XVIII
Querido Ulises:
Te escribo estas palabras, no desde mi fría cueva, sino desde el ruidoso y abarrotado salón de clases. Lo logré, pero no preguntes cómo. No preguntes tampoco si seré capaz de repetir mi hazaña el día siguiente y el siguiente a ese.
Supongamos que, por buena fortuna, logro desenfundarme otra jugarreta y, con ello, habitar este pupitre con la normalidad acostumbrada. Escapar de las garras de mi mal, de ese fantasma que viste mis pieles y merodea mi vida como una sombra ajena.
Ni bien crucé la puerta principal, tuve que encarar, una vez más, los buenos días de Ganimedes. Tuve que toparme con Héctor en el pasillo y devolverle, de mala gana, una mirada de desprecio. Tuve que intercambiar miradas combativas con Narciso y aguantarme su voz repitiéndome un "no me falles" como quien cobra una deuda maliciosa.
Un día normal, como quien dice. Una normalidad que no ha sido alterada en lo absoluto, muy a pesar de mi prolongada ausencia. Queda en claro lo poco relevante que puede llegar a ser un alma cuando está donde no interesa ¿no es cierto?
Mientras algunos de los presentes –la mayoría, en realidad– cuchichean cada tanto mientras me miran como a un bicho raro, Ganimedes parece ser el único para quien sigo siendo una persona común y corriente.
Su presencia se ha vuelto tan constante últimamente que mi desagrado hacia él se ha visto bajo una presión más agresiva. Es evidente: no deja de parecerme una molestia, pero al menos sus atenciones –aquí y ahora– no me hacen perder la compostura.
Puede que esté más que acostumbrado al masivo desprecio que suelo recibir –desde que tengo memoria– durante los días de clases... pero esta vez es diferente y no alcanzo a soportarlo siquiera un poco.
No sé cómo explicarlo, Ulises, pero se siente bien. Me refiero a Ganimedes.
No me malinterpretes, no es lo que parece. Tampoco es que pretendo valerme de esto para hacer un intento absurdo por salvarme a mí mismo. No soy tan basura como para aprovecharme de las intenciones de nadie...
Y justo a eso quería llegar, mi amigo: intenciones.
¿Qué intenciones tiene Ganimedes? ¿Qué gana con este jueguito suyo de ser buen samaritano? ¿Cuál es la puta recompensa que obtendrá luego de... lo que sea que intenta lograr?
Desconfiar de todo cuanto se mueve sigue siendo, Ulises, una de mis facultades técnicas más resaltantes. Una debilidad, obviamente... una de tantas otras, monstruosas.
Por si te lo preguntas: en efecto, ignoro la clase para dedicarle mi entero universo a estas líneas, a ti, a mí, a nosotros... o lo que queda de nosotros mientras el panorama sigue recordándome los no-sé-cuántos kilómetros de distancia que nos separan.
Mi presencia ha perturbado, más de lo habitual, el aura que suelen despedir las brujas desde que habitamos el mismo espacio. Sam, Mia y Noe son, entre la multitud que me rodea, las que más suelen voltear a verme.
No debe ser tan divertido para ellas el volver a tenerme entre los presentes. ¿Qué tengo yo que suelo alterarles el orden cósmico a aquellos que solo saben generar caos por placer? Quisiera saberlo.
Quisiera saber, también, por qué de la mirada de las brujas lo que se despide no es el acostumbrado desprecio, el acostumbrado odio, sino algo muy distinto, más humano... algo que me duele por alguna extraña razón.
La lucha cambia de escenario, mi amigo. El conflicto se mueve conmigo a donde sea que me arrastre y es necesario que abra bien los ojos, que deje los miedos y el llanto de lado, que muestre el filo y avance, un paso por vez, si lo que pretendo lograr es mantenerme de pie.
Cubrirme los oídos es necesario, casi crucial, porque el mal se ha tornado sonido, se ha vuelto un mar de susurros que inundan la poca tierra que he alcanzado a conquistar. Y te escribo, Ulises, como buscando de tu parte un empuje, una fuerza, una esperanza ciega que me permita remontar esas olas y surcar las aguas de un mar no tan desconocido.
¿Debería confiar en Ganimedes? ¿Debería darle una oportunidad a ese falso tú? ¿Qué consejo puedes darme al respecto, mi amigo?
Con toda la franqueza del mundo, dime lo que piensas, lo que creas o no conveniente que, por mi parte, prometo no contrariar tus palabras, ninguna de ellas... aunque eso me sea casi imposible.
Te lo agradece eternamente...
Aquiles Javier Barboza
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