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Capítulo 28: Citas que terminan en otra cosa

Estar tantos días alejada de la cárcel Ravenwood y del poder dictador de mi padre fue un respiro que no sabía que necesitaba. Por lo general, era capaz de sobrellevar mi estancia en la jaula que mi padre había creado para mí, pero después de todo lo que había pasado entre Lena y yo y no poder estar con ella como a mí más me apetecía... Simplemente necesitaba respirar sin tenerlo observándome a cada rato.

Los dos primeros días me pasé las mañanas enseñando a Lena a esquiar —¿os podéis creer que no supiera?—. Me resultaba hasta irónico que las tornas se hubiesen volcado y que ella pasara de ser mi instructora a mi alumna. He de admitir que la chiquilla pillaba cada lección al vuelo y que solo se cayó una vez y fue porque la arrolló un niño pequeño.

Por la tarde mi chica se quedaba en nuestra cabaña o iba a dar un paseo por el complejo —el resort era un lugar inmenso y, al tener todo incluido, teníamos permitido el acceso a cada una de las instalaciones sin gastar ni un solo franco suizo— mientras Axel, Finn y yo nos íbamos de excursión a esquiar por las pistas y explorarlo todo. Fue cosa de Lena, así que no me miréis así, ¿vale? Si por mí fuera, habría ido con ella, pero había insistido en que no le importaba quedarse unas horas sola.

Y también nos venía bien estar separadas. Últimamente parecía que estábamos pegadas con chicle.

Sin embargo, decidí sorprenderla en nuestra penúltima tarde. Había aprovechado que Axel y Finn se habían largado a hacer una excursión de día por los Alpes a través de las innumerables pistas de esquí que había y que conectaban entre sí. Lena había ido al spa y aún tardaría un buen rato en volver.

Así que di una vuelta por el pueblo que había a tan solo cinco minutos a pie. Ya había estado allí en un par de ocasiones, pero, aun así, me quedé fascinada con cada casa y tienda que veía. Con los tejados cubiertos con una gruesa capa de nieve y el caminito de piedra despejado, parecía salido de una de esas fotografías de influencers que veía en Instagram. El sol brillaba con todo su esplendor en un cielo sin nubes y la nieve de alrededor parecía diamantitos gracias a sus destellos.

Me paseé por la plaza central del pueblo y cuando pasaba por una tienda de barrio, vi algo en el escaparate que tenía el nombre de Lena escrito en mayúsculas. No lo dudé. Entré en el pequeño local y lo compré.

Ya de vuelta en la cabaña y sin ninguna señal de vida de Finn y Axel salvo un «No nos esperéis levantadas», me puse a preparar lo que sería nuestra primera cita oficial. Sí que habíamos salido otras veces, pero nunca habíamos tenido una cita como Dios manda y a mí me apetecía tener una. Porque sí, me gustaba ese tipo de cosas.

En fin, justo había terminado de prepararlo todo cuando escuché las llaves en la puerta de la entrada. Se me escapó una sonrisa. Lena era tan puntual como un reloj.

Se quedó estática en el recibidor al verme en medio del salón, al observar lo que había montado exclusivamente para ella. Sonreí al darme cuenta de cómo parpadeaba.

Deliciosa.

Se mojó los labios con la lengua y solo ese gesto me envió pensamientos pecaminosos, unas promesas que pensaba cumplir sí o sí. Dio un paso hacia delante.

—¿Qué es todo esto?

Troté hacia donde estaba ella para darle un pequeño beso en los labios.

—Esta es mi manera de decirte que te quiero. No hemos tenido ni una sola cita como tal, así que he pensando que tú y yo podríamos tener la primera de muchas, preciosa.

—¿Cómo estás tan segura de que querré repetir?

—Ay, gatita, te mueres por mis huesos. ¿Has visto lo buena e inteligente que soy?

—Y gruñona. Wow, menudo partidazo que eres —se burló con toda su ironía.

Le di un golpecito en el puente de la nariz, justo encima de la constelación de pecas que tenía.

—No seas mala conmigo, princesita.

Me sacó la lengua. Con que esas teníamos, ¿eh? La atrapé entre la pared y, colocándole una mano en la barbilla para que no tuviera ninguna escapatoria, degusté esos labios rosados que tenía. Escuché el ruidito tan sexy que se le escapó de lo más profundo de la garganta, dedos enganchados alrededor de mi cuello. Se había puesto de puntillas.

Lena me dio unos mordisquitos en el labio inferior segundos antes de que su lengua y la mía se unieran en una danza salvaje.

Mierda, el beso se me había ido de las manos.

Di un paso atrás.

—Por mucho que me guste besarte, lo que ahora mismo quiero es tener una bonita velada contigo. He preparado una merienda especial solo para nosotras dos y he conseguido in extremis alquilar en Prime Video esa película de la que me hablaste el otro día y que no pudimos ver.

Lena abrió los ojos de par en par.

—¿Que has hecho qué? Pensaba que no querías verla.

—Y no quiero, pero es lo que se supone que hacen las parejas, ¿no? Hoy me toca ceder a mí y mañana a ti.

La castaña hipó.

—¿Pareja? Creía que que dijimos que seríamos solo amigas con derechos.

La miré, divertida.

—Sí, ya, pero cuando actuamos como novias todo el rato que estamos solas, no lo sé, me parece absurdo. Tu amigo tiene razón, tía. Si no nos hemos liado ni acostado con nadie más y lo nuestro es exclusivo, somos novias y punto. No es que a mí me dé miedo el rollo ese de atarme a alguien.

—A mí... tampoco. Me pareces una chica preciosa, Blair. ¡Claro que quiero que seas mi novia! Yo... no sé qué hacer ahora mismo.

Reí.

—¿Por qué no lo celebramos con un buen vino y una merienda de lujo? —inquirí tirando de ella hacia el interior de la sala de estar.

Lo había preparado todo al dedillo con semanas de antelación. En cuanto supe que Lena vendría de viaje, decidí que quería hacerle algo especial porque sí. Si bien la sala no había sufrido una transformación radical, había esparcido por todo el suelo pétalos de margaritas, su flor favorita. Había colocado un ramo de la misma flor en un jarrón, situado en el centro de la mesa de centro y, alrededor de él, una cantidad industrial de comida de todas las clases que había podido encontrar: tostadas de aguacate y salmón, dónuts recién horneados de la mejor pastelería del pueblo, bocadillos de crema de chocolate y de jamón y queso que había preparado esa tarde pensando en Lena y su gusto más que sencillo...

Lena se quedó anclada al verlo todo, los ojos acuosos.

—¿Has hecho todo esto por mí? —preguntó con la voz gangosa.

Ujum. Mereces que te trate como la reina que eres. Ya sé que a veces soy una borde, pero eres muy especial para mí y quiero demostrártelo. Has aguantado todas mis mierdas como una campeona.

Se le formó una mueca.

—Tú también has aguantado las mías.

—Pues brindemos por eso, gatita. Somos un equipo, tú y yo contra el mundo.

—Me gusta esa idea —dijo esbozando una sonrisita tímida.

Tiré de ella hacia el sofá y, una vez allí, nos tapé con la manta que había dejado a mano. Dentro la chimenea estaba encendida y la calefacción dada, pero aún seguía notándose el frío de fuera. Cogí el mando de la tele y le di al play justo a tiempo de esquivar una palomita que Lena me había lanzado.

—Me gustan las chicas traviesas.

—A mí me gustas tú.

Nos pasamos la primera parte de la película en un completo silencio, la una acurrucada en la otra. De vez en cuando Lena se movía para picotear aquello que había preparado, pero cuando sus labios atraparon un trozo de fresa, yo ya no pude apartar la vista de ella. Joooooder, ver cómo se la llevaba a los labios y la partía con los dientes me puso a mil.

Vale, Lena entera me ponía cachonda con tan solo una mirada. Pero el punto es que a partir de ese mismo instante, yo ya fui incapaz de prestarle atención al truñaco de película que estábamos viendo, menos cuando de manera inconsciente me empezó a trazar círculos en la piel de la muñeca. Lo único que podía hacer era verla llevarse una y otra vez una fresa a la boca y lamerla antes de devorarla.

Uf, empezaba a sobrarme la manta.

De repente, Lena torció la cabeza en mi dirección. Su agarre en mi muñeca se hizo más firme.

—Tía, ¿estás bien?

—Estoy perfectamente —grazné.

—¿Segura? Tienes las mejillas encendidas. ¿No tendrás fiebre?

Oh, si supiera que estaba ardiendo por su culpa...

Me aclaré la garganta.

—Estoy bien. Solo tengo calor.

Me quité la manta de encima, aunque a ella se la dejé bien puesta. Me abaniqué con las manos mientras la castaña volvía a poner toda su atención en la pantalla, donde los protagonistas estaban buscando a saber qué cosas.

Fui un momento al baño a intentar bajarme todo ese calor que me recorría el cuerpo entero. Tenía los pómulos al rojo vivo y estaba segura de que hasta habría mojado las bragas. ¿Desde cuándo me ponía tan cachonda con tan solo un roce?

—Joder, ni que fueras una prepúber —me regañé a mí misma.

Pero lo peor de todo fue ver el brillo que tenía en los ojos, ese que gritaba «Te voy a follar bien duro».

Tenía muchas ganas de probar en primera línea de playa el sabor de Lena, pero no había montado esa cita para follármela y no quería que se llevara una imagen errónea. Si quería montármelo con ella, no necesitaba organizar algo así, porque para hacer el amor solo se necesita a la persona indicada y Lena lo era para mí.

Era mi otra mitad.

Con esos pensamientos volví de nuevo a la sala de estar para encontrarme con una imagen que hizo que todas mis hormonas se alborotasen aún más. Lena estaba en el mismo lugar, sí, pero ya no llevaba la ropa de antes. Se había cambiado el jersey grueso de lana y los pantalones vaqueros por un camisoncillo sexy que dejaba muy poco a la imaginación. La falda le llegaba justo debajo de la rodilla y el corpiño le resaltaba los pechos que tenía.

¿Desde cuándo tenía ese camisón? Y, lo que era más importante, ¿por qué estaba tardando en quitárselo?

Me acerqué a ella despacio, sin emitir ni un solo ruido, por detrás. Mi corazón latía frenético en mi pecho y durante unos segundos me pregunté si Lena no podría escucharlo. Cuando estuve muy cerca de ella, me incliné lo suficiente como para poder dejarle un beso húmedo en la clavícula. Dio un pequeño bote en el sitio.

—Me has asustado, tía.

«Y tú me has prendido por dentro», quise decirle, pero en su lugar opté por un:

—Ajá. —Carraspeé. Intenté que no notara lo mucho que me alteraba, más ahora que lo que llevaba puesto no dejaba nada a la imaginación. Agarré la bolsa que tenía a mis pies y se la tendí con una pequeña sonrisa—. Tengo un regalo para ti. A ver, no es la gran cosa, pero lo vi y pensé en ti.

Lena no daba crédito.

—¿Me has comprado un regalo?

—Ya sé que no parezco la típica chica que va haciendo eso, pero, por favor, tampoco te sorprendas tanto.

Cogió la bolsa de cartón con dedos temblorosos y, cuando sacó el paquetito envuelto en papel de regalo arcoíris, se le formó una gran sonrisa. Lo abrió con todo el cuidado del mundo, como si no quisiese estropear lo que había en su interior.

Soltó una exclamación al ver la caja rosa de terciopelo y el collar que descansaba en él. Tenía forma de relámpago, reluciente en color dorado.

—No es nada ostentoso y podrás ponértelo con casi todo lo que tengas. Pensé que te gustaría llevar una pequeña parte de tu mejor amigo contigo. Ya sabes, como se llamaba Relámpago y esto es...

Mi chica cortó toda esa verborrea que estaba soltando. Tenía lágrimas en los ojos y su voz sonó temblorosa, pero, aun así, pude escuchar las notas de gratitud en ella.

—Es precioso, Blair. Es... Es el mejor regalo que me han hecho. Gracias, muchas gracias.

—¿Quieres ponértelo?

Sonrió y solo con eso toda la estancia se iluminó.

—Claro. ¿Me ayudas?

Se giró lo justo para que pudiera colocarle la cadena de oro en torno a su cuello esbelto y, al apartarse el pelo, me llegó un aroma dulce como ella misma. Deslicé los dedos alrededor de su suave piel y le enrosqué la joya brillante. Cuando se volvió, el colgante le llegaba por encima de los pechos.

Mierda, tenía que dejar de mirarle el escote.

—¿Cómo me queda? —preguntó luciendo esa sonrisa radiante que tenía.

—Perfecto.

Se toqueteó el rayo con los dedos.

—Me encanta, Blair. No sé de dónde lo has sacado, pero gracias. Ahora tendré un recuerdo bonito de mi bichito.

Llevé una mano a su rostro y le aparté un mechón de pelo castaño claro de los ojos. La dejé reposada en su mejilla y con las yemas le tracé un mapa de caricias. Era incapaz de mantenerme quiera, como si hubiese una inercia o algo que me uniera a ella.

—No tienes que darlas, tía. Las novias se tienen este tipo de gestos.

—Yo no tengo nada para ti.

—Claro que sí. Estuviste ahí cuando más te necesitaba, me hiciste sonreír incluso cuando no quería. Los regalos no solo son materiales, cariño.

Lena se acurrucó contra mí, la cara escondida en el hueco de mi cuello. Su aliento cálido me hizo cosquillas en la piel y su pulso constante me inundó de una paz interior. Me sentía en casa, allá donde estuviera. Empecé a recorrerle el pelo con aire distraído mientras me deleitaba con la magia del momento.

—Te quiero mucho, Blair —susurró aún escondida en su escondite.

Sonreí. Nunca pensé que llegaría a sentir ese chorro de sentimientos tan intensos recorrerme por entero. Se sentía tan bien tener a alguien a quien amar, con quien poder ser una misma sin miedo a que pensara que estás chalada.

Entrelacé mis brazos alrededor de su cuerpo para apretarla más contra mí.

—Yo también te quiero, mi pequeña gatita.

Levantó la cabeza, sus ojos enormes me miraban con una devoción enternecedora. Nunca antes me había sentido tan importante en mi vida, saber que tenía el poder de provocar ese tipo de cosas en ella.

—¿Podemos volver a besarnos?

Le pellizqué el puente de la nariz.

—Eso no tienes que pedírmelo.

Lena se inclinó sobre mí y me besó de esa forma tan propia de ella. Sus labios deliciosos me llevaron al mismísimo cielo de los besos. Le devolví el beso con fervor, incapaz ya de controlarme. La besé y ella me besó a mí en una larga guerra de besos donde nuestras lenguas danzaban al ritmo de nuestros corazones.

Le bajé el tirante del camisón rojo con el dedo y ya mis labios se fueron solos a su clavícula, dejando un beso y un mordisco en su garganta, hasta llegar a la altura de sus pechos turgentes.

Volvió a besarme como si fuera lo único que importara, con una lentitud ensordecedora. Me clavó las uñas en la espalda cuando le di mordisquitos en el labio inferior. El tiempo pareció detenerse cuando se me subió encima y empezó a restregarse contra mí.

Jadeé.

—Me encanta que hagas eso.

—Y a mí me encanta que te encante.

Nos comimos los morros sin perder el ritmo, cada beso más hambriento que el anterior, más demandante. Lena normal era increíble, pero cuando follábamos se ponía en un modo dominante que me encantaba.

No sé en qué punto exacto empecé a toquetearle la falda, solo sé que me agarró la mano justo antes de que pudiera colarme dentro. Se separó, la cara blanca como un muerto.

—Yo... —titubeó.

—Ya sé que tienes la cicatriz, pero ¿cuándo podré verla? Por favor —rogué—, seré buena contigo.

Se mordisqueó el labio inferior, rojo por nuestra sesión intensa de besos.

—Si dejo que la veas, pensarás que soy un monstruo horrible.

Le tomé la barbilla entre las manos, mis ojos conectados a los suyos. Quería que mis palabras quedaran grabadas a fuego en su cabeza.

—No eres un monstruo, Lena; eres el ser de luz más puro de todos. Esa cicatriz que tienes es solo una marca de guerra, porque eres una chica muy valiente, con V de vivaracha, A de alegre, L de lista, I de intensa, E de elegante, N de nopodrásvencerme, T de tediosa y E de empalagosa.

Lena arrugó la nariz.

—No era así.

—¿A quién le importa, cariño?

Se quedó un rato callada, metida en su propio mundo. Miraba un punto lejano a mí, los labios apretados en una línea recta y la mandíbula en tensión. Cuando soltó un sonoro suspiro, pareció que se deshinchaba como un globo.

—¿En serio piensas que no soy un monstruo?

—Siento que estamos metidas en una especie de dejà vu. Te lo dije antes y te lo vuelvo a repetir ahora: eres humana y los humanos cometemos errores. No dejes que eso te mortifique porque lo único que haces es amargarte la existencia y la vida es demasiado corta como para malgastarla de ese modo.

—¿Crees que algún día dolerá menos?

Enrosqué un dedo en un mechón.

—Habrá días que dolerá menos y otros que sentirás que te quemas por dentro, pero yo estaré a tu lado en todo momento. No estás sola en esto. Déjame ser tu compañera de lucha. Déjame mostrarte lo bonita que eres. ¿Puedo? —pregunté rozándole la pantorrilla derecha.

Su única respuesta fue un pequeño asentimiento y su mano guiándome despacio hacia el interior de la falda del camisoncillo híper sexy.

En el mismo instante en el que noté algo rugoso, se tensó. Me detuve.

—¿Te duele?

—N-No. Sigue, por favor.

El ruego que había impreso en la voz me aceleró el corazón. Seguí explorando intentando ser lo más suave que podía. Era extraño, la cicatriz no era recta; se enroscaba alrededor de su pierna como una serpiente hasta llegarle casi hasta la parte más alta de los muslos. Necesitaba verla y, por ello, no dudé en levantarle el camisón y tirarlo en alguna parte de la habitación.

Uh.

Lena tenía el cuerpo de una diosa: unos pechos prominentes, un vientre plano y piernas torneadas por la hípica. Pero lo más bonito fue esa marca preciosa que le rodeaba el muslo hasta casi rozarle la rodilla. Era imperfectamente perfecta.

La tumbé en el sofá. Iba a demostrarle que no debía por qué sentirse avergonzada de su cicatriz, porque era hermosa. Así que deslicé la boca por su tobillo en sentido ascendente hasta llegar a la línea delgada áspera. Dejé un camino de besos por toda ella, tentándola por lo que podía hacerle. Jadeó bien alto cuando le recorrí la piel con la lengua.

—No tienes ni idea de lo preciosa que es, Lena, de lo mucho que me gusta. Te da un aire de tipa dura y eso me pone muchísimo.

Volví a centrarme en la cicatriz, besándola y lamiéndola. Mientras tanto, Lena no hacía otra cosa que no fuera maldecir y jadear bien alto.

Sonreí. Iba a hacer que se retorciera de placer.

Seguí subiendo hasta llegar a la unión de sus piernas. Llevaba un tanga rojo, a juego con el atuendo picante que antes tenía encima. Restregué la nariz por encima, provocando que resollara. Sus dedos me agarraron del pelo.

—Como no me comas el coño ya, voy a demandarte.

Reí. Lena en modo diosa del sexo era muy divertida.

—En ese caso, será mejor que me ponga manos a la obra. No quiero que la señorita Morgan presente cargos contra mí por no saber complacerla.

Le di un pequeño beso en su centro para, después, deshacerme con una lentitud cálida del tanga. Me coloqué mejor entre sus piernas empapándomelo de su aroma empalagoso. Lena estaba lista para la acción.

La lamí enterita como llevaba queriendo hacerlo desde hacía mucho tiempo. Su sabor dulzón junto a sus gemidos histéricos me estimularon tanto que ya tenía los pechos pesados. No era el momento de pensar en mí; era el turno de Lena e iba a hacer todo lo que estuviera en mi mano para que lo disfrutara al máximo.

Le tracé círculos en el clítoris para estimularla al mismo tiempo que con la lengua saboreaba cada gota de su ser. Mientras la enloquecía con cada lengüetazo.

Sustituí las lentas embestidas de mi boca por unos frenéticos dedos inquietos que entraban y salían de su interior, mi boca perdida en ese nudo de nervios hinchado, succionándolo y mordisqueándolo. Podía escuchar lo mucho que le gustaban mis caricias, sentir su respiración cada vez más entrecortada.

Estaba al borde del clímax y yo quería bebérmelo.

Lena se corrió con un grito salvaje, pegándome la cabeza a ella, las piernas flexionadas y todo su sexo palpitante. Saboreé cada gota de éxtasis y, justo después, la pegué contra mi cuerpo, ambas tumbadas sobre el sofá.

—Joder, eso ha sido súper intenso —murmuró, su pecho ascendiendo y descendiendo, apresurado.

Le recorrí los labios con los dedos.

—¿Ahora entiendes lo especial que eres? No ha cambiado nada entre nosotras.

—Gracias.

—¿Por?

—Por todo esto que haces. Por hacerme sentir así.

Solté una risita.

—Y eso que no te he devorado los pechos. Habría sido la hostia.

Se acomodó mejor a mi lado, sus labios curvados en una si risa radiante.

—Todo lo que haces es excepcional. —Me señaló con un dedo—. ¿Puedo...?

Enarqué una ceja.

—¿Qué?

—Mmm... —Se mordisqueó el labio inferior—. ¿Devolverte el favor? —repuso con una sonrisita.

—No tienes por qué hacerlo.

—¡Jo, pero yo quiero!

Reí al escuchar la réplica infantil.

—Pues, en ese caso, no podré negarme.

Antes de que pudiera decir nada, la cogí en volandas, subí las escaleras y nos encerré en nuestra habitación. La dejé caer sobre el colchón, pero no me dejó escapar. Me apresó entre sus piernas y juntó nuestros labios en un beso voraz. Lena me hizo rodar en la cama, la colcha arrugada por nuestro peso. Intentó apartarse de mí, pero yo fui mucho más rápida y pude deshacerme de su dichoso sujetador.

Me miró con las cejas levantadas.

—Creía que ahora iba a ser yo quien te devorara a ti.

Me llevé las manos a la cabeza para ponerme cómoda.

—Solo estaba mejorando las vistas. —Le guiñé un ojo.

Lena me quitó el jersey, la camiseta térmica y la interior. Se inclinó hacia delante para dejarme un beso en la copa de mi sujetador blanco, pero, en vez de quitármelo ya, escaló hasta mis labios. Me deleité con su sabor, con cada ruidito que salía de su garganta.

No sé en qué momento exacto me quitó el sujetador, si durante nuestra sesión incansable de besos o cuando me lamió justo detrás de la oreja, solo que cayó sobre el edredón. Lena me devoró cada seno con una lentitud dolorosa. Tenía los pezones en punta, igual que ella, y estos clamaban porque les diera toda su atención.

Y vaya si lo hizo. Me volvió loca con solo esa boquita divina que tenía. Tuve que clavar las uñas en la colcha para no desequilibrarme cuando me dio un mordisco en la punta más sensible.

Siguió descendiendo hacia el sur. Me pasó la lengua por el ombligo y se detuvo allá donde mis vaqueros negros empezaban. Me los desabrochó con un rápido movimiento y, elevando la cadera, me los quitó en un santiamén. Las braguitas a juego del sujetador siguieron su mismo curso unos segundos después.

Solté un gritito cuando me pasó la lengua por el clítoris y puse los ojos en blanco cuando introdujo un dedo en mi interior, así, sin estimularme antes. Sin piedad. Los movimientos de Lena fueron precisos y, pronto, noté la presión de un segundo dedo. Solté un taco. Me sentía en la mismísima gloria.

Pero yo quería más, mucho más. Y así se lo hice saber.

—No me malinterpretes, me encanta que me comas, pero tengo muchas ganas de probar algo nuevo.

Sus ojos relucieron.

—¿Algo como qué?

Nos guié hasta que la coloqué encima de mí, sus piernas y las mías entrelazadas entre sí. Su pecho quedaba a la altura del mío y su vulva se rozaba con la mía en un saludo mutuo. Mascullé una maldición cuando Lena empezó a moverse sobre mí, creando más fricción sobre las dos gracias al movimiento de nuestras piernas y de su pelvis.

Éramos un desastre humano: las dos sudorosas gimiendo por cada una de las embestidas. Nos movimos en una danza primitiva, nuestros sexos en pleno contacto. Lena jadeó cuando aceleré el ritmo.

Sin detenerme, la besé de una forma tan fiera que supe que tendríamos los labios hinchados al día siguiente. Pero no me importó. La besé una y otra y otra vez y nos moví hacia delante y hacia atrás en un baile sensual. Me contoneaba contra ella, gemíamos bien fuerte.

La mano de Lena descendió por nuestros cuerpos. Solté un taco cuando empezó a trazarme círculos incansables en mi clítoris. Me humedecí aún más si es que eso era posible.

—Así, dame así —supliqué sobre sus labios.

Gritó cuando también la estimulé con el pulgar, provocándola.

—Tú lo que quieres es que me muera de placer —jadeó.

Sin detenernos, nos movimos la una sobre la otra hasta que la ola que cada vez crecía más dentro de mí se hizo una bola gigantesca. Incontrolable. Gemí sin poder controlarme cuando Lena me embistió con más ahínco. Dios, se estaba tan bien... Como siguiéramos así, iba.. iba...

Con una fuerte sacudida, me corrí con una intensidad arrolladora y, segundos después, Lena me siguió, pegando su sexo al mío. Nos arrastré hasta quedar completamente tumbadas en la cama, mis manos por todo su cuerpo y las suyas, perdidas en mi espalda. Me sentía completa, como si por fin mi vida tuviera sentido.

Nos quedamos un buen rato así, conectadas por un hilo invisible. Apoyé la cabeza en la suya, cerré los ojos y dejé que su respiración me calmara por completo.

—Gracias.

Ni siquiera fui consciente de que había hablado hasta que lo hice. Lena levantó la cabeza para poder mirarme a los ojos.

—¿Por qué me das las gracias?

De manera inconsciente, metí una mano entre nosotras para acariciarle la cicatriz. Me encantó ver cómo entrecerró los ojos ante el ligero roce.

—Por enseñármela, por confiar en mí. No tienes por qué avergonzarte de ella. Me gusta mucho cómo te queda.

—Al principio la odiaba. No podía ni verla, porque me entraban arcadas solo de pensar en lo que significaba. No me gusta que los demás la miren, por eso la escondo y por eso mismo no quería que la vieras.

—Es tu marca de guerrera, la muestra de lo luchadora que eres. Yo no soy tan fuerte como tú.

Sus dedos se detuvieron a la altura de mi mentón.

—Claro que lo eres. Perdiste a tu madre con trece años y, aun así, desprendes una energía que ha llegado a contagiárseme. Sin ti yo no habría sido capaz se subirme a un caballo tan pronto.

Le di un suave beso en los labios.

—Te quiero, Blair.

—Yo te quiero aún más, princesita.

—Por favor, no me sueltes.

La apreté con más fuerza.

—No tenía pensado hacerlo.

Observé cómo sus párpados se iban cerrando de poco en poco y cómo su respiración se hizo cada vez más pausada y rítmica hasta que cayó en un profundo sueño. Sonreí mientras le apartaba un mechón castaño de la frente, sus manos aún rodeándome la cintura. Los últimos rayos del sol bañaban la estancia en tonos dorados y le daban a su rostro relajado un aura mística.

«No pienso dejar que nada ni nadie arruine lo nuestro. Te juro que cuando volvamos lo arreglaré todo», le prometí en silencio sin dejar de acariciarla.

Pero no estaba preparada para lo que ocurriría.

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