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Capítulo 11: Primeros días de la tregua

Primer día de la tregua:

Un ruido estridente hizo que me cayera de culo de la cama del susto. Fulminé a la pelinegra con la mirada mientras me frotaba la parte que se había llevado el peor golpe.

—Tía, ¿qué coño quieres? —la recriminé, cabreada.

Me estudió desde arriba. Ya se había puesto el uniforme y se estaba anudando la corbata al cuello. Mis ojos volaron por sí solos hacia sus manos. Tenía unos dedos largos y finos. Aún medio adormilada, no pude evitar pensar cómo sería que me recorriera la piel con ellos para después descender hacia el sur y que me acariciara hasta que explotara de placer.

—Estabas durmiendo como un tronco. Si no te despertaba yo, no lo haría nadie.

—¿Hacía falta que casi me diera un infarto para hacerlo? Genial, Blair, qué maja eres —ironicé.

Me puse en pie de un salto. Por suerte, el camisón no se me había subido y no le había enseñado ni las bragas ni el recordatorio constante de que era la peor persona del mundo. Todavía no había sido capaz de contárselo a nadie ni lo había hablado con otra persona que no fuera tía Adele. Aún no estaba preparada para que el resto viera el monstruo que era.

Blair terminó de colocarse la corbata y se alisó la camisa que llevaba por dentro de la falda. Las medias granate le llegaban a la altura de la rodilla y le hacían un buen tipazo.

—Prometí que haríamos las paces, ¿no? No me pareció correcto no despertarte, princesita.

Apreté la mandíbula. No sabía cuál de los tres apodos odiaba más.

Miré la hora en el reloj del móvil y casi volví a caerme de la impresión. Si quería llegar a tiempo al desayuno, debía prepararme en menos de diez minutos. Así que sin decirle nada más, agarré el uniforme y me encerré en el baño.

No sé cómo logré llegar a tiempo, pero lo hice. Me reuní con Valu, Finn y Callie en el comedor, bandeja en mano.

—Mirad quién se dignó a aparecer por fin —comentó Finn con un poso de burla en la voz—. Un poco más y casi te quedas sin desayuno.

Resoplé.

—Blair me ha despertado tardísimo. No sé por qué le caigo tan mal a esa tía.

Miré el contenido de mi bandeja: unos cereales, una taza de yogur azucarado, un zumo de naranja, un bol de frutas y un café con leche. Tengo que admitir que era un acierto que todas las comidas fueran de estilo buffet y que cada alumno pudiera decidir entre una selección qué le apetecía. En mi otro instituto teníamos un menú que se basaba en comida asquerosa. Aquí al menos podría disfrutarla.

Valu habló cuando estaba mezclando los cereales con el yogur.

—No le hagas ni caso. Desde que su madre murió se ha vuelto una borde.

—Ah, ¿que no siempre ha sido así?

Finn me dedicó una sonrisa apagada.

—A su madre le diagnosticaron un cáncer terminal cuando ella tenía doce años. Se murió la madrugada del día siguiente al de su cumpleaños. Puede que vaya de dura, pero quiero pensar que también es humana.

—Pues a mí a veces me cuesta creerlo —objeté.

Pero luego había otras en las que me mostraba una parte de sí misma mucho más vulnerable, como cuando el día anterior me contó lo de su madre o me pidió esa dichosa tregua.

Me metí una cucharada a rebosar en la boca pensando que el día había empezado fatal. Me había despertado a las tantas tras tener una pesadilla y había estado dando vueltas en la cama por lo menos hasta las seis. Cada vez que cerraba los ojos veía a Relámpago y la culpa me corroía por dentro.

—No te cruces en tu camino y ya está.

Estuve a punto de reírme de la estupidez monumental que acababa de soltar Callie, pero en el momento exacto en el que Blair y yo hicimos contacto visual —cada una desde lados opuestos de la estancia monstruosamente grande— sentí que el mundo dejaba de girar y que las palabras se me atascaban en la garganta. Me dedicó una sonrisa arrebatadora y un guiño cómplice, como si compartiéramos un secreto que nadie más conocía.

Blair era fuego, arrasadora a su paso. A mí nunca me habían mola las chicas malas. Por eso, no entendía qué coño me estaba pasando; menos aún que me sonrojara como una colegiala de catorce años.

No, no podía dejar que pasara. Ella no era mi tipo y yo no estaba buscando vivir una historia de amor como en esos clichés que a Valu le gustaba leer.

Pero, como todo, el amor era impredecible y caprichoso, y ninguna iba a poder controlarlo.

Segundo día de la tregua:

No vi a Blair en toda la mañana, hasta que por la tarde tuve que darle clases junto al resto del grupo de los principiantes.

—Vale, chicas, hoy vamos a repasar lo que os enseñé el lunes, ¿entendido? —les pregunté en cuanto estuvieron subidas en sus respectivos caballos. Aún no podía creerme que Blair no hubiera montado ni un solo berrinche. Estaba a punto de cantar Aleluya.

—Está bien.

Las puse al trote cinco minutos más tarde y no les di tregua en las dos horas que duraba la sesión. Todas ellas se manejaban muy bien, incluso la pelinegra. No pude evitar fijarme en cómo sus muslos se aferraban a la montura, el cuerpazo espectacular que tenía. No había podido sacármela de la cabeza, menos ahora que ya no discutíamos.

Se había tomado muy en serio lo de la tregua.

La tía no dijo ni mu. Ni una sola queja, ni una sola provocación. Nada de nada.

Aunque cuando la clase se terminó y mis alumnas bajaron al patio, todo se fue de madre. Jessica apareció a mis espaldas cuando estaba ayudando a Melody a quitarle la silla a Leyend, su caballo pinto. Tenía la montura entre las manos y le estaba dando un consejo rápido cuando la morena me abordó. Con unos pantalones de marca ajustados y una camiseta de tirantes con un escote muy pronunciado, parecía reina del lugar.

—¿Te duele algo, Jessica? —le pregunté mientras caminaba hacia el cuartito donde guardábamos todas las sillas y las bridas.

Ella me siguió muy de cerca. Pese a que la tenía detrás, pude sentir cómo estudió cada uno de los movimientos que hacía en silencio y, cuando me volví tras haber colocado la silla de montar en su lugar, tenía los ojos clavados en mi pierna derecha. Sentí un lengüetazo de ardor en la horrible cicatriz que tenía. Me tensé.

Formó una mueca desagradable en sus labios perfectamente pintados de rosa —¿quién cojones se maquillaba para un entrenamiento?—. Entre nosotros, tengo que admitir que hubo una época en la que esa chica fue mi crush. Tenía catorce años y recién estaba descubriendo quién era y qué era lo que me gustaba. Por suerte, ella nunca llegó a saberlo y es una etapa que quiero olvidar, porque mi lado más cursi escribía en una especie de diario lo guapa que era. Menudo cringe.

Me crucé de brazos, a la espera de su comentario ponzoñoso. Porque Jessica era así, maligna por naturaleza. Siempre había estado obsesionada con ganar, por ser la mejor, y ver que alguien como yo, que venía de un mundo donde el lujo solo existía en mis sueños, le ganaba le fastidiaba a rabiar.

El golpe verbal me dejó sin respiración.

—No esperaba encontrarte aquí, no después de que te partieras la pierna. Pensé que no volverías a caminar en tu vida. Qué lástima.

Apreté la mandíbula, los brazos aún cruzados me temblaron. Intenté con todas mis fuerzas no caer en su juego retorcido, pero me habían escocido tanto sus palabras que no pude mantener la boca cerrada.

—Qué lástima que la envidia te ciegue tanto. —Chasqueé la lengua—. Chica, ya sé que te encanto. Como sigas así, voy a pensar que estás ligando conmigo.

Arrugó el morro.

—¿Contigo? Já. No me van las bolleras como tú.

Desde que había salido del armario a los quince años, había tenido que soportar esa clase de comentarios homofóbicos en mi día a día. No iba a engañaros y deciros que no me dolía, porque ardían como una puñalada en las entrañadas, pero, ¿qué se le iba a hacer?, me encantaban las chicas. No podía evitarlo.

Imprimí la sonrisa más falsa de la historia.

—Uy, menos mal, porque no sabía cómo decirte que no me van las bullys.

—Ya, porque a ti te van las buenitas, ¿no? O las mujeronas. ¿Qué es lo que te gusta? —se jactó dando un paso al frente.

No me dejé amedrentar. Alcé el mentón y adopté mi mejor pose de chulita. Pensé en Blair y en cómo ella enarcaba una ceja cuando se ponía en ese modo badgirl que tanta curiosidad despertaba en mí, e imité el gesto, sonrisa de suficiencia incluida.

—¿Acaso te importa? Creía que no jugabas en mi misma liga, querida —me burlé recalcando ese «querida», de la misma manera en que ella lo hacía, acento pijo y todo.

—Y no soy lesbiana, tronca.

—¿Tronca? ¿De dónde has sacado eso? —Di un paso al frente y la miré directamente a los ojos, sus pupilas verdes refulgían. Cuando volví a hablar, las palabras salieron en un tono de voz duro, casi amenazante—. Quiero que te quede clara una cosa, Jessie, ¿puedo llamarte así? No sé por qué coño me tienes tanto asco, pero el sentimiento es mutuo, cariño. No te interpongas en mi camino, porque no te conviene enfadarme. No soy la niñita asustada que tu novio y tú os pensáis que soy.

Me alejé de ahí chocando su hombro con el mío para darle, así, más énfasis a lo que había dicho.

Lo que no esperaba era encontrarme a Blair al otro lado de la puerta. Estuve a punto de envestirla de lo cabreada que iba, pero ella fue capaz de pararme antes de que la arrollara. Con un movimiento rápido, colocó las manos en mis brazos y me detuvo. En sus labios había una sonrisita pilla, diría que casi orgullosa.

—Vaya, la gatita ha sacado las garras.

—No estoy de humor, Blair —refunfuñé—. El día ha sido muy largo.

Me deshice de su agarre, que ya empezaba a quemarme por el hormigueo suave que se extendía allá donde sus dedos me rozaban la piel desnuda de los brazos. Hacía demasiado calor todavía. ¿Cuándo llegaría la temporada de los pantalones largos, las medias largas y los abrigos? Era cien por cien team frío.

Me puse a caminar sin importarme si me seguía o no, aunque pronto comprobé que estaba a unos pasos detrás de mí. La escuché suspirar.

—No le hagas ni caso a esa imbécil. Solo quiere sacarte de quicio.

—Pues lo ha conseguido. No la soporto. Es peor que un grano en el culo. ¡No! Es peor que te salga un grano en tu primera cita. Ojalá le de un poco de diarrea.

Blair ahogó una carcajada, pero al final escuché el eco de su risa. Puede que pareciera la tipa más dura de todo Ravenwood, pero su risa era tan dulce como el caramelo. No pude evitar echar un vistazo. En efecto, su sonrisa era igual de bonita.

Se detuvo en medio del pasillo laberíntico que conformaba los establos. En uno de ellos vi la cabeza de Cleopatra asomarse, curiosa quizás al escuchar a su dueña. Su pelaje dorado parecía brillar con la luz del atardecer. Aunque pronto volví a centrar toda la atención en esa pelinegra, cuya sonrisa ya se había evaporado.

—¿Se puede saber por qué me miras tanto?

—No te estaba mirando.

—Repítetelo hasta que te lo creas, princesita. —Dio un paso hacia delante. Desprendía seguridad por todo los poros del cuerpo y ojalá yo tuviera una cuarta parte de su confianza—. ¿Quieres que te diga cómo le llamamos a eso?

Apreté los puños.

—Solo déjalo, ¿vale?

—Me estabas devorando, Lena, y, wow, me siento halagada. Ya sé que soy súper sexy, pero córtate un poco.

—¡He dicho que basta! —acabé estallando. Mi grito retumbó por las paredes y Cleo relinchó en respuesta, como si estuviera de acuerdo conmigo.

Blair señaló a la yegua.

—Tía, no te pongas de su lado. Se supone que eres mía.

—Que sea tuya no quiere decir que esté cien por cien de acuerdo con lo que digas, duh —expuse yo poniendo los ojos en blanco.

Blair me dio un golpecito en los hombros. No sé en qué momento se había acercado tanto, solo que fui consciente cuando ya la tenía tan cerca.

—¿Te he dicho alguna vez lo mona que te pones cuando te enfadas? Te salen una aureolas rosas en las mejillas y me entran muchas ganas de abrazarte.

Resoplé.

—No te pega dar abrazos.

Me puso una mano en las mejillas y las apretó.

—¿Ves? Monísima.

—¿Te encuentras bien? Me estás asustando.

—¿No quedamos tú y yo que haríamos una tregua?

—Pero no quiere decir que debamos ser amigas.

—Pues yo creo que sí deberíamos ser amigas —objetó. Acto seguido, me dio un ligero codazo y se puso pegada a mí. Se inclinó hacia delante, su aliento cálido me envió un escalofrío por todo el cuerpo cuando susurró—: Por ahí vienen Jessica y Jacob. ¿Y si les fastidiamos un poquito más?

Seguí la dirección de su mirada y, en efecto, por ahí venían ese par endemoniado. Iban tomados de la mano como la parejita perfecta que eran, el rey y la reina de la academia de hípica. Al instante, se me revolvió el estómago, más al recordar la discusión que había tenido tan solo unos minutos antes.

—Quiero irme a la habitación y desaparecer por lo menos un mes entero.

—No seas exagerada. Es una gilipollas.

Me pasé las manos por el pelo.

—Eso no quita que me haya dolido menos.

—Mira, no tengo ni idea de lo que te haya ocurrido en el pasado y tampoco quiero inmiscuirme. Soy la primera persona que evade cualquier pregunta personal, así que no voy a presionarte. En fin, quiero que sepas que puedes contar conmigo y todo eso. Creo que de alguna manera estábamos obligadas a llevarnos bien porque compartimos cuarto y así. Pues eso, que si quiero que lo hablemos, tienes acceso a mi lado de la suite matrimonial que compartimos.

No sé si lo hizo a propósito o no, pero sus palabras me sacaron una risita incontrolable. No fue la risa del año ni la más contagiosa o alegre, pero menos daba una piedra.

—¿Es una propuesta indecente?

Meneó las cejas con aire sugerente, una mueca pícara bailando en su boca.

—Puede.

La carcajada que se me escapó de lo más profundo de la garganta sí que fue real, estridente. Tanto que la parejita feliz por fin reparó en nosotras. Nos lanzaron una sonrisa fingida.

—Oh, mira, cari, si es la bollera y la que se tira a todo quisqui —exclamó.

—Tan encantadora como siempre, Jess. Me alegro ver que no has dejado el zorreo —rebatió Blair sin despeinarse. Lejos se había quedado el tono alegre de antes. Volvía a ser la tipa dura de siempre, la borde a la que ya estaba acostumbrada.

—Seguro que Lena está intentando ligar con ella. Patética.

—Ay, querido Jacob, que me gusten las tías no quiere decir que vaya a conquistarlas a todas. Puedo tener amigas, ¿sabes?

Nos miraron como si nos hubiese salido otra cabeza. Como si compartieran una única neurona, nos señalaron con el dedo.

—¿Vosotras? ¿Amigas?

—¿Qué pasa?

—Sois incompatible.

—Eso es lo mejor de todo, chicos, que pese a nuestras diferencias nos compenetramos —escupió Blair con todo su desprecio.

—Ya, ya.

Estaba harta, no podía aguantar más a esos dos engreídos. Por eso, me volví hacia Blair y tiré de ella.

—Oye, ¿no tenías que contarme una cosa? Ya sabes, eso tan importante que no puede esperar —le dije. Esperaba que captara el mensaje de que quería largarme de ahí cuanto antes. Me empezaba a doler la pierna, un claro síntoma de que necesitaba descansar.

—Oh, cierto. —Se volvió hacia ellos para incluirlos en la conversación—. Lo siento, pero Lena y yo tenemos prisa. ¿Nos vemos? Bueno, qué remedio.

Y con esas palabras nos alejamos de ahí. Solo cuando salí de la academia de hípica sentí que el nudo que se me había instalado en la boca del estómago se deshacía y que volvía a respirar.

Tercer día de la tregua:

Lo que más me chocaba de todo esto de hacer las paces era que Blair se había tomado muy en serio eso de ser amiga. El miércoles por la tarde, cuando llegué de dar clases —me había tenido que quedar una hora más porque una alumna quería una sesión extra conmigo—, me esperaba en nuestro espacio privado sentada en el rinconcito de los sofás. Se las había apañado para poner encima de la mesa una cantidad ingente de snacks y gominolas de todas las clases y colores. Por si eso fuera poco, también había puesto un par de copas de cristal como sacadas de otra época, con detalles intrincados y elegantes, a juego con la temática del castillo.

Estuve a punto de echarme a reír. O lo habría hecho si no me hubiese sentido tan cansada.

—¿Qué es todo esto? —pregunté mientras tiraba la mochila al suelo.

—Lo que ves es mi forma de decirte que lo de llevarnos bien va muy en serio. Date una ducha mientras yo preparo una sesión de cine. Veremos lo que tú quieras, prometido. Voy a poner las palomitas en el micro mientras te quitas el olor a mierda que traes.

—Vaya, ¿así quieres que nos llevemos bien? ¿Con insultos?

Arrugó el morro.

—¿Aún sigues enfadada por lo que pasó ayer?

Hice una mueca.

—Por lo de ayer y por lo de hoy. Me entran unas ganas de subirme a un caballo y bajarles esos humos que tienen.

—¿Qué te lo impide? Les diste una paliza antes, ¿por qué no ahora?

La estudié con una sonrisita. Llevaba unos pantaloncillos cortos de deporte de Adidas y una camiseta de manga corta gris que les resaltaba los pechos. Estaba sentada de piernas cruzadas, con el mando de la tele en una mano y el teléfono móvil en la otra.

—Vaya, no sabía que me hubieses investigado.

Ni siquiera parpadeó.

—Tenía que hacerlo. Podrías ser una asesina en serie y yo ni saberlo.

—¿Te crees que con esta carita que tengo puedo ser una psicópata? —expuse al mismo tiempo que ponía morritos y sacaba culo.

Blair se rio. Fue una risa natural, cargada de armonía. Preciosa, como toda ella.

Me tiró una gominola.

—Venga, dúchate y no me hagas esperar mucho.

Totalmente de buen humor, cogí la camiseta extra larga que utilizaba para dormir, unas bragas de algodón y me encerré en el baño. Estaba tan cansada que me duché en un abrir y cerrar de ojos, más que nada porque me estaba quedando medio dormida bajo el chorro. Cuando salí de la ducha, me puse de espaldas al gran espejo que ocupaba una de las paredes.

Había pasado un año ya del accidente, pero aún era incapaz de verla sin sentir vértigo.

Me vestí lo más rápido que pude y salí de nuevo a la estancia principal. Blair seguía en la misma posición, solo que había sustituido el mando y el móvil por un libro enorme. Tenía la portada descuartizada y las hojas me parecieron tan frágiles que un simple soplo podría convertirlas en polvo.

—¿Te ha dado tiempo a pasar por la biblioteca esta tarde? —pregunté, llena de intriga.

Blair esbozó una sonrisa culpable. Si algo había aprendido de ella esos pocos días que llevaba en Ravenwood —¿hola? No había pasado ni una semana desde que me había mudado— es que Blair tenía una faceta nerd y un fetiche por los libros con historia.

—Algo así. Lo vi en la estantería y no pude no llevármelo. Está muy interesante. Me fascina conocer cómo era Ravenwood a través de los años.

—Y yo que pensaba que no serías de esa clase de chicas —repuse con un suspiro mientras me sentaba a una distancia moderada de ella.

Me lanzó una miradita divertida.

—¿Qué clase de chica te parezco?

Jugué con un hilo suelto, el calor abrasador de sus pupilas en la piel. Al final me armé de valor para encararla y decirle lo que pensaba.

—Pensaba que eras la típica badgirl pasota. No sé si me explico. Te dan igual las normas, haces lo que quieres y no te importa lo que los demás digan de ti.

Dejó el libro en el suelo y apoyó la cabeza en una mano, sin apartar la vista de mí.

—Cuando llevas encerrada en un internado elitista tanto tiempo, es lo que hay. Me encantaría viajar, conocer otros países y otras culturas. —Soltó todo el aire que estaba reteniendo y pareció que se desinflaba como un globo—. El entorno es bonito y eso, pero me gustaría tener un lugar al que llamarle hogar, ir a un instituto normal y poder tomarme un batido en cualquier otro lugar que no sea la cafetería. Estoy harta. Quiero vivir la vida de una adolescente normal y no estar en esta jaula de oro llena de pijos y estirados. No es mi rollo.

Escuchar el tono triste en su voz me rompió de una manera indescriptible. Al menos yo había tenido una adolescencia medianamente normal. Aun así, no pude evitar admitir:

—Cuando me enteré de que tía Adele había solicitado la beca para que pudiera estudiar aquí a mis espaldas y que me la habían concedido, deseé con todas mis fuerzas que fuera una puta broma. Lo único que quería era un poco de tranquilidad, nada más. Yo... tuve un accidente el año pasado y... bueno... aún me estoy recuperando. No entiendo a qué ha venido este cambio y por qué estoy aquí. No pertenezco a este mundo.

—Ya somos dos. Mis padres no son ricos ni monarcas o herederos ni influyen en la sociedad. Solo soy la hija del director.

—¿Y tu madre? ¿Cómo era? —no pude evitar preguntar.

La primera reacción de Blair fue tensarse y, la segunda, apartar los ojos, como si le avergonzara mostrar sus sentimientos. Carraspeó, los ojos nublados a un millón de kilómetros de allí.

—Ella era genial. Siempre sabía qué decir para sacarte una sonrisa. Estábamos muy unidas, ¿sabes? Yo... la echo mucho de menos.

—¿Hace cuánto que... ya sabes... murió?

—Cuando tenía trece años. Pese a que estaba muy mal, intentó que yo lo sobrellevara de la mejor manera. —Se enjugó una lágrima con el dedo—. En fin, no me gusta hablar de estas cosas. Me pongo muy blandita.

Como para no ponerse blandita. Yo también había perdido a mi madre, pero en mi caso no la extrañaba tanto. Para mí tía Adele era realmente mi madre, la que me había criado pese a todo.

Choqué su rodilla con la mía.

—La vida es un asco —puntualicé.

—Amén, hermana.

—Te propongo una cosa. Pongamos mejor una buena peli, atiborrémonos de dulces y dejemos de hablar de cosas tristes.

Blair esbozó una sonrisa apagada, aún cubierta de un halo de dolor. Era apenas imperceptible, un leve manto, pero ahí estaba, pese a que ella intentara esconderlo. Tenía la mirada tan clara que podía ver cada uno de sus sentimientos.

—Me gusta el plan. ¿Qué te apetece ver? —me preguntó. Me dio un ligero pellizquito en la rodilla izquierda y solo su tacto me provocó un huracán en mi interior. La forma en la que arrugó el morro me pareció sumamente adorable—. Por favor, no me obligues a ver un truñaco ñoño.

—Por suerte para ti, no soy ese tipo de chica.

Y para reforzar mis palabras, me adueñé del mando de la televisión y puse en Netflix la penúltima película de Fast & furious. Así, pasamos el resto de la noche devorando palomitas recién hechas mientras hablábamos y hablábamos, con la voz de los protagonistas como telón de fondo.

Para cuando me acosté en la cama, ya pasado el toque de queda, pensé que Blair no estaba tan mal después de todo.

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