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III

Querido Ulises:

Los asuntos de la escuela, esos que parecen llamar tu atención, no son del todo gran cosa. Aunque sé que te alegrará saber que, muy a pesar de mi reciente pésima actitud y mi muy descarriado estado de ánimo, no he descuidado para nada mis deberes.

No puedo darme ese lujo si pretendo, al igual que tú, buscar ocupar un puesto entre el ínfimo círculo de "afortunados" que suelen ganarse una beca para estudiar en el exterior.

¡Europa, amigo mío, sigue siendo mi sueño! El antiguo continente sigue manteniéndome la cabeza lo suficientemente fría como para no perder, demasiado, los estribos a causa de asuntos humanos.

Arquímedes se ha recordado de ti y te envía saludos, cosa que me parece muy curiosa partiendo, sobre todo, del muy sabido hecho de lo mal que le caes. ¿Podrías aclararme, por favor, esta extrañeza suya? ¿Acaso me perdí de algo importante que no quisiste compartir conmigo antes?

La Sra. Massiel Troconis, la profesora, se ha alegrado mucho al enterarse –no sé cómo– de nuestra reciente actividad, de nuestro intercambio de palabras, de nuestro intento por no perder más de lo debido. También te ha mandado saludos.

Espero y todavía recuerdes lo muy histriónica que puede llegar a ser. Tener esa "charla" con ella fue, en cuestión, un asunto en extremo vergonzoso. No sabía si estaba hablando para mí, conmigo, o si lo estaba haciendo para todo el mundo...

En fin. Todo va bien en la escuela, respecto a lo que importa. Respeto a lo que no debería importar un carajo, pues, no está lo relativamente bien que debería estar.

Lo normal se mantiene normal: Arturo "el grisáceo" y yo seguimos con un cese al fuego mientras insisten en asignarnos como pareja de trabajo (¡ya no lo soporto ni un segundo más!); Héctor Sánchez ha optado por dejarme en paz pues, al parecer, algo le mantiene demasiado ocupado como para torturarme (las otras víctimas piensan igual que yo); Silvia Alonso Marcano sigue odiándome con todas sus fuerzas (y yo a ella, obviamente, pero al carajo).

Las cosas nuevas: Mariana Isabel Alcántara y Nuria Orozco Estévez ahora están en mi curso. Las Tres Malditas juntas en el mismo agujero, compartiendo mi mismo aire, es un asunto que vale la pena apreciar, pero del que es mejor no formar parte (te envidio por lo segundo).

No fuiste el único en irse. Norberto Farías y Agustina Delgado también nos dejaron. Quizá fue la oportunidad que apremió el infame suceso que reunió a las tres brujas en mi mismo burdel... quizá simplemente estoy exagerando.

Por último, y para responder la pregunta que dejaste para el final en tu carta, el molesto suceso de la llegada del tal Ganimedes.

Si hay algo de verdad que entorna mi nombre y mi persona es que, simplemente, no le caigo bien a nadie. A ti, si acaso, y todavía dudo un poco al respecto de ello. No te lo tomes a mal, por favor, pero ya sabes cómo soy.

Volviendo a lo que importa, volviendo con el susodicho, su nombre es Ganimedes Antonio Bastidas Argudelo.

Aquí es cuando preguntarás todo lo que intentaré responder en un desesperado intento por aclarar los sinsentidos que alimentan este, por llamarlo de alguna manera, impulso de odio (¿...?) que se gesta en mí a causa de... no sé...

En cierto modo me recuerda a ti (y creo que eso es lo que más me disgusta suyo). Es demasiado correcto, demasiado educado, demasiado asertivo, demasiado calmado, demasiado atento...

Demasiado de las tantas cosas que representa son, en ti, una virtud natural... pero en él me parecen tan desagradablemente molestas, tan infinitamente fastidiosas, tan angustiosamente insoportables.

Muchos lo han dicho, a modo de broma debo aclarar, pero es una broma que me disgusta demasiado porque me duele demasiado y es imposible que no me sienta afectado por ella o por lo que representa.

"Es el reemplazo de Ulises, sin duda"

"Es una versión mejorada"

"Es incluso mejor que el original"

Nadie podría reemplazarte jamás, Ulises. Y que aquellos cabeza-hueca siquiera lo digan en modo de broma hace resaltar algo que te dije incontables veces: ninguno de ellos vale lo que tú.

Quizá comprendas, esta vez, desde la distancia, que todo el trabajo que hiciste para defenderlos, para ayudarlos, para estar ahí siempre fue, como tantas veces pensé, un total y completo desperdicio.

Ahora con Ganimedes tienen otro cuello del cual aferrarse y, estoy totalmente seguro, el muy pendejo hará las mismas pendejadas que solo tú podías hacer por gusto propio, por educación, por bondad.

¡Lo detesto, Ulises! No puedo evitarlo ¡Lo detesto demasiado!

¡A él y su tan perfecta manera de mostrarse ante los demás cuando habla, cuando opina, cuando argumenta, cuando expone o cuando hace cualquier cosa común y corriente!

Detesto, sobre todo, cuando se me queda mirando en las mañanas, al llegar. Y no deja de mirarme hasta que me tiene lo suficientemente cerca, hasta que deja florecer una radiante sonrisa y suelta, de lo más tranquilo, un "buenos días" muy formal.

¡Me provoca mentarle un...!

Dime que no estoy exagerando, Ulises. Hazme el favor de ahorrarte, te lo suplico, el llamarme idiota –que ya puedo preverlo– y dime: ¿acaso estoy exagerando?

Tu mejor amigo.

Aquiles Javier Barboza

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