Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9: Maldita caprichosa

Mi primera clase de equitación no empezó tan bien como esperaba.

—Vamos, Blair, no es para tanto —le exigí por millonésima vez a esa chica.

—¡No pienso subirme! No puedes obligarme.

Solté un taco por lo bajo. Esa pelinegra estaba sacándome de mis casillas. Ni siquiera había empezado la clase como tal y ya estaba perdiendo la paciencia.

—No montes un drama. Cleo es muy buena yegua.

—Tú lo que quieres es que haga el ridículo delante de mis compañeras.

—Ya estás haciendo el ridículo. Deja de comportarte como una niña, que ya tienes diecisiete años, tía.

Blair me fulminó con la mirada y yo le mantuve el gesto, imperturbable. No iba a dejar que esa chica exasperante me amargara la existencia.

El resto del grupo observaba la escena en silencio. Eran un total de seis, sin contar a Blair. Tenían entre nueve y doce años y la más pequeña observaba a la adolescente con mala cara, como si el que me retara y desobedeciera constantemente fuera incomprensible. Cada una de ellas estaba montada en su caballo —sí, SU. Eran principiantes y no se habían subido a uno en su vida, pero ya tenían la suerte de ser las propietarias de un caballo de raza—.

Intenté no perder los papeles. Blair solo quería verme reaccionar. Veía en sus ojos cómo se regodeaba al comprobar que estaba a punto de tirar la toalla. En su boca había una mueca divertida, burlesca. Resoplé. Nunca antes había tenido a una alumna tan desquiciante.

Jugué mi última carta.

—¿Vas a subirte o dejarás que Jessica te vea fracasar?

Los rasgos delicados de Blair se descompusieron durante tan solo unos segundos, lo que duraba el aleteo de una mariposa o el relincho cansado de Cleo, que ya empezaba a impacientarse.

—Esa idiota no va a poder conmigo —masculló mientras ponía el pie izquierdo en el estribo. Se impulsó colocando las manos en la silla de montar negra y, en un parpadeo, por fin se había subido. Estuve a punto de ponerme a bailar.

Le acaricié el morro a Cleopatra antes de ponerme en modo profesora.

—Bien, clase, como hoy es el primer día, ¿qué os parece si veo el nivel que tenéis?

Blair chasqueó la lengua.

—Son niñas, no idiotas. Deja de hablar en ese tono.

Puse los ojos en blanco, pero decidí ignorarla.

—Quiero que hoy Kimmy sea la líder de la tanda. La seguirán Abby, Hope, Gabriella, Zoey y Melody. Blair, cierras el cotarro. Empezaremos yendo al paso.

Una vez que todas estuvieron colocadas en el orden que les había pedido, les fui preguntando una a una las nociones más básicas de la hípica. Me alegró descubrir que todas ya traían aprendizaje de casa.

—Vamos a empezar con el trote levantado. Tenemos que acompañar a nuestros amigos en cada subida y tener mucho cuidado al volver a sentarnos en la silla. No quiero que os dejéis caer como un saco de patatas. Puede ser muy molesto para los pobres animales.

La primera hora de la tarde se pasó en un suspiro y, pronto, les había dado un pequeño descanso. El grupo iba al paso mientras les acariciaban el lomo a los bichillos... todas salvo Blair. Ella estaba más ocupada observándome. Me atraganté con el agua.

Tenía una mirada cristalina, de un azul zafiro vibrante. La tía tenía una actitud hermética, de tipa dura. Había visto cómo mis compañeros y los alumnos de cursos inferiores la observaban con miedo, como si con solo chascar los dedos pudiera ocasionar un terremoto. Supongo que muchos la temían por ser la hija del director, por ostentar ese poder.

No sé.

Pero lo único que tenía bien claro era que no le caía bien nadie. Bueno, Axel sí, lo que era todo un milagro. Él era un chico súper agradable, divertido y de muy buena onda. Me pregunté cómo es que habían acabado siendo amigos, si eran tan diferentes.

Fui la primera en romper el contacto visual y, por el rabillo del ojo, vi cómo se regodeaba en silencio.

Hice un movimiento con las manos.

—Bien, chicas, vamos a trotar sentadas. Quiero que os agarréis a la silla con los muslos para quedaros pegadas lo máximo posible a la montura. Recordad que las puntas de los pies tienen que mirar al cielo dentro del estribo.

Pasé los siguientes minutos corrigiendo posturas y analizando cada una de ellas.

—Blair, pon la espalda más recta. Tienes que ponerte chula encima de Cleo para que ella no te toree.

La vi curvar los labios en una sonrisa pilla, dos hoyuelos preciosos formados en la mejilla. Llevaba el pelo recogido en una trenza, coronada por un casco de color negro.

—¿Quieres que sea una chula? Jo, Lena, no sabía que te iban esas cosas.

Me llevé las manos a la nariz y tomé una gran bocanada de aire para calmarme. No iba a caer en su estúpido juego.

—Venga, chicas, ya lo tenéis dominado —dije, en cambio, con un tono más alegre.

Pese a que el grupo de la experimentados aún seguía en pista grande, había un par de ellos apoyados contra la valla de madera de la nuestra, un círculo de arena cerrado. Reconocí en el centro a Jessica. Esa vez no vi a su grupito del terror; había un chico con ella. Iban tomados de la mano, ella muy pegada a él. Las hebras cobrizas se movían al ritmo del viento y sus ojos, oscuros como el carbón, me erizaron el vello de los brazos.

Jacob Colton.

Mi mayor rival en la pista y a quien vencí en mi última competición antes del accidente.

Mascullé por lo bajo una maldición. No estaba de humor para aguantar a ese engreído.

Cuando la clase llegó a su final y cuando creía que podría evitarlo, escuché su voz irritante de pijo estirado justo a mi espalda, mientras ayudaba a una de las niñas más pequeñas a bajar.

—Oh, pero si es Lena Morgan. ¿Qué hace una inminencia como tú aquí? —se burló con un tono de voz despectivo.

Jessica se le sumó.

—Así que ya decía yo que tu cara me sonaba de algo. Jo, si hemos competido juntas y todo.

—Yo ya no compito —me limité a decir con la mandíbula tensa.

—Joder, después de la tremenda hostia que te diste...

Me volví como un resorte.

—¡Cállate!

Vale, puede que hubiese sido demasiado brusca, pero en mi defensa tengo que decir que quería dejar el pasado atrás. Quería volver a empezar —aunque tía Adele se lo hubiera tomado a su manera y me hubiera mandado al quinto pino— e intentar volver a enamorarme de la equitación. Todavía no me atrevía a montar, no cuando con un parpadeo podía revivir los gritos, las punzadas en la pierna, sus relinchos de dolor...

Era la asesina de Relámpago.

Por inercia, la pierna derecha me empezó a temblar y tuve que agarrarme a lo primero que encontré para no caerme al suelo, con tan mala suerte de ser Blair el pilar que me sostenía. Me había agarrado de su brazo.

—Tía, ya sé que estoy cañón, pero tampoco es para que te tires a mis brazos.

Me separé de ella en cuanto hube recuperado el control de mi cuerpo, tan solo unos segundos después. Sentí al instante la ausencia de su calor, aunque estuviéramos a casi treinta grados.

Jacob carraspeó y me devolvió al mundo real, ese en el que mi peor enemigo me había visto flaquear. Débil.

La Lena ganadora del pasado se había quedado atrás y la versión actual era tan solo su sombra.

—Vaya, Blair, no se te da nada mal. ¿Qué se siente al ser la más vieja de todo el grupo?

—¿Qué se siente al ser el más imbécil de la escuela, Jackie? —se mofó la otra.

Me alegraba de que a Blair tampoco le cayera bien ese tío. Era insufrible, igual de molesto que un grano en el culo. Siempre se había creído el rey del gallinero por tener la pasta que tenía y nunca había aceptado que alguien del montón como yo lo pisoteara en cada competición. Me gustó descubrir que, al menos, ambas teníamos algo en común.

Jessica, aún colgada de su brazo, negó con la cabeza.

—Blair, Blair, Blair. Querida, si sigues siendo así de maleducada, nunca encontrarás a alguien que te aguante.

—No necesito ser una repipi como tú. Quien quiera estar conmigo tendrá que aceptar quien soy en realidad. ¿No te cansas de ser tan perfectamente falsa, Jess?

—Siempre tan amable.

La pelinegra le tiró un beso.

Seguí a Blair y a Cleo por el caminito hacia el patio y, allí, ayudé a cada una de mis alumnas con el cuidado de los caballos pos entrenamiento. Para mí esa parte era de mis favoritas desde pequeña. Me encantaba mimarlos y premiarlos con una chuche deliciosa tras una sesión intensa, más con estos calores. En los días más bochornosos duchaba a Relámpago —o él me duchaba a mí, ya que en la mayoría de las ocasiones terminaba calada debido a su carácter juguetón— y después me pasaba horas y horas pasándole el cepillo hasta que quedaba impoluto.

Desde que él se había ido no había vuelto a ser capaz de encariñarme con ningún otro caballo. No podía. Él era irremplazable.

Vislumbré a Blair y a Cleo al otro lado del patio. Estaba como a medio kilómetro de ella de brazos cruzados mientras la yegua la observaba, atada ya con la brida. Me acerqué a ellas. Me tomé la valentía de tomar prestado un cepillo de la caja de Blair.

—La idea es que tras las clases refuerces el vínculo con ella. Es muy importante que te lleves bien con Cleopatra para que después podáis trabajar codo con codo en la pista.

—Ya, bueno, yo no quiero estar aquí, así que no importa.

Dejé de cepillar al animalillo para observarla.

—Entonces, ¿por qué eres su propietaria?

No tenía ningún sentido, joder.

Blair avanzó unos pasos, estiró una mano y empezó a acariciarle el morro casi de manera inconsciente, con la mirada en un punto lejano.

Cleo era de mi madre. A ella le encantaba estar aquí y fue una de las razones principales por las que mi padre decidió crear la academia de hípica.

—¿Cómo es ella? No la he visto aún.

Los labios de ella se curvaron en una sonrisa triste, los ojos teñidos de un cielo lleno de nubes que avecinaban tormentas. Nunca antes la había visto así. Tan vulnerable. Tan triste.

—Mi madre se murió hace unos años. Tenía cáncer.

—Ah.

—Mi padre le regaló a Cleo cuando yo era una niña, fue la última yegua a la que se subió antes de que... muriera. No he sido capaz de volver aquí desde entonces. Este era su santuario. Yo no estoy hecha para estos bichos.

—¿Cómo que no? He visto tu lección, Blair. No ha estado mal para una novata.

Por primera vez en todo el rato que llevábamos juntas, centró la mirada en mí, tan pura como los mismísimos diamantes. Un amago de sonrisa se instaló en esa boquita encantadora.

—Mi madre me enseñó a montar cuando era una cría. Me gustaba, porque era un rato que era solo nuestro. Cleo aún era demasiado grande para mí, así que Lia nos dejó usar a uno de sus ponis.

Me incliné hacia ella, llena de curiosidad. Blair me atraía como un imán, pero su actitud rebelde me intrigaba mucho más.

—¿Qué pasó? ¿Por qué lo dejaste?

—No me apasionaba. Me gusta, pero como el chocolate, las pelis de miedo y un buen helado del puesto de Blue. No me veo viviendo veinticuatro horas al día y siete días a la semana dedicándome a ello.

Me balanceé de una pierna a la otra. Sin quererlo, había definido a la perfección lo que la hípica significaba para mí. Amaba competir, estar en la pista y dejarme la piel en ella, sentir la adrenalina en las venas con cada salto y obstáculo. Ojalá el incidente no se hubiera dado; ojalá pudiera dejarlo atrás, en el pasado. Ojalá pudiera avanzar y no sentirme asfixiada ante la idea de volver a montarme en un caballo.

Blair resopló.

—En fin, ¿cómo iba esto del cepillado? Solo me acuerdo de que había un cepillo para quitarle la mierda del barro.

Así, nos sumimos en una conversación distendida sobre el manejo de cada utensilio, pero en mi cabeza no pude dejar de darle vueltas a una cosa: que, sin quererlo, Blair me había mostrado una parte de sí misma que me había fascinado.

Y yo no sabía si me gustaba la idea.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro