XXXI
Me encogí dentro de mi cazadora verde y apreté las palmas de mis manos alrededor de mi vaso de café negro mientras hacia mi camino a lo largo del río Chicago en dirección del Brown & Epps, rumbo a una reunión del consejo. A mi primera reunión oficial como dueña del bufete. Sinceramente, no entendía el por qué los abogados hacían todo rodeado de tanto hermetismo. Me refiero al hecho de que el consejo exigiera mi presencia sin importar que el señor Dashner fuese mi representante legal. Sin embargo, tampoco podía negar sentirme emocionada al saberme hasta cierto punto importante para toda esa gente suntuosa. Crucé el puente frente al rascacielos en el que se encontraban las oficinas de la firma.
—Su identificación —ordenó el guardia de seguridad, obstaculizando el paso.
Bufé y le puse los ojos en blanco. Decirle mi nombre al gorila que me miraba con arrogancia era boleto suficiente para entrar al edificio, pero mi lado perverso me dio una mejor idea. Di con mi cartera dentro del maletín que llevaba conmigo y saqué mi identificación para entregarla al guardia. Él la arrancó de mi mano y la estudió con cuidado. Tardó un segundo antes de reconocerme, su rostro perdió el color.
—Lo si-siento, señorita Brown —tartamudeó, por completo aterrado—. La están esperando. ¿Desea que la acompañe?
Ésta vez fue mi turno de arrancar mi identificación de sus temblorosas manos.
—No, gracias —gruñí, con suficiencia—. Estoy bien.
—La acompañaré de todos modos.
El pobre hombre dio un traspié al dar media vuelta. Mordí el interior de mi mejilla para evitar soltar una carcajada. No lo culpaba por desconocerme, después de todo, eran muy pocas las veces que visitaba el lugar y él parecía nuevo en su puesto. Tampoco pude evitar divertirme con su torpe actitud. Me pregunté cuándo fue que Charlotte Brown decidió que era momento de invertir papeles. No lo sabía, de la misma manera que desconocía si esa nueva versión de mí —me refiero específicamente a la de arrogante heredera—, me agradara. Mientras lo descubría, decidí disfrutarlo.
El guardia llamó por mí al elevador, su frente perlada en un sudor nervioso. Esperamos juntos hasta que las puertas de hierro se abrieron, escuché al hombre exhalar de alivio. Entré sola y presioné el botón del piso quince, el guardia asintió educadamente como despedida antes de que las puertas le hicieran desaparecer. Mi estómago se hundió un poco a medida que los números avanzaban. Al llegar al número diez, le quité la tapa a mi vaso de café y lo bebí de golpe. Mi lengua, garganta y tubo digestivo ardieron un poco al recibir la bebida caliente que me infundió un poco de valor. Abandoné el elevador y caminé rápidamente en dirección de la oficina de mi albacea.
—Charlotte —saludó Karla Dashner, levantándose de la silla tras su escritorio—. Que gusto verte, querida.
—También me da gusto verte, Karla —respondí, inclinándome para recibir el abrazo que me ofrecía—. Me gustaría ver al señor Dashner antes de la reunión.
—Lo siento, cariño. Me temo que no será posible, Jack se encuentra reunido ya con el resto del consejo en la sala de juntas. Esperan por ti.
Maldije en voz baja. Enfrentar a aquellos sabelotodo sólo era una posibilidad desde la seguridad que ofrecía el brazo del presidente del consejo. En mis planes jamás estuvo entrar sola a la sala, mirarlos periféricamente con una ceja arriba y decir: «Buenos días, caballeros». Todo mientras un hombre sensual me ayuda a deshacerme de mi costoso abrigo de piel y sostengo un cigarrillo en mi mano derecha. Ojalá tuviera un costoso abrigo de piel o adicción a la nicotina.
Karla me condujo por un pasillo lujoso adornado con plantas de hojas grandes. Las puertas frente a las que nos detuvimos eran por completo de cristal por lo que pude apreciar a los hombres esperando por mí en sus sillas altas de cuerpo negro. Pasé mi mirada por cada uno de ellos, cinco rostros eran visibles, ninguno resultó ni remotamente familiar. Jack Dashner esperaba en el lugar principal, a su lado había una silla vacía y posteriormente otro hombre con la espalda tensa.
Querido Dios, no. ¿Por qué demonios nadie se tomó la molestia de informarme que Aaron Been era parte del jodido consejo?
Me paralicé por completo. No veía a mi vecino por los últimos cuatro días. No me atreví a siquiera salir de casa por temor a encontrarme con él. Y ahora era forzada a estar en la misma habitación con toda esa tensión entre nosotros flotando a nuestro alrededor y, por si eso fuera poco, rodeados de esos tipos con rostro ácido.
—Estarás bien, Charlotte. —Me alentó Karla, tratando de tranquilizarme con un apretón en mi brazo derecho.
«No, por supuesto que no lo estaré», pensé.
Imposible. No podía hacerlo, no estaba lista para enfrentar la mirada de mi vecino.
—No sabía que el señor Been forma parte del consejo —balbucí, negándome a avanzar.
—Tu abuelo le concedió un lugar después de darse cuenta de lo valioso que es para el bufete —respondió, la admiración que sentía por Aaron fue evidente—. Vamos Charlotte, no tienes que temer. Tengo entendido que Aaron es amigo tuyo.
Ja. Sacudí la cabeza, arrastrando los pies contra mí misma hasta las puertas de cristal. Éstas se abrieron con un ruido extraño y todos se volvieron para ver a la recién llegada. Cuando se repararon en la triste y patética heredera, hicieron un gesto de cansancio y se pusieron de pie a regañadientes.
—Bu-buenas tardes... ¿Caballeros? —Tartamudeé, diciendo la última palabra en tono interrogativo al encontrarme con la presencia de Terry Wolf—. Perdón por la tardanza.
Ellos mascullaron sus respuestas entre dientes y retomaron su lugar, sin esperar a que yo lo hiciera primero. Vaya, ¿acaso en la escuela de leyes les enseñaron a olvidarse de sus modales?
—No te preocupes, Miranda —dijo Dashner, con verdadera amabilidad—. Por favor, toma asiento.
Di un paso junto al lugar desocupado a su izquierda. Él me ofreció una sonrisa paternal, negó y se movió tras su propia silla para cedérmela. Lo mirpe con los ojos abiertos.
—Aquí por favor, señorita Brown.
Ocupé el lugar principal sin atreverme a enfrentar los pares de ojos que me observaron con descontento. Sobre todo, para evitar la mirada del hombre con corbata negra y cuyo mechón rebelde caía sobre su frente y los lentes cuadrados, dándole un toque sensual a su pulcra imagen de importante miembro del consejo de Brown & Epps. Me concentré en mi representante. Dashner se sentó junto a mí, acomodó sus manos sobre la mesa de madera oscura, dejando al descubierto sus mancuernillas doradas. Apreté la de Oleg, escondida en el fondo de mi cazadora, enfundándome de un poco de valor.
—Bien, señores —dijo Jack—. Podemos comenzar ahora.
La sala se quedó en pausa, a la expectativa de lo que sucedería a continuación. Yo conservaba la mirada sobre mis muslos.
—Hemos convocado a ésta reunión a petición del Señor Terry Wolf —comunicó Dashner, con solemnidad.
—Así es —dijo Wolf, interrumpiendo al otro hombre—. Como todos sabemos, nuestro honorable fundador, Lawrence Brown dispuso ciertas normas dentro del bufete. Entre ellas, estableció que el presidente del consejo sería reemplazado cada determinado tiempo —Wolf se puso de pie y caminó al otro extremo de la mesa, quedando directamente frente a mí—. Pues bien, el ciclo de mi querido Jack Dashner concluyó desde hace tiempo. Es momento de que un nuevo presidente sea nombrado y, siendo yo quien posee más experiencia entre ustedes, me considero el hombre indicado para el cargo.
Levanté inmediatamente la mirada, topándome con el rostro cínico de un hombre que daba por hecho su victoria. A mí alrededor se escucharon murmullos positivos.
Ese maldito...
—Por favor, Terry —respondió Dashner, sin perder la calma—. ¿De qué hablas? ¿Olvidas que fuimos compañeros en la universidad?
Las mejillas de Wolf se tiñeron un poco.
—Eso es irrelevante —espetó el otro—. Sabes que soy el indicado. Terry Wolf es la estrella de la firma, nadie ha tenido más éxitos en los tribunales como yo.
—Lamento mucho tener que discrepar nuevamente contigo, mi querido amigo. Pero me temo que ese título te fue arrebatado hace mucho por el señor Been. Ahora él es la estrella de Brown & Epps, en todo caso él sería el más idóneo para el puesto por su éxito y juventud.
La atención de todos recayó en Aaron. Incluso yo me vi forzada a mirarle, permitiéndome preocuparme sólo un segundo por los asuntos entre nosotros. Sin embargo, no importó, Aaron no me miraba. Aún en ese momento él permanecía con gesto inescrutable. Sus labios dibujaban una delgada línea, ni siquiera arrugó un poco la frente o levantó una ceja. Comenzaba a detestar el caparazón impenetrable tras el que ocultaba sus sentimientos.
—Qué estupidez —ladró Wolf. Su rostro adquiriendo un peligroso tono rojizo—. Aaron Been es un niño estúpido en comparación mía. Él jamás podría llevar el control de un bufete como éste.
—No perdamos la razón —intervino otro de los miembros—. Vamos a dejarlo a votación, quienes estén de acuerdo con Terry, levanten la mano.
Anticipé la respuesta de los hombres antes de ver a cinco de ellos levantar la mano en apoyo de Wolf.
—¡Alto! —chillé, levantándome de un salto. La silla salió proyectada y chocó contra la pared a mi espalda. La atención de todos se volvió sobre mí, incluida la de Aaron. Inhalé, exhalé—. No voy a permitir que éste hombre sea presidente. Sobre mi cadáver Terry Wolf ocupará el lugar del señor Dashner.
—Por favor, señorita Brown —bufó él, mirándome con desprecio—. Usted no es nadie para impedirlo.
Fue mi turno de resoplar.
—Soy la dueña de ésta firma. —Le recordé—. ¿Lo ha olvidado, señor Wolf?
—Eso no le da derecho. ¿O es que pretende pasar por los mandatos de su abuelo? ¿Hacer de ésta firma de abogados una anarquía? No sea absurda.
—Es el bufete de mi abuelo, voy a cuidar de él.
—No puede impedirles a éstos señores elegirme —informó, sus ojos lobunos brillando con ira—. Tal vez sea dueña, pero no es parte del consejo.
—Él tiene razón —susurró Dashner.
Observé a los hombres a mí alrededor, su rostro pasó de sorpresa a expectación. Por supuesto, jamás imaginaron que alguien tan insulsa como yo, explotaría de tal manera. Cerré los ojos por un momento, el rostro de mi abuelo apareció en mi subconsciente recordándome que todo era posible si yo lo creía.
Respiré profundamente antes de abrir los ojos. A mi izquierda, Jack me estudiaba con atención.
—Muy bien —respondí, luchando contra el temblor de mis piernas—. En ese caso, siendo dueña de Brown & Epps... Lo despido, señor Wolf, a partir de éste momento deja de ser parte de ésta firma.
Todos en la sala contuvieron la respiración. Me miraban de hito en hito, sin creer lo que acababa de hacer.
—No puede despedirme —masculló Wolf, con un tono menos de arrogancia—. No tiene ningún motivo para hacerlo, estaría faltando a mi contrato.
«Yo no estaría tan segura, maldito hijo de perra».
—Lo siento, Señor Wolf. —Mi voz sonó con un poco más de seguridad—. Déjeme aclararlo. Está despedido por acoso sexual en contra de mi persona.
—Eso es falso. Es una maldita mentirosa.
—Claro que no —grité, dirigiéndome al resto del grupo—. Tengo testigos, mi amiga Matilda Galeer y el hermano del señor Been, Leonardo Dalmau. Además del mensaje enviado a mi teléfono celular en dónde me cita en un motel. ¿Quieren que se los muestre?
Doy media vuelta en busca de mi maletín abandonado sobre la silla. Me incliné sobre ella, rogando por no tener que aceptar que dicho mensaje no existía después de la destrucción de mi móvil.
—No es necesario —ladró Terry. Avanzó sobre mí con expresión de depredador, procuré no parecer intimidada—. Me retiro sólo por ésta ocasión, pero no creas que has ganado la guerra zorra de mierda.
Me recorrió de pies a cabeza.
—Pobre niña idiota, defiendes tanto éste lugar. ¿No entiendes que no tiene caso? Tú no eres una de ellos.
Sus palabras tocaron una fibra sensible dentro de mí, pero me negué a aceptarlo. Tenerlo tan cerca me permitió caer en cuenta de su rostro exageradamente rígido. Terry Wolf se inyectaba botox.
—Basta, Terry —ordenó Dashner, interponiendo su cuerpo entre nosotros—. Es mejor que te vayas ahora, o tendré que pedirle a seguridad que te acompañe.
Wolf me lanzó una última mirada de odio antes de salir de la sala echando chispas. En mi garganta inició una lucha contra un nudo que dificultaba mi respiración. Tomé mi maletín de la silla y me volví una vez más a los hombres que permanecían con la boca abierta.
—Lamento el incómodo momento que acabamos de pasar —dije, tras recuperar mi capacidad del habla—. A pesar de mi inconformidad con el asunto, respetaré el mandato de mi abuelo respecto al cambio del presidente. Con Wolf fuera, me siento más tranquila respecto a la decisión que puedan tomar... Sé que no soy una de ustedes, que no conozco nada en absoluto sobre leyes, pero sé sobre personas. Concuerdo con el señor Dashner, el indicado para el puesto es el señor Been, por supuesto es algo que ustedes decidirán en su momento.
Los hombres asintieron, se levantaron de sus sillas y se despidieron de mí con un poco más de simpatía.
Caminé fuera de la sala de juntas por el mismo corredor por el que fui arrastrada minutos antes. Vagué unos minutos sola por los pasillos de las oficinas, encontré la que le pertenecía a Oleg, sobre ella había una placa metálica con su nombre. Pasé las puntas de mis dedos sobre ésta, acariciando las letras doradas que formaban su apellido. Ivanov. Mi amado hombre ruso. Pensé en la posibilidad de entrar, lo que sea que me hiciera sentirle cerca, me ayudaría en aquel momento. Sin embargo pasé de largo.
Me detuve unos metros adelante, frente a otra puerta igual al resto en el corredor. Ésta vez, el nombre en la placa me alteró en menos de un segundo. Aaron Been. Giré la perilla con cautela y me escurrí dentro lo más rápido que mis nervios me lo permitieron. El interior se encontraba iluminado por un ventanal que ocupaba toda la pared en el otro extremo, frente a ésta un sillón grande ocupaba la estancia. El interior de la oficina olía al perfume cítrico de su habitante, imponiendo su presencia incluso en su ausencia. A mi izquierda había un sencillo escritorio de cristal sobre el que descansaban varios marcos con fotografías familiares. Tomé uno de ellos, la imagen mostraba a un par de adolescentes junto a sus padres. Aaron tenía el cabello largo y alborotado, un par de gafas redondas cubrían su joviales ojos castaños. Él sonreía con arrogancia, haciéndole lucir un tanto más maduro de lo que su acné dictaba que era.
La puerta tras de mí se abrió, regresé el marco a su lugar y di media vuelta para enfrentar a mi vecino.
—¿Qué hace aquí? —inquirió, deteniéndose bajo el umbral de la puerta abierta.
—He venido para... —Me interrumpí, su mirada sobre mí era mucho más de lo que podía soportar. Sin embargo, me esforcé por no inclinar la cabeza, era lo menos que merecía—. Quiero pedirle que acepte la presidencia del bufete.
Él me escudriñó con atención durante algunos segundos antes de decir: —Dígame algo, señorita Brown ¿Su ofrecimiento es una compensación por haberme rechazado?
—No, claro que no —respondí, negando enfáticamente con la cabeza—. ¿Cómo puede imaginar algo así? Usted me conoce.
—¿De verdad? Porque a veces me resulta tan... Extraña. ¿Sabe? Actúa como si en el fondo ocultara algo ¿Qué es lo que esconde? ¿Qué es lo que se esfuerza tanto por dejar atrás?
Incliné la cabeza a un lado, mirándole con total confusión. ¿De qué demonios hablaba?
—No comprendo —dije.
—Por supuesto que no —Frunció los labios, como un esfuerzo por no decir algo de más—. ¿Por qué lo ha hecho?
—Mi abuelo confiaba en usted.
Él rió y sacudió la cabeza, como si mi respuesta no fuese la que esperaba.
—Dashner confía en Oleg —espetó—. ¿Por qué no se le ofrece el puesto a él?
—Porque él... Oleg no cuenta con su... Porque Oleg no es usted.
Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera detenerlas. Al instante el sentimiento de culpa pesó sobre mis hombros. Las comisuras de sus labios temblaron, por su rostro cruzó una expresión de satisfacción apenas perceptible.
—Soy un hombre profesional —comentó, desviando la mirada a algún punto de la ciudad tras el ventanal—. Y totalmente capaz de separar mis sentimientos por usted de mi trabajo aquí. No repetiré lo que siento no sólo por mi profesionalismo y mi relación con su... Actual pareja. Pensaré en la propuesta.
¿Era eso lo que buscaba? ¿Escucharme suplicar?
—¿Gracias? —refunfuñé.
Asintió sin decir ni una palabra más. Dio un paso a su costado, dejando libre la salida, capté la indirecta e inicié mi camino. Nuestros hombros se rozaron al pasar junto a él. Giré la cabeza para verle por última vez. Permanecía en calma, quería pensar que se trataba de una tranquilidad fingida. Estúpidamente, deseé que en el fondo Aaron Been se encontrara tan atormentado como yo por todo lo que existía entre nosotros y que ambos nos negamos en resolver.
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