XI
Querido Ulises:
He sobrevivido a otro día extraño. Mientras intento depurar toda la información que se me ha venido acumulando con el correr de estos tan complejos días, busco analizar, paso a paso, los eventos ocurridos más recientemente.
La conciencia quiso, en cierto modo, darse una ligera vacación. Mi voz interior se ha volcado sobre un mutismo perenne y me temo, amigo mío, que quizá se quede ahí sembrada por un largo tiempo.
Me he quedado a solas en tantos sentidos.
Me he de sentir a solas muy a pesar de los disfraces, muy a pesar de las escasas manos que surgen por entre la neblina y buscan, de algún modo, atraer mi atención y sacarme del agujero en el que he caído.
Hasta Héctor, valiéndose del rostro de Paris, ha hecho algo a mi favor.
"Empiezan a notarlo, Barboza" me dijo en el descanso sin siquiera mirarme. Su voz... su intención... la vergüenza floreciéndole entre las manos, porque suele moverlas demasiado cuando intenta ser amable, cuando busca no mostrarse preocupado.
"La mierda no dura para siempre, tú tranquilo". Esas fueron sus palabras antes de alejarse de mí como evitando que nos viesen juntos, como buscando zafarse de esas emociones que le son del todo incómodas, esas que considera asunto de nenitas.
El mal de Héctor se enternece con el silencio de mis lamentos y no sé si seguir o no llamándolo mal. De ahora en adelante, quizá, me la pase cuestionando hasta la más mínima de sus acciones, el más mínimo de sus gestos.
Supongo que tiene experiencia con el tema, que quizá le estoy haciendo recordar algo doloroso o que, simplemente, no ha olvidado nada en lo absoluto.
Si no hubiese vivido lo que vivió, si no hubiese padecido de aquel egoísmo ajeno, si no hubiese tenido que experimentar aquel tan infame abandono... ¿habría sido un muchacho diferente? ¿Habría sido por completo opuesto al Héctor que conocemos?
Tomándolo como ejemplo, la pregunta sería entonces: ¿qué sucederá conmigo? ¿Qué será del yo que se ha visto en constante degradación? ¿Seré como él o, quizá, más monstruoso?
Divaguemos, Ulises. Divaguemos y pongamos sobre la mesa algunas de las probables que, por muy fantasiosas que sean, por muy trágicas o agobiantes, podrían o no transfigurarme a futuro.
Divaguemos, por favor. Pensemos en las preguntas o recreemos las posibles respuestas que estas tendrían partiendo de un evento u otro. Busquemos liberar la falsa realidad que yace, sofocante, en el interior de mis pensamientos para, así, liberarme a mí también.
Es momento de darle nombre y rostro a mis temores. El día que se cierne sobre nosotros no es otra cosa más que un espejismo intermitente y Aquiles, mi yo verdadero, desea liberarse de la tormentosa prisión en la que ha sido arrinconado por tanto tiempo.
A pesar de la distancia, mi amigo, ¿te atreverás a formar parte de esta nueva y agónica desventura que pretendo dirigir? ¿Me cederás, una vez más, tu voluntad como arma secreta?
No me malinterpretes, no pretendo –ni pretenderé nunca– obligarte a hacer algo que no quieras... Conozco los límites de mi muy egoísta existencia...
Te manda un abrazo, tu mejor amigo.
Aquiles Javier Barboza
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