XIX
Querido Ulises:
La tempestad se ha visto acorralada a la vez que he mezclado, sin querer, los asuntos de mi descalabrado imaginario con los sucesos que se desenvuelven en la más latente de todas mis realidades.
Desde tu perspectiva, lo creo así, te habrías divertido mucho viéndome soltar las cuerdas equivocadas contra las bestias correctas. De igual modo, el mal resultante no pudo ser peor, hasta creo que valió la pena la equivocación.
Y todo comenzó con Héctor –para no perder la costumbre–. Pero no había suficiente de Héctor en ese momento, así que asumo que provoqué a Paris sin siquiera darme cuenta... otra de mis tan magistrales debilidades.
No estaba solo. Lo respaldaban, como es costumbre, los hombres de Troya. ¿Yo? Pues, la respuesta es más que evidente, mi amigo... aunque la llegada de Néstor y Diomedes me sacarían de un apuro también evidente.
Eso no quita que haya ocurrido algo serio.
Tus amigos me sacaron a mitad del desastre, mitad en la que, mientras el polvo bailoteaba bajo nuestros pies, Paris y yo nos debatimos una vez más, hombre a hombre: él blandiendo su afeminada apariencia, yo amenazando mi siempre acobardado corazón.
Toda Troya, expectante, sonreía ante el latente resultado de un combate, por largo tiempo, suspendido. Porque se sabía que Aquiles no haría retroceder a Paris, se sabía desde siempre.
Aun así, ni Paris ni Héctor volverían intactos a casa. Yo tampoco lo hice, pero el fuego que encendió en mí me recordó la necesidad del hombre por mantenerse de pie, me recordó el significado de levantarse y pelear.
"El que pega primero, pega dos veces" dicen por ahí. Paris no fue ejemplo de ello.
Golpeó primero el muy hijo de puta, ciertamente. Se afincó demasiado y me dolió precisamente eso, demasiado. Como consecuencia, le pagué el saludo y le dejé el mío como respuesta. Le atiné dos. No tan firmes como el suyo, pero los sintió, me lo dijo con la mirada.
Imagino que se siente como yo al verse con el rostro amoratado ante el espejo: como todo un idiota. O tal vez ya está demasiado acostumbrado a esa imagen, a ese sentimiento, a fin de cuentas, por muy afeminado que se vea, no deja de ser el rey de los abusivos.
¿Tendré siempre esa sensación ante ese tema, ante ese asunto? Creo que sí. Soy incorregible, a fin de cuentas, y no hay manera que puedas contradecirme en lo que digo: me conoces, incluso, mejor que yo mismo.
Volviendo a lo que te decía: me pasé de un nombre a otro. Era como si buscase alterar el ya desequilibrado mundo que me rodeaba. Era como si tratase de hacerme notar ante aquellos seres y declarar, con mi propia voz, que yo podía escucharlos todavía, que no era un fantasma de carne y hueso.
Intercambiar puñetazos con Héctor/Paris fue algo, debo admitir, planificado. Arturo fue, tan solo, un accidente en el momento. Un empuje auspiciado por mi ya trémula estupidez, por la ansiedad y la excitación ganada a causa del encuentro anterior.
Lo saqué de quicio sin demasiado esfuerzo. Me anticipé al desastre por cosa de un accidentado segundo, en el transcurso del otro simplemente opté por "perder el equilibrio" y tropezar al grisáceo con mis manos manchadas de sangre.
El espectáculo fue, en cuestión de milisegundos, semejante al año nuevo chino, pero con cinco o seis veces más fuegos artificiales.
Su rostro enrojecido, su expresión, su intento desenfrenado por borrar aquellas manchas de su siempre blanca vestimenta. Fue un bastardo, lo admito. Me propasé al atacarlo de manera tan personal valiéndome de la más latente de sus debilidades.
Al final del día tuve que confrontarlo, Ulises. Mentí descaradamente ante todos y juré por mi vida (como si valiera algo) que aquello no había sido premeditado. Que había sido solo un trágico accidente.
"No puedo probarlo, Aquiles, pero sé que lo hiciste apropósito" fue lo que me dijo con esa voz suya, tan neutra, serena, gris. Una voz que ha aprendido a utilizar para infundir más miedo del que infunde Héctor con los puños.
"Te lo cobraré caro. A su debido tiempo, evidentemente. Pero esto no te lo perdono ni muerto" fue lo que dijo luego de un prolongado e incómodo silencio mientras miraba a otro lado, porque él nunca te mira a la cara.
Y por fin experimenté, en carne propia, la razón por la que le llaman grisáceo. No pudo ser cosa de mi imaginación, porque ésta ya me ha estado emputando la existencia desde hace rato y sé cómo luce, sé cómo reacciona.
Quisiera poder describir esa sensación, pero prefiero no evocar el malestar. Prefiero, en todo caso, centrarme en Ganimedes, en nuestro proyecto, en saldar mi deuda con él y con el grisáceo, quedar en paz.
Quiero enfocarme en darle una conclusión definitiva a la tan persistente presencia de Ganimedes. Darle por entendido que la puerta permanecerá cerrada y que no necesito ya de su preocupación ni de su ayuda, que ya estoy al día con mis deberes, que puedo continuar yo solo.
Claro está, esto último no es del todo cierto, pero hago el mejor de mis esfuerzos. No pretendo prometerte nada de aquí en adelante, Ulises, mientras termino de emparejar ciertas cuestiones, estabilizar otras y esclarecer otras más.
De momento, intento seguir al pie de la letra las instrucciones que me enviaste, esas por la que –de muy mala gana– estoy agradecido.
¿Qué sería de mí sin ti?
Aquiles Javier Barboza
PD: Medea parece reaccionar un poco mejor también. Tal vez nuestro mal está conectado de alguna manera inexplicable. Mi esfuerzo, quizá, sea bueno para ella también. Al menos espero que así sea.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro