Capítulo 29: Ámate a ti misma
A la mañana siguiente, sus palabras resonaron muy fuerte en mi cabeza. «No tienes ni idea de lo preciosa que es, Lena, de lo mucho que me gusta», había dicho ella al verme la cicatriz que serpenteaba alrededor de mi muslo derecho. «¿Ahora entiendes lo especial que eres? No ha cambiado nada entre nosotras», la escuché de nuevo.
Blair dormía plácidamente entre las sábanas. Anoche nos habíamos acostado bien tarde. Después de despertarme casi una hora más tarde de la siesta que me había echado, nos volvimos a besar y una cosa llevó a la otra y acabamos las dos otra vez enredadas en la otra.
Jamás me cansaría de esa pelinegra. Los mechones oscuros estaban desparramados por toda la almohada y sus pestañas espesas besaban su piel. Tenía la respiración pausada, los labios entreabiertos.
Me incliné para darle un beso en la mejilla antes de escurrirme de su agarre. Me levanté de la cama, cogí unas braguitas y un sujetador y fui al baño, aunque me quedé a medio camino. Mi reflejo me saludaba al otro lado del espejo. Llevaba una camiseta negra de Blair que me tapaba hasta casi la altura de la rodilla. Cuando mis ojos se deslizaron por la cicatriz, las palabras que susurró anoche se repitieron en bucle en mi cabeza, como un cántico incesante.
«No tienes por qué avergonzarte de ella. Me gusta mucho cómo te queda.»
«Es tu marca de guerrera, la muestra de lo luchadora que eres.»
Blair en serio creía que era bonita y así me lo había demostrado. Solo de pensar en cómo la había acariciado con los dedos y en cómo su boca la había besado se me ponía el vello de punta. Sin pensarlo, me levanté la camiseta hasta casi dejar al descubierto las bragas blancas de algodón que anoche me había puesto. Aún estaba rugosa, pero el color ya iba tirando al color blanco. La piel a su alrededor se había recuperado muy bien, aunque, debo admitirlo, aún cuando me duchaba me daba un poquito de repelús que el jabón siguiera el curso de la cicatriz, como el surco de un pequeño riachuelo.
Me puse de lado para ver mejor la línea que se perdía en la curva de mi muslo y por primera vez sonreí al contemplarla. Por primera vez no sentí asco ni vergüenza. La recorrí con las yemas, sorprendida por su tacto áspero. Ya no me dolía, pero seguía dándome vértigo ser consciente de lo grande que era.
Unos brazos cálidos me rodearon por la cintura y, al levantar la mirada, me encontré con el reflejo de unos ojos azules como el mismísimo cielo en un día despejado. Refulgentes como ellos solos. Posó los labios en mi cuello, una promesa silenciosa. Me giré para poder mirarla de frente.
—Buenos días, princesita. Espero que hayas dormido bien.
—Nunca antes he descansado tanto.
Una sonrisa se instaló en su boca.
—Lo sé. Anoche te me pegaste como un pulpo y me diste un par de patadas cuando estabas dormida como un tronco.
Le pegué un manotazo.
—No digas estupideces, Blair.
Me colocó una mano en la curva de mi culo, su cuerpo cálido me atraía como un imán. Con la otra, me acarició la mejilla hasta dejarla en la barbilla y, sin dejarme escapatoria, juntó nuestros labios en un beso que me robo un gemido involuntario. No fuel beso del año, pero a mí me dejó sin aliento y con ganas de más.
Como si lo que había pasado anoche entre nosotras no fuera suficiente.
—Ahora sí —murmuró contra mis labios—. Buenos días, mi preciosa novia.
Se me formó una gran sonrisa al escucharla.
—Buenos días para ti también, amor.
Me pasó las yemas de los dedos por el pómulo mientras decía con aire distraído:
—Me gusta que me llames así.
—Me alegra que te guste, porque pienso repetírtelo todos los días de mi vida.
—¿Es una propuesta indecente?
Le di un beso casto en los labios.
—Lo es.
Me apretó un cachete.
—¿Qué estabas haciendo?
Me toqueteé el dobladillo de la camiseta un tanto insegura. Sentí que se me subían los colores y que me ponía como un tomate.
—Yo... Me estaba mirando en el espejo.
¿En serio sonaba tan vanidoso como a mí me pareció?
Blair enarcó una ceja.
—¿Mirándote cómo?
—La... —Me aclaré la garganta—. La cicatriz. No sé, estaba pensando en todas las cosas bonitas que me dijiste anoche. Ya sabes, que no debería avergonzarme y todo eso. Desde que tuve el accidente no he vuelto a ser la misma, pero anoche me hiciste sentir muy especial, Blair. Has provocado que ya no la rechace tanto, que no me parezca para tanto.
Nos puso de frente al espejo, que nos devolvía la imagen de dos chicas incapaces de mantener las manos fuera de la otra. Una de ellas miraba a la otra con los irises azules cargados de emoción mientras que la otra tenía la cara encendida como una farola.
—Lo que te dije anoche es verdad. Eres preciosa, Lena, y tu cicatriz no me causa asco. No debes dejar que los errores del pasador definan tu futuro. Aprendiste por las malas, pero ello no quiere decir que vayas a volver a repetirlos.
La miré con horror.
—Jamás haría lo mismo. No puedo... —Se me rompió la voz—... No podría hacerlo.
Blair me clavó las uñas en los hombros.
—No eres un monstruo. No lo eres.
—No lo soy —repetí a través del velo de lágrimas.
La pelinegra me enjugó una de ellas con el dedo.
—Por supuesto que no. Yo no podría enamorarme de alguien así y, créeme, estoy loca por ti. No tienes ni idea de cuánto.
Dejé que me refugiara entre sus brazos, el calor familiar de su cuerpo junto al perfume que siempre usaba, una mezcla de flores que me encantaba, me hizo sentir mejor al instante. Me recorrió la espalda con la yema de los dedos mientras me susurraba palabras alentadoras.
El ruido de algo cayéndose al suelo hizo que me separara de ella de golpe. En el pasillo Axel soltó una maldición y eso me hizo reír. Así de fácil.
Blair me dio un último beso en los labios antes de susurrarme:
—Será mejor que bajemos a desayunar. Anoche hicimos tanto ejercicio que ahora estoy hambrienta.
Volví a reírme para, después, seguirla al piso de abajo.
🌺 🌺 🌺
La vuelta a la rutina consistió en ir a clases por las mañanas, impartir las mías a la tarde y entrenar hasta pasadas las nueve de la noche, a veces incluso más. Acordé con Lia que solo daría la hora de clases diarias que me correspondía y que solo muy de vez en cuando atendería una lección individual. Necesitaba cada gota de mi tiempo libre para centrarme en la hípica y no desatender mis estudios.
Un día de principios de noviembre tras un entrenamiento intenso en el que Anubis estuvo espectacular durante toda la rutina que estábamos preparando para el Gran Slam de doma clásica de diciembre, una idea me cruzó la mente. En realidad, llevaba ya varios días con el runrún dentro de la cabeza y, al final, no pude negarme.
Me bajé del caballo pasando la pierna derecha por la grupa y pegué un salto para apoyar los pies en el suelo. Acto seguido, cogí las riendas con la mano derecha y caminé hacia el lado izquierdo de la pista cubierta que estaba usando para amarrarlo contra la valla. Fuera estaba empezando a nevar y no quería ni que Anubis se enfermara ni yo pillar una pulmonía.
Cogí dos barras de madera que la señorita Harmony guardaba en la caseta contigua a la pista y las coloqué la una cruzada a la otra a una altura más bien baja. Si iba a empezar a saltar, debía ir poco a poco y no empezar la casa por el tejado.
Pues eso, que puse la cruzada en el lado derecho. Me coloqué a unos metros de él, fingí trotar y lo salté una y otra y otra vez.
—No es para tanto, ¿ves? Puedes hacerlo —me di ánimos a mí misma. Me toqueteé el collar collar con la forma de relámpago que Blair me había regalado semanas atrás—. Hazlo por él. Le encantaría verte saltar de nuevo.
Cogía las riendas de Anubis, se las pasé por la cabeza, puse el pie izquierdo en el estribo, me impulsé y me subí. Lo guié hacia el la parte de la pista rectangular que habíamos estado usando y lo puse a trotar de nuevo durante un par de vueltas mientras yo mantenía el culo pegado a la silla de montar que tía Adele había traído consigo cuando vino de visita.
Le di un apretón con los muslos para ponerlo a galopar. El corazón me bailaba dentro del pecho, feliz de hacer algo que tanto me apasionaba. Era alucinante estar a tanta velocidad, confiando en que tu compañero no va a tirarte al suelo, siendo uno. Meses atrás creía que sería imposible volver a sentirme así de completa.
Le di la orden de que se pusiera al paso para que descansara y, unos minutos después, me puse enfrente del obstáculo, a unos metros de distancia. Tragué saliva. La garganta se me empezó a cerrar y el estómago se me revolvió, un sabor amargo en la boca. El recuerdo de Relámpago en el suelo me dejó noqueada por unos instantes, inmóvil.
«Puedes hacerlo. Puedes hacerlo. Puedes hacerlo», me repetí para mis adentros.
Anubis golpeó la arena con el casco, empezando a inquietarse. Aferré con más fuerza las riendas.
—Ya vamos. Vas a tenerme mucha paciencia, amigo. Todavía me cuesta mucho saltar. ¿Y si lo intentamos ahora? Ya sé que es una cruzada muy sencilla, pero tu dueña tuvo un accidente hace casi dos años. ¿Me ayudas a superar mi miedo?
Anubis resopló a modo de respuesta y yo me lo tomé como una buena señal.
Con el pulso en los oídos y la vista clavada en el salto, puse al caballo a galopar, pero a medida que más nos acercábamos a él, menos segura me sentía hasta que, al final, obligué al animal a salirse de la recta para no tener que saltarlo.
Mascullé una maldición.
—Otra vez.
Pero tampoco fui capaz. Ni una sola vez. A medida que me iba acercando, un miedo incontrolable se me instalaba en la boca del estómago que me impedía dar el último paso.
Para cuando llegué refunfuñando a la habitación estaba tan cabreada conmigo misma que pasé olímpicamente de Blair, pero ello no paró a la implacable de mi novia. Consiguió sonsacarme lo que tan mal me tenía y, pegándome a ella, me susurró:
—Bueno, hoy has dado un paso gigantesco. Hasta hoy ha sido Lia quien te ha empujado a saltar, pero hoy has sido tú solita la que ha dicho «Quiero saltar». Puede que lo veas como una derrota, pero es una victoria en toda regla. Solo necesitas seguir intentándolo, porque tarde o temprano lo lograrás.
—¿Tú crees? —le pregunté con la voz ronca.
Blair asintió. Tenía una mano en mi mejilla mientras que la otra descansaba muy cómoda en la curva de mi cadera.
—Ujum. Eres tan testaruda que cuando se te mete una idea entre ceja y ceja no hay quien te detenga. Ahora que quieres volver a saltar, sé con toda la certeza del mundo que vas a conseguirlo. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
—Es que no es «querer», es «necesitar». Necesito sanar esa herida de una vez por todas, necesito ser capaz de saltar porque los concursos de saltos son los más interesantes. La doma clásica me gusta, pero no hay nada como un buen obstáculo para que se me dispare la adrenalina y mi lado más competitivo. Además...
Blair enarcó una ceja.
—¿Qué?
Esbocé una sonrisa diabólica.
—Digamos que Jessica y Jacob son unos putos cabrones y que quiero darles su merecido en la pista. Pienso humillarlos en su propio campo.
—Como lo hagas, besaré el suelo por donde pises.
Reí.
—Te juro que lo haré. Para final de año seré capaz de saltar otra vez, cueste lo que cueste. Quiero darles una paliza a esos dos y que sepan de qué pasta está hecha Lena Morgan.
—Y yo te prometo que estaré ahí para verlos caer y que, después, celebraremos la victoria yéndonos de fiesta y, ¿quién sabe?, teniendo buen sexo.
Sellamos el pacto con una sesión de besos de que desembocó con ambas encerradas en la ducha. Jamás podría saciarme de Blair Meyer.
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