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XXII

Querido Ulises:

Es casi poética la manera en la que Ganimedes suele recordarme, cada vez que puede, el increíble parecido que comparte contigo. Y me he visto aterradoramente afectado por ese diminuto asunto.

He empezado a recurrir a él por nimiedades. He optado por hacerme el desentendido cuando su compañía rebasa la privacidad de esta casa y se cuela, con cierta facilidad, en el itinerario de mi vida escolar también.

A pesar de mis intentos por zapatearlo, por sacarlo del camino, por apartarme definitivamente de él, pero la sensación de bienestar ha dejado en claro que, muy por el contrario de lo que el rechazo dictamina, su presencia me es del todo grata.

Debo admitirlo, Ulises: se siente bien. Para variar algo en los siempre grises días que he estado circulando, esto, por desagradable que me parezca, se siente bien. Toda una contradicción conferida, servida, puesta en práctica sin siquiera una discusión previa... cosas de la vida, tal vez... o de Dios.

"Pero sigues ahogándote en un vaso de agua" dirás entonces y yo me echaré a reír porque, sin duda alguna, es cierto.

Y Ganimedes quedará entre los dos, siendo tú sin serlo del todo, porque no alcanzo a vislumbrarlo como otra cosa más que un reemplazo momentáneo, una falsa oportunidad, un placebo barato.

Llámame mezquino, egoísta, mala gente. Llámame como te dé la gana, pero no puedo reaccionar diferente, no logro reaccionar diferente. No alcanzo a desligarme del falso imaginario que fabriqué a su llegada, del significado que le propiné...

¿Ves que he seguido, al pie de la letra, tus indicaciones? ¿Comprendes, mi muy querido amigo, lo tan difícil de la misión que me encomendaste? Porque nada tiene de sencillo el hecho de derrocarme a mí mismo si pretendo sobrevivirme, ponerme de pie y seguir adelante con una no tan normal vida, pero vida, a fin de cuentas.

"Deberías agradecerle" serán tus siguientes palabras, cosa a la que responderé "ni en sueños, hijo de puta" y eso hay que dejarlo bastante en claro.

Pero –al final– tienes razón: debería hacerlo. ¿Por qué me niego a llevarlo a cabo entonces? La respuesta brilla como brilla el sol en plena tarde, mi amigo: soy un cobarde.

Ya me he paseado ante los ojos del mundo con demasiadas verdades al desnudo. Recurrir a un acto aún más vergonzoso, una desnudez privada, sería demasiado para la poca cordura que sostiene, todavía, mi cabeza sobre mis hombros.

No sería capaz de tal cosa, Ulises... mucho menos ante Ganimedes... sobre todo ante Ganimedes.

Ni siquiera contigo, mi único y más cercano amigo, esa cuestión era sencilla. Era como pararse ante un pelotón de fusilamiento y esperar, esperar el chasquido instantáneo en que la chispa se vuelve disparo, el disparo se vuelve sonido y el sonido se vuelve, entonces, eterna oscuridad.

"No tienes por qué temer" pensarás mientras lees estas líneas, y yo lo daré todo por sentado porque eso no es para nada cierto.

El miedo se ha vuelto un alimento, casi. Un elixir que suelo llevarme a la boca para saborear, luego, su eterno amargor. Entonces la figura de Ganimedes surge de ninguna parte, arroja la botella al suelo y, con pausada voz, me dice "ha sido suficiente".

Es ridículo el pensarlo enserio, Ulises, pero ya las cosas se han encaminado hacia una dirección que no puedo cambiar. Y las agujas del reloj no darán marcha atrás, no lo harán, porque ese es un asunto –en todos los sentidos– imposible.

Si tan solo las cosas fuesen tan sencillas como lo fueron en la niñez... quizá y solo quizá... pero eso ya no importa, ya nada importa en realidad.

Aquiles Javier Barboza

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