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Capítulo 25: Un nuevo amigo

A tía Adele le encantó Ravenwood. Lo supe al ver cómo le brillaban los ojos cuando le mostré cada rincón, incluida la Academia ecuestre de Ravenwood.

Como motivo de su visita Lia aprovechó para que entre las dos seleccionáramos el que se convertiría en mi nuevo amigo. Por lo que la tarde del sábado las dos nos la pasamos en mi lugar favorito de todo Ravenwood, rodeada de yeguas y caballos de todas las razas y pelajes existentes.

Canela es una yegua muy dócil y está preparada para el nivel de exigencia de las competiciones —me había explicado Lia al presentármela.

Pero cuando me subí sobre el lomo de esa yegua apaloosa, cuyo pelaje oscuro estaba moteado por pequeñas pecas blancas como copos de nieve, no sentí el mismo feeling que tenía cuando montaba a Relámpago. No es que la yegua no me gustara —Canela era preciosa, os lo digo desde ya—; lo que pasaba era que sentía que no estábamos hechas la una para la otra.

—Puede que Lebron sea tu alma gemela —lo volvió a intentar la señorita Harmony.

Pero tampoco fue el caso. Ni el siguiente ni el siguiente. Me estaba empezando a frustrar. ¿Y si la que tenía el problema era yo? ¿Y si ya no podía volver a encariñarse de otro animalito? Claro que, entonces, ¿cómo podía explicar lo muy apegada que me sentía a Cleopatra?

Quizás, después de todo, solo debía de dar con el indicado.

Y ese llegó la mañana del domingo. Tras los intentos exasperantes del día anterior, no tenía muchas ganas de volver a intentarlo. Solo que no contaba con un factor: Blair Meyer.

Me la encontré a muy escasos centímetros de mí, agazapada como la vez en la que tuve una pesadilla tan intensa que mis gritos la despertaron. Tenía el pelo revuelto y los ojos somnolientos, pero su sonrisa... Ay, su sonrisa clamaba a los cuatro vientos «¡Vas a comerte el mundo!»

—Buenos días, preciosa —canturreó y solo su voz cantarina me sacó una sonrisa perezosa.

—¿Blair? Humm... —Me froté los ojos antes de comprobar la hora en el reloj del móvil. Me di media vuelta—. Es muy temprano.

La pelinegra se subió sobre mí en la cama, con las piernas a la altura de la cadera, y empezó a hacerme cosquillas sin piedad. Empecé a reírme como una histérica mientras me retorcía bajo ella. Me encantaba verla tan de buen humor. Me ponía de muy buen humor a mí también.

—¡Detente! —chillé entre carcajada y carcajada.

No me hizo ni caso, se limitó a clavarme con más ahínco los dedos en mi piel. Su carcajada profunda lo iluminó todo.

Intenté escaparme de su agarre, escurrirme como un pez, pero no fui lo suficientemente ágil como para lograrlo. También intenté girar las tornas y hacerle cosquillas a ella también y, quizás ponerme encima de ella. Lo único que conseguí fue que las dos nos cayéramos al suelo con un ruido seco.

Me caí encima de Blair y, al segundo, empezamos a reírnos otra vez. Por puro instinto, enredé los dedos en uno de sus rizos y ella me acarició con una suavidad estremecedora el labio inferior, ambas perdidas la una en la otra.

Me incliné hacia delante para darle un beso casto en los labios mientras que ella me sostenía contra sí misma con la otra mano. Había sido apenas un roce mínimo, pero para Blair no debió de ser suficiente, puesto que me agarró la barbilla entre sus dedos y plantó sus labios sobre los míos.

Y menudo beso.

Su boca y la mía parecían danzar al mismo ritmo. Dejé que me besara como quisiera, que tomara todo de mí, que me saboreara de la misma manera que yo la saboreaba a ella. Me besó y yo la besé de vuelta en un tira y afloja.

Jadeé contra sus labios cuando sentí su mano derecha juguetear con el dobladillo de mi camiseta del pijama. Blair me agarró un seno por debajo del sujetador y no chillé porque la tía lo ahogó con un beso. Mmm... cómo me gustaba que me tocara, que me hiciera sentir la chica más especial del planeta.

Pero yo tampoco podía estarme quieta. Siseando su nombre cuando comenzó a trazar círculos en uno de mis pezones, metí una mano en sus pantalones elásticos y hurgué bajo sus braguitas. Se me escapó una carcajada.

—Vaya, Blair, me tienes muchas ganas.

—No tienes ni idea de cuántas —convino con un beso apasionado, apretándome contra sí misma.

Tanteé el terreno resbaladizo con los dedos antes de introducirle uno. Blair soltó un taco. Metí el anular con una lentitud deliciosa al mismo tiempo que ella seguía estimulándome los pechos.

—¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus dedos? Aunque, ¿sabes qué es lo que más me gusta de ti? Lo loca que puedes volverme con esa lengüita que los dioses te han otorgado.

Capté la indirecta, vaya que sí.

Con una sonrisa pilla, me separé de ella para, después, deshacerme de sus pantalones y de las braguitas de encaje azules que llevaba. Me relamí al ver lo expectante que estaba. Tenía el clítoris hinchado, pidiendo a gritos que me diera un festín con él.

Le abrí aún más las piernas, me deslicé entre ellas y le rocé su vagina con la nariz. Su aroma íntimo era embriagador, tremendamente sexy.

Le pasé la lengua por el clítoris y, al instante, Blair empezó a retorcerse tapándose la boca con un cojín para que sus gemidos no se escucharan tanto. Chupé y succioné su estrada húmeda mientras que, con el anular, le estimulaba el clítoris.

—Gatita, como sigas así...

Le di un mordisco en el muslo.

—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? —la provoqué.

Llevé el dedo corazón a sus labios e hice que lo chupara. Su lengua se enroscó alrededor como una serpiente, en sus pupilas había un brillo sensual, travieso.

Joder. Me había puesto muy cachonda.

Soltó una maldición cuando comencé un mete-saca intenso. Al dedo anular se le sumó el corazón, húmedo gracias a su saliva. Dios, su coño estaba totalmente resbaladizo y mis dedos entraban y salían de ella sin ningún esfuerzo.

Meneó la pelvis al ritmo de mis embestidas, instándome a seguir follándomela con los dedos. Verla retorciéndose de placer me puso a mil. Con la boca succionándole el clítoris y los dedos en un contoneo contra su humedad, me llevé la otra mano a mi propia entrepierna.

Blair me observó con todo el deseo del mundo destellando en sus irises claros.

—Eso es, nena, tócate para mí —susurró con la voz ronca.

Sin apartar los labios de ella, me puse a cuatro patas, levanté la pelvis y deslicé la mano por dentro del pantalón y del tanga que llevaba. Me introduje un dedo en mi entrada húmeda. Siseé. Aquello era delicioso, la gloria en estado puro. Fue así cómo comenzó la verdadera tortura, cómo me daba placer con mis dedos en deliciosos movimientos mientras a Blair la devoraba y tocaba sin cesar. Ahogaba mis propios jadeos en su monte de Venus.

Llegó un punto en el que me sentía al límite. Y en el que Blair cada vez era más y más ruidosa; ni el cojín podía amortiguar sus exclamaciones.

Blair vibró cuando mi pulgar empezó a trazarle círculos en su clítoris, cuando mi lengua arremetió contra ella y hurgó muy dentro de su sexo, las embestidas cada vez más insistentes. Noté el ligero temblor de sus piernas cuando me apretó contra sí misma, mi propio centro palpitando en busca de la liberación. Estaba a puntito de explotar y todo era culpa de la diosa que tenía delante. Me fijé en cómo se le desencajaba la mandíbula cada vez que recibía una de mis caricias y cuando gritó mi nombre, supe que estaba a punto de venirse también.

Con los dedos de la mano izquierda en mi interior, cambié mi boca por un mete-saca frenético, al ritmo de mis embestidas. Con la lengua lamí le lamí el clítoris hasta hacernos explotar. Fue como si algo en mi interior hiciera clic. El sexo antes de ella había estado bien, pero con Blair todo cobraba un nuevo sentido. Me hacía volar, como cuando estaba a lomos de un caballo.

Saboreé el clímax de Blair y la dejé bien limpita antes de separarme del todo de ella. Ya con ambas manos libres, me dejé caer a su lado. Las dos teníamos la respiración entrecortada.

—Wow, nena, eso ha sido...

—Como un huracán —terminé por ella.

Me tomó la mano izquierda y se llevó los dos dedos con los que me había tocado a la boca. Me los lamió sin apartar los ojos hipnotizantes de mí. Jadeé. Aquello me resultaba mucho más íntimo que todo lo que habíamos estado haciendo antes.

—¿Cuándo me dejarás probarte como es debido? —lloriqueó con un puchero.

Se me revolvió el estómago. Claro que me moría de ganas de que me comiera enterita, pero para poder hacerlo primero tendría que ver la horrible cicatriz que tenía en la pierna derecha y... no sé si estaría preparada para que me mirara con lástima.

Se me atascaron las palabras en la garganta.

—Yo...

—Ya sé, ya sé. La cicatriz y todo eso. —Me tomó la barbilla entre los dedos para que no pudiera rehuir de su mirada hipnótica—. No tienes qué avergonzarte de ella. Solo es una marca de guerra, ¿sabes? Y las tías con cicatrices están el doble de cañón —susurró muy bajito tan cerca de mí.

Llevó una mano hacia mi muslo derecho y con la mirada me preguntó si podía continuar. Me tensé. Pero no estaba preparada para los verdaderos planes de la pelinegra: me acarició por encima de la ropa para, después, posar la boca en el punto exacto en el que la tenía. ¿Cómo cojones lo sabía?

Sin embargo, no me causó ningún repelús ni nada por el estilo. Por el contrario, todo mi cuerpo se estremeció bajo su suave contacto. Me besó en el lugar exacto en el que me clavé el hierro del salto y fue tan delicada que no pude evitar estremecerme. Cuando Blair se incorporó de nuevo, me borró la pequeña lágrima que se me había escapado de un ojo y, sin mediar palabra, me atrapó entre sus brazos.

Mi corazón latía con fuerza, todo mi interior estaba alborotado. Me sentía con una chiquilla en su primera cita, a hurtadillas para que no la pillaran. Los dedos de Blair me recorrieron la espalda de arriba abajo, su boca pegada a mi oreja no dejaba de susurrarme palabras bonitas. Y luego era ella la no que era una ñoña.

Blair podía parecer la tía más dura del lugar gracias a su altura y a su cara de mala hostia, pero en realidad era la persona más cariñosa del mundo. Y cursi.

Y yo me había enamorado de ella.

🌺 🌺 🌺

Después de habernos pasado más de una hora abrazadas la una a la otra en mi cama, Blair me separó de ella con un guiño descarado y una sonrisa que podría haberme hecho perder la cordura. Otra vez.

Así que allí estábamos, en la Academia ecuestre de Ravenwood. Otro día más. Y esa vez Blair se había unido al plan. La miradita que nos lanzó tía Adele cuando nos vio a las dos tomadas de la mano me puso rojísima. Estaba segura de que sabía algo, pero era lo suficiente lista como para no decir nada.

Mejor.

Lia Harmony nos recibió a las tres con una gran sonrisa en su despacho.

—Bienvenidas, chicas. Blair, qué bueno tenerte abordo. Espero que hoy puedas conocer a tu nuevo compañero, Morgan. Tengo un pálpito.

Asentí con un movimiento enérgico.

—Yo también —estuve de acuerdo.

Tenía un gran nudo de nervios en el estómago. Elegir al que sería mi nuevo amigo iba ser una hazaña para mí y de verdad que deseaba sentir una conexión, por mínima que fuera, con el animal.

Blair entrelazó su índice con el mío por debajo de la mesa y solo esa muestra de cariño me hizo estar más tranquila. Todo iba a salir bien. Tía Adele y Blair me estarían apoyando. No estaba sola en esto. «Eres valiente, con V de...» recordé lo que me había dicho Blair en varias ocasiones. Podía hacerlo.

Los primeros cuadrúpedos que conocí no me hicieron sentir lo que sentía cuando galopaba. No me sentía segura, ni mucho menos libre. Y tampoco parecía que ellos estuvieran cómodos conmigo. Todo apuntaba a que sería igual al día anterior, sin ningún resultado de provecho.

Hasta que lo conocí.

¿Sabéis cuando algo en vuestro interior se remueve? Mi corazón empezó a dar saltos de alegría cuando lo vi en el patio interior.

Se llamaba Anubis. De pelaje marrón oscuro reluciente, tenía las crines negras completamente impolutas. Tenía tres de cuatro patas calzadas, las manchas blancas como pequeñas pecas. De raza Warmblood, era enorme; medía por lo menos metro noventa hasta la cruz. Me saludó con un relincho jovial.

Me acerqué con una sonrisa, pero antes de llegar a él me volví lo justo como para articular con los labios un «me encanta».

—Hola, Anubis. Me llamo Lena y este ratito vamos a estar juntos, ¿te parece bien? —le hablé al animal como siempre hacía. A mis espaldas pude notar cómo Blair ponía los ojos en blanco y a tía Adele esbozando una sonrisa enorme.

Cepillé al gran corcel con ahínco, aunque, si os soy sincera, tenía el pelaje tan brillante que no lo necesitaba. Cuando estaba limpiándole los cascos, me agarró la coleta con los belfos y tiró de ella con suavidad. Solté una carcajada.

—Conque eres juguetón, ¿eh?

La primera impresión que me dio fue que tenía un carácter muy tranquilo, pero en la pista vacía me demostró de qué pasta estaba hecho. Disfruté tanto estar sobre él que la sensación que me embargó era igual de extasiadora que cuando tenía un orgasmo.

Vale, sí, era una de esas raritas.

El punto es que al ponerlo a galopar sentí el feeling, la electricidad y la adrenalina recorrerme las venas. Él entendía cada movimiento que quería hacer y, muchas veces, se adelantaba a mis órdenes. Estuve a punto de ponerme a llorar, os lo juro. Nunca antes había experimentado una conexión tan profunda y tan rauda con un caballo... Solo con Relámpago.

La primera vez que lo vi tuve la sensación de que iba a caerme si intentaba subirme en él. Fue el caballo más travieso que pude elegir, pero, al final, los dos aprendimos a complementarnos con el otro. A fundirnos en uno.

Con Anubis supe que todo encajaba, que podríamos formar un equipo y ser uno en la pista. Me encantó la gracia de su trote y la elegancia que tenía al galopar. Cómo relinchaba con cada caricia que le hacía en la cruz, ese aura de de chulito que tenía. Me hizo mucha gracia cuando se puso a mostrar todos sus encantos en cuanto un par de chicas se unieron a mí en la pista cubierta con sus dos yeguas preciosas.

Anubis era un donjuán.

Para cuando bajé al patio, me brillaban los ojos de la felicidad y tenía un millón de mariposas revoloteando en mi interior. Tía Adele se unió a mí un par de minutos después seguida muy de cerca por Blair. No había ni rastro de Lia Harmony, aunque, por la hora, supuse que estaría reunida o lo que fuera que hiciera cuando no daba clases.

—Pichoncita, has estado fantástica —me dijo en cuanto me interceptó entre sus brazos.

—Ha sido mágico. —Se me llenaron los ojos de lágrimas solo de pensar en lo extasiada que me había hecho sentir.

La voz de Blair me llegó desde atrás.

—Tía, ha sido una puta pasada lo que has hecho.

Anubis es formidable —comenté yo separándome de mi tía. Fue entonces cuando me fijé que también estaba llorando. Le borré un par de ellas con los dedos sin dejar de hablar—. ¿Habéis visto las líneas que tiene al galopar? Lo quiero a él, tía Adele.

A ella se le iluminaron los ojos. Me tomó por los hombros.

—Ay, cielo, cómo me alegro de escucharlo. Ahora mismo me reuniré con la señorita Harmony para cerrarlo todo y que a la vuelta de las vacaciones puedas empezar fuerte con los entrenamientos. —Me acarició con las yemas la mejilla, una sonrisa curvaba sus labios hacia arriba—. No sabes lo feliz que me hace que vuelvas a estar en tu salsa. No te veía tan llena de vida desde...

Tía Adele no terminó la frase, pero dio igual, porque yo sabía exactamente a qué se refería. No me veía así desde el accidente. Todavía me seguía escociendo y me dolía que te cagas que Relámpago no estuviera allí, y, sin embargo, sentí que fue él quien me envió a Anubis desde el cielo de los caballos. Como queriendo decirme: «Estás lista para pasar página».

Claro que estaba lista y ese Warmblood lo demostraba. Me había quedado prendada de él.

Me acerqué al macho dando pequeños saltos. El tío sacudió las crines como un pavo real al ver que me acercaba, pavoneándose. Le acaricié el morro con una sonrisa que me llegaba hasta las orejas.

—Parece que estás de suerte, tío cachas —le hablé con dulzura—. Vas a tener el honor de tener a Lena Morgan a sus pies. Voy a serte sincera: vamos a tener que trabajar muy duro si queremos ganar el Grand Slam de doma clásica, pero lo haremos, porque cuando se me mete algo entre ceja y ceja no hay quien me lo quite de la cabeza.

Escuché la risita socarrona de Blair a mis espaldas, no muy lejos de mí. Fui plenamente consciente de ella en cuanto me rodeó los hombros con un brazo y, con la otra, enredaba los dedos en las crines oscuras del animal.

—Doy fe de ello. Siento que te haya tocado una chalada, Anubis. Merecías algo mejor —se burló.

Como pude, le di un codazo.

—¡No seas mala! Estoy intentando caerle bien a mi nuevo amigo, por si no te has dado cuenta.

—Y yo solo estoy haciendo mi trabajo de decirle dónde se está metiendo.

La miré, atónita.

—Creía que no eras de esas tías que hablan con los caballo.

Arrugó los labios.

—Y no lo soy —objetó de morros. A continuación bajo tanto el tono que solo yo pude escucharla decir—: Solo te estoy siguiendo el rollo porque me gustas mucho.

Me atraganté yo sola.

—Blair, eres una intensa.

Me guiñó un ojo.

—Solo para ti, cariño.

Tía Adele se nos unió a nosotras unos minutos después. Me rodeó por la cintura y me pegó la espalda a su pecho. Me dio un beso en la frente.

—Bienvenido a la familia, pequeño Anubis —susurré yo con una nueva emoción que no supe identificar.

Por fin había podido cerrar una de mis heridas más profundas y estaba lista para sanar la que me quedaba.

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