XXIV
Oleg.
Jugaba con los gemelos de mi camisa bajo la mesa. A mi alrededor, los hombres que formaban el consejo de Brown & Epps, se concentraban en las palabras del presidente, Jack Dashner hablaba en tono serio encabezando la mesa. Lo últimos meses el número de clientes en el bufete fueron en aumento, por lo que el ingreso de nuevos pasantes y jóvenes abogados habían sido considerables. La junta pensaba que era necesario formar grupos los cuales estarían bajo el mando de quienes contábamos con mayor experiencia. Mi grupo era de tres pasantes y dos recién egresados: Lily, Wendell, David, Erick y Christopher presentaron buenos resultados hasta el momento. Por supuesto bajo mi supervisión y con casos simples.
Mi ansiedad creció ante la mención de la señorita Brown. La imagen de su rostro sonriendo mientras jugaba con Mila, causaron estragos en mi interior. De repente su ausencia pesó demasiado, no la veía desde la noche anterior, pero era como si hubiese pasado una eternidad. Llevé una de mis manos hasta mi pecho, sentí un bulto dentro del bolsillo interior de mi saco y sonreí. Esa noche era su cumpleaños y no podía recordar haber estado más nervioso. Dos días atrás, Mila y yo buscamos un buen regalo para ella por prácticamente todas las tiendas de la ciudad. Pensaba comprarle una pañoleta, gracias al cielo, mi pequeña hija era muy lista para su corta edad. Me recordó la clase de mujer que era Miranda: dulce, tierna, generosa y digna de amar. Fui arrastrado por mi hija hasta una tienda de antigüedades en donde me obligó a comprar un guardapelo. El mismo que descansaba dentro de una caja de regalo. Deseaba que finalmente llegara la hora de entregárselo y ver sus ojos chocolate brillando como siempre que algo le sorprendía.
Mi teléfono comenzó sonar dentro en uno de los bolsillos de mis pantalones. Los hombres del consejo dejaron de hablar para mirarme con desaprobación, ignoré la llamada y regresé el móvil a su sitio. Un segundo después el sonido regresó.
—Lo siento. —Me disculpé, recorriendo a mis colegas con la mirada.
—Conteste señor Ivanov —dijo Jack, señalando la puerta frente a nosotros.
Asentí y salí al pasillo.
—Ivanov —dije, sosteniendo el móvil sobre mi oído izquierdo.
— Gracias a Dios —respondió una voz femenina del otro lado de la línea—. Oleg, soy Matty. Necesito que vengas al departamento de Charlotte.
El tono desesperado de su voz causó que mi cuerpo se tensara de inmediato.
—¿Qué ocurre Matty? ¿Ella se encuentra bien?
La respuesta tardó unos segundos en llegar.
—No lo sé —murmuró mientras su voz se quebraba a medida que hablaba—. Hace horas que desapareció y no sabemos nada de ella.
Maldije, reforzando el agarre en mi teléfono celular a medida que el suelo bajo mis pies se sacudía con más violencia. Terminé la llamada sin despedirme de Matty. Abrí la puerta de la sala de juntas, la atención de todos regresó nuevamente a mí.
—Me disculpo —gimoteé, luchando con el nudo que se formó en mi garganta—. Se trata de una emergencia, debo marcharme ahora.
Cerré la puerta sin esperar respuesta de Jack. Corrí a los elevadores al mismo tiempo que buscaba el número de Miranda entre mis contactos. Marqué una y otra vez, pero no recibí respuesta. No dejé de intentarlo hasta que subí a mi auto, a medida que pasaba el tiempo, el escalofrío que recorría mi espalda, convirtió mi espina dorsal en una línea de hielo que limitaron y entorpecieron mis movimientos. Pisé el acelerador, rebasando el límite de velocidad. Me negué al pensamiento que comenzó formarse en mi subconsciente, no permitiría que Miranda corriera peligro. Prometí protegerla y era justo lo que haría, incluso si eso significaba dar mi vida a cambio de la suya. Muy en el fondo de mí, sabía que era una idea irracional, que mi pequeña Mila debería estar antes que cualquier otra persona, y así lo era, pero Miranda, ella...
Golpeé el volante con ambas manos. Debí quedarme con ella. Después de todos esos días de notarla nerviosa y triste, debí insistir más en acompañarla a donde quiera que fuera. Me dejé convencer por ella misma de que todo se trataba de una depresión pre cumpleaños, no me quedé con ella la noche anterior, no la busqué ésta mañana y en ese momento se encontraba desaparecida.
Me detuve violentamente frente al edificio, una vez más, corrí bajo la lluvia que caía sobre la cuidad hasta la casa de Miranda como si mi vida se fuera en ello. Encontré a Matty y a Renée sentadas en la sala notablemente preocupadas.
—¿En dónde está ella? —espeté a ambas.
—No lo sabemos —lloriqueó Matty—. Salió hace unas horas, dijo que iría por vino y no volvió. Intentamos marcarle, pero al parecer tiene el celular apagado.
Pasé mis manos por mi cabello. Intenté pensar en donde pudo haber ido, sabía que mintió, por supuesto, fue una excusa para poder marcharse.
—¿Por qué no fueron con ella? —recriminé, alzando la voz. Pude ver a Matty estremecerse por mi reacción, pero no me inmuté.
—Porque no somos sus jodidas niñeras —ladró Renée, poniéndose de pie—. Charlotte es una adulta capaz de cuidarse sola. Así que mejor baja tu tono con nosotras, porque si le pasa algo no habrá más responsables que ella misma.
Pensar en esa posibilidad, hundió mi estómago. Miranda no podía correr peligro, no ella.
—Lo menos que pueden hacer ahora es discutir —intervino Matty—. Oleg, Charlotte se fue en el auto de Leonardo, él está contactando a la empresa que se la rentó para rastrearla por GPS.
—¿En dónde está él? —gruñí, ignorando la mirada venenosa que me lanzó Renée.
—En tu departamento.
Abandoné el lugar sin decir otra palabra. Leonardo caminaba en círculos, atento a su teléfono móvil cuando le encontré en la casa de Aaron.
—Leonardo —dije, para llamar su atención.
Él se detuvo, se giró en mi dirección y suspiró. No podría decir si se trataba de una muestra de alivio o de preocupación por verme llegar.
—Estoy esperando la llamada de la agencia de autos —tartamudeó—. En cuanto tengan una dirección, me llamarán.
—No puedo esperar, Leonardo. —Finalmente mi mascara de cordura se rompió, la familiar sensación de pérdida se apoderó de cada rincón de mis células. Mi voz se quebró—. No sabemos si se encuentra bien. ¿Y si tuvo un accidente?
Exhalé ruidosamente y pasé mis manos por mi rostro. La desesperación recorrió mi torrente sanguíneo.
—Escucha, Charlotte se encuentra bien —dijo, acercándose a mí—. Ella volverá cuando se sienta lista, cuando encuentre las respuestas que ha estado buscando. Dale un poco de tiempo.
—¿De qué hablas? —inquirí—. ¿De qué respuestas hablas?
Leonardo suspiró, forzándose a mirarme a los ojos. Me contó todo lo que Miranda le había confiado y pude ver la culpa en su expresión. La historia sobre su abuelo, las intenciones de Wolf —a quien le rompería la cara en cuanto la localizara a ella—. Lo que la mantuvo triste durante todos esos días fue la posibilidad de que Lawrence Brown no fuese su abuelo y, conociéndola como lo hacía, sabía lo mucho que le afectaba pensar en quedarse sola una vez más. Me culpé por ser tan poco observador y la duda de que ella confiara realmente en mí se abrió paso en mi interior, porque sin duda, hasta antes de saber todo eso, tenía la certeza de que así era. No obstante, había dejado pasar las señales que indicaban que estaba pasando por un mal momento y que se trataba de algo más grave que el hecho de cumplir años, sobretodo siendo ella tan joven.
Charlotte era demasiado inocente, no fue mi intención subestimarla, sabía que en el fondo se ocultaba una mujer totalmente distinta a la que el resto del mundo conocía. La sentía cada vez que la besaba y ella respondía sin titubear. No le asustaban mis caricias, no temía demostrarme que me deseaba con la misma fuerza con la que yo la deseaba a ella. Cuando rodeaba mi cuello con sus brazos y me pagaba más a su cuerpo, aunque ya no existiera distancia entre nosotros, me concedía un poco de ella, me entregaba un poco de la mujer en su interior y lo agradecía. Agradecía que al menos confiara en mí en ese aspecto. Me propuse demostrarle que no ni su pasado o sus secretos podrían alejarme de su lado. Podría no llevar el apellido Brown, podía ser Miranda o Charlotte y no dejaría de quererla ni por un segundo. Ella podría quedarse vacía y yo me encontraría a su lado ahí para llenar sus vacíos con mi alma misma.
Leonardo me contó un poco sobre sus pláticas con ella. Le confió mucho sobre lo que compartía con su abuelo, buscó consuelo en él, pero no me molestó.
—Debe de estar en alguno de esos lugares —dije, convenciéndome de que realmente se encontraba a salvo—. El parque o alguna de las casas del señor Brown.
—Ella dijo que su abuelo amaba los museos del parque —respondió, concordando conmigo—. También el vivero, una escultura... Está en algún lugar del parque, podría asegurarlo.
—Bien, entonces... —Comencé a caminar en dirección de la puerta, Leonardo me siguió de inmediato—. Vamos a separarnos. Les pediré a las chicas que nos ayuden para cubrir más áreas, el parque es inmenso.
Organizamos cuatro búsquedas individuales por el parque, nos repartimos las zonas y acordamos un lugar de encuentro junto a Matty y Renée. Ellas partieron primero, mientras yo esperaba a Leonardo quién hizo una última llamada a la agencia de autos. Me deshice de mi saco, la adrenalina calentó mi cuerpo y la prenda me ahogaba. Mi móvil sonó en mi mano izquierda. Era un número desconocido.
—¿¡Charlotte!? —vociferé.
—En realidad soy Dasha —respondieron, en un ruso natural—. Que alegría oírte, hermano.
—Lo lamento Dasha —Susurré, en el mismo idioma—. No puedo hablar ahora.
—No, Oleshka. No cuelgues es urgente.
Resoplé.
—Habla —gruñí, alejándome un poco más de Leonardo.
Me dije que después me sentiría culpable por mi actitud con mi hermana, ya habría tiempo para pedir disculpas. En ese momento solo pensaba en encontrar a Miranda.
—Los Smirnov nos han contactado —dijo, la voz de Dasha se tornó seria—. Alegan que no has cumplido con el trato, están a punto de demandar.
—No pueden hacerlo —ladré, con los dientes apretados—. Aún no ha llegado la fecha acordada.
—Ellos no piensan lo mismo. Quieren que vuelvas a Rusia lo antes posible.
Leonardo salió del elevador del estacionamiento con Aaron pisando sus talones. Me hicieron una señal con la cabeza, indicando que irían juntos. Asentí.
—No lo haré, no pueden forzarme. Ella es mía.
—Lo sé, Oleshka, lo sé. Pero quieras aceptarlo o no, también son su familia y tiene derecho. —Mi hermana guardó silencio por un momento, imaginé que estaba a punto de darme una mala noticia—. Quieren que la vea.
Mi corazón se sacudió con violencia. Apreté los puños a mi costado. Aaron y su hermano abandonaron el estacionamiento, las luces traseras del Mazda desaparecieron por la calle.
—Escucha, Dasha —continué, luchando con la bilis que subió por mi garganta—. Puedes decirles que aceptaré que ellos la vean, iré en cuanto lo pidan. Pero jamás aceptaré que se acerque nuevamente a ella.
—Les diré eso, hermano. Cuídate, ¿quieres?
—Claro. Hasta luego, Dasha.
Abordé mi auto sin perder un segundo más tras terminar la llamada y me puse en camino rumbo al parque Lincoln rogando a Dios por encontrar a Miranda con bien, y porque el pasado doloroso del que hui al dejar Rusia no me alcanzara. No todavía.
Aaron.
Intenté concentrarme en la carretera frente a mis ojos, sin embrago, la imagen de Charlotte herida persistió causando que mi cuerpo entero doliera. A mi derecha, Leonardo hablaba por teléfono con la gente de la agencia de su auto. No lograba imaginar cómo fue que Oleg se permitió dejarla sola sabiendo que estaba pasando por todo aquello. Se suponía que cuidaría de ella y la mantendría segura.
—Ya sé en dónde está. —Anunció mi hermano, terminando la llamada—. No está en el parque Lincoln.
—¿Entonces? —inquirí, sin despegar la mirada de la carretera.
—Me dieron una dirección en un lugar llamado Hyde Park.
—Hyde Park. —Negué con la cabeza y resoplé—. Ahí está la mansión de su abuelo.
—¿Ellos tienen una mansión? —preguntó con los ojos abiertos.
—Pues claro que tienen una, son dueños de una de las firmas más importantes en el país.
Mi hermano se encogió de hombros.
—¿Qué haces? —ladré al ver que marcaba un número en su móvil.
—Llamaré a Oleg, no tiene caso que se dirija al parque si ella no se encuentra allí.
—No —exclamé—. Aún no.
—¿Por qué no? Él debe saberlo, es su...
—Lo sé, lo sé. Pero me gustaría hablar con ella antes de que él. Sólo dame tiempo, le marcarás cuando estemos más cerca, sólo... Necesito un poco de tiempo.
Leonardo aceptó a regañadientes.
¿A quién trataba de engañar? Estaba casi desesperado por ser yo el héroe de Charlotte. Por lo menos por esa noche, deseaba ser yo quién la rescatara. Pretendía convertirme en el caballero con armadura de la novia de mi amigo. La situación era una mierda.
Mientras estuve en España, me di cuenta de que mi extraña vecina era un tanto más importante de lo que yo mismo quise admitir. Después de mi desengaño con Lottie, entendí de que no necesitaba nada más que alguien genuino. Una mujer llena de defectos que atesorar. No quería a alguien que compartiera mis gustos, pero celebrara conmigo mis triunfos. Me di cuenta entonces, que quería junto a mí a una mujer dulce, tierna y torpe. Una mujer que gustara de Blunt sin querer suicidarse después de las primeras cinco canciones, que cantara mientras prepara el café, una mujer capaz de sonrojarse al más mínimo cumplido y fuera de serie. Que no conociera de leyes, pero sí de películas. Deseaba a una fanática de las comedias románticas y el jazz. Una mujer que adorne sus ventanas con cortinas de margaritas y cuyo cabello oliera a limón, con ojos del color de la madera y mejillas grandes y rosadas.
Me sentí estúpido por permitirme perder tanto tiempo y por todas esas oportunidades que dejé ir cuando la encontraba en el edificio y pasaba de largo. Me culpé por comportarme como un caballero y ofrecerle mi chaqueta la tarde que la encontré empapada en el elevador. Por haberla tachado de ridícula la noche de la cena en el bufete y por sentir pena de un alma más viva que la mía. Sin embargo, en ese entonces sólo podía soñar con una mujer que había aparecido en mi vida de la manera menos esperada. Misteriosa, inteligente, divertida y hasta sarcástica. Mis ojos, mi cabeza, mi alma y todo lo que yo significaba estaban en manos de una mujer a la que proclamé cómo símbolo de perfección. Y tal vez no estuviera tan equivocado, ella fue tan efímera como los momentos perfectos. Pasó rápido en mi vida, como una estrella fugaz que me dejó el destello doloroso de su rastro. Cerraba los ojos y me soñaba con ella, aún sin conocer su rostro, soñaba con una mujer de cabello oscuro y piernas de diosa, la soñaba esperando por mí en alguna parte de Madrid. El sueño llegó a su fin, Lottie desapareció y yo fui a enterrarla en aquella fuente.
—Es aquí —informó Leonardo, obligándome a regresar al presente.
Aparqué el auto frente a una enorme construcción de estilo victoriano de tres niveles. Las rejas en la entrada se encontraban cerradas y no logré vislumbrar ninguna luz encendida en el interior. La lluvia en aquella parte de la cuidad era más fuerte, me encogí dentro de mi abrigo mientras bajaba del auto al mismo tiempo que mi hermano
—Voy a hablarle ahora a Oleg —insistió él.
—¿De qué lado estás? —espeté, mirándole a los ojos.
Él me sostuvo la mirada.
—¿Hablas en serio? —dijo, mirándome con ambas cejas levantadas. Suspiró, sacudiendo la cabeza—. Soy tu hermano y estoy de tu lado, pero Charlotte es novia de Oleg y él tiene derecho a venir aquí y asegurarse personalmente de que se encuentra bien.
—Probablemente se encuentre mejor lejos de él.
—¿Insistes con eso? —Riñó, no respondí—. Aaron, no puedes decirle a Charlotte.
—Tiene derecho a saber —bramé—. Ella tiene que saber que Oleg es una farsa.
—No puedes asegurarlo. Y mucho menos utilizarlo para separarla de él y...
—Buenas noches. —Saludó alguien tras las rejas, interrumpiendo a Leonardo. Un hombre mayor con una capucha enorme de plástico y una linterna en las manos se acercó a nosotros—. ¿Puedo ayudarles en algo?
—Soy Aaron Been —respondí, caminando en su dirección—. Necesito saber si la señorita Brown continúa aquí.
—¿De dónde conoce a la señorita Brown?
—Somos amigos suyos —contestó Leonardo—. Y estamos preocupados por ella.
—Charlotte llegó desde hace unos minutos —dijo, asintiendo con la cabeza—. Estaba muy nerviosa y parecía triste.
—¿Puedo pasar a verla? —pregunté.
El hombre lo dudó por un segundo.
—Está bien, pase. No estoy seguro de en qué parte de la casa se encuentre. —Abrió la puerta para nosotros y me ofreció su linterna—. Va a necesitarla, al menos hasta que encienda el interruptor.
—Gracias. —Me detuve y volteé a ver a mi hermano—. Quédate aquí, iré sólo.
—Pero...
—A pesar de lo que imaginas, no soy un cabrón que piensa aprovecharse de la situación. Necesito que te quedes para esperar a Oleg. Sospecho que ya se enteró y no tarda en llegar.
Corrí tras el guardia rumbo a la puerta principal que abrió para mí antes de dejarme entrar solo.
El interior de la mansión de la familia Brown era gobernada por una oscuridad absoluta. Apunté la linterna frente a mí y caminé en dirección de las enormes escaleras de caoba que ocupaban la habitación. Mis pasos sonaron por todo el lugar, el silencio resultaba ensordecedor y sentí los latidos de mi corazón en mis oídos. Mis manos comenzaron a sudar y me limpié sobre mis pantalones. Busqué en cada una de las habitaciones, con el miedo extendiéndose por mi cuerpo al cerrar la puerta de éstas después de encontrar nada más que muebles polvorientos. Los candelabros colgando en los techos de la casa se encendieron mientras regresaba al primer piso. Abrí la puerta de varias habitaciones más, la biblioteca era extensa, con libreros de madera que parecían ser de hace muchos años. La mayoría de los muebles en la casa lucían como sacados de la época Neoclásica en Inglaterra.
Abrí una puerta más y asomé medio cuerpo, parecía ser un estudio. Observé la decoración de la habitación, era impresionante la cantidad de libros que poseía el señor Brown. Bajé la mirada al escritorio, a diferencia de los otros muebles, éste se encontraba descubierto. La tela blanca que lo cubría estaba tirada junto a un par de zapatillas blancas...
Por Dios.
—¿¡Charlotte!? —balbucí, dando pasos grandes en su dirección.
La encontré en el suelo sobre sus rodillas, llorando en silencio con un álbum apretado sobre su pecho.
—¿Se encuentra bien? —inquirí, inclinándome sobre ella. Negó con la cabeza—. ¿Está herida? ¿Se siente mal?
Negó una vez más. Arranqué el álbum de sus manos, dejándolo en el suelo junto a ella. Estudié su rostro, totalmente enrojecido por el llanto, sus ojos lucían como dos agujeros negros absorbiendo un poco de su vida. Unos cuantos mechones de cabello mojado escapaban de su peinado, pegándose en su rostro. Era hermosa. Puse mis manos sobre sus hombros, ella me miró con los ojos abiertos, como si no hubiese notado mi presencia hasta entonces. Sonreí, intentando tranquilizarla y tiré de ella.
—Estará bien —susurré, rodeando su cuerpo con mis brazos—. Lo prometo.
—No lo entiende —musitó, negando—. No sé quién soy.
Me obligué a separarme de ella.
—Yo lo sé, Charlotte —dije, totalmente seguro de mis palabras—. Sé quién eres y no te permito olvidarlo.
Ella asintió, limpiando unas cuantas lágrimas con el dorso de su muñeca. Cuando logró controlar totalmente sus sollozos, me contó todo lo que pasó desde la visita del bastardo de su padre adoptivo. Me hice una nota mental: partirle la cara al hijo de puta de Terry Wolf. Ese bastardo recibiría su merecido.
—No encontré nada en el orfanato —murmuró, encogiéndose de hombros—. Mis archivos fueron destruidos hace muchos años, lo único que pudieron darme fue una fotografía grupal en la que aparezco.
Charlotte suspiró. Apreté mis puños, reprimiendo el impulso de enjuagar las lágrimas silenciosas que rodaron por sus mejillas. Resultó terriblemente doloroso verla rendirse y aceptar lo poco que el jodido destino le concedió. Ella merecía más. Joder. Ella se lo merecía todo.
—¿Puedo ver las fotos? —pregunté. Charlotte tomó el álbum y me lo entregó—. ¿Puedo devolvérselas mañana?
—Claro. Supongo que no importa.
—Gracias —respondí, forzando una sonrisa.
Estuvimos en silencio por un momento más hasta que la separación fue inevitable. Oleg estaba por llegar y no creía conveniente que nos encontrara tan cerca, mis sentimientos se me antojaron palpables. Lo cierto era que necesitaba alargar el momento tanto como me fuera posible. ¿Pero qué más podía decirle? No podía contarle que acababa de pensar en algo que le daría las respuestas que buscó tan desesperadamente. Darle falsas esperanzas sólo le causaría más daño.
—Tengo algo para usted —dije, cuando recordé el regalo de cumpleaños que compré para ella. Metí la mano en el bolsillo de mi saco, y apreté el bulto metálico cuando di con él—. Es un regalo de cumpleaños, ¿podría cerrar los ojos?
Charlotte me vio con los ojos entornados, antes de suspirar y acceder. Me incliné sobre ella, nuestras narices casi se rozaron, inhalé el aroma de su cabello. Sus labios estaban tan cerca, a escasos centímetros de los míos. Bastaría inclinarme un poco más para poder...
Extendí la gargantilla frente a su rostro, pasé mis manos detrás de su cuello y me encargué del broche. La margarita de plata cayó sobre la tela blanca de su vestido a la altura de su pecho. Abrió los ojos antes de que se lo ordenara. El color en sus pupilas resultaron hechizantes, como una invitación a mirar dentro de su alma. Sólo unos centímetros y un tono de valentía bastarían.
—Es hermosa —susurró, tomando el dije entre su puño—. Gracias.
—Es hora de irnos —dije, alejándome de ella. Vi un destello de decepción cruzar por su rostro—. Tiene a todos preocupados.
Me puse de pie y le ofrecí mi mano. Charlotte la aceptó y me tomé la libertad de entrelazar mis dedos con los suyos. La piel en la palma de su mano era cómo un nuevo mundo, un universo hermoso e increíble que acababa de descubrir. Podría jurar que sentí como nuestras vidas latieron al mismo ritmo en cuanto la toqué.
Caminamos tomados de las manos hasta la puerta principal, la cual abrí lo suficiente para que saliéramos sin tener que soltarla. Oleg llegó dos segundos después de que abandonáramos el interior de la casa.
—¡Miranda! —Gritó, notablemente aliviado al verle.
Se detuvo al pie de la escalera, como esperando que ella autorizara subir para alcanzarla. El cuerpo entero de Charlotte se tensó en cuanto lo vio. La sentí titubear, dudó por un momento el tener que dejarme. Finalmente soltó mi mano y bajó las escaleras para encontrarse con Oleg. Él la recibió entre sus brazos y besó su cabello mientras la apretaba contra su pecho. Mi cuerpo entero sufrió su ausencia al instante y se retorció. La parte salvaje e irracional dentro de mí me ordeno ir y arrancarla de sus brazos, me gritó que le contara todo lo que sabía a Charlotte para alejarla de él. Sin embargo, me convencí de que no era el momento para descubrir el secreto de Oleg.
Charlotte titubeó, pasó en un pestañeo. Pero fue suficiente para mantener una esperanza.
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