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Capítulo 34: Dulces coincidencias

A principios de diciembre tuve que hacer de tripas corazón y hacerme cargo del hijo del amigo de papá, Mike Howard. Así que aquella tarde fría esperé junto a mi padre en la entrada principal a que su amigo Andy llegara desde Philadelphia, donde tenía su lugar de residencia. No había ni un alma en el recibidor, lo que me provocó un nudo de nervios. No me gustaba estar a solas con papá, no cuando sentía su escrutinio juzgador.

Me lanzó una miradita de advertencia.

—Espero que te comportes durante estos días.

—Lo haré. Te hice una promesa, ¿no?

—Que espero que estés cumpliendo —objetó entre dientes.

Logré no poner los ojos en blanco y, en su lugar, le dediqué mi sonrisa más falsa.

—Créeme, me conviene cumplirla si quiero que aceptes lo mío con Lena.

Habían pasado dos largas semanas desde que papá descubriera lo nuestro y que le hiciera la estúpida promesa de que no armaría ni un solo escándalo. En todo ese tiempo había logrado que papá no hiciera ninguna mueca cada vez que la mencionaba, lo que era todo un avance, pero en aquel momento me sorprendió aún más cuando dijo:

—He pensado que, si quieres, podríamos cenar los tres un día de estos. Podríamos ir a ese restaurante que te gusta tanto, el de las pizzas caseras, o al que vosotras queráis.

Wow, el gran Marlon Meyer, el hombre más ocupado de la historia de los trabajadores, proponiéndome un plan. Debía de estar soñando.

Parpadeé.

—¿Dices de ir los tres? —pregunté para asegurarme de que lo que había escuchado era cierto y no una invención mía.

—Sí. Te he estado observando estos días, Blair, siempre lo hago aunque tú no te lo creas. Tenías razón: esa chica te hace mucho bien. Eres la misma Blair que antes de que tu madre se fuera.

Fruncí los labios. Vaya, no sabía cómo tomarme eso. ¿En serio la muerte de mi madre me había hecho afectado tanto?

—Yo no he cambiado.

—Oh, claro que sí. Antes eras tan risueña y bromista, pitufa...

Lo miré, perpleja.

—Hacía mucho que no me llamabas así —dije con la voz encogida. Una ola caliente me recorrió de arriba abajo, tan dulce como la leche con miel que me preparaba cuando estaba mala y no podía ir a clase, como cuando me abrazaba cuando tenía una pesadilla y no podía volver a dormirme—. Yo... lo echaba mucho de menos.

—¿Por qué no me lo dijiste? Te hiciste mayor tan rápido que pensaba que te avergonzaba que te llamara así. Para que no se rieran de ti y esas tonterías.

Me borré una lágrima solitaria de los ojos mientras sorbía por la nariz.

—Cuando me llamaste para decirme que mamá había tenido un paro cardiaco, sentí que algo dentro de mí se partía en dos —le confesé por primera vez en todos esos años—. Me sentí traicionada, papá, muy enfadada porque me mintierais.

—Mamá no quería verte tan triste. Sabíamos que le quedaba muy poco tiempo, los médicos le dieron tan solo un mes de vida y creíamos que lo mejor para ti era que pensaras que ella estaba bien, que te quedaras con un buen recuerdo de tu madre. Mamá quería verte feliz.

Me toqueteé el bajo de la blusa blanca que llevaba.

—Me habría gustado haberme despedido en condiciones, decirle cuánto la quería y que era la mejor madre del mundo.

Papá me dedicó una mirada azulada cargada emociones, una sonrisa cincelada en sus labios. Ya no tenía ese aura serio que siempre cargaba consigo. Había dejado de lado su papel de director para ser simplemente mi padre, el que de verdad necesitaba en esos momentos.

—Claro que mamá lo sabía, Blair. Incluso ahora, esté donde esté, lo sabe. —Hizo una pausa en la que no dejó de mirarme sin perder el gesto de la boca. Es curioso cómo podíamos parecernos tanto, desde el pelo oscuro hasta el color de los ojos, pasando por la boca y la sonrisa—. No tienes ni idea de lo parecida que eres a ella. Puede que no tanto físicamente, porque está claro que eres hija mía. —Se rió como si hubiera hecho un chiste que solo él había entendido—. Tienes sus mismas ganas de vivir, de comerte el mundo; esa chispa en la mirada, como si fueses a hacer una travesura. Y los rizos, por dios, esos sí que son de ella.

Se me escapó una risita ahogada.

—¿Puedo...? —pregunté, dubitativa.

Papá extendió los brazos.

—Ven aquí, pitufa.

Cuando me envolvió entre sus brazos y su fragancia, una mezcla de madera, musgo e incienso, inundó mis fosas nasales, me derrumbé. Me puse a llorar como la niña que se había visto obligada a crecer demasiado rápido, la que había perdido a su héroe durante tantísimos años y que, ahora, por fin lo recuperaba. Lloré y lloré y, mientras tanto, papá se dedicó a recorrerme la espalda con los dedos mientras me susurraba aquella nana que mamá siempre me cantaba cuando estaba triste.

Me dejé reconfortar como cuando tenía cinco años y me caía al suelo y esa sensación de sentirme protegida me gustó mucho más de lo que me gustaría admitir.

—Lo siento —murmuró él contra mi pelo.

Me separé un poquito para poder mirarlo. Había una sombra de tristeza en sus irises.

—¿Por qué?

—Por no haber sido un buen padre, por intentar cambiarte. Yo... no he sabido gestionar bien la muerte mamá. Lo siento mucho. Debí haberte escuchado antes y haber estado ahí siempre que me necesitaras.

Me froté los ojos con las manos en un intento por frenar el llanto, pero era como el chorro de agua de un grifo que no podía detener.

—Por suerte para nosotros, ahora tenemos la oportunidad de intentarlo otra vez. Que quieras cenar con Lena y conocerla a través de mis ojos es un gran paso. Te va a encantar, te lo prometo. A su manera, se le da un aire a mamá, más cuando está rodeada de caballos. ¡Incluso habla con ellos y todo!

—Ay, esa chica te gusta de verdad.

Asentí.

—Mucho mucho. Es como si mamá me la hubiera enviado.

—Siempre fue muy inteligente.

Nos separamos por completo unos momentos después. Me miré en la pantalla del teléfono e hice una mueca al ver los churretes de rímel, culpa de mis lágrimas.

—¿Tan mal aspecto tengo?

Me revolvió el pelo.

—Para mí siempre serás la chica más guapa.

—¡Papá!

La risa jovial que me dedicó me provocó un hormigueo cálido en el cuerpo. Todo marchaba bien y por fin habíamos conseguido superar nuestras diferencias.

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Mike resultó ser un tío genial. Después de arreglar todo el desastre en el que se había convertido mi maquillaje, me reuní con su padre y con él en el recibidor. Papá estaba charlando muy animadamente con su amigo, un hombre de más o menos su quinta de aspecto regio. Tenía el pelo castaño muy corto y una barba bien cuidada. Su chaqueta a medida y sus pantalones azules a juego le daban una porte elegante.

El chico que estaba un paso detrás era una copia de él, con su ropa de marca y peinado perfecto. Llevaba unos pantalones vaqueros y una chaqueta gruesa de aspecto caro. Con el pelo oscuro repeinado, unos ojos verdes claros y la mandíbula cuadrada, era evidente que el tío no estaba nada mal. Era un par de centímetros más alto que yo, delgado y fibroso.

Papá me presentó.

—Andy, Mike, quiero que conozcáis a mi hija, Blair.

Les di la bienvenida con un «Hola» y una sonrisa cordial. El hombre mayor se acercó a mí para saludarme con un fuerte apretón de manos.

—Marlon no mentía al decirme que erais clavaditos.

—¿Por qué crees que es tan guapa? —bromeó con un tono nada serio.

—Ay, amigo, tú siempre tan gracioso como cuando estábamos en la universidad.

Mientras los adultos se perdían en una conversación sobre sus años universitarios mozos, me acerqué a Mike blandiendo mi sonrisa más amistosa.

—Ey, soy Blair.

—Mike.

Uh, ni un vaso de talco era tan seco, pero lo dejé pasar.

—¿Qué te parece si después de dejar las maletas en tu habitación hacemos algo tú y yo? Tienes la suerte de que vaya a ser tu guía turística por Ravenwood. He reservado la tarde para ti y, si quieres, podemos acercarnos a Laketown después, en cuanto una amiga se libere. Ahora mismo está entrenando.

—Guay. —Se pasó una mano por el pelo—. Siento si estoy siendo un borde, el viaje ha sido muy largo. Pero sí, me apunto al plan ese que dices.

Bueno, algo es algo.

Cuando Andy y él dejaron sus maletas, papá se llevó a su amigo a saber dónde y yo arrastré a Mike a cada rincón de Ravenwood. Le enseñé cada sala antigua del castillo y los exteriores pese al frío que hacía fuera, pero en mi defensa diré que Ravenwood nevado era un espectáculo digno de ver.

Le mostré cada una de las instalaciones deportivas hasta que, por fin, lo llevé a la que se estaba convirtiendo en mi favorita gracias a cierta persona. Crucé la verja de metal abierta de la academia de hípica y lo guié al interior de los establos, donde se estaba bien calentito.

Arrugué el morro cuando olí el dulce aroma de la mierda de caballo. Pese a que ya llevaba meses entrenando tres días a la semana, seguía sin acostumbrarme a ese lugar y a esa puta peste.

—Este sitio es impresionante —dijo con esa voz grave que tenía—. ¿Montas a caballo?

—Algo así —le contesté mientras lo guiaba por el laberinto de cuadras. Anubis aún no estaba en su cubículo, lo que me dio a entender que Lena todavía seguiría en la pista o, al menos, en el patio—. Mi madre era amazona y desde hace unos meses yo monto a la que era su yegua. No soy una experta, pero sé defenderme. ¿Y tú?

—¿Yo?

—¿Te gustan los caballos?

Se quedó un rato en silencio, como si dudara en si decirme la verdad o no, aunque en el último segundo decidió optar por la sinceridad.

—Me encanta montar a caballo. Me estoy preparando para el Grand Slam de saltos de dentro de semana y media que será aquí, en Suiza. Por eso hemos aprovechado el viaje para hacerle una visita al amigo de mi padre. Mi yegua, Aleación, está ya en la casa de campo que hemos alquilado y yo no veo la hora de estar con ella. Esto que hago es solo un mero trámite. No te lo tomes a mal, Blair. Eres una chica maja y todo eso, pero solo hago esto...

—Por tu padre —terminé por él—. Lo entiendo. Yo también le estoy haciendo el favor al mío, aunque que sepas que no estaba fingiendo ser maja. Me has caído bien.

Mike sonrió.

—Tú a mí también me has caído bien.

Llegamos al patio interior y, como suponía, no había ni rastro de Lena. La pobre se estaba deslomando para su gran debut, lo que me recordaba...

—Ahora que tenemos confianza, Mike, quiero que sepas que mi novia te va a dar una paliza.

Ladeó la cabeza.

—¿Tu novia?

Sacudí la cabeza arriba y abajo.

Ujum. En cuanto termine de entrenar, te la presentaré. Es una tía genial, pero, como la dejes, se volverá una empalagosa.

Mike se carcajeó.

—No será para tanto.

—¿Por qué no lo compruebas por ti mismo?

Justo en ese preciso instante, vislumbré el pelaje precioso de Anubis en la distancia. Lena caminaba a su lado. Se me formó una gran sonrisa al comprobar que le estaba susurrando algo. Típico de ella.

El caso es que Mike ni se dio cuenta de ella porque estaba muy concentrado observándolo todo, desde el suelo de cemento hasta la fuente con el jinete que coronaba el lugar. Lo guié hacia la castaña que ya estaba de espaldas a nosotros, lista para darle una sesión de mimos a su amigo. Le di un beso húmedo en el cuello para sorprenderla y, tal y como esperaba, se sobresaltó.

Su manotazo me provocó una carcajada.

—No tiene gracia, Blair. Me has asustado —repuso volviéndose hacia mí. Me fulminó con la mirada, o, al menos, intentó verse amenazadora; pero lo único que logró fue parecer más adorable que de costumbre. Era como si una linda ardillita intentara parecer dura ante un lobo feroz.

—No seas aburrida.

—Pensaba que llegarías más tarde. No te esperaba tan pronto.

—Mi tour por Ravenwood ha terminado justo aquí —le expliqué si apartar los ojos de cada músculo de su rostro perlado por el sudor—. Tenía muchas ganas de presentarte a mi nuevo amigo. —Me giré lo justo para llamar la atención de Mike, que en esos momentos estudiaba con mucho interés a Jessica y a Jacob—. Te presento a...

—¿Mike? Tío, ¿qué haces aquí?

Mi nuevo amigo no pareció muy sorprendido de verla. Se acercó con una sonrisa de culpabilidad dibujada en los labios.

—¿Sorpresa? Papá quería reunirse con un amigo en Ravenwood y como sé que vives aquí he decidido omitir que vengo para sorprenderte.

—Te he echado mucho de menos —lloriqueó Lena.

Los dos se fundieron en un abrazo largo. En mi boca se formó una gran «O». Vale, eso sí que no me lo esperaba.

—Esperad un momento. —Los señalé aún sin poder creérmelo del todo—. ¿Vosotros dos os conocéis? ¿De qué?

Lena soltó una risita tímida.

—¿Te acuerdas de mis amigos de Philadelphia? ¿Mis compañeros del club en el que montaba a caballo? Pues él es el famoso Mike.

—¡Oh! Así que tú eres ese Mike, el mismo que le gastó una broma muy pesada en Halloween el año pasado.

El chico sonrió, culpable.

—¿Qué se le va a hacer cuando Lena es una cagueta? ¿Has visto lo mona que se pone cuando se asusta?

Hmmmm, sí. Hace un par de días estuvimos viendo una peli de terror y la tuve todo el tiempo aferrándome el brazo como si fuera su bote salvavidas. En las escenas de más miedo incluso se escondía en mi pecho.

Mike dio un par de pasos al frente y me estudió, muy serio. De repente, sentí que la atmósfera cálida en la que habíamos estado se sustituía por una mucho más tensa. Arrugué la frente. ¿Qué mosca le había picado?

Se aclaró la garganta.

—Así que tú eres la famosa Blair de la que tanto ha hablado Lena —habló con un retintín que no se me pasó desapercibido.

Alcé el mentón, porque para chula, yo.

—Espero que hayan sido cosas buenas. —Le guiñé un ojo a mi chica, que se encontraba a unos pasos por detrás de él y esta solo se ruborizó más.

—No sabía que eras la hija del director —repuso con la vista fija en su amiga.

Lena le puso una mano en el hombro.

—Mike, no seas cabrón y no montes una escena. Todos nos están mirando.

Tenía razón, desde que el forastero había irrumpido en aquella escuela, todas y cada una de las miradas estaban puestas en él... en nosotros. Nos miraban como si fuera la más interesante que habían visto en sus vidas, incluidos Jacob y Jessica, que no despegaban los ojos de nosotros. Genial, lo que me faltaba.

Pero, claro, Mike no opinaba lo mismo.

—Que miren si quieren. Creo que Blair y yo vamos a hablar muy seriamente mientras terminas de cuidar de Anubis, ¿entiendes lo que quiero decir?

Lena masculló una maldición por lo bajo.

—¡Ni se te ocurra!

Pero el tío me arrastró sí o sí consigo hasta la zona de los arreos, que en esos momentos estaba vacía de oídos y ojos indiscretos. Cuando nos encontramos dentro de ese espacio lleno de sillas de montar, bridas, cepillos para caballos y demás cosas, el pelinegro se encargó de cerrar la puerta a sus espaldas para mayor privacidad.

Tragué saliva, intimidada. Fuera lo que fuera que quisiera decirme no quería que nadie más lo escuchara. Retrocedí hasta poner la mayor distancia entre nosotros, incómoda. El chico ni pestañeó cuando empezó a hablar:

—¿Sabes qué es lo más gracioso de toda esta situación? Que de todas las chicas que podían enseñarme el internado has sido precisamente tú, la novia de mi mejor amiga. Es curioso lo pequeño que es el mundo.

—Sí, súper gracioso —ironicé. Hice caso omiso de los latidos acelerados de mi corazón.

—Lena es mi mejor amiga y quiero que te quede bien clara una cosa: no quiero verla triste. Ella... lo ha pasado muy mal hace un tiempo y lo que ahora mismo le sobra es volver a esa época.

Suspiré.

—Lo sé. Cuando vino aquí parecía una chica tan apagada... El accidente en el campeonato de Connecticut fue una verdadera putada; no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Tuvo que ser durísimo para ella tener que perder a su compañero de toda la vida mientras se recuperaba de la lesión.

Mike me miró perplejo.

—¿Te lo ha contado?

—Sí. Cuando la conocí, era incapaz de subirse a un caballo; y ahora, mírala, que hasta vuelve a saltar y todo. Es la tía con más ovarios de la historia.

—En eso estoy de acuerdo contigo. Los médicos le dijeron que era un milagro que no hubiera perdido la pierna, pero, tras el accidente, Lena no fue capaz de subirse a un caballo nunca más... —Me lanzó una miradita que no supe entender—...hasta que vino aquí. No sé qué hiciste, Blair, pero gracias. Gracias por devolverle la pasión por la hípica, por enseñarle a seguir adelante.

Parpadeé.

—¡Si yo no he hecho nada! Ha sido ella sola la que se ha subido y ha saltado. No es que yo la hubiera obligado ni nada por el estilo.

—No, pero Lena me dijo que sin ti ella no habría sido capaz. Le has dado alas.

—¿En serio te ha dicho eso?

Mike asintió con la cabeza.

—Está muy enamorada de ti. Gracias por devolverme a mi mejor amiga. Nunca antes la había visto así de feliz.

—Qué amor eres, Mike. Me gusta saber que tiene amigos que lo darían todo por ella. Haría lo que fuera por verla brillar como lo hace, porque puede que no lo sepa, pero desprende una luz interior contagiosa.

El tío acortó el espacio que había dejado entre los dos en un par de zancadas y me agarró por los brazos. Me miraba directamente a los ojos, sonriente.

—Me caes bien, Blair. Por favor, no la cagues.

Si tan solo supiera que daría mi vida por ella.

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