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XVII


Una punzada de dolor atravesó mi cuerpo entero al intentar incorporarme y en seguida las manos de Oleg me sujetaron de ambos brazos para evitar que continuara moviéndome. Traté de levantar un poco la cabeza para poder ver el lugar que me rodeaba, pero una nueva molestia atenazó bajo mi nuca, fue entonces que noté el collarín que rodeaba mi cuello.

—Tranquila. —Rogó Oleg, en un susurro—. No se mueva, puede hacerse daño.

¿Cómo se atrevía pedirme tal cosa? La simple idea de intentar tranquilizarme sonó descabellada.

Fui víctima de otro tipo de dolor golpeándome de lleno, uno que iba más allá del físico, uno que terminó con alguna parte de mí. Pude imaginar de qué se trataba, lo había experimentado en incontables ocasiones, se trataba del dolor de la ausencia. El vacío que queda en tu alma después de perder a alguien se caracteriza por el hueco que se instala en la boca del estómago, la bilis que inunda tu boca, y esas enormes ganas de desaparecer. Esfumarse del planeta, convertirse en un compuesto gaseoso para posteriormente evaporarse. Sin embargo, nada de eso pasó conmigo entonces, a mí me tocó hacerle frente a mi jodida suerte.

Asentí lentamente, gracias a que el collarín limitaba mi movimiento.

—¿En dónde estoy? —pregunté, procurando no abrir demasiado la boca.

—En un hospital —respondió Oleg. En ese momento quise hacer algún tipo de comentario sarcástico, pero mi cabeza no logró realizar tal función—. Fue arrollada por un auto.

—¿¡Arrollada!? —grité, intentado incorporarme nuevamente por auto reflejo.

Mierda. El dolor volvió de inmediato, solté un aullido.

—Por favor, Miranda —suplicó nuevamente—. No se mueva.

Me esforcé por callar esa voz en mi cabeza que me ordenaba salir corriendo. Había algo dentro de mí que me decía que debería estar en algún lugar, debería estar haciendo algo importante, pero no logré recordar de qué se trataba.

—No recuerdo nada —murmuré, la desesperación arrastrándose por mi sistema.

—Es normal, sufrió una contusión —dijo, tomando una de mis manos. El cuerpo entero de Oleg temblaba, algo en su semblante cambió, la manera en la que me observó era distinta—. Estaba cruzando la calle, no se dio cuenta del auto, venía demasiado deprisa... —Su voz se quebró—. Intenté decirle pe-pero no me dio tiempo.

Algo se sacudió en mi pecho. No se trataba de algún tipo de reacción a causa de las palabras de Oleg, era algo más fuerte. ¿Qué pudo ser tan importante como para que no me fijara antes de cruzar la calle? ¿A dónde me dirigía? No podía recordarlo. Había demasiadas imágenes revueltas en mi cerebro. Traté de unirlas pero no conseguí encontrar lógica o congruencia entre ellas, era cómo si no encajaran, como si se trataran de dos momentos distintos. Por Dios, nada de eso tenía sentido. Cerré los ojos, tratando de hacer un esfuerzo para acomodar la película reproduciéndose en mi subconsciente.

Recordaba un vestido negro dentro de una maleta, un correo a Matty, el ritmo de una canción que me parecía familiar, a mis vecinos en su florería. Recordé una voz emocionada por mi presencia, un lugar tranquilo, unos brazos fuertes sujetándome. Pronunciaban mi nombre y lo hacían sonar distinto, algo mágico lo envolvía, esa voz la hacía especial. Esa voz...

¡Aaron! ¡Carajo! ¡Tenía que tomar un avión!

Respiré tan profundo cómo mis pulmones lo permitieron, preparándome para el dolor que estaba a punto de atravesar mi cuerpo. Una vez que exhalé, me incorporé sobre la cama, mi cadera se sintió como si hubiera sido partida a la mitad. Me deshice de la sábana que me cubría y, en menos de un segundo, mis pies colgaron sobre el suelo. Oleg me miró con los ojos a punto de salirse de sus cuencas oculares.

—¡Miranda! —Chilló, aterrado del otro lado de la cama—. ¿Qué cree que hace? No puede levantarse.

—Debo tomar un avión —mascullé, intentando liberarme de los cables sobre mi cuerpo.

—Miranda. —Repitió en tono de súplica. Se puso de pie y rodeó la cama hasta alcanzarme—. Por favor, perdió el vuelo.

—¿Qué? No, no. —Sacudí la cabeza, buscando desesperadamente mi ropa a mi alrededor—. Si me doy prisa podré llegar, sólo necesito un taxi.

Oleg negó con la cabeza al mismo tiempo que intentaba sujetarme por ambos brazos.

—Miranda. —Sus manos me sujetaron con la fuerza suficiente para que dejara de sacudirme, de alguna manera me obligó a verlo a los ojos—. Es jueves. Hoy es jueves —dijo, sin dejar de sostenerme. Fruncí el ceño—. Su vuelo despegó hace cuatro días.

¿Cuatro días? ¿De qué demonios hablaba? Me congelé, no despegué los ojos de los de Oleg, pero ya no era lo que enfocaba. Veía a la nada, entré en una especie de trance o shock nervioso que me impidió volver al presente. Oleg no dijo nada más, soltó mis brazos y sentí sus manos acariciando tiernamente mis hombros. Sin embargo, era una caricia superficial, como si estuviera tocándome en sueños. Bajó los brazos a mis muñecas y me ayudó a recostarme una vez más sobre la cama, no puse resistencia. Una vez que cubrió mi cuerpo con la sábana, llevó a sus labios mi mano derecha y la besó antes de abandonar la habitación.

Ese último gesto, el beso en el dorso de mi mano. Él me miraba de esa manera antes de hacerlo, me veía y sonreía, era feliz. Yo lo hacía feliz. Parpadeé y fue suficiente para traer abajo mis defensas, mis lágrimas cayeron, se desbordaron y rodaron hasta terminar en mi collarín. Lloré en silencio cómo lo haría un cobarde, cómo alguien que no quiere compartir su dolor. La vida me había quitado ya demasiadas cosas, mis padres, mi abuelo, mi familia entera se fue y ahora... Mi oportunidad. No era cómo que Aaron estuviera muerto, no significaba que no existiera la posibilidad de enamorarme nuevamente en un futuro; pero tenía la firme convicción de que sólo puedes entregar tu corazón una vez, después de eso ya sólo amas por migajas.

La puerta se abrió después de un rato, no hice nada por ocultar mis lágrimas. Fijé mi mirada al techo y evité moverme.

—¡Charlotte! —Reconocí la voz de mi mejor amiga y me reconfortó un poco. Se acercó a mi cama y pasó un brazo por mi pecho—. Charlotte, creí... —Ahogó un sollozo—. Creí que no volvería a verte.

Las lágrimas de Matty terminaron sobre mi cabello, su pecho se sacudía a causa del llanto. Después de un par de minutos, ella se separó. Me regaló una sonrisa y se inclinó para besar mi frente.

—¿Cómo te sientes? —Averiguó, en tono maternal.

—Cómo si me hubiera arrollado un auto —respondí, Matty y yo reímos. Mi voz se quebró al sentirla tan cerca—. Aaron... No pude llegar a nuestra cita.

—Charlotte, no pienses en eso ahora —Me consoló, acariciando mi cabello.

Reconocía esa expresión en su rostro, era la misma que ponía siempre que intentaba ocultar su tristeza

—Debe de odiarme. Me odia y no puedo reprocharle nada. Me odia por haberle abandonado.

—Aún puedes alcanzarlo, no te des por vencida. —Limpió una de mis lágrimas—. Charlotte, te prohíbo darte por vencida.

No respondí, el nudo en mi garganta me lo ponía difícil. Pero tampoco continué llorando, me negué a derramar una sola lágrima más por un amor que jamás estuvo destinado a ser. Caí en cuenta de que el destino —por más mierda que parezca—, tiene sus razones. Nadie está aquí sin algún propósito en particular, cada segundo de nuestra vida tiene un porqué. Aaron fue un instante de suerte, igual que alguien que encuentra una moneda mientras camina por la calle, Aaron fue ese segundo en el que levantas la mirada al cielo y ves una estrella fugaz. Un golpe de fortuna que estaba destinado a ser breve.

EL bloque que obstruía mi garganta bajó hasta mi estómago, tal vez hasta alguna parte de mi alma. De cualquier manera me deshice de él, tomé una gran bocanada de oxígeno y me juré a mí misma no volver a poner mi vida entera sobre un intervalo hermoso que es tan frágil como el cristal mismo.

Matty se quedó unos minutos más conmigo, en ningún momento soltó mi mano mientras me relataba cómo fue que se enteró de mi accidente. Se encontraba en casa con su enorme novio, acababa de leer mi correo y estaba a punto de comenzar a festejar la valiente decisión de su loca mejor amiga. Sólo tuvo tiempo de tomar un par de tragos antes de que su teléfono celular comenzara a sonar, cuando respondió Oleg sonaba histérico y al fondo podía escucharse mucho escándalo. Oleg hablaba demasiado rápido, sólo entendió unas cuantas palabras, las suficientes para entender que algo andaba mal conmigo. Matty corrió hasta aquí, encontró a mi vecino ruso verdaderamente desesperado en la sala de urgencias, juró que nunca había presenciado tal sufrimiento en una persona.

—Créeme, Charlotte —dijo ella—. Ese hombre te quiere más de lo que ambos pueden imaginar.

Negué con la cabeza.

—Oleg sólo es amable —dije, recordando la preocupación que yo misma presencié en su rostro—. Es un buen amigo.

—Tienes que creerme cuándo te digo que pude verlo venirse abajo mientras estabas inconsciente. —Matty se estremeció—. Verlo sufrir fue algo desgarrador.

Me limité a volver a negar. Mi mejor amiga me aseguró que no existía problema alguno respecto a mi trabajo, gracias al cielo Xavier no se dio por enterado sobre mi viaje fallido, así que tendría que concederme unos días de incapacidad médica sin ningún problema. Después de media hora más de charla, mi cuerpo comenzó a sentirse pesado. La adrenalina abandonó por completo mi sistema y las consecuencias de mis movimientos de unos minutos antes llegaron sin hacer tregua. Matty besó mi frente una vez más antes de salir de mi habitación.

Me sentía cansada y dolorida, en toda mi vida había experimentado tal maltrato físico. Cerré mis ojos y el sueño llegó de inmediato.


El cielo se encontraba cubierto por varias nubes grises, las calles olían a humedad y el silencio resultaba ensordecedor. Me encontraba de pie del otro lado de la calle, junto a un árbol que lucía unas flores rosadas con demasiado orgullo. Un taxi se detuvo frente a la fuente de Cibeles, no logré ver al conductor, pero pude reconocer la música.

«Para que no me olvides y nuestro amor sea eterno...»

Un hombre vestido de negro bajó del auto. Sus lentes de aviador ocultaban sus ojos y la gabardina de lana cubría los rizos en su nuca. Se detuvo de espaldas al taxi y éste se marchó. Mi corazón se hinchó, en alguna parte de mi cabeza tenía la seguridad de que se trataba un sueño, sin embargo, es lo único que me quedaba de él.

—¡Aaron! —Grité, sin moverme de mi lugar. Aaron buscó la dirección de la que provenía la voz que lo llamaba. Incluso yo pude darme cuenta de lo lejana que sonó mi propia voz—. ¡Aaron!

Lo observé buscándome, sintiendo su desesperación a pesar de la distancia, fui capaz de apreciar la manera en la que su pulso se disparó.

—¡Aaron! —grité, una vez más.

Él dio media vuelta. Fue suficiente, al fin pudo verme. Sacó una de sus manos de los bolsillos y me saludó, sonriendo, una autentica sonrisa de felicidad. Comenzó a avanzar sin quitar la mirada de la mía. Un segundo después un chirrido horrible tapó mis oídos. Chillé su nombre pero no pudo escucharme. Era muy tarde. El auto viajaba muy rápido. Un sonido sordo. El cuerpo de Aaron cayó sin vida sobre el pavimento.


Abrí los ojos. La habitación estaba sumida en la oscuridad. La bata del hospital se pegaba sobre mi cuerpo sudoroso.

—Tranquila —susurró alguien entre penumbras—. Sólo fue una pesadilla.

Asentí, aunque sabía que él no podía verme.


Había música en la habitación, era blues. El aroma del arroz con leche lo invadía todo. Un par de brazos rodearon mi cintura y unos labios familiares besaron mis mejillas, después mis párpados, mi frente, bajando por el puente de mi nariz hasta llegar a mis labios. Reconocí su boca, sus labios delgados se movieron sobre los míos con delicadeza, tomándose su tiempo, queriendo memorizar el sabor que tenía cada centímetro de mi piel y jugó con mi cabello enredándolo entre sus dedos. Cuando terminó, me abrazó con ambos brazos y empezó a movernos al ritmo de la música. Se trataba de un blues suave, lento y melodioso. Bailamos juntos hasta que estuvimos tan cansados que tuvimos que recostarnos sobre la cama. Nos hicimos un ovillo juntos; su rostro exactamente frente al mío, sentí su respiración en mis labios. Le dije que lo amaba. Pero no importó porque no se trataba de un espejismo.


Los mismos sueños continuaron todas las noche durante mi estancia en el hospital, despertaba agitada y llorando ya que todo parecía verdaderamente real, hasta tornarse demasiado doloroso. Durante todas las noches, era la misma voz quién se encargada de tranquilizarme hasta que volvía a conciliar el sueño. Una voz masculina con acento ruso. Apretaba mi mano entre las suyas y me permitía llorar en silencio. Una noche, mientras limpiaba mis lágrimas supliqué para que me sacara de ese maldito hospital, ese mismo día, después de las diez de la mañana el médico autorizó mi alta.

Oleg me ayudó a bajar del auto, tenía una pierna enyesada y mis movimientos con las muletas eran torpes e inseguros; así que de alguna manera, logró conseguir una silla de ruedas. Me senté sobre ella y él la empujó dentro del edificio, después hasta el ascensor y a través de la puerta de mi departamento.

—No está bien que se quede aquí sola —dijo él, al mismo tiempo que acomodaba mi pierna rota sobre el sillón—. Insisto en que se quede conmigo, así podría cuidar mejor de ti.

—Ya hiciste mucho por mí —respondí, sonriendo al escucharle hablarme sin tanta formalidad—. No quiero causar más molestias. Además mis amigas también van a cuidarme.

—Lo sé, pero...

—Oleg —interrumpí—, no te preocupes más por mí. Estaré bien.

Él asintió, sin convencerse totalmente de mis palabras. Admiraba la paciencia que tenía para conmigo, la manera en la que me procuraba y cuidaba de mí era enternecedora. Podía decir, sin temor a equivocarme, que nunca nadie había cuidado de mí cómo lo hizo él. Oleg encendió el reproductor de música antes de entrar. El jazz sonaba a través de las bocinas, su sonido resultaba relajante, me dio la bienvenida a casa. Me dije que, aunque todo pareciera estar mal, llegarían días mejores. Antes de morir, mi abuelo me dijo: Cuándo te sientas pérdida, escucha jazz y sabrás que siempre velaré por ti. April in Paris me lo confirmó..

I never knew the charm of spring

Never met it face to face

I never knew my heart could sing

Never missed a warm embrace.

Le sentí abrazándome. Cuidando de mí, mostrándome que la vida se veía distinta mientras escuchaba un delicioso jazz.

Oleg se separó de mí por un momento, dejándome sola en la sala. El dolor agudo en mi alma era persistente, tal vez incluso incrementara ahora que me encontraba en casa, pero me negué a pensar demasiado en ello en ese momento. Regresó con dos tazas de té en sus manos.

—Esa música es hermosa —comentó, mientras ponía las tazas sobre la mesa de centro.

—Es jazz —dije—. Era la música favorita de mi abuelo.

Él sonrió y asintió. Se sentó junto a mí y me miró directamente a los ojos. Pasó una canción entera antes de que abriera la boca.

—Pocas veces en mi vida había experimentado el terror que me causo verla en el suelo sin moverse —dijo, casi en susurros—. Por un momento creí que estaba... Creí que no volvería a verla nunca. Miranda, no deseo pasar por eso una vez más, no deseo sentir que la pierdo nuevamente. No podría soportarlo. —Habló demasiado rápido—. Quiero cuidar de ti a partir de este momento. Por favor, te ruego que me des la oportunidad de cuidar de ti y de tu corazón.

Dream a little dream of me, se abrió paso por las bocinas.

Stars shining bright above you

night breezes seem to whisper "I love you"

—Te quiero, Miranda.

Su confesión me tomó por sorpresa. Mi cerebro tardó demasiado en procesar la información. Me di un pellizco en el brazo para asegurarme de que no se tratara de otro maldito sueño.

Stars fading but i linger on dear

still craving your kiss

I'm longin' to linger till dawn dear

just saying this.

—Sé que no es un buen momento —continuó, inclinándose para besar mi frente, se separó y forzó una sonrisa—. Sólo quería que lo supieras.

Sweet dreams till sunbeams find you...

Tomé su rostro con mis manos. Su aliento era cálido, su rostro suave y sus labios estaban tan cerca. Cerré los ojos, aspirando el aroma a maderada de su perfume. Me acerqué un poco más y nuestros labios se rozaron antes de darle paso a un beso consciente. Me besó despacio, no me exigió más de lo que podía darle y se sintió bien. Me sentí bien besándolo. Él me quería y yo... Yo podía aprender a hacerlo.

Corté el beso sin atreverme a abrir los ojos. Oleg pegó su frente a la mía.

Dorogaya —susurró, con cariño.

Las voces de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong finalizaron la canción.

Dream a little dream of me...

Tuve la certeza de que estaría bien. A partir de entonces lo estaría.

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