Capítulo 10: Cómplices
Recuerdo la primera vez que me había subido a un caballo. No era más que un moco y la sola idea de subirme a ese animal cuadrúpedo alazán me daba mucho miedo. Mamá me había dicho que no tenía por qué estar asustada, que Mickey era muy bueno y que no iba a dejar que me cayera al suelo. Había visto a mi madre mil veces y siempre me había parecido algo admirable. Me acuerdo que le supliqué que me apuntara a clases, porque quería ser tan guay como ella.
Mi primera lección tras muchos años fuera de juego fue mejor de lo que esperaba. Recordaba las nociones básicas, así como algún que otro dato random de mis tiempos como amazona.
Pero lo que más disfruté fue de sacarla de quicio. Me encantó cómo hacía toda clase de esfuerzo por no ser una borde conmigo, por no responder a ninguna de mis provocaciones. Lena era una profesora muy sexy. Me ponía muchísimo el tono autoritario que había usado, lo prieto y sugerente que era el pantalón largo de montar que llevaba y, sobre todo, cómo había solucionado el encuentro con el gilipollas de Jacob.
Jessica y él eran la parejita ideal: ambos eran guapos, populares y asquerosamente ricos. Al igual que mi querida Jess siempre me había tenido entre ceja y ceja, Jacob parecía tener atragantada a Lena.
Y eso lo cambiaba todo. Porque si nos aliábamos, podríamos joderles el doble. Hacerles más daño.
Jacob nunca me había caído bien, ni siquiera cuando tonteaba conmigo en segundo curso de la secundaria. A mí, en cambio, me atraía una chica de mi clase. Para entonces ya había descubierto que me gustaban tanto los tíos como las tías, pero aún no era abiertamente bi porque me aterraba lo que diría mi padre. Le chocó muchísimo cuando decidí hablar con él sobre mi orientación sexual. Lo único bueno que sacaba de que fuera bisexual era que aún tenía posibilidades de terminar casándome con un chico de buena estatus social, según él.
Si supiera el error que había cometido al obligarme compartir habitación con el bombonazo de Lena.
Vale, podríamos decir que me caía mucho mejor de lo que mostraba y que por eso la busqué cuando terminaron del todo las clases equinas. Estaba saliendo del despacho de Lia Harmony cuando la abordé. Llevaba es casco de color negro colgado del brazo, pelo pegoteado a la cabeza por el sudor. El polo verde entallado con el logo de la academia a la altura del pecho le resaltaba los pechos.
Parpadeó al verme aún allí.
—¿No deberías estar haciendo tus cosas, Blair? Hace una hora que ha terminado tu clase.
Me acerqué a ella com una sonrisa confiada.
—Te estaba esperando, gatita.
—Odio que me llames así —refunfuñó entre dientes.
Enarqué una ceja.
—¿Te molesta, amazona sexy?
Apretó la mandíbula, pero no dijo nada al respecto. O, más bien, no pudo. De un momento a otro, un labrador trotó hasta mí moviendo la cola y ladrando. Se me subió encima.
Solté una carcajada mientras le rascaba la cabeza.
—Thor, tío, ¿qué tal estás? Pensaba que ya estarías en el cielo perruno.
El comentario hizo que Lena se tensara. La miré sin dejar de acariciar al animal.
—¿Qué pasa, princesita?
Se apartó un mechón húmedo del rostro con un resoplido.
—Nada, solo que pensaba que, bueno, como perdiste a tu madre te costaría hablar de la muerte. A mí aún se me ponen los pelillos de punta cuando alguien habla de ello, y eso que yo no conocí a la mía. Ella... —titubeó—... Ella murió en el parto.
Le lancé una sonrisa triste.
—Lo siento, tía. Es una putada haber perdido a un ser querido. Yo me alegro de haberla conocido, al menos.
—A mí me habría encantado tener algún recuerdo de ella. No sé, algo más que una triste foto. Tía Adele dice que me parezco a ella, pero yo no veo el parecido. —Pateó una piedra que había en el suelo—. La vida es súper injusta.
—La vida es efímera. Tenemos que vivirla al completo, sin miedo.
—Me gusta ese pensamiento.
Dejé que Thor correteara libre por el campo interminable, libre como el sol, para unirme a Lena. Empezamos a caminar por el caminito de de grava codo con codo.
—Me gusta vivir con intensidad. Todos nos vamos a morir en algún momento. ¿Por qué reprimir lo que sentimos, lo que en verdad somos? Puedes elegir ser una amargada el resto de tus días o vivirlos siendo la mejor versión de ti misma.
—Wow, Blair, no sabía que eras tan profunda.
Esbocé una sonrisa, pero posé los ojos en el frente, en las hectáreas y hectáreas de terreno infinito, en el cielo sin nubes, en los chicos que aún seguían entrenando en la pista. Miré cualquier cosas que no fuera ella, porque sentía que podía leerme muy bien y que, si yo la dejaba, podría hacer temblar mi mundo entero.
Lena tenía ese poner sobre mí.
Intenté que no viera todo lo que provocaba en mi interior y, por eso, tras recomponerme le guiñé un ojo con picardía.
—Espero que este sea nuestro secreto.
Me deleité de placer al ver cómo se le formaban alrededor de las mejillas dos halos rosados, una pequeña sonrisa curvaba sus labios. Esa tarde no llevaba maquillaje y estaba igual de guapa que cuando lo llevaba.
Fue entonces cuando me fijé en sus pantalones negros y recordé que aquella mañana se había puesto los leotardos. El primer día de clases. A casi treinta grados. Quise preguntarle si no tendría calor, pero las gotitas de la frente me mostraron que, al igual que yo, estaba asada.
Miré mis pantalones largos de montar que anteriormente habían sido de mi madre. El idiota de mi padre me había avisado con tan poco tiempo que no había podido comprar ropa adecuada. No me había quedado otra opción que saquear su armario.
Lena se deshizo de la coleta con un movimiento rápido. Se pasó una mano por la frente y soltó un sonoro suspiro.
—Tengo unas ganas de darme una ducha.
Le di un empujón suave.
—Tendrás que esperar a que termine. Yo voy primero.
Un fuego ardiente sustituyó la dulzura que solía desprender. Me encantaba que a simple vista pareciera una de esas chicas sumisas que tanto aborrecía, pero que cuando algo la crispaba se transformara en alguien capaz de defenderse. Que sacara las garras.
Como una gatita.
Lena me devolvió el empujón.
—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?
Puede que mis pensamientos me hubiesen sacada una sonrisita, pero es que ahora ya no podía quitarme la imagen de Lena vestida con un disfraz sexy de gatita. Vale, si ya de por sí tenía calor, ahora estaba ardiendo y solo había una persona que pudiera mitigar el incendio que atravesaba mis venas y mi centro, y estaba a tan solo unos centímetros de mí.
Me aclaré la garganta.
—Es una chorrada. No creo que lo entendieras.
Hizo un ruidito muy mono.
—Blair, de verdad que intento entenderte. ¿Por qué un día te comportas como una puta borde y al día siguiente eres maja conmigo?
—¿Tiene que haber una razón?
—Pues sí. Pensaba que te caía mal.
Cambié el casco de mano.
—No me caes mal. ¿Que si me jode que mi padre te haya puesto en mi habitación y que invadas mi espacio personal? Sí. Me jode pero bien.
—¡Pero yo no le obligué a tu padre a punta de pistola que lo hiciera!
—Lo sé, gatita, pero aun así no me gustó verte allí. Odio que la gente chismeé mis cosas.
—No soy una cotilla, que lo sepas.
—También lo sé.
Permanecimos en silencio parte del trayecto devuelta al edificio central, donde estaban las habitaciones de los alumnos. Las de las chicas se llaman Residencias Golden y la des los chicos, Residencias Silver. Cada una de las estancias de ese castillo derrochaba tanta riqueza que no todo el mundo se podía permitir el lujo de estudiar allí. Muchos peleaban por ser uno de los seleccionados. Miré a Lena con disimulo. Iba perdida en sus pensamientos, tarareando una canción de Taylor Swift por lo bajo. Puse los ojos en blanco. Muy típico de ella. Me pregunté cómo se las había apañado para que la aceptaran en Ravenwood, si tenía más pasta de la que aparentaba o era una de las tres becadas. Fuera como fuera, pronto lo sabría. En Ravenwood el chisme corría como la pólvora.
Esperé a que las dos nos quitáramos el olor a mierda antes de abordarla de nuevo. Ya me había secado el pelo y estaba intentando ordenar mis rizos para cuando salió envuelta en una nube de vaho. Se había puesto la camiseta extra larga que utilizaba para dormir de color rosa palo en la que se leía en grande "Chicas malas, el musical".
Dejé el libro a un lado.
—¿Podemos hablar un momento?
La chica me miró de arriba abajo, desde la camiseta de tirantes blanca hasta el short deportivo negro que llevaba. Pese al aire acondicionado, hacía un calor infernal allí dentro y como me daba igual que cualquiera me viera de esa guisa... Pues eso, que pasaba de todo.
Como vi que no apartaba los ojos de mí, esbocé una sonrisa pilla en la boca.
—Si sacas un foto, te durará más.
Parpadeó. Disfruté al ver cómo arrugaba los labios en una mueca.
—¿Qué quieres de mí, Blair?
Hummm, me encantaba cómo pronunciaba mi nombre con ese acento americano que tenía.
—¿Tengo que responder a eso o es una pregunta trampa?
—¡Tía!
Solté una carcajada cruel solo para sacarla aún más de quicio. Me puse en pie, crucé la habitación y me senté en el sofá de color café que separaba ambos lados de la gran estancia. Había una mesita modular de madera, una pequeña estantería llena de mis libros favoritos y una televisión grande contra la pared. Menos esta última, todo lo había construido yo.
—Quiero proponerte algo —dije sin darle muchas vueltas al asunto. No me gustaba ir con rodeos; iba directa al grano.
Se sentó junto a mí. Se le había subido el bajo de la camiseta lo justo para que viera lo que parecía el inicio de un tatuaje. ¿Lena con un tatuaje? Cada día me gustaba más.
—¿Por qué creo que esto no va a gustarme ni un pelo?
—Escúchame al menos.
Se pasó las manos por el pelo suelto. Era la primera vez que la tenía tan cerca como para fijarme en que tenía una tonalidad muy clara de castaño, tirando a un rubio oscuro.
—Vale. ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?
—Voy a ser directa. Odio a Jessica y a Jacob. No los soporto. Se creen los más guays de Ravenwood solo porque sus papis tienen tanto dinero que fácilmente podrían cometer un delito y salir impunes. Odio su actitud arrogante, como si tuvieran el mundo a sus pies. No puedo con ellos.
—No sé qué pinto yo en esto.
La observé durante un largo minuto, desde esa camiseta horrible hasta la pose de piernas cruzadas. Por milésima vez me pregunté qué pintaba ella allí. No era como los demás niños estirados que había en el internado. Ella no tenía metido un palo por el culo.
—Por alguna razón que desconozco no les caes bien. Me divierte ver a los reyes equinos temblando de miedo, acojonados.
Lena puso la espada erguida y huyó de mi mirada inquisitiva. Me pareció que tardó toda una eternidad en responder a mi pregunta no formulada a pesar de que tan solo habían pasado unos segundos.
—Conozco a Jessica y a Jacob de cuando competía. Los tres siempre habíamos estado en la cumbre de la hípica y de niños me tomé esa competición que había entre nosotros como algo sano. Hace unos años, en cambio, me di cuenta de que harían todo lo que fuera por ganar. Se reían de mí antes de que saliera a la pista, me miraban por encima del hombro por no tener la misma pasta que ellos y los escuchaba cuchichear a mi espalda.
»Así que decidí que haría todo lo que fuera por machacarles. Yo no tenía sus mismos recursos, pero para mí el dinero nunca ha sido importante. Creí que éramos amigos, pero los amigos no se apuñalan por la espalda.
»Les jodía tanto quedar por debajo de mí que cada día yo lo disfrutaba más. Por eso me he tensado tanto esta tarde al ver a Jacob. Intentó ligar conmigo solo para que yo me distrajera y, bueno, él no juega en mi misma liga, tú ya me entiendes, así que solo consiguió todo lo contrario: perdió de vista todos sus objetivos y no consiguió un lugar dentro de las finales internaciones.
»Sé de lo que son capaces las personas como ellos, ricos que se creen con derecho a todo solo por haber nacido en una cuna de oro. Por eso no quería venir aquí. Este no es mi sitio, no encajo en este lugar.
—¿Crees que yo sí?
—Eres la hija del director.
—Pero mi padre no tiene ni una quinta parte del dinero de ellos.
—¿Acaso importa? Tú encajas aquí. Tienes amigos y una historia en Ravenwood. Yo solo soy la nueva.
Hice una mueca, igualita que si hubiese chupado un limón.
—No estoy de acuerdo. Eres mucho más que eso. A Valentina, Finn y Callie les caes genial y ellos tres juntos harían temblar el imperio de Jessica o de Jacob. Por alguna razón les has caído bien, no ha sido tu clase social. Puede que este sitio esté lleno de pijos estirados, pero también hay buena gente. Axel y yo estamos aquí, ¿no?
Lena se tapó el rostro con las manos, pero antes de que lo hiciera pude notar un ligero sonrojo en su pómulos.
—Aún no me puedo creer que lo haya visto en pelotas. Es vergonzoso.
—Querrás decir gracioso. Parecía que te iba a dar algo.
Me tiró un cojín.
—No seas cabrona conmigo.
—Me encanta sacarte de quicio porque te pones muy mona cuando te enfadas.
Las mejillas se le incendiaron aún más. Estaba jodidamente preciosa y yo estaba utilizando todo mi autocontrol para no acortar la poca distancia que nos separaba y besarla como llevaba deseando en mis fantasías más oscuras. Lena no me convenía, no era mi tipo y no podía enrollarme con mi compañera de cuarto. Eso sería muy incómodo.
Pero había otra parte, la más rebelde, que me gritaba que lo hiciera, que mandara todo a la mierda.
La castaña soltó un largo suspiro.
—Aún no me has dicho eso tan importante que tienes contarme.
Cierto, me había ido por los cerros de Úbeda. Troné los dedos antes de empezar a contarle mi plan.
—Verás, creo que nos conviene aliarnos si queremos vencer al dúo remilgado. Piénsalo, les molesta tanto que estemos invadiendo su territorio que juntas podríamos enloquecerlos.
—¿Y qué propones? No es que precisamente seamos uña y carne —declaró, desconfiada.
Le tendí una mano y le regalé una sonrisa amistosa.
—Quiero que hagamos una tregua.
—¿Una tregua? —repitió, ceñuda, no muy convencida.
Asentí con un movimiento de la cabeza.
—Solo imagínate su cara cuando nos vean juntas.
La escuché soltar unas palabras en voz baja, ininteligibles, antes de estrecharme la mano con fuerza.
—Está bien, Blair, haremos una tregua.
Y así fue cómo pactamos intentar llevarnos bien sin pensar qué repercusión iba a tener en nosotras.
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