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VI

Querido Ulises:

Volví a meter las narices donde no debía. Mi curiosidad y esta necesidad latente que tengo de demostrar que no todo lo que digo, por muy loco que suene, está fuera de lugar, me han llevado a echarle un vistazo mucho más detallado a ese lugar que llamamos escuela.

El escenario no es tan ajeno, hasta cierto punto, y me veo en le tarea de vestirme, como nunca he hecho antes, con mi propio nombre.

Ser, aunque sea por un instante, aquel legendario Aquiles heroico, hombre de astucia, fuerza y proezas increíbles. Un hombre que está por encima de los hombres, en muchos aspectos, pero que no ha dejador, por ello, de ser tal cosa.

Y yo que suelo sentirme muy por debajo de mi propio status, Ulises. Que suelo deambular la vida con la mirada gacha y los nervios siempre altisonantes, porque muy difícilmente me encuentro en calma y siempre procuro estar a la defensiva.

Tuve un ligero tropiezo con Héctor y no fue lo que debía. Esperaba un poco de su infamia, un poco de su bajeza... esperaba un poco de la tan acostumbrada dualidad que en él suele suscitarse antes de encender la mecha previa al desastre...

Nada.

Mi estado de alerta se quedó como burlado. Mis nervios se hicieron una sola pregunta y yo constituí mil luego intentando descifrar la tan particular expresión que dibujó en su rostro en ese mismo momento.

No me jodas, Barboza, que no estoy de humor –fue lo único que dijo dándome, apenas, un empujón para sacarme del camino.

Fue extraño. Su tacto sobre mi cuerpo fue extraño. La manera en que se apartó de mí también fue muy extraña.

Podría llegar a decirse algo tan incongruente como que Héctor no es Héctor, aunque lleve su rostro, pues pareciera ser otra persona muy distinta y no él mismo. Claro está, tal cosa es un absurdo y no estamos en una película de ciencia ficción...

Pero estamos en Grecia, el antiguo gran imperio. Y yo llevo una espada en mi mano, un escudo en la otra, un casco sobre mi cabeza y la armadura propia de los soldados imperiales.

El enemigo fue tan solo una ilusión y Néstor y Diomedes me lo hacen saber, consternados, como yo, por la actitud evasiva de aquel Héctor que no es Héctor.

Y las casualidades hacen de las suyas, una vez más, porque Néstor y Diomedes no son, en efecto, una mención a los personajes históricos... son tus amigos, Ulises, del otro curso.

Néstor Montiel y Diomedes García. Desde que te fuiste han hecho un intento por ser más cercanos conmigo, han intentado socorrerme de estas sensaciones vacías que, en cierto modo, tú y solo tú conoces y soportas de mí...

Sé que, a diferencia de la figura heroica, en mí no existen atributos que podamos resaltar. No soy valiente, tampoco soy leal, no suelo ser un individuo de corazón honesto, así como tampoco suelo hacer nada por los demás.

No me parezco en nada a mi nombre y lo que significa. Soy, tan solo, un llorón consentido que no sabe enfrentarse al mundo que lo rodea, que no sabe contenerse y guardarse para sí mismo las cosas que lo aquejan, las cosas que lo hacen sentirse inseguro respecto a todo...

Entonces Ganimedes... no sé cómo ni por qué pensó, creyó, que sería buena idea hacer un trato con Narciso, convencer al profesorado y convertirme, sin siquiera decírmelo, en su compañero de trabajo permanente.

Y no, Ulises, ella no ha preguntado por ti. Al menos no a mí. Sabes que me odia lo suficiente como para tal cosa... y tampoco me pidas que le dirija la palabra, te lo suplico.

Aquiles Javier Barboza

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