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Capítulo 24: La tía guay de Lena

Observé la cama vacía por décima vez esa misma mañana. Lena no durmió aquella noche en la habitación. Las sábanas estaban perfectamente estiradas y su lado del dormitorio estaba, por primera vez en la historia, ordenado.

Menudo milagro.

Aunque lo que más me picaba era no saber dónde se había metido. ¿Se habría enfadado conmigo? Intenté recordar si había habido algo que le hubiese podido sentar mal. Pero, ¿tanto como para no dormir en su cuarto?

«¿Dónde te has metido, Lena?», me pregunté mientras hacia a un lado las sábanas.

Me estiré con un gato y, descalza, caminé hasta la ventana para abrir las cortinas de par en par. Fuera todo estaba blanco, cubierto de una capa gruesa de nieve. Sonreí. Me encantaba esa época del año, era mi favorita.

Me arreglé con unas medias por debajo de los pantalones vaqueros, una camiseta interior, una térmica y un jersey grueso de color verde oliva. Culminé mi vestuario con unas botas altas de color negro, planas. Me peiné el amasijo de rizos en dos trenzas boxeadoras y estaba a punto de salir camino al comedor cuando escuché la puerta abrirse. Unas risas lo inundaron todo.

Me quedé estática.

Una cabellera rubia ceniza ondeante y otra de color castaño claro se asomaron por la puerta, el eco de su risa llenándolo todo. Iban la una abrazada a la otra y todavía no se habían percatado de que las miraba con una ceja enarcada. La mujer de pelo rubio tendría la edad de papá, más o menos, y desprendía tanta calidez que me dejó KO durante unos segundos.

Lena le dio un beso en la mejilla. Llevaba la misma ropa que el día anterior, esa faldita divina por la que me gustaría deslizar los dedos, unas medias que me gustaría romperle y un jersey crema que, no sé si lo sabía o no, le marcaba muchísimo los pechos. Pero una exageración. Cuando la tardé anterior la había visto así vestida, había estado a punto de encerrarla en la habitación para follarla, pero tenía que reunirme con la señorita Williams, del taller de artes plásticas, ya que quería enseñarle los avances de mi Proyecto de Fin de Curso.

Verla de nuevo con la misma ropa de anoche me hizo tragar saliva. ¿Podría una chica estar escandalosamente sexy solo con una falda?

Las risas se disiparon en cuanto las dos me vieron, con la llave de la habitación aún entre los dedos y el bolso en la otra.

Lena me lanzó una miradita curiosa.

—Blair, ¿qué haces levantada tan temprano? Pensaba que te quedarías en la cama hasta las diez.

—¿Cuándo me he levantado yo tan tarde? —inquirí con una pequeña mueca. «Además, con todo el ruido que habéis montado, me habría despertado sí o sí», añadí para mis adentros. Ahora entendía que Lena fuera tan escandalosa.

Chascó la lengua.

—Ya, bueno, pero como son vacaciones y todo eso, he pensado que estarías durmiendo —objetó con un leve rubor en las mejillas.

Mmm, qué tentadora se veía.

La mujer que había a su lado dio varios pasos al frente. Me tendía una mano y blandía al mismo tiempo una sonrisa idéntica a la de Lena.

—Debes de ser Blair, ¿no? Mi pequeña Lena me ha hablado muy bien de ti.

Firmé una enorme «O». Observé a la castaña con una sonrisita tímida. ¿En serio le había hablado de mí?

—¡Tía Adele! —exclamó con el rostro encendido.

La mujer se volvió hacia ella.

—¿Qué? Ni que hubiese mentido. Me gusta que hayas hecho amigos en este lugar. Ya sabía yo que te iba a venir bien el cambio de aires.

Se me ensanchó más la sonrisa. Lena y yo éramos algo más que simples amigas, pero eso ella no tenía por qué saberlo.

—Es un gusto conocerla —convine estrechándole la mano—. A su sobrina le brillan los ojos cada vez que habla de usted.

—Oh, no cielito, no me trates de usted. Llámame Adele si quieres. —Volvió a girarse hacia la castaña y, bajando la voz, susurró no tan bajo como pretendía—: Es muy guapa.

No vi la reacción de Lena porque Adele la tapaba, pero pondría la mano en el fuego a que se le habrían encendido hasta las orejas. Como fuera, me hice la sueca.

—No sabía que vendrías de visita —dije, en cambio, asomándome un poco para que Lena captara mi mirada fulminante por no avisarme al respecto.

La adulta le quitó importancia con un gesto.

—Ha sido un viaje de última hora. Me he cogido unos días libres para visitar a mi pichoncita.

Enarqué una ceja, divertida.

—¿Pichoncita?

—¡Ni se te ocurra llamarme así! —casi chilló Lena, unas notas de pánico en la voz—. Suficiente tengo con tus dos dichosos apodos.

Adele alternó los ojos entre las dos, sus labios curvados en una sonrisa pilla.

—¿Apodos? ¿Qué apodos?

Abrí la boca para hablar, pero más rápida que el rayo, Lena se acercó a mí y me tapó la boca con una mano.

—Ni se te ocurra decírselos.

Le chupé la mano para que me soltara y, cuando lo hizo, no tuve piedad.

—¿Por qué no quieres que se los diga, gatita?

Lena abrió los ojos de par en par. Parecía que estaba a punto de darle un soponcio. Me encantaba alterar cada célula de su ser.

—¡Blair!

—¿Qué pasa, princesita?

El empujón que intentó darme de sacó una carcajada. Era tan alta y tenía los pies tan bien afianzados al suelo que no consiguió moverme.

—Te odio.

—Sí, claro, como si pudieras odiarme.

La castaña frunció los labios, pero no dijo nada de nada. Pero entonces una serie de minúsculas carcajadas nos hizo volver a la realidad. Y es que, sin quererlo, nos habíamos puesto a tontear delante de su tía, y eso que se suponía que debíamos actuar como solo amigas. A secas.

«Solo que tú ya no la ves como solo una amiga. Te estás enamorando de Lena», me dijo una vocecita en mi interior. Rayos.

Me aclaré la garganta. Intenté distraerla cambiando de tema.

—¿Qué tal ha sido el viaje desde Philadelphia hasta aquí? Ravenwood no es que sea el internado mejor comunicado del mundo. Para ser uno de los más caros, está a tomar por culo —ironicé.

Adele soltó una risita.

—Ha sido muy intenso. No estoy acostumbrada a viajar tantas horas.

—¿Cuánto se tarda más o menos? Yo nunca he salido del Suiza. En mi vida.

—Solo te digo que he salido a las ocho de la mañana y que hasta anoche no llegué a Ravenwood, cielo —me explicó ella con tono dulce.

La tía de mi compañera de cuarto era igual de empalagosa que su sobrina.

Uh, qué pereza.

—No me importa si con ello veo a mi sobrinita —dijo dándole un pellizquito en la nariz.

No puedo negar que no me enternecía la escena. Lena me dijo una vez que esa mujer lo era todo para ella, como la madre que la vida quiso arrebatarle. Verlas interactuar me dio un poco de celos. Porque mi madre ya no estaba ahí para quererme, porque mi padre no era tan cariñoso conmigo.

Alejé esos pensamientos negativos con una leve sacudida de cabeza. No podía cambiar nada. Era lo que me había tocado vivir, por mucho que me jodiera. Tenía que hacerme la dura y seguir adelante.

Lena se excusó unos minutos para darse una ducha rápida y, así, nos quedamos Adele y yo solas. Cuando escuchó cómo el agua caía contra el disco, me indicó con un gesto que me uniera a ella en el sofá grande que había en el centro de la estancia. Dejé una pequeña distancia prudencial entre nosotras, recelosa.

Pero, claro, no contaba con que la tía de Lena fuera tan cariñosa. Me agarró una mano y empezó a juguetear con mis dedos.

—Ahora que estamos solas, quiero dejarte las cosas claras, cielo.

Le lancé una miradita interrogante.

—Hum, no entiendo.

—Oh, yo creo que sí —declaró con una sonrisa siniestra—. No creas que no me he dado cuenta de cómo os coméis con la mirada. Seré mayor, pero no tonta, cariño. A mi niña le gustas mucho, lo veo en la forma en la que le brillan los ojos cuando habla sobre ti, cómo se pone roja y se altera cuando le hago un comentario fuera de lugar.

»No me parece mal que le gustes. Eres una chica guapísima, Blair, y no me extraña que mi Lena haya caído rendida a tus pies. No soy de esas personas de mente cerrada.

Me había quedado sin palabras. No supe muy bien qué decir y puede que por eso me tomara mi tiempo en buscar una respuesta que no sonara débil. Aun así, no pude evitar que mi voz fuera temblorosa cuando volví a hablar tras lo que sería una eternidad y media:

—Lena es una tía muy guay. Me gusta, me gusta mucho, pero no puedo darle lo que quiere. Mi padre nunca aceptaría lo nuestro. Él es... muy tradicional.

—Si tanto te gusta mi pichoncita, lucha por ella, Blair. Ella es muy feliz desde que está aquí y yo sé que gran parte de la culpa la tienes tú. Una madre sabe esas cosas, ¿sabes?. Que sí, que yo no la he parido, pero es como si la hubiera hecho. Amo a esa cría desde que nació.

Sonreí.

—Ella también me hace muy feliz. Es... especial para mí.

—Mi Lena es un ser de luz, como su madre. Tienen la misma energía y son las dos igual de empecinadas. Cuando a Kira, mi hermana mayor, se le metía algo entre ceja y ceja no había quien la sacara de ahí.

Solté una risita.

—Doy fe de que Lena es igual. Yo... perdí a mi madre por culpa de un cáncer terminal y... —Tosí al notar cómo mi voz se rompía más y más a medida que le contaba lo de mi madre—... En fin, que Lena supo muy bien cómo hacerme sonreír, aunque yo no quisiera. Tiene una personalidad preciosa.

Adele me dio un apretón en los dedos.

—¡Ay, cariño, tú estás bien pillada por mi Lena!

Abrí los ojos como platos al escucharla gritar. Mierda, solo esperaba que no anduviera nadie por los pasillos a esa hora. Se me encogió el estómago solo de pensar en que los demás se enteraran de que estaba pilladísima por la nueva. O, peor aún, mi propio padre. No quería que Lena sufriera las consecuencias de su ira.

Apoyé la cabeza en el respaldo del sofá y me tapé los ojos con las manos.

—¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? ¿Por qué no puedo querer a la persona que yo quiera?

No supe en qué punto exacto de la conversación se había movido, solo que, de pronto, me rodeó con sus brazos como si nos conociéramos de toda la vida. Adele olía a moras y, sin quererlo, me llegó un recuerdo que creía olvidado.

Mamá ya estaba mejor, o eso me habían dicho papá y ella. Los médicos le habían dado el alta hacía tan solo una semana y aún la notaba algo debilucha, pero eso no la frenó. Así que los tres salimos a dar un paseo a caballo.

Mamá hablaba muy animadamente sobre mi fiesta de los trece años. Fingió un puchero cuando dijo que su bebé ya se estaba haciendo toda una jovencita. Yo solo me limité a exclamar un:

—¡Mamá! No empieces.

Dimos un paseo por el lago, mamá siempre por delante, sonriente ante todo. Con cada obstáculo que saltaba su carcajada era más y más liberadora.

Terminamos en un pequeño claro, en nuestro claro favorito, comiendo moras silvestres y dándonos un baño en las aguas de Charming Lake. Los vi susurrarse algo que no logré escuchar mientras los observaba a través de la toalla que en la que estaba tumbada, a punto de quedarme dormida.

Un par de semanas después mamá se había ido al arcoíris y papá y yo no supimos muy bien cómo gestionar su muerte. Ahora, cuatro años más tarde, aún seguía extrañándola, pero cada día dolía menos que ella no estuviera ahí.

Los dedos de Adele en mis mejillas me trajeron de vuelta al mundo real.

—Ey, ¿estás bien? Te has quedado más pálida de lo que ya eres.

Porque sí, tenía la suerte de tener un tono de piel que yo denominaba fantasmagórico.

Tragué las pequeñas lágrimas que luchaban por salir.

—Sí, solo me he puesto a pensar en mis cosas, nada más —mentí. No quería que se enterara cuánto me había afectado ese abrazo.

Dejamos de escuchar el grifo, pero eso no hizo que Adele se separara de mí. Ni siquiera cuando escuchamos un pequeño golpe desde el interior seguido de una sarta de maldiciones. Pero cuando Lena giró el pomo de la puerta, se inclinó sobre mí para suplicarme:

—Cuídamela, por favor. Ella es lo único que tengo y lo que menos quiero es verla sufrir otra vez.

Fijé la vista en su sobrina, cuyos ojos no se despegaban de nosotras repletos de curiosidad. La vi preguntándome en silencio qué estaba pasando, pero yo me limité a esbozar una sonrisa de niña buena.

—Créeme, no pienso dejar que nada ni nadie le haga daño, aunque sepa de sobra que sabe defenderse por sí misma. Ella es lo mejor que me ha pasado

Y no mentía. No sé qué habría sido de mí si esa mujer que tenía a mi lado no hubiese decidido solicitar la beca que la había llevado a mi lado.

Porque conocer a Lena había sido el mayor descubrimiento de mi vida.

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