XVI
Querido Ulises:
El enemigo se ha transfigurado, ha cambiado de forma, de apariencia, de técnica. El enemigo viste, ahora, como un mago reflectante: lo que veo es mi reflejo, al que veo es a mí mismo al otro lado de la línea del sueño.
Soy mi propio mal, Ulises. Y el mal ha buscado hacerse de la mejor de todas las armas posibles. Su ventaja es evidente: no seré capaz de refrenarme. No seré capaz de contener la fuerza de aquel otro yo que. No lograré sobrevivir, posiblemente, la primera embestida.
No se mueve, no gesticula, no reacciona. Solo está ahí, cual estatua, como a la espera del momento adecuado, a la espera de una equivocación mía, quizá...
Locura, amigo mío. Solo eso ha quedado de mí. Y florece cuando menos consciente estoy de mí mismo o de lo que me rodea, sobre todo cuando la oscuridad de cierne sobre esta casa ni bien se acaba el día.
Me he visto a mí mismo, desde afuera, habitar otros espacios. Mi otro yo ha comenzado a habituarse a esta realidad ajena de sí. Ha comenzado a imitar, a invadir, a ejecutar una primera prueba previo a una posible y definitiva mudanza. Entonces yo desapareceré y él ocupará mi lugar.
¿Acaso se trata de un miedo voraz o de un deseo vibrante por la muerte? ¿Acaso es cuestión de tiempo para que llegue el final de los finales y no podré darme, siquiera, cuenta de ello? ¿Medea se dará cuenta?
Hasta ella, cuando se escurre por las sombras, parece otra persona. No queda casi rastro ya de mi madre, Ulises. Ese algo que la está devorando, pronto acabará con ella y, luego, acabará conmigo casi de inmediato.
El hades espera... la oscuridad espera... el eterno padecimiento espera... y nosotros alucinando desde la línea neutral que separa a los vivos de los muertos, alejándonos cada día de los primeros y abrazando, de a poco, nuestro futuro como los segundos.
Un rostro conocido surgió ayer. Un rostro se atrevió a visitar una vez más esta casa... y no me refiero a Ganimedes –aunque él también apareció–.
El cuatro-ojos insoportable de Narciso y su siempre grisácea presencia volvió a mostrarse ante mí con su siempre tan engreída personalidad.
"Hice un arreglo" dijo, entregándome un papel doblado por la mitad. "Me costó demasiado, así que más te vale me cumplas si no quieres que te cobre por mi esfuerzo".
El muy hijo de puta, después de eso, solo se dio media vuelta y se fue. Ni a Ganimedes le dio tiempo de acompañarlo hasta la puerta. Entonces me quedó claro que el mensaje quería entregarlo por su cuenta, que su intención y su orgullo herido buscan, en desespero, mi atención.
Me toca retomar esa promesa, Ulises, aunque la escuela me sabe a mierda en estos momentos. No me interesa nada de esto, en realidad. No me interesan ni él, ni el proyecto, ni la calificación, ni Ganimedes. No me interesa nada en lo absoluto, nada.
Pero debo hacerlo ¿no es así, amigo mío? Estoy seguro que eso es lo que deseas que haga con tal de que escape de estas cuatro paredes, que vuelva a sentir el calor del sol y el frío de la brisa sobre la piel.
"Es un mundo ancho ajeno el que hay allá afuera, Aquiles, y debes aprender a vivir en él, aprender a valerte por ti mismo, aprender a aceptarte a ti mismo tal cual eres"
Tal cual soy, Ulises: demasiado frágil, demasiado indeciso, demasiado sensible, demasiado incapaz... demasiado inútil, demasiado temeroso, demasiado nadie.
He aprendido a ser todo eso.
He aprendido a lidiar con todo eso.
He aprendido a aceptar que cada nimio detalle en mí carece de mejora alguna, que siempre seré tal cual una piedra en el zapato... que, con el tiempo, te alejarás de mí como –se supone– debiste haberlo hecho hace mucho.
Ahora Ganimedes intenta algo... algo que me hiere demasiado porque me recuerda a ti. Y se trata de un recuerdo demasiado doloroso porque sé que la distancia entre los dos no dejará de ser lo que es hoy día.
Soy la representación de una figura que se fragmenta ante la presencia de un espejo quebrado. Soy muchas piezas sueltas que no logran –nunca– conectarse, que no logran ser un solo cuerpo, que no llega a reflejar un solo rostro.
¿Quién soy, Ulises? ¿Qué soy, además de una pérdida de tiempo y esfuerzo? ¿A dónde iré? ¿Qué será de mí para mañana?
Nada de eso importa...
Nada que corresponda conmigo importa, aunque Ganimedes se me haya adelantado, haya abierto la boca y haya dicho "Eres importante, Aquiles. No estás solo" con ese dulce tono que suele usar solo conmigo.
Es molesto, en verdad... y no lo soporto.
Aquiles Javier Barboza
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