Capítulo 26: Estoy loca por ti
Axel era un mamonazo.
La cabaña en la que nos alojábamos tenía un total de dos habitaciones y el muy cabrón se había guardado esa información hasta el último minuto. Vamos, que nos habíamos plantado allí, en el complejo de esquí del que sus padres eran propietarios —y del que no pagábamos un puto duro gracias a que Axel tenía siempre una cabaña reservada—, ataviados con capas y capas de ropa de abrigo para no morir de congelación.
Solté un taco al ver lo que pretendía.
Lena también se dio cuenta de ese detalle.
—Hay dos habitaciones —repuso con una expresión indescifrable.
Mi mejor amigo chasqueó la lengua.
—Ya.
—Somos cuatro —puntualicé yo.
—¿Y? —me preguntó con un alzamiento de cejas.
Apreté los puños. Quise darle una paliza en cuanto entendí el plan. Lo señalé con un dedo.
—¡Ya sé lo que pretendes, amigo!
Axel soltó una carcajada varonil, pero no dijo nada. Se limitó a caminar por el recibido arrastrando la enorme maleta que llevaba. Solo íbamos a estar unos días, pero el tío parecía que se había llevado media casa.
La cabaña era muy parecida a la del año pasado. Las paredes de listones de madera y los techos altos con las vigas expuestas le daban un toque muy rural y sencillo. Los suelos eran de madera clara y la alfombra beige le daba un aire familiar, junto a los paisajes colgados de las paredes. Nada más entrar te dabas de lleno con una sala de estar enorme equipada con un sofá gigantesco de color café y dos butacas a juego, una mesa de madera y un gran mueble contra la pared del que pendía una televisión kilométrica.
La cocina se abría a la sala de estar gracias al estilo abierto del lugar. Como la típica cocina americana, disponía de una gran isla de mármol blanco, una gran encimera que combinaba a la perfección con la isla, muebles de acero inoxidable y un pequeño rincón para desayunar junto a los enormes ventanales que cubrían las paredes que daban a las pistas de esquí y que en esos momentos nos daban unas vistas impresionantes de los Alpes cubiertos de una capa de nieve brillante.
Observé cómo Lena lo miraba todo con la boca abierta y a mí se me formó una sonrisita solo de verla.
Axel se frotó los hombros con una mano.
—Vale, lo mejor será que las chicas duerman en una habitación y que nosotros en la otra.
Finn nos lanzó una miradita divertida.
—Espero que sean capaces de mantener las manos quietas la una de la otra, porque lo último que quiero yo es escucharlas cuando estén montándoselo.
Lena abrió los ojos de par en par mientras que yo resoplaba.
—Finn, tío, te recomiendo que no vayas por ahí, porque yo sé cosas de ti que podrían destruirte —lo amenazó la castaña. La mirada siniestra que le lanzó me puso los pelos de punta. Parecía una de esas caras espeluznantes de Smile.
—No serás capaz.
La sonrisa se le ensanchó.
—Ponme a prueba.
Atrapé a Lena entre mis brazos y la pegué a mi cuerpo mientras soltaba una carcajada. Pegué mi boca a su oreja para que solo ella escuchara:
—No sabes cuánto me prende que te pongas en modo mandona.
Como respuesta, me guiñó un ojo con una picardía que me provocó un nudo dulce en el centro del estómago.
Volví al aquí y al ahora cuando vi cómo Finn le hacía una peineta a Lena y ella, con una mueca llena de falsa dulzura, le tiró un beso.
Cómo me gustaba Lena. No podría cansarme de ella nunca. ¿Cómo hacerlo cuando tenía su risa melodiosa tatuada en el alma, cuando su sabor se me había grabado a fuego en el paladar y su compañía era todo lo que necesitaba para ser feliz?
Mierda. Sin quererlo, me había enamorado de Lena de a poco. Con cada sonrisa, con cada broma y con cada caricia tenía a sus pies.
Las habitaciones estaban en el piso superior y, gracias a Dios, estaban bien separadas. Axel se quedó con la habitación principal porque, según él, era el dueño de la casa y se merecía la más grande. Así que a nosotros nos tocó la del fondo del pasillo, que también era gigantesca.
Y solo tenía una cama.
Me cago en su madre.
—¡Qué bonita es! —exclamó Lena al entrar justo detrás de mí.
Sí que era bonita y la dormitorio no estaba nada mal. Seguía el mismo estilo rústico de abajo. El suelo era de una madera clara, sin alfombra. El techo no era tan alto, pero las vigas le daban más altura. Por no hablar de la pedazo ventana que teníamos. La cama King size tenía una colcha blanca y un dosel que se cerraba a la perfección gracias a los postes que se alzaban imponentes de ella.
Hmmm... No pude evitar imaginarnos a Lena y a mí encerradas en él y no es que estuviéramos jugando a las damas precisamente.
Lena chilló cuando vio el baño.
—¡Tenemos baño propio! ¿Has visto la pasada que es?
Sonreí como una boba. Pero es que solo me bastaba verla así de contenta para que me pusiera de buen humor.
La seguí dentro del mismo y me quedé recostada en la puerta de brazos cruzados mientras la observaba toquetear todo.
—Parece mentira que compartamos uno en Ravenwood.
—Pero es que mira, tiene hasta champú y gel caro. Y albornoz.
—Ni que nunca hubieras estado en un hotel bueno —me reí.
Lena enrojeció hasta la raíz. Me dieron ganas de achucharla y comérmela a besos.
—Yo... —balbució con la voz temblorosa. Carraspeó—. Las veces que tía Adele y yo nos hemos ido de vacaciones, íbamos de camping. Todo el dinero que teníamos iba para la hípica. Es un deporte muy caro.
No entendí por qué su voz sonaba tan apagada. Me uní a ella en el interior y, joder, sí que era gigantesco. Tenía dos lavabos, una ducha en la que cabríamos las dos tranquilamente, una bañera de hidromasaje y, lo mejor de todo, un jacuzzi para nosotras dos solitas.
Le tomé las manos entre las mía.
—¡Qué guay, tía! Mi sueño siempre ha sido irme de camping o de escapada rural. Entre nosotras, tanto lujo no me va. Prefiero los viajes sencillos.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué no le has dicho a Axel que prefieres algo más modesto?
Me encogí de hombros.
—No puedo decirle que no, menos cuando no me deja pagar ni un franco. No puedo negarme a unas vacaciones gratis.
—¡Qué caradura!
—Es parte de mí, preciosa. Tendrás que vivir con ello. —Le guiñé un ojo.
Ya de nuevo el dormitorio, Lena dejó su maleta tirada de cualquier manera en un rincón. Mientras tanto, me maravillé al comprobar que había unas puertas correderas que llevaban a una terraza privada con vistas a la pista de esquí. Lena me siguió dando saltitos como una niña pequeña en una tienda de gominolas.
—¡Es el mejor día de mi vida! —chilló dando palmas con las manos.
Me reí bien fuerte antes de atraparla entre mis brazos.
—Ven aquí, gatita. Tienes algo justo aquí —dije mientras le señalaba los labios.
Automáticamente se tapó la boca.
—¿Qué tengo? No me digas que tengo el morro sucio. Si es que no tenía que haberme comido esa barrita de chocolate.
—Tienes una mancha, sí —la corté. Le aparté las manos y curvé los labios en una sonrisa maliciosa—. Deja que te ayude a limpiarte.
Y la besé, pero no como las otras veces. Fue un beso suave, cargado de tantos sentimientos que ambas nos estremecimos. Nos tomamos nuestro tiempo para saborearnos, sus dedos deliciosos perdidas en mi pelo. Cómo me gustaba que lo toqueteara. Cuando tenía quince años llegué incluso a odiar el amasijo de rizos porque apenas podía dominarlo. Saber que a ella le encantaban me volvía loca.
—¿Por qué has tardado tanto tiempo en aparecer en mi vida? —susurré contra su boca.
Parpadeó. Aproveché esos segundos de silencio para darle un azote en el culo. Se colgó de mi cuello.
—¿Por qué tú tardaste tanto? —contraatacó esbozando una gran sonrisa.
Le acaricié la barbilla con los dedos, hechizada por la suavidad de su piel. Le metí una mano en el bolsillo trasero del pantalón.
—Sea como sea, agradezco que ahora mismo estés aquí. Eres la chica más guay que he conocido.
—Y tú eres la más cursi.
Arrugué el morro.
—No soy una cursi.
Lena enarcó una ceja.
—¿Cómo que no? Eres tú la que has dicho eso de «¿Por qué has tardado tanto en aparecer en mi vida?» —me imitó o, al menos, lo intentó—. Eres tú la que me consuela cuando estoy mal, la que está a mi lado en cada momento importante y duro para mí. Eres tú la que me persigue y me susurra palabras dulces. Amiga, date cuenta ya. ¡Eres una cursi!
Aproveché lo cerca que estábamos la una de la otra para dejarle un beso en la frente.
—Mmm... Puede que sea un poco cursi, pero solo un poquito, ¿eh? No soy una de esas niñas ñoñas y estiradas.
—Yo no he dicho eso. Para ñoña y estirada, Jessica, y ese tipo de chicas a mí no me van.
—¿Cuál es tu tipo de chica? —la provoqué con una sonrisita desvergonzada sin despegar los ojos de los suyos.
Se mojó los labios con la lengua en el gesto más sensual de todo su repertorio.
—Me gustan las chicas rudas, las que al principio son unas putas bordes conmigo. Me gustan las mujeres muy seguras de sí mismas, que bromean y tontean. —Se puso de puntillas, su boca y la mía tan pegadas que sentí su aliento en mis labios—. Me ponen a mil las que saben complacerme en la cama, las que gruñen de día y son unas cursis de noche.
Atrapó un mechón de pelo negro entre sus dedos y enredó en él el pequeño rizo elástico. Su respiración estaba igual de entrecortada que la mía, producto de su cercanía, del roce de sus pechos contra los míos.
—Me gustas muchísimo, Blair. No tienes ni idea de cuanto. Te me estás metiendo cada vez más y más aquí dentro. —Se señaló el pecho sin romper la conexión que se había creado entre nosotras—. Cuando te vi por primera vez, pensé que eras una badgirl.
—Pero...
—Pero... —se rió por lo bajo y el eco de su risa hizo que mi corazón aleteara con más fuerza—. Descubrí que solo tenías un carácter muy fuerte y, ¿sabes una cosa?, me encantan las chicas con una personalidad marcada. Me encantan las peleonas. Me encantas tú.
La besé con una lentitud deleitosa. Gruñí de alivio cuando sus labios se pegaron a los míos, cuando su pequeño cuerpo se amoldó al mío y cuando, con una agilidad imperiosa, se me colgó como un koala. Con ella encima, caminé hacia la cama con altas ganas de meter los dedos en lo más profundo de su ser, pero, antes que eso, tenía mucho que decir.
Nos tumbé a ambas sobre el colchón, pero en vez de descender mi boca hacia esos pechos que clamaban mis besos, me separé lo justo de ella para beber cada detalle de su rostro. Desde esos ojazos marrones que tanta calma me transmitían hasta esa boquita que tanto placer me había dado. Estudié cada peca que le salpicaba la nariz, cada lunar y espinilla como si fuera la última vez iba a poder tenerla así de cerca.
—¿Por qué me miras así?
—Así, ¿cómo?
—Como si fueras a decirme algo que crees que va a asustarme.
Le di un beso en la punta de la nariz. Vale, era el momento de abrirme en canal a ella antes de que me entrara el miedo irracional.
—Lo que siento por ti es mucho más intenso. Por muy feo que haya estado mi día, solo con verte y tenerte así, entre mis brazos, todo mejora. —Me puse bocarriba y sonreí—. Te reirás de mí porque va a sonar súper cursi otra vez, pero eres como un faro en medio de una tormenta, la luz de la esperanza. Yo... —me atraganté. La observé de reojo, sus irises destelleantes muy atentos a cada uno de mis movimientos. Tomé una respiración pausada—. Te quiero, te quiero tanto y con tanta fuerza que asusta. Estoy locamente enamorada de ti, Lena.
Se quedó callada durante una eternidad dura y densa en los que tuve los nervios a flor de piel. Le había ofrecido mi corazón en bandeja de plata con su guarnición de caviar y todo, pero ella no decía nada. Su silencio me estaba consumiendo.
Cerré los ojos unos instantes cuando me recorrió el rostro con los dedos y solo con ese mínimo contacto un suave hormigueo se extendió por mi piel y supe que todo estaba bien entre nosotras.
—Bonita, te tengo tan metida dentro de mi ser que no puedo sacarte ni aunque quisiera. No me puedo creer que estemos así, en este mismo punto, cuando hará tan solo dos meses no podíamos ni vernos. ¿Te das cuenta todo lo que ha pasado entre nosotras?
Asentí, un gran nudo de nervios me atenazaba la garganta y me impedía hablar.
—Te quiero. Te quiero mucho, Blair. Me asustaba que esto que teníamos no fuera más que un juego para ti. No me gusta estar jugando a las escondidas. Lo que sentimos por la otra no está mal.
—Lo sé. Es lo mejor que me ha pasado. Eres el mejor regalo que la vida me ha dado.
—¿Podemos quedarnos un rato más abrazadas? —me pidió en un susurro tras lo que fueron unos segundos de pausa.
Solté una risita. La pegué más a mí a modo de respuesta y me maravillé al sentir cómo se enterraba en mi pecho. Permanecimos así, juntas, hasta que el sol estuvo bien alto y el frío que se colaba cada vez más y más por las puertas francesas que habíamos dejado abiertas se nos hizo insoportable.
«No quiero que esto que estamos viviendo se termine nunca.»
🌺 🌺 🌺
Lena miró la nieve como si fuera a devorarla de un momento a otro. Su ceño fruncido y sus labios pegados el uno al otro en una línea tensa me sacaron una sonrisa.
—No lo veo.
—Vamos, tía, no es para tanto.
Esquiar estaba chupado. Hasta los niños pequeños podían hacerlo.
—No lo entiendes —murmuró ella con lo que me pareció rubor en las mejillas, pero a saber. Llevaba tantas capas en el cuerpo que parecía el muñeco de Michelín. Los pantalones de esquiar de color rosa chillón y el chaquetón de Roxy con un bordado de plumas de colores brillantes sobre un fondo blanco eran de mi madre y, como Lena era de su misma estatura y estructura corporal, se los había prestado. El gorro de lana lo cubría el choto de la chaqueta y, por encima, el casco también rosa chillón. Parecía Barbie esquiadora—. ¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?
Uh, pillada.
—Que pareces un chicle andante —me burlé con malicia atrayéndola hacia mí.
Lena me pasó una mano por el brazo.
—Pues anda que tú... Pareces un luchador de sumo con tanta ropa encima.
—Touché.
Una ráfaga de aire gélido me hizo estremecerme. Uno podría pensar que a estas alturas de mi vida debería estar acostumbrada a las bajas temperaturas, pero, amigos, ni de coña. No es que no me gustara ni el frío ni la nieve; lo que detestaba era tener que parecer un castillo hinchable cada vez que quería salir a la calle.
Me refugié en mi chaqueta de esquí también de la marca Roxy de color azul y verde.
—Entonces, ¿no te atreves a bajar ni la pista verde para los principiantes? —la provoqué.
Me gané un manotazo que casi ni sentí gracias a lo acolchada que iba.
—Me asusta forzar demasiado la pierna y que después no pueda competir.
—Y yo te digo que no va a pasarte nada, gatita. Vas a tener la suerte de que la gran esquiadora Blair Meyer sea tu maestra. Normalmente cobro caro, pero por ser tú puedo hacer una excepción —le hablé con voz aterciopelada, su cuerpo cálido unido al mío.
—¿Qué me pedirás a cambio?
Se me formó una sonrisa en los labios que Lena no pudo ver gracias al buf que me protegía el cuello y la boca del frío.
—Se me ocurren muchas cosas —murmuré devorándola con los ojos. Bajé el tono de voz para que solo ella me escuchara, aunque, a decir verdad, no había nadie a nuestro alrededor. Axel y Finn se habían ido a hacer una de esas excursiones de esquí tan molonas que a mí me encantaban y el resto de esquiadores iba muy a su bola—. Esta noche tú, yo y el jacuzzi que tenemos. Desnudas. ¿O es demasiado fuerte para ti, princesita?
Lena se puso de puntillas para pegar su boca a mi oreja y susurrar con tono sensual:
—No sé si estarás preparada para lo que quiero hacerte.
Solté un taco. Mierda, acababa de mandarme una imagen mental muy subidita de tono de ella y yo haciéndolo como conejas en celo. Un hormigueo delicioso se instaló en mi centro. Mmm... lo único que quería ahora era arrastrarla de nuevo hacia la cabaña.
Pero no habíamos recorrido tantos kilómetros solo para eso.
Le tomé de las manos enguantadas.
—Vamos, será divertido.
—Sí, tronchante —objetó cargada de ironía—. Me muero de ganas de caerme de culo y que lo veas en primera fila.
—No vas a caerte. Nos lo vamos a pasar bien. No voy a soltarte, te lo prometo. Y Blair Meyer nunca rompe una promesa. ¿O acaso no confías en mí?
Me apretó las manos.
—Claro que confío en ti.
Tiré de ella hacia la zona del alquiler de esquíes.
—Pues venga, no se diga más. ¿Estás preparada para el mejor día de toda tu vida?
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