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IV

Querido Ulises:

Podría, en esta y en cualquier otra vida, dedicarle todo el tiempo del mundo al simple y muy divertido acto de llevarte la contraria, sobre todo cuando, de hecho, tengo la certeza de un algo que debería ser –o hacerse– según lo llevo entre ceja y ceja.

Pensar, pensar, pensar... ese ha sido el más recurrente de los deportes que he estado practicando. Una manera un tanto patética, quizá, de enajenarme un poco del todo que me circunda, incluyendo a Medea, incluyéndote a ti también (aunque ya no estás por estos rumbos).

Me he pasado ciertas noches sumido en pensamientos que abarcan horas y horas de aquel tumultuoso universo que prolifera al borde del sueño... porque no es del todo sueño y tampoco es consciencia.

Ese limbo que habito suele situarse –en el plano real– en el marco de las nueve y tanto de la noche. Una hora laxa que se extiende, en aquel otro plano, por días enteros y que, al separarme de lo astral, no han sido más que unos pocos minutos de este lado de la cerca.

Una veintena si acaso. A veces, a duras penas, llegan a diez. Esas veces el pesimismo se acopla a mi cuerpo de una manera casi simbiótica, como si se tratase de una entidad secular que se aprovecha de mi estado de fragilidad...

Me siento enfermo, Ulises. Se trata de una enfermedad que no está en mi cuerpo, sino más en lo profundo. Siento que se encuentra oculta en una de las habitaciones secretas de mi tan insignificante alma.

¿Te has sentido insignificante alguna vez, Ulises? ¿Te has sentido, de alguna manera, insulso, insuficiente, culpable de un algo que no tiene ni forma ni nombre en tu consciente?

Porque sigo sintiéndome culpable de tu partida, como si de alguna forma yo hubiese causado en tu padre su repentino cambio de parecer. Quizá, incluso, fue así porque no supe mantener la boca cerrada la última vez que nos vimos, amigo mío... y todavía sigo sin pedirte perdón por ello.

Quizá tienes razón en una cosa respecto a mi actitud en contra de Ganimedes. Quizá y tendrás razón, también, al respecto de ciertas otras cosas que, de a poco, irán saliendo a flote mientras convierto estas cartas en una especie de confesionario.

¿Seré capaz de sobreponerme a este lo que sea que me ha estado emputando en exceso la mente? ¿Seré capaz, Ulises, de siquiera responderle a mi padre el teléfono sin sentir cómo en la lengua me pican aquel circo de palabras que sé no debería conferirle?

Perdonarle no está siquiera a discusión.

Perdonar a mamá es, en parte, una manera de escapar de sus demonios, esos que me rondan ahora como si fuesen míos. No es más que un efecto splash ocasionado, tal vez, por su tan equívoca manera de confrontar la verdad verdadera que representa el sujeto que la engañó con otra: es una mierda.

Mi padre es una mierda.

Mi madre actuó como una mierda.

Ganimedes me parece, por sobre todas las cosas habidas y por haber en esta tierra, una muy jodida mierda.

Y yo soy la peor mierda de todas ellas, para colmo de todos los colmos. Ser consciente de ello mientras debes actuar como si nada, mientras vistes un disfraz muy bien diseñado y una máscara en extremo creíble, mientras actúas como si nada te afectase en realidad a la vez que te ves arrinconado como una rata: eso es una mierda.

Así que, si con esto todavía no alcanzo a responderte, Ulises, pues me adelanto al hecho devenido de cualquier otra pregunta que me hagas al respecto y te diré, sin tapujos, que no tengo más palabras con las que pueda, siquiera, esbozar alguna otra respuesta.

Mientras, permíteme perderme, una vez más, en medio de aquel limbo que no es ni sueño ni realidad... quizá solo sea LOCURA.

Aquiles Javier Barboza

PD: Gracias por escuchar mis lloriqueos.

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