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XXII


¿Cuánto tiempo se necesita para recuperarse de una larga vida de auto desprecio? ¿Es realmente suficiente con el descubrimiento en un instante provocado por una ola de emociones? No pretendía ser del tipo de mujeres cuya autoestima va de la mano del aprecio de un hombre. Pero mentiría si dijera que mi auto descubrimiento no tuvo lugar a causa de la felicidad que Oleg me causaba. Matty dijo estar feliz por mi enfrentamiento contra el monstruo inseguro que me gobernaba y, aunque no me sentía del todo segura respecto a la victoria que ella me adjudicó, podía decir con toda seguridad que estaba dispuesta a intentarlo.

Llegamos al edificio de los estudios veinte minutos más tarde, me despedí de mi mejor amiga y caminé sola hasta mi escritorio. El interior de la oficina de Xavier, se encontraba vacío lo que agradecí con toda mi alma. Dentro de unas horas saldría de viaje rumbo a Los Ángeles, para rodar algunas escenas de la nueva producción independiente de los estudios. Por supuesto, la presencia de su asistente no fue requerida. Xavier dijo que le sería de más ayuda si me quedaba en Chicago, supervisando que contara con una habitación en uno de los más espectaculares hoteles en L. A, notificando al resto del personal de su llegada y por supuesto, asegurándome de que sus mascotas tuviesen a la mejor masajista canina de la ciudad a su disposición.

Me obligué a concentrarme en ello después de encender mi pc. El vuelo de mi jefe saldría en una hora, por lo que sospechaba que no me despegaría del ordenador hasta la hora del almuerzo. El constante recuerdo del torso desnudo de Oleg me hicieron perder la paciencia en algún punto y mis deberes pasaron a segundo plano. Deseaba estar con él y retomarlo desde donde fuimos interrumpidos y experimentar una vez más aquel extraño sentimiento de liberación. Suspiré, molesta conmigo misma por no pensar en él de otra manera, pero me era imposible. Después de tanto tiempo en un celibato no deseado, la sola cercanía del cuerpo de Oleg, me ponían en exceso ansiosa, a tal punto que me vi forzada a cruzar las piernas. Mierda.

—Charlotte, ¿de verdad sigues aquí? —La pregunta de Matty sonó a reproche.

Levanté la cabeza y pude comprobar la desaprobación de mis dos amigas en las miradas asesinas que me dedicaron.

—Xavier tuvo problemas con el vuelo —expliqué, regresando mi atención a la pantalla de la computadora—. Si no lo resuelvo, volverá aquí y me asesinará.

—Tienes que comer algo —replicó Matty.

—Vayan ustedes —murmuré—. En un momento las alcanzo

—¿De qué hablas, Charlotte? —Intervino Renée—. El almuerzo fue hace dos horas.

Vi la hora en la pantalla, eran casi las cinco treinta. Vaya.

—Lo siento, chicas. —Me disculpé—. Tengo que trabajar.

Las escuché suspirar antes de dejar una bolsa de papel sobre mi escritorio.

—Te trajimos algo de comer —dijo Renné—. Al menos puedes intentarlo.

Les sonreí como agradecimiento.

—Una cosa más, Charlotte —continuó Renée—. ¿Estarás así de ocupada hasta que Xavier vuelva?

—No —respondí alegremente, tomando un momento para mirarle a la cara—. Xavier estará fuera por una semana y durante su estancia en Los Ángeles tendrá a otra asistente.

—Perfecto. —Su sonrisa no auguraba nada bueno—. Tenemos que planear una fiesta de cumpleaños.

Ajá, lo sabía.

—El cumpleaños de Xavier es en un mes y sabes que siempre lo deja en manos de los creativos. —Le recordé—. Yo sólo alquilo el lugar.

—Muy graciosa —rezongó ella—. Sabes a qué me refiero.

Le puse los ojos en blanco. Ellas me sonrieron con malicia antes de marcharse, cuchicheando todo lo que probablemente ya tenían planeado. Mi estúpido cumpleaños era en cinco días y ellas no perderían la oportunidad de organizar una fiesta en la que generalmente terminaba ebria mientras sollozaba en algún rincón solitario, o vomitando en el escusado berreando por lo jodida que era mi vida. En cualquier caso, el llanto no podía faltar. Por los últimos cinco años, mis fiestas de cumpleaños resultaron intentos fallidos de mis amigas por conseguirme pareja y ya que en ese entonces tenía una, casi me alegré de librarme de sus planes.

Mis deberes laborales finalizaron después de las ocho de la noche, con un terrible dolor de espalda, cuello y trasero como resultado. Arrastré los pies hasta la calle, sintiéndome satisfecha de haber concluido con éxito mis pendientes. Gracias a mí, Xavier tendría un viaje sin preocuparse por nada en lo que a mí concernía.


Gruñí cuando mi transporte se detuvo en mi edificio. En la puerta, mis mejores amigas me esperaban con algunas bolsas de provisiones que me advirtieron de una noche muy, muy larga.

—No hablarán en serio —protesté, al llegar a ellas—. Estoy muerta.

—Charlotte, tu fiesta es en cinco días —comunicó Renée—. ¿Qué clase de amiga sería si no te organizo la mejor fiesta de todos los tiempos?

—Oh, vamos —insistí—. Sólo intentaban conseguirme un novio. Ya lo tengo, no tienen que desgastarse más con eso.

Renée puso los ojos en blanco.

—Pues éste año nos toca celebrar tu noviazgo con el chudovishche.

—¿Qué mierda significa eso?

—Renée buscó en internet la traducción a ruso de ogro —explicó Matty, conteniendo una sonrisa.

Suspiré, resignada. No podría deshacerme de ellas por esa noche hasta que todo ese asunto estuviera solucionado. Lo que significaba que estarían encima de mí por toda la semana. ¿En dónde están los jefes dictadores cuando una los necesita?

—Bien —respondí, sabiéndome totalmente derrotada—. Vamos a organizar la jodida fiesta.

La noche pasó entre varias latas de cerveza e ideas sobre fiestas con temática de parejas famosas. Renée propuso que Oleg y yo representáramos a Ares y Afrodita. No pude negar que la idea de ver a Oleg disfrazado de un dios griego resultara más que tentadora, pero dudaba que él fuese del tipo que se disfraza para el cumpleaños de su novia. Incluso si ella lucía cómo Afrodita. Rechacé la idea en seguida. Otra idea llegó después de la sexta. Me negué rotundamente a disfrazarme de Cleopatra, Yoko Ono, Frida, o Eva.

Despedí a mis amigas después de medianoche con la amenaza de que terminaríamos con lo que quedó pendiente al día siguiente. Es decir, todo. Lo único que pudimos resolver fue que no habría ni una mierda de disfraces. Me puse mi pijama con sólo un ojo abierto y me metí a la cama cayendo muerta en cuanto mi cabeza tocó la almohada. Dormí tranquilamente hasta que mi despertador sonó, exactamente a las siete.

Tomé un vigorizante baño y me vestí, envuelta en los melodiosos acordes de un jazz clásico. No hice demasiado por mi cabello, lucía alborotado y desaliñado, lo que tomé como un toque personal. Me senté un momento frente a mi computadora, intentando buscar algún sitio en el que pudiéramos celebrar mi cumpleaños, sin olvidar que tenía que ser algo que una asistente pudiera pagar. Los resultados arrojados fueron desde clubes nocturnos hasta restaurantes de comida tailandesa. Abrí algunas cuantas páginas sin éxito. Lo que entraba dentro de mi supuesto presupuesto tenía una pinta fatal y no se suponía que pudiese permitirme ninguno de los lugares que me agradaron. Comencé a irritarme. Sinceramente, no estaba segura de celebrar, no tenía la certeza de que se tratara realmente de la fecha de mi nacimiento. Era más probable que se tratara una fecha que alguna de las monjas en el orfanato puso al azar. Tal vez era el día en el que fui abandonada. ¡Urra, celebremos un año más de abandono!

Entré a mi cuenta de correo, busqué el correo de Terry Wolf entre mis mensajes antiguos. Antes de pensarlo demasiado, me encontraba escribiéndole.

De: Miranda Brown ([email protected])
Para: Terry Wolf ([email protected])
Asunto: Entrevista Urgente.
Señor Wolf, soy consciente de que nuestra relación no se encuentra en los mejores términos. Sin embargo un asunto personal e importante me obliga a buscar su ayuda. Espero que pueda olvidar mi comportamiento y acceda a ayudarme.


Pulsé «Enviar» y cerré la computadora de un golpe.

Cogí mi bolso y caminé hasta la puerta principal, luchando contra el nudo en mi garganta que me impedía respirar con normalidad. Buscar la ayuda de un hombre como Wolf me dejó al borde de la desesperanza, no sólo por lo que disculparme con él causó en mi orgullo, sino porque la desconfianza en mi abuelo persistía. Me encontré de frente con Oleg al abrir la puerta. Él me estudió por un momento antes de envolverme en sus brazos.

—¿Qué ocurre, querida? —preguntó, con los labios pegados a mi cabello.

—No es nada —musité negando con la cabeza—. No te preocupes.

Me separó de él y continuó observándome con preocupación

—¿Segura? Te mandé Dios sabe cuántos mensajes y no respondiste.

—Lo siento, he estado ahogada de trabajo y no había encendido el móvil.

Saqué el aparato y le mostré la pantalla muerta.

—Eres una pésima mentirosa —susurró. Tomó mi rostro entre sus manos, besó mi frente, el puente de mi nariz y la comisura de mis labios con un ritmo que volcó mi corazón—. Creo que me estabas evitando.

—¿D-de qué hablas? —balbucí—. Mi jefe salió de viaje y yo...

Oleg me interrumpió, sellando mi boca con la suya. Sus labios danzaron con los míos y su lengua reclamó mi boca cómo su territorio. Sus manos envolvieron mi cadera, enterrando sus dedos sobre mi piel. Me pegó más a su cuerpo y podría jurar que estuvimos a punto de absorbernos. Mi pulso se aceleró al sentir la respuesta de su cuerpo.

—¿Podemos retomarlo ahora? —preguntó, en tono travieso.

—¿Y Mila?

—En el colegio.

Me detuve a pensarlo por un segundo.

—Vamos a mi departamento.

Rió, antes de retomar los besos. Oleg me empujó contra la puerta de mi departamento, continuando con su ferviente labor de pegarme contra su cuerpo. Tiré de la manija y la puerta se abrió. Recordé esa escena en las películas en las que la chica tira de la corbata de él para hacerlo entrar a la casa. Busqué la corbata de Oleg, pero su camisa blanca se encontraba abierta hasta el tercer botón, así que lo rodeé por el cuello y tiré de él dentro de mi departamento. Bajó las manos sobre mi cadera antes de seguirme obedientemente. Pretendí sentirme nerviosa, pero con sus ojos azules concentrados en los míos, fue una tarea imposible.

—¿¡Oleg!?

La voz chocó contra las paredes del pasillo y se coló por la puerta abierta hasta golpearme fuerte. Solté el cuello de Oleg instintivamente. Él me ofreció un gesto de disculpa, se acomodó la camisa y dio un paso atrás.

—¡Aaron! —Lo saludó, sonriente.

Me quedé inmóvil dentro de mi casa mientras veía desaparecer el perfil aguileño de Oleg. Mi pecho se sacudió violentamente y mis piernas comenzaron a temblar, mis pulmones se contrajeron en busca del oxígeno que comenzó a faltarles cuando la voz de mi vecino llenó mi sistema nervioso, convirtiéndome en un compuesto inestable. Obligué a mis piernas avanzar y a mí corazón detenerse, al mismo tiempo que le recordaba a mi cuerpo el proceso de inhalar y exhalar. El camino hasta la puerta se convirtió de tres simples pasos a un largo recorrido por la pasarela de muerte. Inhalé una última vez antes de alcanzar el umbral, compuse mi mejor sonrisa y salí de la seguridad de mi departamento.

Oleg continuaba abrazado de Aaron mientras éste palmeaba su espalda y sonreía. Eso fue suficiente para hacerme desmoronar internamente. No me percaté hasta ese momento, de cuán desesperadamente extrañaba esa sonrisa, sus ojos castaños brillando cómo el otoño chocando con los últimos instantes del verano. Su cabello lucía un poco más largo, dejando al descubierto los rizos rebeldes que caían tras su nuca. Sus ojos se encontraron con los míos. Le sostuve la mirada, preguntándome qué era lo que veía a través de ellos. ¿Alguien diferente a la mujer de la que se despidió hace tantas semanas? ¿Tal vez la misma mujer torpe e insegura que solía soñar con él en secreto? Esperaba que se tratara de lo primero, esperaba que no se diera cuenta de que mis sentimientos por él seguían, de hecho, intactos. Esperé con toda el alma que no notara lo que yo me esforzaba por negar.

—Señorita Brown —dijo Aaron caminando hacia mí. Tomó una de mis manos y la estrechó entre las suyas. Su contacto casi me hizo llorar—. Me da mucho gusto verle al fin.

—Señor Been —respondí, forzando una sonrisa. Forzando exageradamente una sonrisa—. También me alegra verlo.

Aaron me prestó atención por un momento más. Me atreví a asegurar que algo cambió en su manera de mirarme. Ya no lo hacía cómo midiendo mi nivel de estupidez, lo hizo como tratando de averiguar todos mis secretos.

—¿Alguien aquí piensa presentarme? —Inquirió alguien en voz alta.

Aaron soltó mi mano, me dio la espalda y se detuvo junto a un hombre del que no me percaté hasta entonces. Era alto, su piel de un tono más blanco comparado con Aaron, presumía algunos rasgos en el rostro que le otorgaban cierto parecido a mi vecino. Sin embargo, sus ojos eran grises y su cabello castaño y lacio, además de ser unos años más joven.

—Oleg, señorita Brown——dijo Aaron, pasando un brazo por la espalda del desconocido—. Quiero que conozcan a Leonardo Dalmau, mi hermano.

Sonreí, recordando todo lo que Aaron le contó a Lottie sobre su medio hermano menor. Después de algunos años de estar sola tras la muerte de su marido, la madre de Aaron volvió a casarse con un hombre de origen catalán que conoció mientras trabajaba como administradora en un restaurante en la zona turística de Chicago. Según las palabras de Aaron, dicho hombre quedó prendado de su madre casi al instante de conocerla, se enamoró tan fervientemente de ella, que no abandonó el país hasta que fue con ella como su esposa. Aaron vivió en España por varios años, hasta que decidió regresar al país para estudiar leyes y convertirse en... Bueno, en el hombre maravilloso que era entonces. Leonardo era ocho años menor, lo que por supuesto, no impidió que la relación con su hermano mayor fuese cercana. Jamás creí posible el conocerlo, pero se encontraba frente a mí, sonriéndome como si él también me conociera.

—Es un gusto conocerla, señorita Brown —dijo Leonardo, estrechando mi mano derecha—. He oído tanto de usted.

«¿De verdad?», pensé.

—Por favor, llámame Charlotte.

—Bien, Charlotte.

—Nosotros estábamos a punto de desayunar —dijo Oleg, después de saludar a Leonardo—. ¿Quieren acompañarnos?

—En realidad, yo estaba por irme —respondió Aaron—. Hablé con Dashner, me necesita urgentemente en el bufete.

—En ese caso, voy contigo —Oleg se volvió a mirarme—. ¿No te importa, cariño?

—Claro que no —respondí—. Nos veremos más tarde.

Oleg se despidió de mí con un beso rápido en mis labios antes de seguir a Aaron dentro de su departamento-

—¿Y qué haremos nosotros? —preguntó Leonardo, levantando ambas cejas castañas.

Mi celular vibró en el momento que abrí la boca para disculparme.

[Nos vemos en tu casa en media hora. Tengo una idea genial para la fiesta. R]

Respondí de inmediato:
[Lo siento, llegó una visita inesperada y debo hacerle compañía. Por qué no se encargan de prepararlo todo para mi fiesta de cumpleaños que celebraré en mi departamento con una cena íntima con algunos amigos. Lo advierto, no más de cincuenta personas. C]

—¿Qué tal un tour por la ciudad? —Propuse, al mismo tiempo que el celular me notificaba del mensaje enviado.

Leonardo sonrió.

Viajamos en tren hasta el centro de la ciudad, lo llevé hasta el Parque Lincoln a orillas del lago Michigan. Caminamos durante media hora alrededor del zoológico, mientras me contaba sobre su vida en España y porqué decidió venir con su hermano. Aaron fue a Barcelona para ser el padrino en su boda, todo estaba listo para la ceremonia, los invitados, el salón, el banquete, la luna de miel. Leonardo se casaría con la mujer que había sido su novia desde la infancia y con la que creyó que pasaría el resto de su vida. Pero entonces ella decidió tener una última aventura con uno de los amigos de su prometido. Leonardo Dalmau siguió a Aaron hasta Chicago con el corazón roto y según lo que dijo, ambos hermanos compartían dichas condiciones.

—Lo lamento. —Fue lo único que atiné a decir.

—No, por favor —dijo, intentando sonreír—. Después de eso, cambié los boletos de avión y viajé con mi hermano. La compañía de Aaron fue lo único que me salvó de no terminar... Terriblemente mal.

—Parece que el señor Been siempre sabe exactamente qué hacer.

—En absoluto. —Leonardo sacudió la cabeza—. ¿Sabes Charlotte? Cuando no estoy hecho una mierda por una mujer, suelo ser yo quien se encargue de resolver los asuntos de Aaron.

—¿De verdad? —La curiosidad me obligó a detenerme y volverme a mirarle—. ¿Se refiere a líos de faldas?

Mordí mi lengua en cuanto la pregunta salió de mi boca. Esperé que Leonardo no respondiera, no estaba segura de querer escuchar.

—Entre otras cosas —dijo.

El hasta entonces desconocido monstro de los celos se arrastró en mi interior. Apreté los puños para tranquilizarme, pero fue inútil.

—¿Aaron Been en líos de faldas? —espeté, más fuerte de lo que hubiera deseado—. Imposible. Desde que le conozco apenas si le he visto con un par de mujeres.

Una de las desventajas de enamorarse de tu vecino, es que no puedes evitar ser testigo del desfile de amantes entrando y saliendo de su departamento. Sin embargo, Aaron siempre mantuvo esa parte de su vida en completo misticismo; hasta hacerme creer que lo que le inventé a Renée respecto a su orientación sexual era real.

Leonardo se encogió de hombros. Pasamos frente a los flamencos y sus plumas rosas brillaron bajo la luz solar. A lo lejos los edificios altos de Chicago se cernían como muros altos que rodeaban el parque. Ese era el lugar que visitaba con más frecuencia en compañía de mi abuelo, podíamos quedarnos horas dentro de los museos o en el invernadero. Incluso después de su muerte, me gustaba ir allí a tomar un poco de aire, caminar por las playas o simplemente disfrutar de un concierto al aire libre en el Teatro del Lago.

—Aaron es más vulnerable que yo en algunos aspectos —continuó Leonardo, después de unos minutos—. Hay cosas que no sabe expresar, sobre todo en lo que respecta a sus sentimientos. Mi hermano creó una especie de capa en su interior que le hace parecer un hombre frío, además de que no se cansa de pregonar su escepticismo por el amor... Pero es todo lo contrario. Es un buen hombre, Charlotte. Realmente lo es.

—Por supuesto —susurré.

Quería decirle que realmente lo sabía. Conocía la clase de persona que era su hermano, pero no se suponía que tuviese ese tipo de conocimientos.

—Él también sabe de ti —murmuró.

—¿Qué quieres decir?

—Realmente no lo entiendes, ¿cierto?

Mi celular interrumpió nuevamente. Lo saqué de mi bolso de mala gana. Otro mensaje.
Maldición. ¿Es que no pesaban dejar en paz el tema de la jodida fiesta?

[Será un placer ayudarle. 5435 Avenida Archer en media hora. TW]

Mi estómago se revolvió. Tenía que encontrarme una vez más con Terry Wolf.

—Lo siento, Leonardo. —Me disculpé—. Tengo una emergencia en el trabajo. ¿Puedes regresar al edificio solo?

—Claro, no preocupes. ¿No prefieres que te acompañe? Pareces un poco nerviosa.

—No. Yo... No sé el tiempo que me lleve solucionarlo. Prefiero ir sola, gracias.

—Está bien.

Regresé con Leonardo por donde llegamos y subí a un taxi después de que él se marchara en otro.

—Cinco mil cuatrocientos treintaicinco de la Avenida Archer. —Le indiqué al taxista.

El hombre asintió y puso el auto en marcha.

Cuando le mandé el correo a Wolf, lo hice convencida de que se negaría a ayudarme después de lo que pasó entre nosotros. Y mientras hacía mi camino hasta el lugar en donde me esperaba, ni siquiera estaba segura de lo que debía preguntar. Sinceramente, tampoco estaba segura de querer saber. ¿Qué pasaría si descubría que Lawrence Brown no era mi abuelo? No podía decir algo como: «Hey, lo siento. Heredera equivocada» e irme sin más. ¿Qué haría? ¿Comenzar de cero? Tal vez pueda mudarme a alguna otra ciudad y olvidarme de que alguna vez existió una persona que se preocupó por mí, pero no era una idea que pudiera funcionar a esas alturas de mi vida.

Finalmente el auto se detuvo frente a una casa de dos niveles con un enorme letrero en la parte superior en donde se leía "Skylark Motel". Casi me eché a reír. La manera tan ingenua en la que creí que verdaderamente Terry Wolf me ayudaría resultaba estúpidamente cómica. Un auto lujoso aparcó del otro lado de la calle, Wolf bajó del lado del conductor. Se detuvo al encontrarse con mi rostro y me lanzó una mirada desafiante. El recuerdo de sus manos sobre mí y su lengua en mis nudillos me hizo estremecer.

Vete al demonio, Wolf.

—Vayámonos, por favor —dije, volviendo la mirada al taxista—. Me han dado una dirección equivocada.

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