XIV
Querido Ulises:
Pasé gran parte de la mañana de pie, como un idiota, ante el espejo y no pude... no logré nunca re-establecer mis máscaras... ninguna. Solo pude vislumbrar la cara que todos han estado admirando, quién sabe desde cuándo, y tampoco pude encontrarme a mí mismo detrás de ella.
Soy como un extraño, Ulises, habitando mi propia piel. Y en mis ojos solo pude toparme con agonía, vacío y desesperación.
La patética imagen que me otorgó el espejo fue, en resumen, insoportable... y muy a pesar de ello no lograba apartarme de aquel desconocido... no lograba darme la espalda de una manera nada figurativa.
Mi voz interior sigue en silencio. La consciencia me ha abandonado a mi suerte mientras busco la manera de sobrevivir a este tan agobiante páramo emocional en el que me encuentro. Si tan solo fuera capaz de... tan siquiera una única vez, Ulises...
Pero sin ti aquí eso es virtualmente imposible. Sin ti conmigo, las fuerzas que me quedan sirven apenas para sostener este cuerpo en pie y caminar, casi, como un autómata sin mente, sin alma.
De a poco he empezado a abandonar mis ideas, las buenas, las no tan buenas y las peores. El fatalismo se ha desentramado de a poco y la poca tela que queda, sin duda alguna, sostiene a duras penas la cordura que me permite escribirte cuando tengo fuerzas.
"No vales la pena, Barboza. No así" dijo Paris en nuestro último y más reciente encuentro.
¿A qué se debió tal reacción de su parte? Intenté algo estúpido, solo eso... un algo que no surgió de la mente, que no surgió de la rabia ni del estremecimiento bestial que suele agitarse en mí cuando pretendo alejarme de mí mismo... y esta vez logré alejarme, pero no lo suficiente.
Todavía puedo escuchar ese 'no vales la pena' tan claramente, como si me lo dijera justo aquí, al oído, sin pensárselo demasiado.
Lo intenté, Ulises... y ni eso pude hacer bien. No pude siquiera provocar al bravucón de dos caras. Mis intenciones no fueron suficientes para él, mis palabras no fueron suficientes tampoco.
Al final terminé arrinconándome en mi habitación al volver a casa y llorar como un niño desvalido.
Terminé volcándome sobre el sueño, imitando a Medea, y no volví a retomar la conciencia hasta el día siguiente. No fui a clases y, simplemente, me quedé ahí, ante el espejo buscando hacer tiempo a la espera de la noche.
Mi vida empieza a salirse de control.
Mi tiempo empieza a medirse bajo preceptos nuevos y todo gracias a esta ansiedad absurda que ha empezado a hacer estragos conmigo y mis pocas ganas de permanecer despierto.
Pero tampoco he podido dormir, así que, el mundo de los sueños al que hago referencia no es más una fantasía borrosa esbozada desde las sombras, con los ojos abiertos y la mente a punto de colapsar.
El broche de oro se lo llevó, sin duda, Ganimedes al protagonizar –a media tarde– una llamada telefónica... cosa que no me esperaba en lo más mínimo.
Reconocer una preocupación genuina en su tono, por medio de la bocina, fue lo que me hizo cuestionar a sobremanera las razones de las razones mismas, porque ya nada tiene sentido para mí a estas alturas.
¿Cómo es que aquel al que desprecio sin disimulo puede ser el único, de mi presente, que es capaz de mostrar empatía hacia este patético remedo de...?
Tanto ha sido el llanto, Ulises, que siento me he quedado ya sin lágrimas. Y no, mi amigo, no puedo prometerte no faltar a clases también mañana.
Aquiles Javier Barboza
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