Capítulo 27: La instructora atractiva
Al final esquiar no estuvo tan mal. Conseguí mantener el equilibrio encima de esas dos armas mortales que me habían plantado encima y no hacer el ridículo bajo la mirada escrutadora de Blair.
En mi primera lección aprendí a frenar dibujando el tejado de una casa con los esquíes. También me enseñó a girar gracias al apoyo del peso en uno u otro esquí. Y logré no caerme.
—Creo que ya estás lista para enfrentarte a tu primera cuesta.
Porque, sí, todo eso lo había hecho en paralelo. Ahora me tocaba subirme a una de esas máquinas del demonio y no romperme la crisma.
—No sé yo, Blair. ¿Y si me caigo en la cinta esa?
Se rió.
—Es casi imposible que ocurra, tía. Mira a ese moco de ahí. —Señaló a un niño de no más de cuatro años que subía muy confiado hacia lo que a mí me pareció una pendiente inclinadísima. ¿En serio Blair pretendía que descendiera por allí?—. Si el puede, tú también.
—Qué fácil es todo cuando ya sabes hacerlo —me quejé, pero, aun así, la seguí con paso torpe. Tenía la impresión que de un momento a otro mis pies iban a enredarse entre sí.
—No seas quejica.
Nos pusimos a la cola de la cinta y, mientras esperábamos, me arrebujé en el anorak de plumas que Blair me había prestado. No sé cuánta temperatura hacía, solo que allí arriba hacía un frío de tres pares de narices. Ni siquiera los guantes ni todo el forro polar me protegían de las garras gélidas de los Alpes y eso que todavía no había llegado el crudo invierno. ¿Qué iba a ser de mí? Que sí, era team frío, pero, coño, una tenía sus límites.
A medida que la gente avanzaba en la cola, me fui fijando cómo se iban subiendo los demás. Para cuando me tocó hacerlo a mí, Blair tuvo la decencia de ponerse a mi espalda para ayudarme a situarme. En menos de dos segundos ya estaba ascendiendo con una Blair sonriente detrás.
—¿Ves cómo no era tan difícil?
Puse los ojos en blanco, no no dije nada. Sin embargo, la pelinegra abrió la boca cuando me quedaban solo unos metros de llegar a la cima:
—Ahora, cuando yo te diga, impúlsate con los bastones, ¿vale? Así no crearás un atasco humano.
—Ja. Ja. Ja. Qué graciosa eres.
—Tú solo hazme caso. —Permanecí muy atenta a sus palabras. No tardó en ponerse en modo mandona otra vez—. A la de tres impúlsate. Una, dos, ¡tres!
Me di un fuerte impulso con los bastones y, ayudada de la inercia de la cinta, conseguí salir sin mucho esfuerzo. Cómo me jodía admitirlo en voz alta, pero ella tenía razón: estaba chupado.
Blair se unió a mí con mucha elegancia. Deslizaba los esquíes por la nieve como si lo hubiese hecho durante toda su vida. Aunque viviendo en el culo del mundo era muy probable que hubiese aprendido a esquiar desde muy pequeña y una parte de mí se enterneció con la imagen de una mini Blair de seis años subida a esas armas mortales. Me pregunté cómo sería su versión infantil.
Alguien me dio un empujón y me dijo en un tono muy grosero:
—Quítate de en medio, novata.
Mascullé una maldición mientras intentaba estabilizarme. Blair estiró un brazo para que pudiera agarrarme a ella.
—Ten más cuidado, imbécil —masculló al mismo tiempo, lanzándole una mirada entornada. Sus ojos se suavizaron cuando los posó en mí, la mano libre en la mejilla—. Eh, ¿estás bien? Ese tío se ha pasado de la raya, ni que esta fuera una pista para expertos.
—Gracias. Yo... pensaba que me iba a caer y no sabía cómo levantarme.
—Tranquila, hermosa, que yo te ayudaré encantada.
Me puse rojísima cuando me guiñó un ojo, pero, gracias a Dios, lo pude disimular gracias a que llevaba casi toda la cara tapada.
La mañana pasó volando mientras Blair se tomaba muy en serio su papel de maestra. Me mostró el arte del esquí y, para cuando llegó la hora del almuerzo, tenía una gran sonrisa pintada en la cara. Nos reunimos con Axel y Finn, que ya habían llegado al restaurante del complejo. No se me pasó por alto la complicidad que vi en ellos. Le lancé a mi amigo una miradita que significaba «Tenemos que hablar». Finn estaba coladísimo por Axel, eso lo sabía de sobra. Como también sabía que iba a aprovechar al máximo esta oportunidad que tenía de estar con él.
En cuanto nos acercamos a la parejita, Blair se levantó como un resorte para tirarse a los brazos de su mejor amigo con un dramatismo muy propio de ella. Vi cómo Axel le rodeaba con sus manos y le daba un sonoro beso en la mejilla. Le deshizo la coleta con una sonrisita pilla. Sonreí. Incluso desde la distancia pude escucharla refunfuñar por lo bajo algo de que se había pasado casi una hora peinándose el pelo.
En cuanto se separaron, se pilló asiento junto a mí, el pelo largo suelto en cascada por su espalda. No tenéis ni idea de lo que me fascinaba cada uno de sus pequeños rizos, por mucho que se quejara ella de que le costaba peinarlos. Por eso, me incliné sobre ella para susurrarle:
—¿Te he dicho lo que me ponen tus rizos? Te hace lucir asalvajada y no sabes lo que me gustan ese tipo de chicas.
Su respuesta inmediata fue apretarme la rodilla izquierda por debajo de la mesa. En su rostro de porcelana sus labios formaban la sonrisa más grande de la historia de la humanidad. Ahora fue su turno para inclinarse sobre mí para decir en voz baja:
—Mi madre me solía decir que cuando era pequeña era súper mona, pero cuando llegó la preadolescencia mis rizos pasaron a un nivel extremo. Después de cumplir los trece, parecía que tenía el pelo de escarola y papá no sabía qué hacer para que me sintiera mejor... Así que me pasé un año entero probando productos que las beautys a las que seguía recomendaban hasta dar con los que a mí me venían mejor. Fue una puta odisea.
—Es impresionante lo bien que los luces ahora. Ojalá pudiera ver a bebé Blair. Tenías que ser una monada.
Atrapó un mechón de mi coleta que enroscó en un dedo con aire distraído.
—Pues anda que tú.
Axel y Finn carraspearon cortando inmediatamente la conversación. Nos miraban con una ceja enarcada y una sonrisa cómplice esculpida en sus facciones masculinas.
—Como sigáis así, vais a hacerme vomitar arcoíris, quemadita.
—A mí me está dando un subidón de diabetes ahora mismo.
Pero ninguna de las dos pudo decir nada al respecto, porque, de repente y al mismo tiempo, nos dimos cuenta de que iban agarrados de las manos. Entorné los ojos.
—¿Hay algo que tenga que saber, Finn?
—Axel, ¿me estás escondiendo algo? —inquirió Blair torciendo la cabeza a un lado.
Los dos chicos esbozaron una sonrisa culpable. Los dedos de Axel empezaron a tamborilear contra la mesa de manera inconsciente, pero Finn se llevó una mano a la cabeza, el rubor extendiéndose por sus pómulos marcados.
Lo señalé con un dedo.
—Ya estás tardando en desembuchar, amigo mío.
—Yo... Hummm... Oh...
Reí al verlo tan nervioso. Se ponía tan mono.
Axel se aclaró la garganta y no despegó los ojos de nosotras dos en ningún momento cuando habló con voz firme y confiada.
—Finn y yo hemos decidido que vamos a darnos una oportunidad. Los dos nos gustamos y todo eso, así que ¿para qué hacer tanto drama? Cuando volvamos a clase lo haremos público y que la gente se piense lo que quiera. A mí lo que de verdad me importa es que este hombre tan guapo quiera salir conmigo.
—Aw, ¡qué tiernos! —medio chillé yo poniendo ojitos soñadores.
—¿Quién va a hacernos vomitar arcoíris ahora? —se jactó su mejor amiga, pero una sonrisa radiante brillaba en su rasgos juveniles. Extendió una mano por encima de la mesa y se la apretó a un inquieto Axel que no dejaba de mover los dedos—. No sabes lo contenta que me pone verte tan feliz. Lo mereces... Los dos os lo merecéis. Hacéis una pareja muy cuqui.
Finn nos señaló.
—¿No os habéis visto o qué hostias? Vosotras sí que sois una pareja adorable. A ver cuándo empezáis a mostraros más cómplices en público. —Blair y yo abrimos la boca para defendernos, pero mi amigo se nos adelantó—. Ya sé que de momento es secreto y que solo sois amigas con derecho y toda esa mierda, pero siendo todo exclusivo ¿no lo convierte en una relación, al fin y al cabo?
Me cago en la leche. Eso sí que no lo había pensado y tenía todo el sentido del mundo. Si ni ella ni no yo nos liábamos con nadie más que no fuera la otra, si nos sentíamos tan apegadas y nos queríamos, ¿eso quería decir que estábamos saliendo sin darnos cuenta? ¿Que Blair era mi novia después de todo?
Joder.
Blair se quedó estática, como muerta en vida. No se movió ni dijo nada en por lo menos un largo minuto hasta que, de forma brusca, se volvió hacia mí. Nos miramos largo y tendido durante lo que me pareció una eternidad, todo su cuerpo rígido como una estatua. Se me secó tanto la garganta que no pude decir nada, aunque no hizo falta, porque Blair tomó la palabra en cuanto volvió a centrarse en Axel y en Finn.
—Es complicado, ¿vale? Muy complicado. Que no quiera hacer público lo nuestro no es porque me avergüence de ello ni porque sea una bisexual dentro del armario. Tengo mis razones, ¿okey? —Giró la cabeza hasta que sus pupilas captaron las mías, que la observaban muy atentamente. Por debajo de la mesa, me agarró la mano izquierda y entrelazó nuestros dedos—. Lena me importa, mucho. La quiero... Te quiero, gatita. No tienes ni idea lo que agradezco que hubiera un error con tu número de habitación y te colaras en la de Axel.
Me llevé la mano libre a la cabeza.
—¿Podrías no recordármelo, por favor? Todavía me pongo colorada cuando pienso en que le vi a tu mejor amigo el culo en pelota picada.
Finn se atragantó.
—¿Perdón? ¿Que le viste qué? ¿Por qué no estaba enterado de eso?
Mierda.
—Yo... A ver, se equivocaron de residencia y, cuando entré en su habitación, él se estaba cambiando. Blair estaba allí, que te lo diga ella.
—¡¿Habéis visto en bolas a mi chico?! —chilló él con una carcajada.
La pelinegra resopló.
—Que quede clara una cosa: no es que haya visto nada nuevo. Sé que los tíos tenéis pene. Uuuuhhh, vaya sorpresa. Él y yo nos hemos visto desnudos desde que éramos unos críos, es un pacto no escrito de nuestra amistad. Además, como que tú no le has visto ya la polla, eh —lo provocó con una sonrisita pilla.
¿Podía amar más esa sonrisa, el desparpajo que tenía?
Un rubor apenas visible se extendió por sus mejillas hasta extenderse hasta el cuello. Sus ojos color miel no fueron capaces de mantenerme la mirada.
Blair y yo los señalamos con un dedo.
—¡Vosotros dos habéis follado! —exclamamos al unísono y, en cuanto nos dimos cuenta de ello, soltamos una risita, cómplices.
Axel arqueó una ceja rubia.
—¿Y? Como si vosotras no lo hubierais hecho.
Chasqueé la lengua.
—Esa no es la cuestión.
—El punto es —añadió Blair de seguido— que os lo habéis montado pero bien y que tú, Axel, no me lo has contado de antemano, pedazo de cabrón. Creía que como mejor amiga tendría el derecho de saberlo en primicia.
—Todo lo que ha pasado entre nosotros se ha dado de casualidad. El otro día coincidimos en Laketown y, bueno, acabamos liándonos y todo eso. ¿Que si hemos follado? Pues sí, pero es lo natural, ¿no? Si dos tíos guapos y solteros se gustan, lo normal es que pasen ese tipo de cosas. Como vosotras, dos chicas guapas que no pueden quitarse las manos de encima.
Poquito a poco se me fue formando una gran sonrisa en la boca.
—Oh, no. No me gusta nada esa sonrisita —se lamentó Blair.
Pero yo no pude callarme.
—¿Sabéis lo que eso significa, chicos? Si los dos estáis juntos y nosotras también, ¡podremos tener citas dobles!
—Eh, no. Me niego a...
—¡Me encanta, Lena!
—¡Sí, sí y sí! Venga, quemadita, no seas aguafiestas.
Blair refunfuñó.
—No os lo toméis a mal, pero si voy a tener una cita, prefiero mil veces que sea solo de mi gatita y mía. No me gustan los mirones.
—Ya, claro, porque seguro que cuando estás con ella te sale la vena romántica.
Imprimí una falsa miradita lastimera.
—No sabes cuánto. Se pone en modo cursi en un tris, aunque, en el fondo, me encanta que lo haga.
Blair puso los ojos en blanco.
—Sabéis que estoy con vosotros, ¿verdad?
Estaba tan irresistible cuando fingía estar molesta que la rodeé con mis brazos, la apreté contra mí y le di un beso en la mejilla. Ella no opuso ninguna resistencia, ni siquiera a la clara muestra de cariño. Me maravillé con la dulce sensación de sentirla tan vibrante, su cabeza apoyada en la mía.
Ojalá pudiéramos estar así de bien en Ravenwood.
Axel le sacó la lengua.
—¿Y lo divertido que es hacerte rabiar, amiga?
Blair le tiró un trozo de pan.
—¡Cállate! —refunfuñó.
Le restregué la nariz por el pelo, una gran carcajada verbetrando desde lo más profundo de mi ser.
—¿Veis lo mona que está cuando se pone de morros?
—Yo no estoy de morros —objetó formando una gran mueca con los labios.
Enarqué una ceja.
—¿Cómo que no? —la pinché.
—Te odio —siseó.
—Ambas sabemos que no puedes vivir sin mí.
—Engreída.
Poco después, nos tomaron nota para servirnos un delicioso almuerzo que disfruté al máximo. Me fascinó ver al equipo de Axel y Blair en acción, verlos chincharse como dos niños pequeños para, segundos más tarde, ponerse en lo que yo llamo modo «¿Qué haría sin ti?». Y en ningún instante Blair me alejó de ella ni dejó de buscar una excusa para meterme mano a escondidas.
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