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VII

Querido Ulises:

A modo de compasiva tortura, escuché tus tan dulcemente tiernas súplicas, tomé entre manos la nota que me enviaste adjunta y me lancé a ciegas a cumplir esa misión que, como tu mejor amigo, no pude rechazar.

Casi pierdo la cabeza, debo aclarar, y no lo digo de manera figurativa. Recuerda que estamos hablando de Silvia (¿o es Sam?). La verdad nunca me acostumbré a llamarle con ese otro nombre, ese que a ti te hace suspirar como tarado.

Dejando de lado mis lloriqueos: misión cumplida. No te puedo asegurar para nada una respuesta de su parte. Siempre ha sido tan indiferente respecto a tus sentimientos y, ahora que no estás, creo que podrás comprenderlo de una buena vez.

Lo que sí puedo confirmar es lo mucho que punzan sus ojos cuando se posan sobre mí. Su actitud y su aura se tornan tan espinosas, tan sofocantemente agresivas, tan... así, tal cual es ella... y tú todavía babeándote por ella... ¡Tarugo idiota!

Algo peculiar ocurrió al momento de llevar a cabo esta misión suicida y, sí, efectivamente Ulises, tiene que ver con Ganimedes.

"Te estas obsesionando" escribiste en tu carta, a lo que yo respondo: NO ES ASÍ. Aun así, esas palabras resuenan en mi cabeza con tu voz y ese inimitable tono tuyo con el que solías decirme las cosas entre enojado, preocupado y burlesco, todo a la vez.

"¿Me empujarás de una o solo me verás tambalear en el borde?" te pregunté una vez cuando, en medio de una discusión, intentaste hacerme comprender que Héctor (o tal vez Paris) no me había arrebatado a Helena, que Helena no había cambiado a Paris (o tal vez a Héctor) por mí, que todo aquello había sido apenas un maldito juego para ella...

Me azuzaste hasta el cansancio mientras yo, por otra parte, había empezado –muy ciega y tozudamente– una muy patética versión de La Ilíada... la versión de Aquiles Barboza... la triste versión de un muchachito que no se percató nunca, por cuenta propia, lo muy poco que valía de verdad su corazón para los demás...

Y lo entendí finalmente, gracias a tu insistencia... aunque todavía me repitas que eso no era lo que querías decir, que malinterpreté todo el asunto, así como me malinterpretaron a mí, el Aquiles para nada heroico, el patético remedo de súper llorón.

Y ahora me hace llorar un muchacho que, extrañamente, cambió su actitud para conmigo –la poca que se le permite, porque lo evito a más no poder– pues no volvió a sonreírme por un rato.

Pude notar su ausencia, Ulises...

Pude notar la distancia que él dibujó más de lo que él, en su puta vida, podría notar la que intento mantener entre nosotros.

¿Por qué carajo pude notarlo, Ulises? ¿Cómo putas puede ser eso siquiera posible, si estoy más que extenuado con el esfuerzo titánico con el que intento, día con día, evitar por completo su presencia?

Entre eso y el insistente acto silencioso que ha decidido protagonizar Medea, siento que perderé un día de estos la compostura... siento que me perderé a mí mismo en el traslado del tiempo compartido porque, tal parece, a Zeus le pareció buena idea pasar tiempo juntos de vez en cuando.

No sé cuál de estas tres cruces (o clavos, tal vez) me tortura más. Y tú tan lejos, mi querido Ulises, seguramente deseando estar aquí solo para darme un muy bien merecido puñetazo... así como aquel que, muy fatídicamente, me dejó un ojo morado por días.

¿Cuántas veces te agradecí por ese ojo morado? ¿Cuántas veces me pediste emparejarlo (hijo de puta)? ¿Cuántas veces te regañó Medea porque un mejor amigo no hace eso?

¡Te necesito!

Aquiles Javier Barboza

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