recurrir a él, Ulises. Tal parece que es la única opción que me queda, una opción obligatoria. Y debo elegirlo, sí o sí, porque esto de ser todavía un crío es, en cuestión, una maldición detestable.
Estos asuntos legales que conforman el universo adulto no los comprendo en lo más mínimo... y no me interesa comprenderlos en lo absoluto tampoco: solo quiero desaparecer.
La imagen del péndulo insiste en mantenerme despierto por las noches, Ulises, y me ha costado demasiada energía el malabárico sacrificio que he estado realizando entre las pocas horas de sueño, habitar este asiento en la escuela, realizar mis deberes en casa e intentar no perder la cabeza mientras organizo las pertenencias de mi madre en cajas.
No salgo de mi asombro, sin duda. No logro sostener, todavía, alguna especie de hipótesis que me dé, cuando menos, una posible razón para que Medea haya decidido ponerse la capa hechizada y acabar con su vida en vez de hacer entrega, tal cual la tragedia, de dicha maldición sobre la que fracturó nuestra familia.
¡Debía herir a Jasón, no a mí!
¡Debía hacerlo pagar a él, no lo contrario!
Retomo este espacio ya luego del descanso. He saltado la clase solo para darle fin a este comunicado y ponerte al tanto de lo más reciente.
Su actitud me pareció desesperante. Su proximidad, aun cuando creí que me alivianaría la pesadez, solo consiguió agitarla como quien agita una botella de gaseosa: casi estallo.
No fue capaz de dirigirme palabras congruentes ni frases completas. No sabía qué decir, no lograba apuntar sus ojos hacia mí sin apartar ese desagradable destello de piedad que le vestía la mirada. Sentí por él un desprecio indefinible y para nada disimulado.
Le aparté la mano tres veces en su intento de aproximación. No quería que me tocara, no quería que me mirara, siquiera quería escuchar su voz. Nada quería saber de aquel que me miraba de esa manera, de aquel que creí –muy imbécilmente– me alejaría de la pesadilla que había protagonizado.
Creo que ni siquiera tú, Ulises, habrías sido capaz de mirarme de una manera distinta a la suya. Y yo me habría sentido traicionado por ello. Un acto exagerado, tal vez, pero ya ves que no estoy del todo bien... aun cuando he dicho todo lo contrario.
"¿Te gustaría...?" dijo él cortando, de golpe, la oración. Y me quedé pensando en lo que me habría querido decir. Si tan solo lo hubiera dicho, tal vez, no estaría escribiéndote este aditivo, este segundo cuerpo.
"Quizá otro día" fue lo que prefirió decir antes de adelantarse y volver al salón.
No sé qué se siente peor, Ulises, si el desprecio o la compasión. Y pretender desestimar la punzante y compasiva mirada de Ganimedes es pretender ignorar, también, la de otros muchos que me circundan en este momento.
Volver a clases pierde cierto sentido entonces. Pero debo volver, debo recurrir a esta "normalidad" si pretendo recuperarme de toda esta historia, zafarme de ella de por vida, deshacerme de ella para siempre.
Aquiles Javier Barboza
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