XXI
Salimos del restaurante con nuestras manos entrelazadas. Caminamos por la orilla del río hacia el oeste de la ciudad, el aire otoñal golpeó mi rostro, pero no me impidió disfrutar del momento. Estar unida con Oleg de la manera en la que nos encontrábamos en ese momento, era sin duda, uno de los mejores momentos que había tenido en mi decepcionante vida. Fui capaz de apreciar los latidos de su corazón en las palmas de sus manos, no estaba del todo segura de aquella afirmación, tal vez se trataban de mis propios latidos a punto de hacer estallar mi cuerpo entero, pero podría jurar que iban al ritmo de mis pasos. Mi abrigo rojo se unió al abrigo negro de Oleg e incluso esa combinación me pareció jodidamente perfecta.
—Generalmente disfruto del silencio —comenté—. Pero creo que de seguir callada, mi corazón será tan ruidoso que tendrás que cubrirte los oídos.
Oleg sonrió. Estábamos en... No estoy segura de en qué punto de la ciudad. Continuábamos frente al río, a nuestra izquierda, los autos se detenían por el puente que comenzó a levantarse para dejar pasar alguna embarcación. Su perfil se iluminó por las luces que chocaron contra él. Un espectáculo digno de ver.
—Creo que podría disfrutarlo —respondió, mirándome se reojo—. He llegado a la conclusión de que el latido de tu corazón es mi sonido favorito.
Mordí el interior de mi labio inferior para ahogar una sonrisa.
—Creí que ese sería mi risa —repliqué.
Él puso una mano sobre su barbilla aparentando pensar en la posibilidad por un momento. Se movió para quedar frente a mí, colocó sus manos sobre mis mejillas y me vio directo a los ojos.
—Si se tratara de un romance cualquiera, diría que tu risa es mi sonido favorito. —Declaró, inclinándose para besar la punta de mi nariz—. Pero no lo es Miranda, esperaba que ya lo supieras. No eres cualquier mujer, eres todo lo que puedo ver cuando pienso en el futuro. Tu corazón late porque estás viva, y tu vida es mi sonido, mi sabor y mi color favorito.
Pensé en responder con una broma tonta, pero además de arruinar el momento, también podría ofender a Oleg. Así que opté por estirarme un poco hasta alcanzar sus labios. Y por ello me refiero a sólo rozarlos. Se inclinó sobre mi rostro al darse cuenta de mi propósito. Nos besamos despacio, su boca todavía sabía a vino y sus manos no dejaron de acariciar la piel de mi cara. Nos separamos cuando ya no fui capaz de sostenerme sobre la punta de mis pies.
—Aún me siento culpable por Mila —dije, después de un rato. Oleg me abrazó por la espalda, su respiración alojándose en mi cuello—. Debimos traerla con nosotros.
—Billy cuida de ella, estará bien.
—¿Billy es un chico?
—Es una chica —respondió, sonriendo—. Vive en el piso de abajo, estudia medicina. Es buena chica.
Negué con la cabeza.
—No lo sé —insistí—. No estoy segura de confiar en alguien con ese nombre.
Él volvió a reír. Me apretó más contra su pecho y besó la cima de mi cabeza.
—¿Y si debo confiar en alguien cuyo nombre es Miranda? —preguntó, con tono juguetón.
—Claro, significa...
—Digno de ser admirado —concluyó—. Lo sé. Es justo lo que hago: admirarte.
Fue mi turno de sonreír.
El puente dejó pasar la embarcación y el tráfico siguió su curso rumbo al sur. La noche cayó en su totalidad, las luces en los ventanales altos comenzaron a apagarse, era momento de volver a casa. Oleg concordó conmigo, cogió mi mano y caminamos de regreso al restaurante. El hecho de que supiera el significado de mi nombre, me hizo tontamente feliz, todo en él lo hacía. Su existencia se convirtió en un punto clave de mi felicidad y no me importó darme cuenta de cuán peligroso resultaba aquella situación. Me hice una nota metal: investigar el significado de su nombre en cuanto llegara a casa. Entonces caí en cuenta de que él no lo sabía, desconocía por completo que Miranda no era mi primer nombre.
—¿Tienes un segundo nombre? —pregunté, cortando con el maravilloso silencio que nos rodeaba.
Giró la cabeza y me miró con curiosidad.
—No, mi único nombre es Oleg. ¿Tú lo tienes?
—Sí, en realidad si lo tengo.
Se detuvo en seco, forzándome a hacer lo mismo.
—Dime cuál es —ordenó, como si aquello significara resolver uno de los misterios de la humanidad.
Ahogué una sonrisa por su reacción.
—Charlotte —confesé—. Mi nombre completo es Miranda Charlotte. Y, si me lo preguntas, prefiero que me llamen Charlotte.
—Pero en la cena te presentaste con tu primer nombre.
—Sí bueno, creí que de esa manera me respetarían más —me encogí de hombros—. Es obvio que me equivoqué.
Oleg me miró con ternura y besó mi frente antes de alcanzar mis labios.
—Charlotte —susurró.
Algo dentro de mi estómago revoloteó.
Expliqué el porqué de mi preferencia por mi segundo nombre a mi novio mientras él conducía de regreso a casa. En ningún momento me interrumpió y escuchó con atención. Apretaba mi mano izquierda en los momentos en los que mi voz se quebraba por algún recuerdo doloroso de mi infancia. Fue cuando finalizo que caí en cuenta de todo lo que compartí con Oleg esa noche. Si bien ese era mi objetivo, no tenía planeado llegar a tales extremos. Sin embargo no pude evitarlo. Resultó tan sencillo hablar con él de cosas que no había podido confiarle a nadie más. No podía negar que en el fondo sentí un miedo irracional porque mis confesiones lo incitaran a marcharse y dejarme vacía. Lastimosamente, sabía que si lo hiciera, no sería capaz de culparlo.
Llegamos al edificio, Oleg bajó del auto y abrió la puerta para mí. Ésta vez rodeé uno de sus brazos y apoyé mi cabeza sobre su hombro. No me despegué de él hasta que llegamos a su departamento —el de Aaron—. Una chica de enormes ojos negros nos recibió, sentada en uno de los sillones. Oleg saludó a Billy mientras ella metía sus libros esparcidos por toda la mesa de centro en una mochila verde.
—Mila está es su habitación —dijo Billy, levantándose del sillón—. Me costó mucho dormirla, quería verlos y que la señorita Miranda le cantara su canción.
—Gracias, Billy —respondió Oleg, entregándole algunos billetes—. Descansa.
—Hasta luego, señor Ivanov.
La puerta se cerró tras la espalda de Billy, dejándome a solas con Oleg. Se deshizo de su abrigo y su saco, dejando al descubierto una camisa azul que se ajustaba perfectamente sobre su ancha espalda y los músculos de sus brazos. Mi garganta se secó de inmediato.
—Voy a ver a Mila —musité, antes de perder totalmente la capacidad del habla.
Escapé hasta la habitación que compartía con la pequeña Mila. La encontré tendida sobre la cama, su pecho se sacudía al ritmo de su respiración y sus pequeñas mejillas presumían un precioso color rosado. Sonreí, enternecida. Me acerqué a ella y deposité un beso sobre su frente al mismo tiempo que acomodaba a Boris entre sus brazos. Me tomé un par de minutos más admirando a Mila dormir pacíficamente antes de regresar a la sala con Oleg. Inhalé y exhalé profundamente hasta que llegué con él. Me recibió con una copa de vino en una mano. La acepté, repitiéndome que no existían motivos para sentirme nerviosa.
—Déjame ayudarte con tu abrigo —dijo, acercándose más a mí.
Dejé que éste resbalara por mi hombro izquierdo mientras sostenía mi copa con la otra mano, hice lo mismo con mi hombro derecho y mi abrigo cayó en sus manos. Lo dejó sobre una silla junto a un mueble de madera, tomó mi mano y me invitó a sentar sobre el sillón más grande. Intenté alejar todo tipo de pensamiento de mi cabeza, no era momento de entrar en pánico. Él sólo me ofreció una copa como agradecimiento de la perfecta noche que tuvimos, sólo intentaba ser amable con la mujer que quería. ¿No es así? Sin embargo, no pude evitar pensar que todo eso se trataba de algún tipo de situación que precedía al sexo.
—Quiero brindar por ti, querida. —Su voz me arrastró de regreso—. Por todo lo que significas y por la noche que acabas de regalarme. Gracias, Charlotte.
—Oleg... —respondí.
No dejamos de mirarnos en ningún momento, no dijimos nada después de beber nuestro vino, pero no era necesario. Todo estaba predispuesto y ambos lo sabíamos. Oleg quitó la copa vacía de mis manos y la dejó sobre la mesa de centro junto a la suya. Se acerca más a mí, tomó mi rostro y yo llevé mis manos a sus muñecas. Sus ojos brillaron con algo que no pude identificar, no me había mirado de esa manera hasta entonces. Era algo sensual y fuerte, que provocó una descarga de electricidad en mi vientre. Ataqué sus labios cuando ya no fui capaz de soportar más la lejanía —metafóricamente hablando, por supuesto— entre nosotros. Intenté no parecer desesperada, Dios sabe que lo intenté, pero el sabor de sus labios resultó ser adictivo.
Oleg respondió con la misma intensidad, mordiendo mi labio inferior, causando un espasmo en mi vientre. Me empujó sobre el sillón sin cortar el beso, movió sus manos de mi rostro llevándolas a lo largo de mi cintura. Traté de preocuparme por lo que pudiera sentir bajo la delgada tela, sin embargo mi subconsciente alejó ese pensamiento cambiándolo por otro más primitivo e importante. Jugó con las curvas de mi cadera mientras mis manos se encargaban de los botones de su camisa. Me tomé un momento para admirar lo que la prenda dejó al descubierto: brazos fuertes y un pecho y abdomen bien marcados en un tono de piel tan blanca que evocaron a un mítico guerrero ruso. Se inclinó nuevamente sobre mí, sus labios viajaron desde el lóbulo de mi oreja hasta la curva superior de mis pechos. Mordí fuertemente mis labios para no gritar, que temí hacerlos sangrar.
Una vocecilla odiosa en mi cabeza susurró que no sería correcto tener sexo sobre el sillón de Aaron si no era con él. Sería cómo cenar en la mesa de alguien sin invitarlo. Esa distracción me costó un gruñido que dejé escapar cuando las manos de Oleg apretaron mis pechos. Noté otro sonido detrás de mi demostración de placer.
—¿Escuchaste eso? —susurré, contra el cuello de Oleg.
—No te preocupes —exhaló, sin dejar de besar mis hombros—. Ese también está entre mis sonidos favoritos.
Solté una risilla tonta y negué con la cabeza.
—No me refiero a eso —insistí—. Era otra cosa, creo que...
—¿Papi? —lloriqueó una voz somnolienta tras el sillón.
Me incorporé de golpe, mi frente chocó contra la mandíbula de un Oleg que se mantenía completamente paralizado, mientras veía a su hija acercarse a nosotros. Boris colgaba entre sus manos y sus pies descalzos se arrastraban por el suelo de madera. Sus pequeños ojos azules se mantenían cerrados casi por completo, dudé que pudiera darse cuenta de la situación.
—Será mejor que te muevas —susurré.
Oleg hizo un esfuerzo por poner atención a algo que no fuese Mila. Asintió lentamente y se incorporó. Me levanté del sillón, alisando un poco mi vestido antes de acercarme a la pequeña para abrazarla. Oleg luchaba con la tela arrugada de su camisa, intentando devolverla a su lugar.
—¿Me cantas una canción? —preguntó ella, envolviendo mi cuello con sus brazos.
—Claro que sí —respondí, besando la cima de su cabeza.
Volteé a ver a Oleg, deseé volver a mi sitio bajo su cuerpo al ver su apariencia desaliñada.
—Yo me encargo —murmuré, luchando con el cumulo de deseo que se alojó en mi garganta.
Oleg gesticuló un «gracias».
Entré a la habitación y acomodé a Mila sobre la cama. Ella se hizo un ovillo y me observó con atención, me senté junto a ella y comencé a cantarle hasta que se quedó profundamente dormida. Esperé unos minutos más para asegurarme de que ésta vez no despertaría.
No me creí moralmente capaz de regresar con Oleg, no después de algo tan vergonzoso cómo lo que pasamos. No cuando mi piel continuaba caliente en donde sus manos me tocaron y mis labios permanecían hinchados por su asalto, no después de estar tan cerca. Finalmente reuní el valor suficiente y decidí que no tenía otra opción más que salir y enfrentarlo. Lo encontré sentado en el mismo lugar, mi subconsciente me aconsejó retomar lo que Mila interrumpió.
—Hola —dije, parándome frente a él—. Se quedó dormida.
Oleg levantó la mirada. Su rostro parecía tan afectado, que tuve ganas de disculparme sin saber exactamente el porqué.
—Lo siento tanto —dijo—. No pensé que despertaría.
Me senté junto a él y suspiré al sentirlo rodearme con sus brazos.
—No te disculpes —respondí, besando su barbilla.
Se inclinó y atrapó mis labios en un acalorado beso. Me separé al sentir un cosquilleo en mi vientre.
—Quédate conmigo ésta noche —pidió—. Prometo que sólo dormiremos abrazados.
Le sonreí y negué.
—Es una propuesta muy tentadora. —Admití, gozando de la textura de su rostro—. Pero me temo que diré que no.
Nos pusimos de pie al mismo tiempo, recuperé mi abrigo y mi bolso antes de abrir la puerta principal. Crucé el umbral, con Oleg pisando mis talones.
—Lo retomaremos pronto —prometió.
Abrí la puerta de mi casa, me volví hacia él y le sonreí.
—Pronto —acepté, antes de cerrar la puerta.
Dejé escapar un profundo suspiro en cuanto me encontré sola. Arrastré mis pies entre la oscuridad del departamento, sin preocuparme de chocar contra algo. Llegué a mi habitación y me quité el vestido quedándome en ropa interior antes de dejarme caer sobre la cama. Cerré los ojos y la imagen de Oleg sobre mi cuerpo llegó de inmediato a mi memoria. Toqué mis labios con la punta de mis dedos, tracé su contorno, se sentían suaves y vibrantes. Continué por mi barbilla, al sur de mi cuello y sobre mis pechos, sentí mis propios latidos y jamás creí estar tan viva, incluso la piel en mi cadera y mi cintura parecía más real. Ya no era una historia que rogaba ser escrita, dejé de ser la sombra de una mujer inalcanzable. Acababa de contarse una historia en mis caderas, se inició una revolución en mi cintura, pusieron alas sobre mi espalda y seguridad entre mis costillas. Me convertí en una parte del universo, una estrella que acababa de encenderse, un cometa cumpliendo el deseo de un hombre solitario, el tesoro en el centro de las constelaciones. Me sentí tan yo, que comencé a desconocerme. Me di cuenta entonces de lo mucho que agradecía ser mujer y de lo jodidamente bien que se siente ser deseada.
Cuando abrí los ojos, la luz solar me dio la bienvenida al día siguiente. Me estiré para alcanzar mi despertador, eran poco más de las siete treinta. Me levanté de un salto de la cama, dejando de lado la posibilidad de tomar un baño caliente. Todas las mañanas, exactamente a las 8:00 am; Oleg salía de casa y me esperaba con una taza de café entre sus manos. Después de la manera en la que me sentí tras dejarlo solo, no me atrevía a mirarle a los ojos. Temí que al verlo, le entregara lo que acababa de descubrir en mí.
Saqué lo primero que encontré en el closet y recogí mi cabello sin lavar en un moño alto. Me detuve sólo para lavarme la cara y mis dientes. Cogí mis flats negras en una mano mientras abría la puerta del departamento con la otra. Entré descalza al elevador, las puertas reflejaron la imagen de una mujer totalmente desconocida y desastrosa. El brillo en sus ojos disimularon las bolsas negras bajo sus parpados, sus labios parecían haber cambiado de color, en general, lucía como una mejor persona. Huí del edificio a toda prisa. Gracias a los Santos de las mujeres fugitivas, encontré un taxi de inmediato. Una vez en marcha, escribí un mensaje de texto para Oleg.
[Tuve que salir de emergencia. ¿Nos vemos más tarde? C❤]
Pulsé enviar y posteriormente escribí otro mensaje, ésta vez para Matty haciéndole saber que me encontraba de camino a su casa. Ella respondió dos minutos más tarde:
[Sino estuviera muriendo de curiosidad por saber lo que pasó contigo ayer, me negaría totalmente a sacar a Kelvin de mi cama.]
Bufé al leer el mensaje.
Regresé el móvil a mi bolso y me concentré en la ventanilla del auto. El movimiento en las calles era fascinante, la gente se ejercitaba en los parques de la ciudad, otros desayunaban en las terrazas de los restaurantes, se entablaban conversaciones en los autobuses, cantaban en voz alta dentro de los autos. O simplemente caminaban despacio, disfrutando de los rayos de sol en combinación con el viento frío del otoño recién llegado. El taxi se estacionó frente a un edificio de ladrillos de solo cinco pisos, bajé del auto y toqué el timbre correspondiente al departamento de mi mejor amiga. Ella respondió casi de inmediato y me dejó entrar. Subí tres niveles de escaleras hasta llegar a la puerta marcada con el número 136A, di un solo golpe antes de encontrarme con Matty aún en pijama.
—Buen día, señora Ivanov. —Canturreó ella, dejándome pasar.
—Qué graciosa —gruñí—. Antes de que si quiera pienses en bombardearme con cientos y cientos de preguntas, sírveme el desayuno. Muero de hambre.
—No son cientos y cientos de preguntas. En realidad es sólo una... ¿Te acostaste con él?
—Desayuno.
—Bien, bien. Vamos por el jodido desayuno.
La seguí hasta la cocina, me siento sobre un taburete mientras ella servía un poco de cereal dentro de un tazón rosa. Lo empujó frente a mí junto con una taza de café y un poco de fruta picada en un plato. Comí mi desayuno, tratando de ignorar el hecho de que ella no me quitara la mirada de encima.
—Para ya. —Me quejé—. No puedo comer si me miras de esa manera.
—Vamos, Charlotte.
Suspiré, renunciando a mi desayuno.
—Bien, hazlo. —Acepté, empujando lejos mi plato de fruta—. Pregunta lo que quieras.
Una sonrisa enorme se dibujó en su rostro.
—¿Dormiste con él? —inquirió, con los ojos brillando en anticipación.
—Define dormir con alguien —tonteé, para molestarla.
—Sabes lo que quiero decir —refunfuñó—. ¿Tuvieron sexo? ¿Te desvirgo?
Le puse los ojos en blanco.
—¿Qué demonios? Hace mucho que dejé de ser virgen.
—Sólo responde.
Sonreí al recordar la noche anterior.
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