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Capítulo 19: Más cerca

Montar a caballo era como montar en bici: una vez que uno aprendía a hacerlo, no se olvidaba nunca.

Di una vuelta al galope. Dos. No podía creerme que hubiese sido capaz de hacerlo. Había podido superar mi mayor miedo y todo gracias a Blair. Me temblaba todo el cuerpo y creía que no iba a poder subirme, pero una vez que estuve sobre los lomos de la yegua palomina de Blair, supe que hacía lo correcto. Sentí el hormigueo cálido de la adrenalina recorrerme las venas a medida que Cleo galopaba con más ahínco.

Lena Morgan había vuelto a la equitación.

Apenas había puesto a la yegua al paso cuando me fijé en que había una figura menuda junto a la puerta de madera de la pista. Lia Harmony sonreía de oreja a oreja al ver espectáculo que estaba dando. Sin dudarlo, mandé a Cleo hacia allí y la detuve a tan solo unos centímetros de ella.

—Te has subido —habló echando la cabeza hacia arriba para mirarme. Los ojos le brillaban de la emoción. Lia era una mujer muy legal. Se había portado muy bien conmigo en todo ese tiempo que habíamos pasado juntas y nunca me había echado en cara que no quisiera volver al mundo de las competiciones cuando estaba claro que aún me quedaban años en el mundillo.

—Ajá —solo atiné a articular. De pronto me sentía avergonzada por no estar al mismo nivel de antes, aunque ¿cómo estarlo cuando habían pasado tantas cosas en casi dos años?

—Sabía que para finales de año conseguiría que te subiera a un caballo —declaró con orgullo.

Por el rabillo del ojo vi cómo Blair ponía los ojos en blanco y mascullaba algo por lo bajo. No obstante, tuvo la sensatez de no decir nada en voz alta, no delante de Lia.

Hice una mueca.

—Creo que tengo mucho en lo que trabajar si quiero, al menos, participar en el Gran Slam de doma clásica de diciembre.

La señorita Harmony parpadeó.

—¿Solo vas a participar en el de doma clásica?

Formé una línea recta con los labios para, después, tragar la gran bola de arena que tenía en la garganta.

—Aún no estoy preparada para ir al siguiente nivel.

—Claro que lo estás, niña, y yo pienso entrenarte, tanto en doma como en salto. Tienes ante ti a una ex campeona olímpica de saltos —se jactó, muy orgullosa de sí misma.

—Menuda competición se marcó, señorita Harmony. Yo... —sentí que me ardían las mejillas, pero, aun así, decidí seguir adelante—. Usted me inspiró a querer ser tan buena en la pista. Cuando era una cría, mi tía puso una reposición de los Juegos Olímpicos de 2004 y yo me quedé embobada cuando la vi sobre ese animal que cuando aquello me pareció gigantesco. Desde entonces, le rogué que me apuntara a clases de equitación y el resto es historia.

—Es un honor. —Se enjugó una lágrima que hasta ahora no había visto—. La verdad es que me encantan los caballos y no quería no hacer nada en mi retiro. Por eso me formé para dar clases a los jinetes menos experimentados. Con el tiempo me hice un nombre como entrenadora y, gracias a eso, Marlon Meyer me exigió que dirigiera la escuela cuando la fundó.

»Tienes mucho potencial, Lena, y no quiero que lo desperdicies. He visto cada una de tus competiciones desde que entraste en la categoría júnior. Quiero entrenarte para que vuelvas a ser una campeona, una versión mucho más mejorada que la anterior. Si trabajamos codo con codo, podrás volver al podio, te lo juro.

La intensidad de sus palabras me había dejado sin respiración.

—¿En serio lo crees?

Lia abrió la boca para hablar, pero esa vez Blair fue la que tomó la palabra y la que captó toda mi atención. Me observaba con esos ojazos tan claros como el lago que bordeaba el Valle de las Estrellas Fugaces. La brisa de la tarde hizo que sus rizos rebotaran como pequeños muelles.

—¿No me dijiste una vez que amabas las competiciones? ¿Que te gustaba ganar? Esta es tu oportunidad para demostrarles a los demás que, pese a todo lo que te ha pasado, no te has rendido. Que eres una campeona.

«¿No estás cansada de la monotonía? ¿No te aburre solo ser entrenadora? Si yo tuviera el mismo nivel que tú, cosa que envidio un poquito —continuó diciendo casi sin pararse a tomar aire—, iría de cabeza a uno de esos concursos para gente estirada. A mi madre también le encantaba competir, tía. No desperdicies tanto trabajo.

—No lo estoy desperdiciando.

Blair me lanzó una miradita significativa.

—¿Segura? Puedes hacer mucho más que dar clases al grupo principiante.

—Esta muchachita tiene razón —convino Lia. Parecía que ambas se habían unido al partido «Convenzamos a Lena»—. Ya es hora de que saques a la Lena del pasado y vuelvas a arrasar con todo. Tus saltos son exquisitos.

Chasqueé la lengua.

—¿Me dejaréis en paz si os digo que me lo pensaré?

—Puede —hablaron las dos al unísono.

Suspiré.

—En ese caso, quiero aprovechar que he conseguido subirme a Cleo sin que me dé un síncope para estar un rato más en la pista. —Clavé la vista la chica de la cabellera negra azabache—. Podemos hacer algo guay después para celebrar tu cumpleaños. Ya sé que no te gusta festejarlo —objeté a todo correr en cuanto vi cómo abría la boca para protestar—, pero no acepto un no por respuesta.

—Eres peor que un grano en el culo —masculló esta muy de morros.

Le tiré un beso. Gracias a lo alta que era Cleopatra, no tenía que levantar la cabeza para mirarla.

—Sé que en el fondo te encanto.

—Lo que tú digas.

Lia, aún apoyada en la vaya de madera, nos observaba en silencio. Había algo en su forma de estudiarnos a las dos que no me gustó ni un pelo, menos cuando dijo:

—Chicas, si os gustáis, pues liaros.

Automáticamente Blair y yo nos miramos con los ojos abiertos de par en par. Los labios de ella en forma de "O" mientras que yo proferí un jadeo entrecortado. ¿Cómo se suponía que debía reaccionar a ese comentario cuando lo único que quería desde hacía unas semanas era comerle los morros a esa pelinegra.

Blair se aclaró la garganta, las pupilas azules sobre Lia.

—Que sea bi no quiere decir que quiera tirarme a todo el mundo —refunfuñó.

El tono duro que empleó me dio un regusto amargo en la boca del estómago. Vale, acababa de dejar claro que no le atraía lo más mínimo. Qué puto asco.

—Ya, ya. —Lia nos lanzó una última miradita relevante—. Estaré en mi despacho. Si necesitáis cualquier cosa, avisadme. Os veo mañana, chicas.

Y con esas se piró de ahí en un abrir y cerrar de ojos. Blair y yo nos quedamos un rato calladas. Me sentí cautivada por la intensidad de sus irises, incapaz de apartar la vista. Tenía los ojos más expresivos que había visto, transparentes como el agua. Me recorrió un escalofrío que me atravesó la columna vertebral cuando la vi esbozar una pequeña sonrisa. Blair tenía una boquita divina.

No me di cuenta de que el tiempo avanzaba hasta que Cleo empezó a golpear la arena con los cascos. Emitió un relincho cansado.

Sujeté con más ahínco las riendas.

—Me voy a quedar un rato más. Resérvame la noche, ¿vale? Quiero que hagamos algo juntas.

Resopló, pero yo supe que estaba fingiendo exasperarse. En sus pupilas aún bailaba la sonrisa de antes.

—Eres una pesada.

—Soy cabezota, pero ya deberías saberlo a estas alturas.

—Estoy cansada —intentó excusarse.

—No te vas a librar de mí. Haremos lo que tú quieras, aunque a mí no me guste. Te prometo que no voy a quejarme.

Blair enarcó una ceja.

—¿Lo que yo quiera?

Asentí.

—Hoy es tu día, así que tú eliges el plan.

—Okey, pero luego no quiero quejas.

Mmm... ¿Por qué, de repente, me inquietaba tanto lo que Blair planeara? No podría ser para tanto, ¿verdad?

Intercambiamos un par de palabras más antes de que se fuera a la habitación para «preparar el planazo de esta noche» como lo había llamado ella. Así que me quedé allí, con una Cleo cada vez más molesta por tenerla parada sin hacer nada. Aún con la mente puesta en todo lo que acababa de pasar, apreté los muslos en torno a la yegua para darle la primera de muchas órdenes.

🌺 🌺 🌺

Apenas había salido de la ducha cuando Blair me abordó. Acababa de lavarme el pelo tras haber vuelto sudadísima de la academia de equitación. Había olvidado lo que eran las sesiones intensas y la caña que siempre me metía a mí misma. La cosa es que Blair aprovechó que salía del cuarto de baño para agarrarme del brazo. No la había visto al llegar al dormitorio que compartíamos, pero en esos momentos, cuando me encontraba tan agotada que casi ni me acordaba de cómo me llamaba, había dado por hecho que estaría preparando lo que fuera que quisiera hacer.

—Por fin volviste —me dijo mientras me sacudía los hombros.

—Joder, tía, ¿cuánto tiempo llevamos sin vernos? ¿Casi dos horas?

Blair se frotó la nariz.

—Has tardado la vida en ducharte.

—No sabía que tenía que estar preparada para cierta hora. La próxima vez tardaré menos, se lo prometo, mi señora. —Y para darle más énfasis, me incliné hacia delante e hice una reverencia pomposa.

Blair soltó una carcajada minúscula, pero menos daba una piedra.

No me soltó y yo sentí el roce cálido de sus dedos allá donde estaban en contacto con mi piel desnuda. Me había puesto un top blanco de tirantes que dejaba el ombligo al aire y una falda larga de flores de color turquesa. Me habría encantado ponerme una corta, pero desde el accidente me asqueaba llevar los muslos al aire y que el resto viera el recuerdo de lo que había sido el acontecimiento más desagradable de mi vida.

Me señalé la cabeza, donde tenía una toalla enrollada para que el cabello mojado no me chorreara.

—Me seco el pelo y seré toda tuya.

—¿Podré hacer contigo todo lo que quiera? —ronroneó con la voz aterciopelada.

Apreté los labios para ahogar el jadeo que luchaba por brotarme de la garganta. Sin quererlo —o no, porque ya no sabía si Blair lo hacía a propósito— me había enviado una imagen explícita de las dos. Ella estaba debajo de mí, sus piernas largas me pegaban a su cuerpo y sus dedos me recorrerían la piel. Con los labios me devoraba primero la boca para, después, lamerme el cuello como a mí me encantaba y apretarme un pecho por encima de la camiseta. Yo tendría las manos perdidas en su pelo y frotaría nuestros sexos para crear fricción entre las dos.

Suficiente.

—Ajá —fue lo único que pude emitir. Tenía las mejillas coloradas, pero por suerte Blair pensaría que era por el calor del agua y no por mis fantasías.

—En ese caso, hazlo. Tengo muchas ganas de tenerte solo para mí.

Mmm... Sonaba tan tentadora, más con esa boquita divina que, justo ahora me daba cuenta, se la había pintado de color rosa suave. También llevaba rímel y el delineador.

Cogí el cepillo para el pelo y el neceser en el que metía todo el maquillaje que tenía y me encerré en el baño. Me sequé el pelo con mucho cuidado y me lo peiné en unas suaves ondas castañas. Con el verano me habían salido unas mechas rubias. Tía Adele decía que lo había heredado de mi madre. Cuando era más pequeña tenía el cabello mucho más claro, según las fotos que había visto, tirando a un rubio oscuro. Ahora lo tenía de un castaño muy claro, medio arrubiado en verano y pelirrojo en otoño, herencia de tía Adele.

Una vez que le hube dado la forma que quería, me apliqué un poco corrector para las ojeras, la base, colorete, algo de brillo en los pómulos, máscara de pestañas y un pintalabios nude. Para cuando terminé, me sentía tan pibón que le tiré un beso a mi reflejo.

—Dios, Lena, estás cañón —me dije a mí misma, porque lo estaba. Sabía que era una chica guapa y que tenía mis buenos atributos, como el culo rechoncho producto de años de montar a caballo y el cuerpo tonificado por el ejercicio diario. No tenía la talla de una súper modelo, pero, ¡ole yo!, amaba las curvas de mis pechos y mi cintura de avispa.

Di una vuelta sobre mí misma y me eché un último vistazo antes de recoger el cepillo y el neceser y salir del baño. Lo primero que vi fue que Blair estaba sentada en el sofá. Tenía uno de esos libros viejísimos en el regazo y los auriculares puestos. No parecía haberse percatado de que ya había salido del baño. Por unos instantes me pregunté si me había demorado más de la cuenta.

No se dio cuenta de que ya había terminado, ni siquiera cuando me tropecé y me di una hostia bien grande contra la esquina de mi cama, ni cuando solté un taco. Fuera lo que fiera que estaba leyendo, debía de ser muy interesante.

Frotándome la rodilla izquierda, donde había recibido el golpe, con una mueca, me quedé para a tan solo unos metros de ella, a ver si así se daba por aludida, pero como ni con esas levantó la cabeza, decidí ser un poco más brusca. Agarré un cojín del sillón —la funda de estampado tropical me pareció curiosísima, porque no tenía a Blair por alguien de ese tipo de gustos— y di un paso al frente al mismo tiempo que esbozaba una sonrisita traviesa.

A la de tres. Uno. Blair pasó de página y, con ello, una nube de polvo se extendió por el aire, llenándolo así de pequeñas partículas y ácaros del año de la polca.

Dos. Me puse en posición, casi pegada a ella. Había dado la vuelta al sofá y me había puesto de espaldas a ella. Llevaba el pelo oscuro como el carbón recogido en una coleta que se había hecho a lo largo de las dos últimas horas.

Tr...

—Como me des con el cojín, te mataré, princesita.

Mierda.

Rodeé el mueble y me senté a unos centímetros de ella. La miré de hito en hito.

—¿Cómo...?

—¿Te han dicho alguna vez lo ruidosa que eres? A ver, me gustan las chicas ruidosas, pero no en este contexto. —Enarcó una ceja—. Además, tenía los auriculares apagados y tampoco son de esos que silencian el ruido.

Doble mierda.

Blair dejó el libro sobre la mesita de noche, se quitó los cascos y descruzó las piernas.

—En fin, ¿estás ya preparada para la mejor noche de tu vida?

Le lancé una miradita de recelo. Miedo me daba lo que hubiera planeado en el poco tiempo que le había dado de margen.

—¿No?

—Ay, Lena, no seas aburrida. Me encantan las chicas aventureras. ¿Lo eres? Porque la Lena de esta tarde sí que ha sido toda una valiente. Yo no habría tenido los huevos de haber hecho lo que tú has hecho.

Me froté los hombros.

—Tenía que hacerlo, tarde o temprano. Así que gracias de nuevo. Sin ti no lo habría logrado.

—¡Si yo no he hecho nada! Has sido tú quien se ha subido solita, así que no te quites el mérito, guapita. —Se acercó más a mí, tanto que tuve que levantar la barbilla para poder mirarlo a la cara. Tan cerca que el calor de su cuerpo me traspasó la piel y me dio un vuelco el estómago cuando me agarró de las manos. Su aliento me hizo cosquillas cuando volvió a tomar la palabra, con una sonrisa de suficiencia en los labios—. ¿Eres de las que viven aventuras o las que esperan que su príncipe azul las rescate?

Parpadeé. Porque yo no necesitaba que nadie tuviera que ponerse en peligro para salvarme. No era una princesa en apuros; era una mujer luchadora que podía valerse por sí misma. No necesitaba un príncipe azul. Y tampoco me iban los príncipes. Me gustaban las mujeres con las ideas bien claras, como Blair. Que me metieran caña, que no fueran unas floreros.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunté con cautela.

Blair me dio unos golpecitos en la nariz sin borrar la mueca de sus labios.

—Va a ser muy guay. ¿Confías en mí?

—Claro que confío en ti, Blair. Eres mi mejor amiga.

Porque lo era. Era mi mejor amiga allí dentro, la aliada que menos esperaba, la chica más fascinante que había podido conocer.

La pelinegra soltó un ruidito apenas imperceptible de la garganta. La analicé sin pestañear. ¿De qué se sorprendía? Puede que al principio de todo no nos soportáramos, pero ahora veía lo mucho que nos parecíamos: ambas teníamos las ideas claras, teníamos nuestro carácter y podíamos llegar a ser tozudas como mulas. Blair tenía una personalidad mucho más marcada que la mía, pero yo tampoco me quedaba muy atrás. No era de esas tías sumisas que se dejan pisotear, el cliché de chica tonta y aburrida; me gustaba pelear por lo que era mío y ante las injusticias.

Me aclaré la garganta.

—¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato o qué?

—Na... Nada —titubeó. Ella, la chica más segura de la historia—. Yo... nunca he tenido una mejor amiga. A ver, Axel es mi mejor amigo, sí, pero es un tío. Nunca se me ha dado bien hacer amigas chicas, porque siento que las espanto, ¿sabes? —Se toqueteó el dije con forma de sol que tenía la pulsera de Pandora que llevaba con aire distraído—. Mi padre dice que es porque tengo un humor de perros, pero yo creo que es porque me gusta hacer cosas más... masculinas. A mí... me encanta construir cosas, hacer deportes de riesgo, sentir cómo la adrenalina me corre por las venas... No me gusta nada ir de compras, ni ver un coñazo de película romanticona. Me gusta arreglarme cuando quiera y que nadie se meta en mi vida.

—No eres más masculina. Eso son chorradas de la sociedad. ¿Eres menos mujer porque te guste hacer ese tipo cosas? No, Blair. Eres encantadora, a tu manera; tienes el puntito justo para comerte el mundo. Esta Blair que tengo delante es perfecta tal cual es. No tienes un humor de perros, solo que a veces eres un poco gruñona. Pero te voy a decir un secreto, me gusta cuando te pones así.

En algún punto de mi monólogo había roto la conexión que se había formado entre nosotras y había empezado a mirar un punto de la pared de su derecha. Vi cómo se secaba una lágrima con disimulo.

—A veces siento que soy una puta borde.

—Eres una puta borde adorable. Incluso cuando te pones de morros.

Porque Blair era una tía guapísima incluso cuando estaba cabreada, pero no se lo digáis o se le subirá a la cabeza.

Giró la cabeza como un resorte. Pestañeó una, dos y tres veces.

—¿En serio? No fui muy amable contigo el primer día.

Chasqueé la lengua.

—Ya, bueno, yo estaba hasta el coño de todo, así que tampoco colaboré mucho. Lo que importa es que ahora estamos en este punto. —Tiré de su brazo—. ¿Vas a decirme ahora cuál es ese plan misterioso que has preparado? No me gustan las pelis de terror, te aviso.

Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa.

—Oh, te va a encantar, gatita.

Apreté los labios. ¿Por qué no me gustó ni un pelo el tonito jueguetón que había utilizado?

Con una sonrisita maliciosa, tiró de mí.

🌺 🌺 🌺

El pasadizo estaba oscuro como un agujero negro. No se veía una puta mierda salvo lo que las linternas de nuestros móviles alumbraban. Arrugué el morro. Olía a cerrado y a humedad, a suciedad y polvo. Las paredes tenían moho y el suelo resbalaba como él solo. Me recogí el bajo de la falda para que no se manchara.

—¿A dónde vamos? —volví a preguntarle por décima vez.

Blair iba un paso por delante, sus dedos entrelazados con los míos, sin saber lo fuerte que me martilleaba el corazón en el pecho por el simple hecho de estar tomadas de las manos. Puede que no la pudiera ver en esos momentos, pero juraría que estaba sonriéndole a la oscuridad.

Por primera vez en el largo rato que llevábamos allí abajo, obtuve una respuesta directa más allá de «Confía en mí» o «Te va a encantar». Cuando lo quería esa chica podía ser muy exasperante.

—Te voy a llevar a uno de mis rincones favoritos de Ravenwood. No es que sea muy glamuroso, pero para mí es muy especial. —Carraspeó—. Quiero compartirlo contigo, Lena. Quiero enseñarte la parte más guay de vivir encerrada aquí.

La seguí en silencio durante casi cinco minutos hasta que se detuvo frente a una puerta de madera carcomida por el tiempo. Blair me hizo un gesto para que me detuviera, así que eso hice; me situé justo detrás de ella. La pelinegra metió la mano en un hueco y, tras tirar de un mecanismo que hizo clic, la puerta anticuada se abrió con un crujido. Blair pulsó un interruptor que había en la pared y la estancia se iluminó.

Se me escapó un hipido involuntario.

Y es que ante mis ojos se extendía una biblioteca enorme. El techo era altísimo y allá donde mirara había baldas repletas de libros antiguos cuyos lomos habían visto días mejores. Había una chimenea de baldosa muy colorida en un rincón, una butaca de a saber qué año a tan solo un par de metros de ella. Había un par de libros sobre la mesita de madera oscura que había a su lado. Y, sobre una de las paredes, había un retrato de un hombre de semblante serio, los ojos marrones enormes parecían que te seguían con la mirada.

Nunca antes había visto un lugar tan alucinante.

Blair tiró de mí por enésima vez.

—Ven, quiero enseñártelo todo.

Reí entre dientes.

—Jo, tía, no sabía que te gustara en ese plan.

Me sacó la lengua.

—Payasa.

Se pasó los siguientes quince minutos parloteando sin parar de cómo había encontrado aquel lugar y lo que significaba para ella. Vi cómo sus ojos chisporroteaban con una energía eléctrica. Me vi perdida en ella, en su perfume y en lo que me estaba contando.

—Según mis cálculos, el despacho privado del Conde de Ravenwood no debería andar muy lejos —estaba diciéndome ella. Nos habíamos sentado en un pequeño sofá que al principio había pasado por alto ante la cantidad descomunal de objetos que había allí dentro.

—¿No lo has encontrado?

—Qué va. Y eso que he tocado cada baldosa y mirado debajo de cada una de las alfombras. No hay ni rastro de él. No sé. Yo... —Sus pupilas cayeron sobre las mías y se detuvo en seco—. Mira, mejor me callo. Debes de creer que estoy pirada o que soy una friki de esas.

—No te calles, Blair. Estás muy guapa cuando hablas de lo que te gusta. Me encanta conocer a tu lado más nerd. No sabía que amaras la historia.

Se me arrimó un poquito más, su rodilla izquierda chocó con la mía.

—No todo el mundo lo sabe. Me encanta la clase de historia.

—Te pones monísima cuando hablas de lo que gusta.

Blair puso su mano izquierda en mi rodilla y empezó a trazar suaves círculos por encima la falda. No pude evitar tensarme, porque justo unos centímetros encima tenía eso. No sé si se hizo la tonta o no, pero no quitó la mano y yo agradecí el contacto abrasador de sus dedos. Mi centro se contrajo.

Mierda, llevaba tanto tiempo de celibato que me excitaba con un contacto tan simple.

Con la mano libre enredó un dedo en uno de mis mechones de pelo. Estaba totalmente inclinada hacia mí y eso me fascinaba. Me sentía mareada por su cercanía, emborrachada por su aroma dulce y el tacto cálido de sus dedos.

No quería detenerla. No podía hacerlo.

—¿Qué me estás haciendo, princesita?

—¿Qué me estás haciendo tú? —susurré con la voz ronca, producto del deseo que sentía—. ¿Por qué te tengo tan metida en las venas que la sola idea de estar separadas me duele?

Deslizó los dedos desde mi rodilla hasta tomarte una mano. Me la guió hasta su pecho, donde su corazón latía con fuerza.

—¿Ves lo rápido que me late el corazón? Me pones muchísimos, Lena. Me pones a mil. Tu mirada me enciende —dijo acariciándome los párpados. A continuación movió sus dedos hasta mi nariz—. Estas pecas que tienes me vuelven loca y me parecen jodidamente irresistibles. Y esta boquita divina me pide a gritos que la bese —musitó tan cerca de mí que sentí el aliento en la cara, su voz en un ronroneo.

—Bésame —supliqué—. Haz conmigo lo que te dé la real gana.

Ella me levantó el mentón y fue en esos precisos instantes en los que me fijé por primera vez en la sonrisita lasciva que tenía esculpida en los labios. Quise lamer el hoyuelo que se le había formado en el pómulo izquierdo.

Me pasó el índice por los labios, mi mano aún sobre su corazón acelerado.

—No tienes ni idea de las ganas que te tengo, bonita. Quiero tanto de ti...

—Creía que no te iban las niñas buenas.

—Ni a ti las chicas malas.

Jadeé cuando empezó a trazar círculos en la piel desnuda de mis hombros. Provocativa. Cautivadora.

—Quizás solo sean meras etiquetas —susurré tan cerca de ella que por primera vez aprecié los puntitos grises que bordeaban el iris azul intenso—. Puede que ni tú seas tan mala ni yo tan buena.

Blair me dejó un beso húmedo en la barbilla. Deslizó la boca hasta mi oreja para susurrarme:

—Quiero que me toques y que me comas enterita.

No tuvo que suplicármelo dos veces. De un movimiento rápido, me senté a horcajadas sobre ella, mis dedos perdidos en esa mata de pelo que tenía. Escuché cómo soltaba el aire por la boca y la suave risita y, como una chispa prende un incendio, me encendió por dentro. Mi centro palpitaba clamando atención, deseando que su boca se perdiera en él.

—Al final va a resultar que no eres tan insípida.

Enrosqué un dedo en torno a uno de sus rizos perfectos.

—Ya te he dicho que no soy tan remilgada.

Me apretó el culo con las manos, pegándome aún más contra sí misma. Estaba encima de su sexo, lo podía rozar con el mío. Mis bragas estaban empapadas y mis pezones parecían piedras, y eso que ni me había besado todavía. ¿Cómo era posible que pudiera ponerme tan cachonda con tan solo un roce?

—¿Puedes dejar de hablar y besarme de una vez? —me ordenó con un tono de voz autoritario que me puso más caliente aún, si es que eso era posible.

Le tomé la cara entre las manos y, por fin, junté nuestros labios. Su boca se movía en sintonía con la mía, hambrienta. Era como si llevara meses en el desierto, sedienta, y que ella fuera la única fuente que me saciara. En algún punto del beso su lengua y la mía se unieron en una batalla frenética, sus dedos aferrados contra mis caderas, los míos aún en su pelo.

La besé una y otra y otra vez. La besé hasta que ella empezó a darme pequeños mordiscos en los labios, hasta que empezó a descender. Me pasó la lengua por la barbilla hasta bajar a mi cuello, donde se detuvo para lamerlo y morderlo. Jadeé con la mirada puesta en el techo. Sentía que el corazón me iba a reventar dentro de la caja torácica, que me iba a dar una sobredosis de éxtasis ahí mismo.

Necesitaba más.

—Más cerca —susurré con la voz ronca.

Blair siguió descendiendo hacia mis pechos. Levanté los brazos para que me quitara el top y, cuando lo dejó hecho un rebujo en cualquier lado, me llevé las manos hacia atrás y me quité el sujetador.

Blair se echó hacia atrás para estudiarme desde otra perspectiva. Se pasó la lengua por el labio inferior.

—Primero que todo, este par de amigas que tienes.

—¿Qué les pasa? —pregunté bajando la mirada, o intentándolo al menos. Blair no me dejó hacerlo.

—Son perfectas.

Y, para darle más énfasis, me dio un apretón en una de ellas que me hizo soltar un gemido involuntario.

Su boca volvió a apoderarse de la mía, pero sus manos empezaron a jugar con uno de mis pechos. Lo pellizcó y enredó un dedo en mi pezón inflamado. La devoré mientras me restregaba contra ella, de mis labios brotó un tremendo jadeo cuando me apretó el puntito erecto. Pronto, se pasó a la otra y, mientras tanto, nos comíamos con el hambre que sentíamos la una por la otra.

—Quiero probarte, gatita.

Mmm... Si me lo pedía así, iba a ser incapaz de decirle que no.

Me bajé de ella para poder recostarme contra el sofá y darle así más acceso a mis pechos que clamaban por que les hicieran caso. Mi clítoris palpitaba, anticipando lo que podría ocurrir entre nosotras, empapándome aún más las bragas.

—Más cerca —gruñí cuando Blair se sentó sobre mí—. Más cerca —repetí cuanto se inclinó, sus ojos chisporroteaban llenos de lujuria—. ¡Más cerca! —grité cuando su lengua húmeda me dio un lametazo en el valle de mis pechos.

Estaba desatada, fuera de mí. Solo quería que me tocara, que siguiera besándome como antes, que...

Clavé la vista en ella cuando empezó a chuparme un seno. Cuando con la otra mano empezó a estimularme de nuevo el otro. Cuando me dio un mordisquito en el pezón. Cuando grité su nombre con cada lamida.

Fue mi turno de apretarle ese culito divino y darle un azote. Mientras ella me devoraba los pechos, me deleité con manosearle ese trasero tan rico que tenía. Me moría por arrancarle el pantaloncillo granate que llevaba.

Blair gruñó unas palabras ininteligibles cuando me atreví a meter la mano debajo del pantalón, seguido de un ronroneo entrecortado:

—Viciosilla.

Me incorporé lo justo para dejarle un beso en el cuello y, apresándola con mis piernas, intenté cambiar las tornas. Solo que al estar en un sofá nos caímos al suelo. Blair se rió en mi oído.

—Menuda buena forma de cortar el rollo.

Le lancé una sonrisita confiada mientras me ponía de nuevo sobre ella.

—¿Ah, sí? Porque lo que voy a hacerte sigue sin ser apto para todos los públicos —murmuré contra su boca.

Blair me pegó a ella, las manos perdidas en mi culo. Me lamió la oreja.

—¿Qué vas a hacerme, gatita?

La callé con un beso, un beso que pronto se nos fue de las manos. Mis labios buscaban los suyos como un mosquito la luz. Hambrienta de ella. La besé y ella me besó a mí. Volvió a trazar círculos en en mis pezones y yo, frenética, la saboreé hasta que me quedé sin aliento.

Blair se quitó la camiseta y el sujetador de encaje negro se quedó perdido en alguna parte. Tenía los pechos más pequeños que yo, pero eso daba igual. Tenía el tamaño justo para que me cupieran en la boca, esos botoncitos de un rosa oscuro, puntiagudos de la excitación. Posé los labios en su clavícula y le dejé allí mismo un beso cargado de intenciones. Seguí descendiendo hasta sus senos, ese par de montecitos deliciosos para saborear la suavidad de su piel. Blair me clavó las uñas en la espalda cuando comencé a torturarla con la boca.

Mientras que con los labios y los dientes le estimulaba un pecho, con los dedos tracé círculos en el otro. Blair maldijo un par de veces, una de sus manos apretándome aún más fuerte sobre ella. Gruñí y ella jadeó cuando me di un festín con el otro seno.

Seguí mi trayectoria hacia el sur, obligándola a que me soltara muy a mi pesar. Levantó las caderas y, así, pude deshacerme por fin de sus shorts deportivos. Llevaba unas bragas de encaje a juego con el sujetador.

Me relamí.

Recorrí con la yema de los dedos desde su pantorrilla hasta la cara interna de su muslo. Escuché cómo siseaba cuando me fui acercando a su monte de Venus, cubierto aún por las bragas. Aunque no duraron mucho. Coloqué los dos pulgares a ambos lados de la tela y tiré de ella hacia abajo, hasta deshacerme por completo de ella.

Alcé la cabeza para mirarla unos segundos a los ojos, una sonrisa traviesa pintada en mi boca.

—Estás... —musité tan cerca de su coño que el aroma embriagador de su excitación me llenó las fosas nasales.

Esa boquita hincada debido a nuestra sesión intensa de besos se curvó en una mueca igualita a la mía.

—...Completamente mojada por tu culpa —susurró con la voz ronca—. Ya te he dicho que me pones a mil, princesita, más ahora que tengo una vista espectacular de tus pechos. ¿Vas a comerme enterita de una vez o voy a tener que suplicártelo más?

No tuvo que repetírmelo. Me centré en su centro de placer, en cómo chorreaba de anticipación. Le abrí las piernas y, con el pulgar, empecé a trazarle círculos en el clítoris hinchado que clamaba atención y, con el índice, le acaricié la entrada antes de introducirlo por completo.

Blair gimió fuerte. Y bien alto.

Marqué el ritmo al compás de sus jadeos, del movimiento de sus caderas para que me moviera en sintonía a ella. El pubis de Blair era perfecto, no muy peludo, lo que me hizo sospechar que hacía no mucho que se había depilado. Mi dedo entraba y salía de ella manchado de sus jugos.

Le lancé una miradita intencionada cuando dejé de masturbarla para llevarme el dedo a la boca y lamerlo, sus mejillas sonrosadas por el momento. Emitió un gruñido cuando yo solté un ruidito de satisfacción.

—Estás deliciosa.

Me puse a cuatro patas para, esa vez, lamerle ese coñito que tenía. La ataqué con lamidas frenéticas primero para, después, centrarme en el clítoris, cada vez más y más hinchado. Los gritos placenteros de Blair llenaban la habitación, sus dedos en mi pelo me apretaban más contra su centro. Estaba desatada, a puntito de alcanzar el clímax.

La rematé con un lametón en su botón del placer combinado con el índice que retorcí en su interior.

Blair se corrió con un grito gutural y una fuerte sacudida. No dejé de lamerla ni saqué el dedo de su interior hasta que su respiración volvió a regularse y, cuando eso pasó, escalé hasta que nuestras bocas quedaron casi pegadas. Tenía las mejillas rojas como tomates y aún resollaba, pero una sonrisa genuina iluminaba sus rasgos.

—Si llego a saber que me ibas a dar uno de los mejores orgasmos de mi vida, te habría metido antes en mi cama —habló con voz estrangulada. Me dio un beso en el hombro, dulce como la miel.

Enredé las manos en torno a su cuello de cisne. Me perdí en esos ojazos que me miraban con tanta intensidad.

—Esta va a ser la primera de muchas sesiones intensas.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque he escuchado cómo gritabas mi nombre y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que se repita.

Me besó en la garganta antes de atrapar mis labios entre los suyos. Me dejé llevar, dejé que me besara como quería, que me tocara allí donde yo más la anhelaba. Con mucho cuidado, Blair me tumbó a su lado. Sus dedos me recorrieron el pelo y esas pupilas hermosas me estudiaban como si fuese la chica más guapa de todas.

Blair me hacía sentir así. Atractiva. Poderosa. Sexy.

Le di un beso en la comisura de la boca.

—¿En qué piensas, reina? —le pregunté al verla mordisquearse el labio inferior.

Se aferró a mis caderas con fuerza.

—No quiero que te separes tan pronto de mí —lloriqueó con un puchero tierno.

Me abracé a su cuerpo cálido. Mientras, ella seguía con las manos metidas en mi pelo. Su corazón acompasado al mío, su perfume familiar clavado en mi alma. Era como si estuviéramos hechas la una para la otra. Nuestros cuerpos encajaban a la perfección, como dos piezas de un mismo puzzle.

Levanté la cabeza lo justo para darle beso en la punta de la nariz y, sin apartar la vista de ella, declaré muy segura de mis palabras:

—No lo haré, Blair. Mientras me dejes quedarme, no voy a dejarte sola.

Y vaya si lo cumpliría.

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