Capítulo 7: Aliados
Estudiar en un internado lleno de niños ricos nunca había estado dentro de mis planes, pero, tal y como me decía siempre Tía Adele, no hay nada mejor que un plan improvisado.
El primer día de clases fue un poco caótico.
De entrada, cuando el despertador sonó con todas sus fuerzas a las siete de la mañana, me caí de culo contra el suelo. Blair, al otro lado, levantó la cabeza tan solo unos segundos de la almohada.
—¿Puedes dejar de hacer tanto ruido, tía? Aún es muy pronto.
Pero no lo era, al menos no para mí. Cogí una toalla limpia y me encerré en el baño para darme una buena ducha para despejarme. Una vez bajo el chorro, me repetí una y otra vez que todo iría bien.
Desayuné sola en el gran comedor mientras notaba las miraditas indiscretas del trío calavera: Jessica y sus dos amiguitas. El sábado la cabecilla no me quitó el ojo de encima en ningún momento. Su actitud de subidita me echaba para atrás. No me gustaban las chicas que se lo tenían muy creído.
Al terminar de engullir todo lo que había puesto en la bandeja —gracias a Dios, Tía Adele había pagado la manutención al completo para que pudiera comer todo lo que quisiera— y tras pasar por la habitación para lavarme los dientes y asegurarme que el uniforme no tenía ni una sola arruga, salí en busca de las aulas.
Alerta spoiler: me perdí.
No tenía ni idea de a dónde tenía que ir y tampoco es que los demás me ayudaran. Solo sabía que tenía que estar a las nueve en punto en el aula de matemáticas. Miré la hora en mi reloj de muñeca, que se enganchaba a mi brazo a modo de brazalete plateado con tonos rosados. Las nueve menos diez.
Mascullé una maldición por lo bajo. ¿Por qué Ravenwood tenía que ser un puto castillo lleno de laberintos intrincados entre sí? Juraría que ya había pasado por ese mismo pasillo hacía diez minutos. Sí, el retrato tétrico de la señora tuerta estaba ahí.
Me paré en seco, frustrada con todo.
—Eh, chica nueva, ¿necesitas ayuda?
Me giré sobre mí misma, sobresaltada, para encontrarme con una chica alta en medio del pasillo. Llevaba el pelo rubio suelto, las ondas doradas a la altura del pecho. Llevaba la camisa blanca del uniforme por fuera de la falda de color azul marino con rayas rojas y blancas surcándola y la corbata a juego mal anudada. Blandía una sonrisa amigable, la primera que había visto en el día.
Me toqueteé la punta de la trenza.
—Pues no me vendría nada mal. Estoy buscando la clase de mates.
Ella dio unos pasos hacia delante y me tendió una mano.
—Soy Valentina.
—Lena.
Enganchó los brazos con los míos.
—Ven, déjame que te lleve. ¡Vas a ser mi compañera! Ya verás cuando te presente al resto del grupo. Te van a caer genial.
—Gracias.
Si sus amigos eran tan majos como ella, puede que esto de estudiar allí no estuviera tan mal.
Valentina se pasó todo el rato hablando, lo que era todo un alivio. Me había sentido tan sola esos últimos días que tener a alguien al que le cayera bien era reconfortante.
—La profesora Lumiere es un poco seca, pero nos cuenta unos chascarrillos muy graciosos —me estaba comentando cuando cruzamos el umbral de la puerta de la clase.
Estuve a punto de reírme. Al igual que todo el edificio, aquel espacio estaba bañado en una decoración barroca en la que predominaban los colores rojo y dorado. Había un par de cuadros que estaba segura que por la noche cobraban vida, muy a lo Harry Potter. Los tapices de las paredes eran de un rojo intenso, similar al del uniforme. Sin embargo, pese a todo, la clase estaba equipada con una pizarra magnética, un proyector y demás materiales que demostraban que el internado no era tan anticuado como me había parecido al principio.
Valentina me guió hacia los asientos que estaban por el centro de aquel espacio gigantesco, donde había un chico y una chica charlando. El primero tenía el pelo corto cortado a modo de casco que hacía mucho que había pasado de moda. No pude verlo bien, porque estaba en un ángulo en el que solo podía verle el cogote. A su amiga sí que pude echarle un buen vistazo. Tenía el pelo castaño largo y un par de mechas azul neón preciosas. Los ojos castaños relucieron cuando soltó una tremenda carcajada.
Valentina se dejó caer en la silla que había al lado de ellos. Al instante, esos dos nos prestaron atención.
—Os presento a Lena. Lena, ellos son Finn y Callie.
—Bienvenida a la tropa, preciosa —me dio la bienvenida él. Tenía unos ojos color miel súper dulces.
—¡Tú eres la nueva! —casi chilló la de las mechas chulísimas.
Valentina chascó la lengua.
—Cassie, dilo más fuerte. Creo que aún no te han escuchado en Narnia.
Se me escapó una pequeña carcajada.
—Encantada de conoceros. Esto de ser la nueva incorporación es una mierda.
Finn me dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—Te adaptarás, te lo prometo. Puede que sea una escuela exclusiva, pero no deja de ser un centro juvenil.
Arrugué el morro.
—Dicho así, parece una cárcel.
—¿Qué diferencia hay?
Sonreí. Ese grupo sí que me caía bien.
Al final la clase no resultó tan aburrida y mi amiga Val tuvo razón: a señora Lumiere era toda una caja de sorpresas.
🌺 🌺 🌺
Después de las clases de la mañana, Cassie, Finn y Valentina me hicieron un tour rápido por las instalaciones para que la próxima vez no me perdiera. Me llevaron a la entrada principal del campus escolar —¿os podéis creer que había pasado por ahí y no lo había visto? Si había una señal y todo—, me enseñaron el gimnasio, la piscina —¡había una piscina climatizada que podíamos usar!—, un sector de laboratorios y una área tecnológica en el campus. Todo ello estaba unido por un caminito de grava precioso, propio de los cuentos que me leía Tía Adele cuando era una cría.
De vuelta en el pasillo de las taquillas, estaba sacando el libro de historia cuando escuché que Finn suspiraba.
—¡Qué guapo es! Me lo comería enterito.
Seguí el curso de su mirada hasta toparme con Axel y Blair, ambos cogidos de la mano. Podía entender el suspiro enamorado de Finn; Axel estaba para parar un tren. El uniforme le realzaba los músculos de los brazos, por no decir todo lo que pude ver mi primer día allí, en Ravenwood. Solo de pensar en su espalda ancha hacía que mis mejillas se encendieran.
—Axel es el tío más bueno del campus —se le unió Callie.
Discrepaba. El tío era sexy y todo lo que quisieras, pero yo no pude apartar los ojos de otra persona. El jersey ajustado le realzaba los pechos y la faldita le hacía unas piernas kilométricas. Se había tuneado el uniforme agregándole una cadena plateada a la altura de la cadera. Por puro instinto, se me fueron los ojos a su boca pintada en un tono nude, pasando antes por su cabello oscuro como el ébano. Fantaseé con la idea de enredar los dedo en su pelo lleno de tirabuzones, de dejar que esos labios carnosos hicieron conmigo todo lo que quisieran.
Cuando por fin la miré a los ojos, di un respingo. Blair me estaba mirando y, por cómo sonreía, supe que se había dado cuenta de mi análisis crítico.
«De tu descaro, dirás», me dijo una vocecita.
Me mordí el labio inferior.
Escuché como Valentina cerraba la puerta de su taquilla de un portazo.
—La verdad es que esos dos hacen una pareja perfecta.
—Ojalá tuviera una oportunidad con Axel —lloriqueó Finn—. Los chicos guapos siempre están pillados.
—Pero, ¿es oficial que están saliendo? —pregunté, curiosa.
Cassie se retorció un mechón azul entre los dedos.
—Oficial no, pero es súper obvio que tienen algo. Míralos.
Los vi interactuar. Él le pasaba una mano por el pelo mientras ella ponía los ojos en blanco. Le dio un toquecito en la nariz a Blair y, como reacción, ella se puso de puntillas para susurrarle algo al oído.
Suficiente.
Cerré la taquilla y me encaminé hacia el aula de historia. Noté que alguien se me unía y para cuando me di cuenta quién estaba caminando a mi lado, la fulminé con la mirada.
—¿Qué quieres, Blair? No estoy de humor.
—Pues bien que me devorabas hace un rato, gatita.
—¡No me llames así! —le exigí. Noté las mejillas al rojo vivo.
—¿A la princesita de molesta?
Resoplé.
—Solo déjalo.
La pelinegra se inclinó hacia mí y, por unos segundos, dejé de respirar. Noté su aliento cálido en la oreja, un amago de sonrisa. Se me erizó cada vello del cuerpo y una corriente eléctrica me recorrió desde la cabeza hasta los pies.
—Va a ser tan divertido que estés aquí. Me va gustar comprobar qué puedo provocar en ti.
—No quieras descubrir a la Lena enfadada.
—Ay, no, ¿qué harás? Darme con la fusta. Que, bueno, si a ti te gusta ese tipo de juegos, yo me amoldo a lo que sea —ronroneó con la voz aterciopelada. Y para darle más énfasis a sus palabras, me guiñó un ojo.
¿Estaba coqueteando conmigo o eran imaginaciones mías? Volví a perderme en esa boquita divina que tenía, en cada rasgo de su perfecto rostro. Blair era una tía muy sexy y la muy canalla lo sabía y lo utilizaba muy a su favor.
Mejor. Me gustaban las chicas seguras de sí mismas.
Esbocé una sonrisa socarrona.
—Tengo castigos mucho peores.
—La gatita volvió a sacar las garras.
—No soy tan mansa, Blair.
—Tengo muchas ganas de descubrir si eres de las que necesita que la rescaten.
Apreté los puños. No era la princesita de cuento que buscaba con desesperación encontrar a su príncipe azul. Quería vivir experiencias, aprender de mis errores, experimentar. Quería conocerme más. Quizás tía Adele tuviera razón después de todo y aquella aventura en ese internado remoto escondido en el culo del mundo fuera lo que necesitara para abrirme a los demás.
—No soy tan insulsa como te piensas y no necesito que nadie batalle por mí.
Un amago de sonrisa se dibujó en su boca, una carcajada le salió desde lo más profundo de la garganta.
—Creo que al final tú yo sí vamos a llevarnos bien después de todo.
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