Capítulo 13: Beso prohibido
Beso.
Cuatro letras y todo un mundo.
Mierda. Había estado a punto de besar a Blair Meyer. A la chica pasota, a la que hasta hacía unos días le caía mal. ¿Qué coño me pasaba? Lo peor de todo era que no podía dejar de pensar en sus dedos sobre mi piel, en cómo se me había erizado el vello de la nuca y cómo el corazón me latía desbocado.
Si no hubiese sido porque nos habían interrumpido, me habría dejado llevar.
«Ella no te conviene», pensé, pero ¿hasta qué punto eso era cierto? Pensé en las veces en las que habíamos estado de buenas, como la sesión de cine improvisada. Puede que de primeras pareciera una puñetera borde, pero en el fondo Blair tenía un corazoncito.
Contemplé con disimulo cómo iba hacia la puerta y la abría. Me quedé sin respiración al ver que al otro lado se encontraba el señor Meyer, el padre de Blair, y fue ahí cuando recordé que había estado a punto de besar a la hija del director.
Joder.
La pelinegra no pareció nada contenta al verlo.
—¿Qué quieres?
Me fijé en el pequeño tic nervioso de sus dedos, lo único que desmontaba su fachada de seguridad.
Marlon Meyer entró en el dormitorio como si fuese suyo. Torció el gesto al ver los pósters decorativos de Blair junto al estante lleno de pinturas y pinceles. Me sentí avergonzada de que viera mi desorden, pero en mi defensa diré que entre todo mi caos encontraba un equilibrio tranquilizador.
Para cuando él se sentó en una de las butacas de color beige, yo ya me había puesto de pie y había empezado a armar mi mochilita en un intento de que nadie notara lo alterada que estaba. La imagen del casi beso la tenía grabada a fuego en la cabeza.
—¿Por qué no te estás preparando para tus clases de hípica? —la acusó.
Noté cómo Blair se ponía en guardia.
—Todavía es pronto, papá. Ni que tuviera que estar dos horas antes.
—A tu madre le encantaba estar ahí. Iba todos sus ratos libres
La pelinegra tensó la mandíbula.
—No soy como ella. No me gustan tanto los caballos. Puedo soportarlos, pero de ahí a que me apasione como a mamá hay un trecho. Además, no soy tan buena.
Chasqueé la lengua.
—Discrepo. Eres la mejor de todo el grupo.
—Y la más mayor, por si no te has dado cuenta —masculló ella con rabia.
—Nunca se es demasiado mayor para empezar un nuevo hobbie. Entiendo que no te guste competir, porque no todo el mundo está hecho para el mundillo de las competiciones equinas. Está lleno de tiburones y si no sabes defenderte, van a acabar contigo. Pero podrías, no sé, aprender trucos muy guays.
—Claro, y tú me enseñarías, ¿verdad? ¿Cómo no? Eres tan buenita que me dan arcadas solo con oírte.
No entendía a qué venía ahora. ¿Lo que había estado a punto de pasar entre nosotras no había significado nada para ella? Porque para mí había supuesto un universo entero. ¿Cómo podía actuar con tanta indiferencia? De pronto sentí tantísimo frío en mi interior que me provocó un escalofrío.
—Blair, deja de comportarte como una caprichosa. Lena solo quería ser educada contigo.
La chica puso los ojos en blanco. Estaba de pie, a unos metros de su padre, con los brazos en jarra y las piernas semiabiertas.
—Ajá.
Quise salir de allí cuanto antes, porque cada segundo que era partícipe de esa escena de locos sentía que me asfixiaba cada vez más y más. Así que terminé de guardar las llaves de la habitación, mi teléfono móvil y un tampón —porque la regla estaba al caer— y me la puse sobre los hombros.
—¿Ya te vas? —me preguntó el señor Meyer.
Asentí con la cabeza mientras agarraba las correas con ambas manos.
—La señorita Harmony quiere que nos reunamos un poco antes de lo normal porque quiere comentarme una cosa. Y, bueno, me encanta estar en los establos. Es como mi segunda casa.
El hombre transformó sus facciones marcadas por el transcurso del tiempo en una sonrisa que no me despertó confianza.
—¿Ves, hija? —Me señaló con un dedo—. Ella sí tiene clara las cosas, no como tú. Si al menos tuvieras un trabajo o hicieras algo de provecho...
Joder, menudo ataque más gratuito.
Blair resopló.
—¿No te parecen suficientes las clases extraescolares a las que me has obligado a ir? ¿Que haya ido a clases de natación, de gimnasia rítmica, de ballet...? ¿Que esté trabajando muy arduamente en el Proyecto de Fin de Año?
—El curso no ha hecho más que empezar. Podrías esforzarte mucho más.
—¡Estoy harta de que nada de lo que haga te parezca suficiente!
—¡Porque me cansa tu actitud de rebelde!
—¡Si no he hecho nada!
—Todavía —puntualizó él.
Me pareció tan injusta la manera que tenía el señor Meyer de tratar a su hija que me vi en la obligación de intervenir. Blair no se merecía que le hablaran así, aun cuando me había hecho sentir insignificante minutos atrás.
Di un paso al frente, a medio camino entre la puerta.
—Si me lo permite, señor Meyer, Blair está trabajando mucho en mis clases. No se ha quejado nunca y tampoco ha interrumpido ni una sola de mis lecciones —mentí. Eso último no tenía por qué saberlo. Además, desde que habías hecho esa pequeña tregua no había vuelto a ser un grano en el culo.
—Eso tengo que verlo con mis propios ojos. —Se volvió hacia su hija para estudiarla con las pupilas de la misma tonalidad azul que Blair—. ¿Cuánto le has pagado a la señorita Morgan para que hable bien de ti?
Blair se llevó las manos al pelo y se tiró de los pequeños tirabuzones oscuros que tanto envidiaba en secreto. Cuando era una cría, soñaba con tener el pelo rizado y no tan lacio que hasta podía resultar aburrido. De lo más profundo de su garganta le salió un ruidito lleno de frustración.
—¿Por qué te sorprende tanto escuchar cosas buenas sobre mí?
—Porque la palabra «buena» no te pega.
—Piensa lo que quieras. Yo...
Pero su padre no la dejó terminar.
—Déjalo, no tengo tiempo para discutir por tonterías. —Se levantó del sillón y se dirigió hacia la entrada sin apenas dirigirle una mirada. Ni siquiera el Sahara era tan seco—. Tengo que irme. No te metas en problemas.
Y con esas se fue como una exhalación. Y yo sentí que toda esa tensión que había sentido crepitar en el ambiente se iba disipando poco a poco, aunque el eco de las palabras afiladas de él aún seguía resonando entre las cuatro paredes.
Me balanceé de una pierna a la otra, sin saber muy bien qué decir para romper la el silencio incómodo que el tío había dejado a sus espaldas. Interrumpía lo que sería el mejor beso de la historia, creaba toda esa tensión en el ambiente y se piraba. Eso no estaba bien.
Al final fue Blair la que tomó la iniciativa.
—Siento que hayas tenido que ver una de sus muchas rabietas.
—No ha sido nada justo contigo. No mereces que te traten como una basura.
—Quizás me lo he ganado a pulso. Estos últimos años he sido una rebelde sin causa. Tienes suerte de que todavía no haya hecho una fiesta en nuestra habitación.
La miré sin saber si lo que decía era cierto o si solo bromeaba. Al final opté por seguirle el rollo.
—Espero que al menos me invites si te da por organizarla. Sería de muy mal gusto que me dejaras fuera, ¿no crees?
La pequeña carcajada que se le escapó rompió los últimos posos de tensión que se habían quedado en el aire. No sé qué me sorprendió más, su risa tan repentina o que se interpusiera entre la puerta y yo, impidiéndome así que me escapara. Cuando me puse a su altura, tuve que levantar el mentón hacia arriba si quería hacer contacto visual con ella; Blair medía casi metro ochenta. En comparación con ella era una hormiguita.
Suspiró.
—¿Podemos fingir que esto no ha ocurrido?
Parpadeé.
—¿El qué?
Nos señaló.
—Pues lo que ha estado a punto de pasar. Me pareces una chica monísima, Lena, pero no te conviene estar con alguien tan complicado como yo. Y yo no puedo darte lo que de verdad te mereces. No soy de esas chicas cariñosas y detallistas.
—¿Cómo que no? Tía, si el otro día organizaste una sesión de cine para que me distrajera.
—Ya, bueno, se supone que eso hacen las amigas.
Me froté una ceja.
—Entiendo que no quieras nada y todo eso. Ahora, ¿me dejas pasar? Tengo que estar en el despacho de Lia en menos de diez minutos.
—Vale. —Se apartó unos centímetros para dejarme pasar y cuando justamente pasaba por su lado, me retuvo del brazo, apenas una ligera caricia sobre mi piel desnuda, una descarga eléctrica que alteró todo mi sistema—. Espera, no quiero ser una borde contigo. —Tomó una gran bocanada de aire y destensó los hombros—. ¿Te apetece que cenemos en Laketown? Axel y yo conocemos un restaurante buenísimo. Únete a nosotros.
—No sé yo. No quiero incordiar.
—Vamos, Lena, ven.
—Mmm... ¿Será muy caro? No voy sobrada de dinero —repliqué.
Blair me dio un toquecito en la punta de la nariz que me dejó desconcertada durante unos segundos. Fuera de juego.
—Venga, ven, por fa —lloriqueó poniendo un tono de voz meloso y ojitos de corderito. Mierda. ¿Cómo decirle que no cuando me miraba de esa forma tan deliciosa?—. Podemos ir juntas desde Ravenwood. Axel ya estará ahí porque el muy cabrón tiene la tarde libre. Envidia que me da.
—¿No os molestaré?
—No, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? ¿Ciento setenta y nueve?
—¿Vais a estar rollo cita?
Ahora la que me observó sin entender nada fue ella. Había un sinfín de interrogantes bailando en sus pupilas.
—¿Eing?
—La gente dice que... ya sabes... estáis saliendo —balbuceé con la cabeza gacha, incapaz de mirarla directamente a los ojos.
Se carcajeó. Fuerte y muy alto.
—Menuda jilipollez. —Con un dedo, me obligó a clavar de nuevo la vista en ella, en esos iris abrasadores—. No hay nada entre Axel y yo. Solo somos amigos, mejores amigos. No soy la clase de tía que juega a dos bandas. No habría intentado enrollarme contigo si estuviera saliendo con otra persona.
Boqueé como un pez.
—Entonces, ¿no es una cita?
—Es una cita de amigos —puntualizó ella—. Cada viernes quedamos para cenar fuera en el mejor restaurante de la ciudad y, después, si el cuerpo nos lo pide, nos vamos a darlo todo en la pista de baile del Bohemian's.
—Oh, vaya.
Me sentía una tonta. Noté al instante las mejillas calientes y unas ganas incontrolables de esconderme debajo de la primera piedra que encontrara.
Por suerte para mí, Blair no hizo ningún comentario.
—Entonces, ¿te apuntas al plan, Heidi?
Vale, hablé demasiado rápido.
—Ja. Ja. Ja. No tiene gracia.
—No has contestado.
Solté una maldición por lo bajo.
—Si te digo que sí, ¿podré marcharme de una vez?
Blair esbozó una sonrisita confiada.
—¿Te he dicho ya que me encantas cuando te pones en modo mandona?
—Dijiste que debíamos fingir que lo que había entre nosotras no había pasado.
—Dije que no podía tener algo, pero no dije nada de las provocaciones. Pienso hacerlo siempre que pueda, porque cuanto más reacciones para mí peor será para ti, gatita.
Ug.
—No lo entiendo.
—No tienes que entenderlo. Solo gózalo.
—Te odio —refunfuñé.
Tiró un beso al aire.
—¡Ya quisieras, bonita! —Y, a continuación, me empujó fuera de la habitación—. Vete o llegarás tarde. Bueno, tarde ya vas a llegar, pero no quiero que Lia sea muy dura contigo. ¡Nos vemos en clase, profe!
Y así, sin más, me dejó plantada en medio del pasillo mucho más confusa que antes, pero con muchas ganas de que la tarde se pasara volando para conocer cuáles serían los planes que esos dos habían organizado.
🌺 🌺 🌺
—Llegas tarde —me recriminó Lia en cuanto entré en su despacho tras haber tocado previamente la puerta.
—Lo sé. Perdona. He tenido un imprevisto. No volverá a suceder, te lo prometo.
—Quiero hechos, no palabras, muchachita.
—Entiendo. —Me senté en la silla que había frente a su escritorio y me crucé de piernas—. ¿Por qué querías verme tan pronto?
Lia me observó durante un minuto entero en silencio. Mientras esperaba a que hablara, me mordisqueé el labio inferior con impaciencia. Me picaba la piel de la curiosidad.
Me gustaba mucho ese lugar. Estaba decorado al puro estilo rústico, con las vigas del techo expuestas y las paredes de listones pintada de un color blanco que hacía el efecto óptico de que la estancia era el doble de grande. Había muchos diplomas colgados y la foto de un caballo tordo precioso enmarcado justo detrás de ella.
Lia apoyó los codos sobre la mesa y cruzó las manos, el cuerpo inclinado hacia delante.
—Ayer tuviste cita con el médico rehabilitador, ¿cierto?
Asentí, sin tener ni idea de lo que se avecinaba.
—Sí, tengo permiso para ir a Laketown en autobús por la tarde. Ya sabes que por eso te pedí los jueves libres.
—Bien, he hablado con él esta mañana y está de acuerdo conmigo con que ya estás físicamente preparada para subirte a un caballo. No te pido que vuelvas a nivel de exigencia de antes, pero creo que te vendría bien... ummm... montar.
Durante unos segundos se me cortó la respiración y se me paró el corazón. No podía ser cierto. No, no, no, ¡NO!
Me levanté con un movimiento brusco.
—¡No puedo hacerlo!
A Lia no se le movió un solo pelo de la coleta tirante que llevaba.
—Claro que puedes hacerlo. Es esto lo que te para y no la lesión —declaró con un tono firme para, un instante después, señalarse la cabeza—. La mente humana es la peor arma de todas.
Chasqueé la lengua.
—Ya, bueno, pero...
—Quiero que vayas de poco en poco. Quizás hoy o mañana o pasado puedas intentar subirte. Lo importante es que quites ese miedo irracional que le tienes.
Tragué el nudo que se me había formado en la boca del estómago. ¿Cómo explicarle que no era miedo, que era culpa? No podía volver a hacerle lo mismo a otro pobre animalillo. Por mucho que amara la hípica, no iba a permitir que volviera a ocurrir de nuevo.
—Aún no estoy preparada.
Porque cada vez que cerraba los ojos veía a Relámpago agonizando.
—Lo único que quiero es que vuelvas a ser la misma de antes. Sé lo mucho que duele perder a tu mejor amigo, yo lo sé muy bien —expuso con un suspiro derrotado. Señaló la imagen a su espalda—. Snowflake fue el primer caballo que tuve y perderlo fue terrible, pero tenemos que seguir con nuestras vidas. Estoy segura de que a Relámpago le gustaría verte feliz y, querida niña, lo que veo es solo la sombra de lo que fuiste. No eres la Lena ganadora; solo veo a una muchachita derrotada. ¿Es eso lo que quieres en la vida?
Desde que ocurrió lo que ocurrió, no había vuelto a ser la misma. Fingía que estaba bien para que tía Adele y los demás no se preocuparan por mí, pero en el fondo todo seguía lleno de nubarrones oscuros.
Pero ya estaba cansada de verlo todo en tonos oscuros y quería volver a ver brillar el sol.
—¿Qué es lo que te frena? —preguntó tras casi un minuto de pausa.
La miré a través de los ojos acuosos por las lágrimas. Me dolía el pecho de la opresión que notaba en él y sentía al mismo tiempo cómo el pulso me latía a un ritmo frenético.
Al final ya no pude contenerlo por más tiempo. Y me eché a llorar. A llorar como llevaba sin hacerlo desde hacía casi un año. A añorar a mi mejor amigo. A gritarme que era un monstruo. Me encogí en el sitio, me llevé las piernas al pecho y entrelacé las manos en torno a las rodillas.
Y grité. Grité para deshacer el nudo, para sacar el dolor que tenía dentro. Grité hasta que no quedó aire, hasta que los pulmones empezaron a arderme.
No sé en qué momento Lia se había movido de su lugar, solo sé que escuché su voz mucho más cerca.
—Cariño, está bien llorar. Venga, sácalo todo.
Noté cómo me rodeaba con sus brazos y ese simple gesto terminó por romperme. Me deshice en mil pedazos, como un vaso de cristal al caerse al suelo. Irreparable.
—¡Soy un monstruo! —exclamaba una y otra vez, las manos me temblaban, todo el cuerpo se sacudía.
Sin control.
La mujer me pasó las manos por el pelo para, después, acuclillarse en el suelo. Me acarició las mejillas empapadas con los dedos, mis hipidos retumbaban en cada recoveco.
—No eres un monstruo, cariño. Eres una chiquilla tan buena y respetuosa.
—Pero yo lo maté. Le obligué a hacer algo que no podía y...
—No lo obligaste, mi vida. Tenías quince años, ¿cómo ibas a saber lo que iba a pasar? No te culpes por algo que no pudiste controlar.
—Pero él era mi mejor amigo —lloriqueé con la voz gangosa.
Lia me dio un beso en la frente con todo el mimo del mundo.
—Y lo sigue siendo. Eso no va a cambiar nunca, pero es hora de avanzar y para hacerlo necesitas sanar esas heridas que te desangran el corazón.
—¿Cómo puedo dejarlo marchar?
—No es «dejarlo marchar», es «vivir con su recuerdo y tirar para adelante». Es hora de que cojas las riendas de tu vida, que extiendas las alas y vueles bien alto, porque cuando lo hagas, no va a haber quien te detenga.
Separé las piernas del cuerpo, las dejé caer y me limpié las lágrimas de la cara.
—¿En serio crees que algún día podré volver a montar?
—Sé que vas a conseguirlo y yo voy a estar aquí para ayudarte —afirmó muy tajante. Me dedicó una sonrisa amistosa y me tendió una mano—. ¿Qué me dices? ¿Hacemos que una versión totalmente mejorada de Lena Morgan resurja de sus cenizas?
Analicé cada una de sus facciones en busca de cualquier rastro de vacilación, pero lo único que encontré fue una seguridad que me causó un río líquido de un sentimiento cálido que hacía mucho tiempo que no me embargaba: esperanza. Por primera vez en meses veía posible volver a ser la misma de antes. O, como bien había dicho ella, una nueva Lena.
Así que no dudé ni un solo segundo en Lia.
—Solo si prometes que me dejarás usar las instalaciones siempre que quiera —le dije con una pequeña sonrisa mientras le estrechaba la mano.
Se rió.
—Será todo un placer tenerla de vuelta, señorita Morgan.
Sin darme cuenta acababa de dar el primer paso, el más complicado de todos. Ahora solo me quedaba agarrar todos mis miedos y dar ese salto enorme de fe que me quedaba.
Porque tenía algo bien claro: quería volver a subirme a un caballo y volver a competir. Y quería ser mucho mejor que la Lena de quince años.
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