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XX


La voz de Nina Simone sonaba a través de las bocinas de mi pc, a mi alrededor el movimiento en los estudios se encontraba en niveles estresantes. Debo decir que amaba totalmente el estrés del estudio. Después de tantas semanas encerrada en las paredes de mi departamento, regresar a mi trabajo, al lugar al que podía más o menos hacer lo que me gustaba, era como respirar bien, llenar a mis pulmones de un vigorizante oxígeno laboral se sentía jodidamente bien. Mi teléfono celular sonó en alguna parte de mi escritorio, lo encontré bajo un folder verde. Encontré un mensaje de texto en la bandeja de entrada, era Oleg.

[Tengo una reservación para dos personas en un lugar te que encantará. Paso por ti a las ocho treinta.]

Sonreí como idiota y respondí:

[Me encanta la idea. Te veo en casa.]

Oleg:

[Estaré ansioso.]

Cerré mi bandeja de mensajes, dejando escapar un enorme suspiro. Algo extraño pasaba dentro de mí cuando se trataba de cualquier cosa relacionada con Oleg. Mi corazón se sentía como dentro de un centrifugado y mi vientre invadido por náuseas. Náuseas de las buenas, por supuesto, de esas que las chicas de dieciocho años definen como mariposas en el estómago. No podía, ni quería negar que mis sentimientos por Oleg Ivanov se intensificaron, no cambiaron o emergido. Se consolidaron durante todas esas horas que pasamos juntos, durante nuestros desayunos en mi casa y las noches quedándonos hasta tarde viendo películas viejas.

Me quedé mirando la pantalla de mi móvil, aún existía algo que debía arreglar. Abrí la cuenta de correo de Lottie, el último mensaje de Aaron continuaba ahí, como un recordatorio de lo que alguna vez fue, de lo que pudo ser, de lo que imaginé que podría ser. Me sentí enferma, no dejaba de pensar en lo que pudo pasar de haber tomado el avión semanas atrás. Mi vida sería totalmente distinta en ese momento, no sabía si para bien o para mal, pero sería distinta. Me di cuenta entonces, de lo inestable que resulta la existencia, como si nuestras vidas fuesen una partícula suspendida en el aire, un mínimo movimiento puede causar que su rumbo se altere por completo y para siempre.

—Tengo unos documentos importantes para tu jefe —dijo una voz masculina, sacándome de mis pensamientos—. Necesito que los firme lo más pronto posible, Brownie.

Alcé la mirada hasta toparme con el rostro lleno de acné del asistente de la encargada de vestuario.

—Perdón —dije—. ¿Qué fue lo que dijiste?

—Necesito que Xavier firme —repitió, señalando la carpeta en sus manos y con un tono de voz que sugirió que era una completa idiota.

Apreté la mandíbula.

—Claro —respondí, forzando una sonrisa—. Te diré algo, Hugo. Mi nombre es Charlotte, no brownie ni cualquier otro sobre nombre que a ti pueda parecerte gracioso. Así que me importa una mierda cuanto te lleve aprenderlo o sí se te complica pronunciarlo pero a menos que me llames por mi nombre, no quiero que vuelvas a dirigirte a mí en toda tu jodida vida. ¿Correcto?

Él me miró con los ojos muy abiertos.

—Cl-claro, lo siento —balbuceó—. Charlotte, necesito las firmas, por favor.

—Xavier no está aquí. Creo que fue al set, puedes buscarlo allí.

—Hazlo tú, es tu jefe —dijo, entregándome la carpeta—. Después me los regresas... ¿Por favor?

Le puse los ojos en blanco y bufé. Hugo dio un paso otras, notablemente intimidado antes de salir huyendo hasta desaparecer por el pasillo. Cuando lo perdí de vista, deje escapar el aire de mis pulmones y una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro hasta que mis mejillas dolieron. Casi pude escuchar Carmina Burana de música de fondo ante mi victoria. Una victoria que le debía a algún tipo de fuerza misteriosa que de alguna manera, causaba comportamientos extraños en mi persona.

Lo adoraba.

Puse pausa a la música y dejé mi móvil sobre el escritorio antes de tomar el folder y dirigirme al set en busca de mi jodido jefe. Deseaba que aquella cosa que me impulsó a ponerle un alto a las burlas de Hugo, me ayudaran a exigir un mejor puesto. Desde que salí de la universidad, mi fidelidad siempre estuvo con los estudios Chicago y me parecía que era hora de que me dieran el trato que merecía. No pasé por tanto para quedarme como la secretaria de un maldito acosador adicto al porno. Merecía más que eso, merecía grandes producciones, locaciones a mi disposición, gente a quién dirigir y créditos al final de las películas. Era tiempo de que alguien se encargara de sacarme del punto muerto en el que me estanqué por tanto tiempo a causa de mi inseguridad. Y, por supuesto que no había nadie mejor que yo para lograr que el mundo me reconociera

Alcancé el set con un cumulo de valentía inundando todo mi cuerpo. Busqué a Xavier por todo el lugar, pero no encontré señales de su asquerosa presencia. Caminé en dirección de la oficina del administrador, un hombre de la misma calaña que Xavier, pero sin tanto cinismo. Su oficina se ubicaba en un rincón oculto, las paredes eran altas y la puerta de madera tenía la única ventanilla del lugar. Me hacía sentir un tanto claustrofóbica. Levanté mi mano derecha con el propósito de llamar pero la detuve a mitad de camino cuando un ruido extraño sonó del otro lado de la puerta. Se trataba de personas, sonidos guturales, eran como... Gemidos. Me sentí incomoda al instante, di media vuelta para marcharme, pero otro sonido me detuvo. No era una sorpresa que existieran aventuras entre la gente que trabajaba en los estudios, era natural que eso ocurriera, pero en todo el tiempo que llevaba en el lugar, no había conocido algún romance de Poul. Se trataba de un hombre con pinta de pervertido y miradas lascivas, pero siempre se mantuvo alejado de sus compañeras de trabajo. Por ende, conocer la identidad de la persona que se encontraba con él, resultó demasiado tentador. Me repetí una y otra vez que no era asunto mío, que sea lo que sea que pasara dentro de esa habitación no era algo que me incumbiera, pero mi curiosidad fue mayor que mi sentido común.

Moví una caja de cables frente a la puerta y subí sobre ella para poder asomarme por la ventanilla. Me puse de puntitas para poder lograr mi cometido, la imagen que apareció frente a mí me removió el estómago y sorprendió de la misma manera. Cubrí mi boca con mis manos para evitar que un grito de sorpresa-asco escapara por mis labios. El acto provocó que mi equilibrio fallara, pisé una orilla de la caja y ésta se volteó. Caí sobre mi trasero y esta vez no pude evitar gritar. Mierda.

Me puse de pie de un salto y escapé del lugar como alma que lleva el diablo. Doblé por un pasillo solitario, en una esquina encontré una enorme maceta con una planta artificial que probablemente nadie extrañaría, me incliné sobre ella y dejé que el contenido de mi estómago se vaciara. Una vez terminado, entré al baño de damas para echar un poco de agua en mi rostro y tomar un respiro. Cogí una menta del lavamanos antes de volver a mi escritorio. Mi corazón se agitó nuevamente, empezaba a sentir pánico. ¿Y si me escucharon? ¿Y si sabía que se trataba de mí? Oh, Dios. Si alguien me vio y Poul o su acompañante lo averiguan, podía irme despidiendo de mi empleo. Adiós reconocimiento, adiós producciones, adiós a mi existencia. Probablemente lo mejor sería volver hasta allí y jurar por la todos los santos que conocía, que nada de lo que vi saldría nunca de mis labios. Suplicar clemencia por ser una entrometida y esperar que no hicieran rodar mi cabeza.

¡Ay no, Charlotte!

—¿Renée? —inquirí, prácticamente sin aliento.

La encontré de pie frente a mi escritorio. Se sobresaltó, llevó sus manos sobre su pecho y dio media vuelta.

—Oh, Charlotte —dijo, riendo con nerviosismo—. Me diste un susto de muerte.

—Lo siento. —Tomé una gran bocanada de oxígeno—. ¿Pasa algo?

—Nop, en absoluto. —Sacudió la cabeza—. Solo quería avisarte que no almorzare con ustedes, tengo que ver a... Alguien.

—Está bien —respondí, rodeando mi escritorio. Observé a Renée con curiosidad—. ¿Algo más?

—Hum no. Nada. Me voy, nos vemos más tarde.

Me dejé caer sobre la silla. Mi apetito también se esfumó después de lo que presencié. Mi abuelo diría que se trató un castigo por meter mi nariz en donde no debía. Puedes descubrir cosas que realmente no tenías, ni querías conocer por culpa de la maldita curiosidad. Bien dice el dicho que la curiosidad mató al gato. En mi caso, la curiosidad dejó al gato con el cerebro frito y unas jodidas ganas de arrancar sus ojos de sus cuencas. Deseé borrar esa imagen de mi memoria de la misma manera que alguien que abrió la puerta de la habitación de sus padres en el momento equivocado desea borrar la imagen de estos teniendo sexo.

Agradecí la gentileza de los Cuevas al mandarme al granero siempre que querían un poco de intimidad. Abrí un cajón en mi escritorio en busca de un analgésico, una vez que di con él, lo metí en mi boca y lo tragué con el resto del contenido en mi taza de café. Puse mis brazos sobre mi escritorio y apoyé mi cabeza en ellos. El medicamento hizo efecto quince minutos después, las náuseas desaparecieron y mi estómago exigió un poco de comida. Masajeé mi cuello con una mano al mismo tiempo que recogía los documentos desordenados con la otra. El folder verde quedó encima de todos y le dirigí una mirada de desprecio. Xavier tenía que firmar, era inevitable topármelo y hablar con él. Cogí el sobre con resentimiento, me levanté y entré a la oficina de mi jefe. Danna y Bertha me observaron con sus pequeños ojos entrecerrados, para volver a echarse sobre sus camas al comprobar de quién se trataba. Es estúpido decirlo, no soy una persona desalmada, de hecho me considero buena persona, pero no podía evitar odiar a ese par de perras casi con la misma intensidad con la que odiaba a su dueño. Suspiré y dejé el folder sobre el escritorio con una nota pegada sobre ésta.

«Departamento de vestuario. Necesitan de tu firma para la autorización. Regreso por ellos más tarde. C.»

Di media vuelta. Grité cuando mi cuerpo chocó contra el pecho de Xavier.

—Oh, por Dios —chillé.

— ¿Qué demonios hace aquí, Brown? —bramó, con los ojos entrecerrados.

Tragué. Comencé a sudar cuando el calor corporal de Xavier me golpeó de lleno, tenerlo tan cerca era en extremo desagradable. Mordí el interior de mis mejillas para obligarme a conservar la calma.

—Yo... Traje un... —tartamudeé. Apreté mis puños a los costados y me obligué a respirar—. El departamento de vestuario necesita que firmes una autorización.

Xavier dejó escapar un suspiro sobre mi rostro, un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal.

— ¿Por qué no me lo diste personalmente?

—No estaba segura de en dónde encontrarte —repliqué, concentrándome en la puerta a unos metros de distancia. Si tan sólo pudiera alcanzarla—. Además es hora del almuerzo.

Xavier me estudió durante demasiados segundos. Frunció los labios y asintió.

—Los firmaré de una buena vez —dijo, bajando cínicamente la mirada a mi escote. Maldije al tener que inclinarme para tomar los malditos papeles del escritorio. Xavier sonrió descaradamente al tomar el folder—. Puedes regresarlos a vestuario e irte a comer.

Firmó sin quitarme la mirada de encima.

—Gracias —murmuré, evitando hacer contacto visual con él.

No se movió, por lo que continué atrapada entre el escritorio y su asquerosa presencia. Di un paso a mi izquierda en mi desesperado intento por salir de ese lugar y mi pierna chocó contra la silla, Xavier se burló antes de dar un paso atrás para dejarme salir. Caminé a toda prisa hasta la puerta. La abrí con una mano y puse un paso fuera cuando escuché a Xavier decir:

—Interesante elección de ropa, señorita Brown.

Esas cinco palabras y el tono lascivo en las que las pronunció fueron suficientes para que mis ojos escocieran. De repente sentí unas tremendas ganas de arrancar mi blusa y falda azul, junto con mis medias rosas para quemarlas por el simple hecho de que Xavier las mirara.

Matty me esperaba cuando llegué afuera. Suspiré con alivio al ver el rostro de mi mejor amiga, con sus enormes lentes y los frenillos en su sonrisa.

—Hola, Matty —suspiré, antes de lanzarme sobre ella en un abrazo de oso.

—También me da gusto verte, Charlotte. —Rió. Me separé de ella y le ofrecí una sonrisa de disculpa—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, claro. Sólo... —sacudí la cabeza—. Vámonos de aquí.

La cafetería en dónde acostumbrábamos almorzar era pequeña y me recordaba esos lugares que salen en las películas con sus enormes rockolas viejas y las camareras atendiendo en patines con sus flecos esponjados. Nos sentamos en un privado junto a un ventanal grande en dónde se leía «Revival's 50» en enormes letras rojas. Mi mejor amiga me contó un poco sobre Kelvin mientras esperábamos por la comida. Su relación pintaba para algo serio, cosa que me daba mucho gusto. Aunque comenzamos con el pie izquierdo, debo admitir que Kelvin había demostrado merecerse el corazón de Matty. Cuidaba de ella cómo si corriera el riesgo de romperse en cualquier momento, la veneraba hasta el punto de convertirla en una hermosa diosa pagana que sólo le pertenecía a él. Admiraba sus maneras, me gustaba que ella sonriera como tonta al hablar de él y envidié la manera tan despreocupada en el que le quería y se entregaba sin temor a quedar vacía cuando se marchara. Anhelaba entregarme de esa manera a Oleg, poder verlo a los ojos sin el temor de cederle todo, ser capaz de abrazarlo sin miedo de que lo poco que conservaba de mi alma se impregnara en él hasta dejarme sin nada. Había perdido tanto que no sabía cómo tomar su mano sin que mi corazón escapara por mis dedos.

Nuestra comida llegó y dimos por finalizada el tema del fabuloso Kelvin. Ataqué a mi ensalada en cuanto hizo su aparición.

—¿Ya sabes lo que harás respecto a tu abuelo? —preguntó Matty, antes de meter una papa frita en su boca.

Asentí. Los últimos días me concedí la libertad de no pensar tanto sobre ello. El recuperarme y Oleg me mantuvieron ocupada, sin embargo, cuando mi salud mejoró casi por completo, decidí que era hora de retomar el tema.

—Creo saber de alguien más que puede darme esa información —dije, jugando con mi ensalada. Dudé un poco antes de responder, ella no lo aceptaría—. Terry Wolf.

Matty se atragantó. No, no lo entendía.

—¿Qué demonios? ¿Te has vuelto loca? —Espetó, después de recuperarse de su ataque de tos—. Ese hombre no va ayudarte por nada del mundo. Lo sabes, ¿cierto?

—Lo sé, pero si no me equivoco, Wolf ha estado en el bufete durante muchos años. Tal vez él sepa algo.

—También puede que no lo haga y aproveche la situación —Matty sacudió la cabeza, sin quitarme la mirada de reprensión de encima—. ¿Por qué no le pides ayuda a Oleg?

—Ni pensarlo.

—¿Por qué no? Él es tu novio y puede ayudarte además de que...

—No, Matty —interrumpí, dejando caer los cubiertos con demasiada fuerza—. Oleg no debe saberlo. ¿Entendido?

—Bien. —Aceptó, a regañadientes—. No estás sola, Charlotte. Me tienes a mí y, aunque no quieras verlo, ahora lo tienes a él y creo que deberías aceptarlo en tu vida. Entiendo que todo lo que pasó con Aaron significó mucho y que el tema de tu abuelo te tiene preocupada pero tienes que dejar de aferrarte al pasado. Cariño, Oleg te adora y no es justo para que lo dejes de lado.

—Gracias —susurré.

Terminamos nuestra comida en completo silencio y, al tratarse de Matty, sabía que era su manera de demostrar que no estaba de acuerdo con mis decisiones. Sin quererlo, el silencio de Matty arrastró a Oleg a mis pensamientos. No estaba dispuesta a aceptar que estaba dejándole de lado, pues Oleg Ivanov estaba inmiscuido en mi vida de una manera tan profunda que comenzaba a darme miedo. Sin embargo, no estaba preparada para contarle lo que pasaba en mi entorno familiar. Era un hecho que con su ayuda llegaría al fondo de la verdad, pero temía que el resultado le hiciera alejarse de mí. No quería su compasión, no quería que me dejara.

—Escucha, Matty —dije, deteniéndome un par de cuadras antes de alcanzar las puertas de los estudios—. Tal vez tengas razón. Respecto a dejar a Oleg entrar en mi vida —aclaré, aún pensaba hablar con Wolf—. Cenaré con él ésta noche, no pensaba ponerme nada en especial, pero... ¿Puedes hacerme un favor?

Le pedí a Matty llevar los papeles al departamento de vestuario y excusarme con Xavier. Generalmente él no regresaba después de la comida, pero no quería arriesgarme, así que sonsaqué a mi mejor amiga a mentir por mí. Me subí a un taxi y que me llevó hasta Magnificente Miles. De repente, la cena con Oleg me emocionó. Tal vez después de la cena podríamos ir a algún lugar a bailar, un bar tranquilo con una banda de Jazz en vivo, o regresar a mi departamento y tomar una copa juntos con un concierto de piano como música ambiental. En ese caso, tal vez debería pasar por Victoria's Secret.

El taxi se detuvo sobre la avenida Michigan e Illinois St. Avancé al norte, deteniéndome frente a los aparadores de las tiendas departamentales en mi camino, entré a Loft, Zara y Tiffany. Compré tres vestidos, dos faldas, y algunos pares de zapatos; no entendí hasta ese momento lo estimulante que resulta comprar ropa. Sobre todo si no había gente cerca cuchicheando sobre mi talla o lanzándome miradas burlonas. Gozaba de la seguridad de estar lista para lo que sucediera en las próximas horas. Mi vida entera estaba en manos del destino y, por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo.

Me detuve frente a los aparadores de Victoria's Secret para admirar un conjunto de lencería negra. El sujetador era de encaje rosa que cubría gran parte del corsé sobre una capa de seda negra más delgada, el mismo tono de los tirantes y las diminutas bragas. Era hermoso además de sensual y atrevido. Me convencí de que algo así jamás podría lucir sexy en mí, ni en sueños. Pero, vamos, con todo el dinero en mis cuentas que me negaba a gastar hasta entonces —sospecho que incitada por el ligero resentimiento hacía mi abuelo a causa de su mentira—, podía darme el lujo de comprarme toda la ropa que se me pegara la gana para botarlas al fondo de mi armario y morir víctimas del abandono. Entré a la tienda sin pensarlo ni un segundo más, no me detuve a ver alguna otra prenda, fui directo con una empleada y le pedí el modelo del aparador en mi talla. Ella me sonrió amablemente y asintió antes de desaparecer. Regresó un par de minutos después con la prenda dentro de una lujosa caja negra con el nombre de la marca impresa sobre ella. La chica me pidió que la acompañara hasta el registrador y la obedecí encantada.

La sonrisa tonta de mi rostro persistía cuando subí al taxi. Sólo compré un conjunto de lencería, pero me sentía como si acabara de dar un enorme paso en mi vida. Era como un pequeño triunfo personal del que estaba jodidamente orgullosa. ¿Qué más daba si nunca lo usara? El simple hecho de haberlo comprado significó que por lo menos durante un momento, me di la oportunidad de sentirme una mujer hermosa, capaz de seducir a mi hermoso novio ruso. Una mujer que no pedía más de ella, que era feliz con lo que veía en el espejo, que se amaba a sí misma y que se concedía la oportunidad de amar a otros sin pedir nada a cambio, sin buscar ningún otro tipo de satisfacción más que el de dar algo de sí misma porque puede y quiere hacerlo. Estaba satisfecha y feliz conmigo misma. Aunque fuese una felicidad momentánea, decidí disfrutarla cada segundo.

Entré a casa y lo primero que hice fue servirme un poco de vino. Dejé todas mis compras sobre mi cama y entré al baño para preparar la tina con deliciosas sales de rosas. Me deshice de mi ropa, sin preocuparme por recogerla del piso mojado, entré a la tina y de inmediato el agua caliente hizo su magia sobre mí. Mi cuerpo se relajó y mi mente se despejó un poco, no pensé en nada que no fuese Oleg. Sus hermosos ojos azules, su aroma a madera y sus manos suaves y pálidas que me sostenían siempre, incluso cuando no se lo pedía. Pensé en sus labios rosados y su cabello castaño, sus pestañas largas y su altura perfecta. Recordé la primera vez que lo vi y la noche que lloró sobre mi hombro, el primer beso, que por supuesto, no es el que él imaginaba, sino el que le robé mientras dormía; entonces sus labios sabían a sal y a tristeza, pero no dejaron de ser magníficos.

El agua se enfrió más tarde, lo que tomé como señal para salir de la tina. Me esmeré en secar mi cabello y peinarlo con ayuda de la secadora y disfruté de la suavidad de mis piernas tras cubrirlas con crema humectante. Saqué mi ropa nueva de las bolsas sobre mi cama, me encontré con la caja de Victoria's Secret y por un segundo, pasó por mi mente la posibilidad de usar la prenda esa misma noche. Ojalá fuese tan valiente. Guardé el conjunto en uno de los cajones de mi closet y en su lugar, elegí por un sujetador negro sin tirantes y unas cómodas bragas de algodón del mismo color.

Me encontraba frente al espejo veinte minutos más tarde, y sorprendentemente, estaba feliz con el resultado. Combiné mi vestido negro sin mangas combinado con un par de zapatillas rojas de no más de ocho centímetros de altura. Evité el maquillaje, cómo casi siempre, opté por un brillo labial transparente y sólo un poco de rímel y color sobre mis mejillas.

El timbre de la puerta sonó exactamente a la hora acordada. Pasé mis brazos por mi abrigo rojo y tomé mi bolso de mano antes de salir de mi habitación. Abrí la puerta para encontrarme con Oleg luciendo guapísimo en un traje negro con una camisa azul oscuro, que presumía un pecho musculoso a lo largo de los primeros tres botones sueltos. Él sonrió en cuanto me vio y sus ojos se iluminaron.

—Te ves hermosa. —Su susurro gutural hizo temblar mis piernas.

—Gracias —murmuré—. Tú también te ves muy galán. Cualquiera diría que estás a punto de salir a cazar.

Oleg sonrió por mi tonta broma. Me ofreció su brazo izquierdo y acepté con gusto. Nos separamos hasta que subí a su auto auxiliada por él. Condujo a través de las calles de Chicago, los edificios altos se cernieron sobre nosotros con sus impactantes estructuras con grandes ventanales iluminados. Me imaginé a todas las parejas que se encontraban en una cita como la mía, algunos en la intimidad de sus departamentos, con las luces tenues para que la atmosfera se tornara más sensual, con cenas exquisitas preparadas por alguno de los dos amantes. Pensé en todas esas parejas que estaban a punto de hacer el amor, a punto de entregarse sin prejuicios, sin pena ni restricciones. Ese último pensamiento me hizo sonrojar, agradecí la oscuridad del auto y la total atención de Oleg en la carretera frente a él. Recorrimos la orilla del Rio Chicago sobre la avenida Lower Wacker, cruzamos el rio por un puente iluminado como una pasarela en Paris. Se detuvo frente a un edificio alto delante del rio, me ayudó a bajar del auto y nuevamente me ofreció su abrazo. Le dio las llaves del auto al valet parking antes de entrar.

—Espero que el lugar te agrade —dijo, mientras caminamos al restaurante.

Entramos tomados de la mano. El lugar era perfecto, las paredes eran por completo de cristal y la iluminación corría en su mayoría gracias a las luces que llegaban del exterior, además de las hermosas vistas panorámicas del rio y el horizonte de la ciudad. Las paredes junto con los techos eran de color beige con algunas estructuras en rojo, sobre las paredes colgaban cuadros de diferentes pinturas que no logré identificar.

—Es muy lindo —dije, sonriendo.

—Vine aquí con un cliente hace un par de días —murmuró—. Cuándo vi la vista, pensé en que te encantaría.

—Me encanta, gracias.

La mujer en la entrada nos llevó hasta nuestra mesa, junto a uno de los ventanales. Minutos más tarde ordenamos nuestra comida.

—A Mila le habría encantado éste lugar —comenté, mientras esperábamos.

—Lo sé, tal vez después regresemos con ella —respondió, tomando una de mis manos—. Ésta noche, te quería sólo para mí.

Le sonreí, sonrojada al pensar en el conjunto de lencería que decidí dejar atrás. Nuestra orden llegó un par de minutos más tarde: dos platos de un corte fino de carne y una botella del mejor vino de la casa. La comida se enfrió en nuestros platos, no conseguimos dejar de mirarnos, de hablarnos, no dejamos de tocarnos. Oleg acunó mis manos entre las suyas y besó las palmas, continuando por el interior de mis muñecas. Sus ojos se convirtieron en el punto principal de mi existencia, el color azul invernal me aislaron hasta ignorar al resto del mundo. Sentí sus labios sobre mi piel y podía jurar que besaba hasta mi alma.

—Miranda —susurró, contra mis labios—. Te quiero.

Oleg besó la punta de mi nariz y mi corazón dio un vuelco.

—Te quiero —respondí, con una exhalación. 

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