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V

Querido Ulises:

No había caído en cuenta de algo tan... porque a veces me sorprendo a mí mismo con lo increíblemente distraído que puedo llegar a ser.

Me saldré un poco de tema, por cosa de mala costumbre, porque estoy seguro que tú, muy a pesar de ser tan perspicaz, tampoco habías caído en cuenta de lo que estoy a punto de aclarar.

En cierto modo, Ulises, con la llegada de Ganimedes a mi lecho estudiantil, he empezado a volcarme un poco más en los detalles, en las minucias, en las particularidades... todo esto para darle a mi vida el nombre de Ilíada.

¿Acaso no te das cuenta? ¿Acaso no recuerdas cómo fue que tú y yo nos conocimos? El origen verdadero de la guerra sin cuartel que me tiene montada Héctor luego de aquel tropiezo suyo con mi exnovia Helena Durán. ¿Acaso no te suena familiar?

La casualidad y los nombres. La pequeña semejanza, con ciertos cambios en la historia –evidentemente– pero Ilíada al fin... y tú estuviste ahí durante mi arrebato, durante mi cólera: "La cólera de Aquiles".

Te preguntarás entonces ¿qué carajo tiene que ver Ganimedes con toda esta locución mía, con toda esta fantasía helénica mía? La respuesta está en Troya.

Ganimedes fue un muy hermoso príncipe troyano. Mientras pasaba su tiempo de exilio en el monte Ida, en Frigia, Zeus lo vio y se enamoró de él casi instantáneamente. Fue entonces cuando se transformó en águila y lo raptó.

Lo llevó consigo hasta el Olimpo donde lo hizo su amante (sí, Ulises, su amante). Hera, la esposa de Zeus, a diferencia de todos los demás dioses, trató a Ganimedes con sumo desprecio (y no puedo culparla).

Otro día en la vida de Hera llevando cuernos por parte del Todo Poderoso.

Comienzo a comprender ligeramente, más allá de lo que creí comprender en un principio, ese punto frágil que me dista, pero me aproxima –más de lo que quisiera– a Ganimedes... y se trata, simplemente, de un asunto de significados.

En perspectiva Zeus sería mi padre, Hera sería mi madre y Ganimedes, solo por significado, sería una representación indirecta que me recuerda, día con día, la humillación y la traición que padeció mi madre por parte de mi padre.

Debería soltar el asunto, dejarlo atrás porque ya pasó... pero me cuesta hacerlo viendo que hay cosas sembradas en mi cabeza que tienen un significado demasiado próximo, demasiado rebuscado como para darme cuenta siquiera de tal o cual cosa.

Entonces miro a mi alrededor y todo cuando alcanzo a ver se convierte en otra cosa, todo a causa de significados.

Primero estás tú, mi mejor amigo, que llevas contigo el nombre de Ulises. Y debo admitir que tu parecido con el personaje es, por lo menos, el más acertado, muy a diferencia de tu servidor.

Luego aparece Héctor quien, en su tan característica dualidad, cumple el papel de ambos hermanos (Héctor y Paris). Quizá sea por ello que me cuesta tanto –demasiado– lidiar con él, lidiar con su siempre agresiva actitud y aceptar, también, que él tuvo razón desde un principio.

Arturo es el inicio de la incongruencia. No tiene nada que ver con las referencias literarias de las que he venido haciendo mención hasta el momento, pero él, sin duda, representa una figura que no puedo evitar hacer mención: Narciso.

Luego está Ganimedes. Con él mis problemas empiezan y terminan. Estoy seguro que me obsesionaré con el dilema, que me pondré una maldita venda sobre los ojos y correré tras él en un intento por acabar con lo que nos conecta, conexión que dirás que no existe en realidad...

Pero ahí está. De algún modo existe, así como existen él y su presencia, así como existo yo con mis visualizaciones en pasado y mi siempre insistente manera de llevar las cosas, arrastrarlas de un extremo a otro hasta saberme satisfecho...

Pero, ¿satisfecho de qué, Ulises? ¿Satisfecho para qué? Si lo único que me ronda, desde tu partida, es la necesidad de algo que no reconozco en mí dese hace mucho, algo cuyo nombre he olvidado, así como la sensación propia que me embriaga desde entonces.

Y luego está Zeus que me recuerda, con sus llamadas, la vasta diferencia que hay entre el mundo de los dioses y el de nosotros los mortales. Que sus problemas deberían ser solo suyos y los nuestros solo nuestros, pero nos salpican, de igual modo, con sus asuntos.

Perdona si ignoré por completo tu pronunciamiento. Trataré, te lo prometo, de darle una respuesta, aunque sea breve. Lamento ser tan egoísta...

Aquiles Javier Barboza

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