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Querido Ulises:
He tardado demasiado en retomar la pluma. No he sentido gana alguna de preservar mi pesimismo entre líneas y convertirte, una vez más, en la víctima de mis patéticos lloriqueos de niño desvalido.
Lo siento mucho si te hice sentir un poco desplazado con mi repentino silencio, pero tenía que poner ciertas cosas en orden, debía ponerme el cinturón, secarme las lágrimas y volver a la normalidad, aunque tal cosa ya ni sé qué significa.
Por si te lo preguntas, no, todavía no he cambiado de piso. Todavía no he dejado atrás a Medea –y pretendo no hacerlo–, pero eso, al final, no será decisión mía.
Sam no me ha dejado ningún recado para ti –como era de esperarse–, a menos que le hayas dejado tu dirección para que te escribiera, cosa que, seguramente, hiciste. No tendría que sorprenderme por ello: así has sido, eres y serás siempre, sin duda.
Mia, ayer, me dijo que te mandara saludos de su parte. Eso fue una sorpresa tardía. Siempre pensé que, de las brujas, te habías enamorado de la equivocada, cosa totalmente inexplicable, si lo vemos desde mi posición.
Es decir, te entiendo: Sam, muy a pesar de su tan terrorífica y apisonadora personalidad, llama mucho la atención, es bastante atractiva y cuando baila... bueh...
Pero, no te perdono que, enserio, Mariana Isabel Alcántara (o sea, Mia) haya sido para ti tan invisible. Ella, precisamente ella, de las tres brujas, es la única que parece tener emociones y un corazón en el pecho. Aparte de la manera tan dulce y musical que tiene de hablar, es decir... no puede ser...
Pero no importa. Tú todavía, al sol de hoy, me recriminas lo de Helena así que: ¿quién soy yo para quejarme de nada? ¿Con qué moral vengo yo a decirte ciego idiota, si es más que obvio que, de los dos, el verdadero ciego, el indiscutible idiota, soy yo?
Y no, no pienses siquiera en que sea yo quien le dé una oportunidad. No es lo que busco. Tampoco es lo que necesito. Ya lo dije una vez, y creí que lo habíamos dejado en claro porque lo conversamos por días: nada de amores...
Mia no necesita a un muchacho llorón. Yo no necesito convertirme en la carga de alguien más, no mientras siga sintiéndome una carga para mí mismo. No sería justo para alguien como ella, por muy bruja que sea. Una bruja dulce ¿quién iba a imaginarlo?
Dejando esto de lado, hoy no he visto a Ganimedes. No es que desee verlo, tampoco es que me preocupe, es solo que su ausencia de hoy me ha sacado de planificación.
Se fijó la fecha de entrega de un proyecto importante y habíamos quedado en empezar lo antes posible, en plantearnos algo que nadie más haya pensado, algo que pueda deslumbrar a la profesora y llevarnos, con ello, la nota más alta.
Sí, queremos superar a Narciso. Y digo queremos porque, por alguna razón que desconozco, Ganimedes también siente cierto desagrado por él. Por un muy breve instante dejó de parecerme fastidioso, como si se hubiese distanciado de ese significado que le di.
"Pero es que esas son imaginaciones tuyas, Aquiles". Sé que pensarás justo eso, que lo verás siempre de esa manera: una invención mía, una fantasía, una ilusión, una manera de querer explicar algo que me hiere y tener la oportunidad de aplacarlo, de atacarlo, de deshacerme de ello...
Los dos tenemos razón, Ulises. Tú y yo tenemos razón en lo que decimos: es una puta excusa, solo eso. La culpa es de Jasón que hirió a Medea. La culpa es de Medea que me salpicó con su dolencia. La culpa es mía también, por lo que sea que se me pueda culpar, sobre todo por ser un llorón.
Espero tu respuesta, con toda la sinceridad con la que puedas decirme lo que necesites decirme al respecto...
Aquiles Javier Barboza
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