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Capítulo 3: Gatita

Esa chica maleducada encaró al director. No había ningún rastro de temor en su mirada cristalina.

Tragué saliva.

—No pienso compartir cuarto con ella —habló, tajante.

El director Meyer no movió ni un solo músculo de la cara.

—Lo harás. Estoy harto de tu actitud de malcriada. No pienso aguantar ni una sola pataleta más.

—¡Pero papá! —se quejó y yo abrí los ojos de par en par al escucharla hablar. Así que esa chica insufrible era la hija del director. Interesante—. ¡Me prometiste que dejarías que tuviera mi propio espacio!

El hombre apoyó los codos sobre el escritorio de su despacho. Me encogí desde donde estaba, en una esquina intentando pasar desapercibida.

—Cuando aprendas a seguir las normas, podremos negociarlo. Mientras tanto, te presento a tu nueva compañera. Más te vale no pasarte de lista si no quieres que te quite ciertos privilegios, Blair.

Esa pelinegra arrogante masculló una maldición por lo bajo, se pasó las manos por el pelo y salió de ahí con unos aires de diva, chocando un hombro con el mío por el camino.

El señor Meyer me lanzó una miradita de disculpa.

—Lo siento. Blair es... complicada.

Arrugué el morro. No me decía nada nuevo. A ver, que solo la conocía de apenas unos minutos y, sí, no debería juzgarla, pero es que se había comportado como una auténtica perra conmigo cuando ni me conocía. Sí, puede que le hubiese jodido tener una compañera de habitación, pero así era la vida. No era para montar todo un drama.

—No pasa nada. Ha sido un día largo para todos. Puede que mañana veamos las cosas de otra manera.

—Tiene toda la razón, señorita Morgan. Tenga buena noche. —Hice ademán de irme, pero antes de siquiera poner un pie fuera del despacho, el hombre me llamó de nuevo—. Si ocurre cualquier percance con mi hija, no dude en llamarme. Ya sabe dónde encontrarme.

Le lancé una miradita.

—No se preocupe, si pasara cualquier cosa, le avisaré.

Soltó una carcajada.

—Fenomenal. Creo que usted y yo vamos a llevarnos muy bien.

Sin embargo, había algo bajo esa sonrisa jovial que no me gustaba nada y que despertaba en mí una desconfianza escalofriante. Así que me limité a hacer un leve asentimiento de cabeza antes de desaparecer por la puerta.

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Mi aventura en Ravenwood no había empezado con buen pie. Entre encontrarme al ligue de Blair totalmente desnudo, cenar sola bajo las atentas miraditas de los demás y aguantar el berrinche de Blair... había tenido suficiente. Estaba agotada. Había hecho tres escalas para llegar a ese rincón escondido en un valle perdido de Suiza, viajado durante horas en coche y dejado a mis amigos atrás.

Se me encogió el corazón. Ojalá pudiera volver a mi vida anterior. ¿Por qué me había tenido que marchar cuando todo estaba tan bien?

Estaba viendo una película cuando el icono de Skype se iluminó. Tia Adele me estaba llamando.

Pese al día de mierda que había tenido, me fue imposible no esbozar una sonrisa al verla. Estaba tal cual la había dejado esa madrugada. Con el pelo rubio ceniza recogido en un moño, el brillo de sus ojos marrones me provocó una sensación de nostalgia. ¿Podía sentirme así a pesar de que solo hubiesen pasado unas horas desde que me había separado de ella? Aunque, ahora que lo pensaba, nunca habíamos pasado tanto tiempo separadas.

Soltó tal chillido al verme que por un solo momento temí que la idiota que me había tocado como compañera de habitación la escuchara a través de los auriculares.

—¡Qué guapa estás, Lena!

Hice una mueca. Me había dado una buena ducha, pero nada podía tapar las ojeras por las horas de vuelo. Había tenido a un niño toca huevos en la fila de atrás en el primer vuelo y ya en la escala que hice en París no pude pegar ojo ante la expectación de conocer el que sería mi nuevo hogar en los próximos meses.

—¿Qué tal estás? —pregunté.

Soltó una carcajada.

—Esa pregunta debería hacértela yo, cariño. ¿Qué tal el viaje? Ya veo que te has instalado. ¿Cómo es tu compi de cuarto?

Como movida por un resorte, giré la cabeza hacia la derecha, donde Blair se encontraba, al igual que yo, tumbada sobre la cama. Tenía un libro viejo entre las manos y lo leía, absorta. Suspiré. Al menos parecía que se le había pasado su rabieta de niña pequeña.

—Todo va bien —mentí. Tía Adele me había enviado allí para que pudiera tener una mejor salida académica. Desde que me quedé sola con ella, la pobre mujer había tenido que hacer malabares para poder llegar a fin de mes y, en cuanto tuve la edad suficiente, empecé a dar clases de equitación, unas clases con las que seguí tras el incidente. La miré. Estaba tan feliz de que estuviera aprovechando esa gran oportunidad que no quería desilusionarla—. Mi compañera es genial. No nos podemos llevar mejor.

—No sabes cuánto me alegro. Me daba mucho miedo que te enfadaras conmigo por mandarte tan lejos de casa, pero es que no quería que perdieras la ocasión de vivir una aventura tan grande como esta. Yo habría matado por ir a un sitio así. ¿Es tan bonito como se ve en las fotografías?

Sonreí al pensar en lo precioso que me había parecido por fuera. Parecía el puto castillo en el que se ambientaba el de La Cenicienta, solo que unos años más antiguo. Recordé las torres preciosas, los detalles de la decoración pese a la evidente modernización que había sufrido el interior.

—Es alucinante. Tengo unas vistas espectaculares del lago desde mi habitación, la comida es de otro nivel y, según me han dicho, puedo ir a la ciudad que hay a tan solo unos kilómetros los fines de semana si no descuido la media. —Me froté las manos, expectante—. Tengo muchas ganas de explorarlo todo.

Tía Adele se rió.

—Sabía que tu vena curiosa pronto se iba a despertar. Espero que lo pases bien, mi vida. Mándame muchas fotos y dame mucha envidia. Cuídate. Te echo mucho de menos.

Se me encogió el corazón. No sé quién lo estaba pasando peor: si ella por no poder estar ahí conmigo o yo, que se había visto obligada a cambiar por completo de estilo de vida.

Carraspeó.

—¿Has podido echar un vistazo a las instalaciones del club de hípica?

Me tensé.

—Acabo de llegar —dije, en cambio—. Dame al menos un día para acostumbrarme a toda esta locura. ¿Sabías que tengo una lámpara de araña en mi habitación?

Cambié la cámara para que pudiera verla y emitió un chillido como una colegiala que hablar por primera vez con su crush.

—¡Dios mío! Ay, ¿es esa tu compañera? ¿Puedo saludarla?

Abrí los ojos de par en par.

—¡No! —casi chillé—. Quiero decir, está ocupada. Mejor dejémosla tranquila. También ha tenido un día intensito.

—Parece maja.

Estuve a punto de reírme. ¿Blair Meyer maja?

—Aún nos estamos conociendo. Me basta con que no me odie. Ya es muy difícil ser la nueva, como para que encima mi propia compañera no pueda ni soportarme.

Aunque creo que ya era demasiado tarde. Me vino a la memoria cómo me había fulminado con la mirada en cuanto volví a la habitación. Musitó un «Esto no se va a quedar así» lo suficiente alto como para que la escuchara y procedió a hacerme el vacío.

Pero, claro, no iba a contarle nada porque no quería que se preocupara.

Por suerte, pareció que se lo había tragado, ya que me regaló una amplia sonrisa.

—Ay, ya verás cómo al final os lleváis bien. Eres una chica maravillosa.

—Tampoco es que fuera la más popular del instituto, tía Adele.

Le quitó importancia con un gesto.

—¿Acaso importa si eres la abeja reina o una nerd? Susie y Mike estaban encantados contigo.

—No me hables de ellos, por favor, que me pongo a llorar. —Miré la hora en el reloj—. Debo dejarte. Quiero terminar de ver una cosa antes de acostarme mientras les escribo a ese par. ¿Hablamos mañana?

—Por supuesto. Ten un buen día. Te quiero.

—Yo también te quiero.

Colgué la videollamada con un hormigueo cálido en el cuerpo. Hablar con tía Adele siempre mejoraba las cosas, por muy nubladas que se vieran. Me daba mil años de vida.

Aunque pronto todo se fue a la mierda. Antes de que siquiera pudiera retomar la película justo por donde la había dejado, escuché a Blair resoplar.

—¿Qué? —demandé, clavando la vista en ella.

Desde su lado, decorado con pósters de cantantes que desconocía y películas independientes, vi cómo ponía los ojos en blanco. Apreté los puños. Esa maleducada me sacaba de mis casillas. Ni siquiera llevábamos un día conviviendo juntas y ya me estaban dando ganas de arrancarle los ojos de cuajo. Y yo no era así de agresiva.

—Eres tan predecible —objetó. Puso ojitos—. «Te echo de menos». «Yo también te quiero» —se burló poniendo la voz aguda para imitar mi voz—. ¡Menuda ñoña!

Apreté la mandíbula.

—¿Prefieres que sea una borde de mierda como tú?

Me señaló.

—Hasta que por fin sacas las garras, gatita.

—¡No me llames así!

Se puso en pie, cruzó la habitación y se quedó a tan solo unos centímetros de mí. Era alta. El pelo oscuro le resaltaba la piel de porcelana que tenía y esos ojos como zafiros. Era muy guapa y si tal vez no se comportara como una auténtica gilipollas conmigo, quizás habría intentado ligar con ella.

Pero no era mi tipo. Las chicas malas no eran tan guays.

—¿Te molesta?

Tragué saliva. Me encantaba lo bien que olía, a flores silvestres. Tenía un pequeño lunar en la comisura de los labios, irresistible.

¡Basta ya!

—Qué más quisieras. ¿No se te ocurre nada mejor? —la reté.

Ella arqueó una ceja y se echó el pelo hacia atrás con un aire creído. Se le formó una sonrisa cruel.

—No me caes bien, princesita. Las chicas como tú son las primeras en morir en las películas de terror.

—¿Quién te crees tú para venir aquí y tocarme las narices? Que vivamos juntas no quiere decir que tengamos que ser amigas.

Me dio un ligero repaso.

—¡Qué bien que lo tengas tan claro! No me caes bien.

Le saqué la lengua.

—Tú tampoco.

Soltó un último resoplido antes de volver a su mitad de la habitación y, pese a que intenté con todas mis fuerzas centrarme en lo que quedaba de película, no pude. Me vi mirándola de reojo cada dos por tres antes de bajar la tapa del portátil frustrada.

«Menuda imbécil», pensé.

Pero lo que no sabía era que aquello solo era el principio de una aventura que jamás había soñado vivir.

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