XV
Era sábado por la mañana y todo parecía haberse acomodado en su lugar. Pasó una semana sin nada del par de hombres que vivían frente a mí y —salvo por Mila—, parecía ser lo mejor. Las jornadas laborales en los estudios fueron escasas por lo que conté con mucho tiempo libre, tiempo que invertí masoquista e inútilmente en leer una y otra vez los mensajes que Lottie y Aaron se enviaron durante el último año. El último seguía ahí, como tres puntos suspensivos al final de una historia, me gustaría pensar que se trataba más bien de un continuará; incluso un punto final me vendría mejor.
Comencé a odiar los finales abiertos, quiero decir, ni siquiera deberían llamarse finales. ¿Y si es el inicio de algo? ¿Cómo sabemos cuándo es el final? ¿Quién define los finales en las historias?
El final es relativo, por ejemplo, en una historia cuyo desenlace es una boda; personalmente, creo que la boda es el inicio de una historia, no el final. Tal vez el final de la primera parte, pero con una continuación entonces no se trata de un final...
Metí más helado en mi boca, hacía más de diez minutos que dejé de sentir mi lengua y el helado se convirtió en un batido que realmente no lucía como algo comestible, pero daba igual. Afuera la mañana era preciosa, las aves cantaban, las parejas caminaban por las calles tomados de las manos y el todo el resto de esa mierda inútil que sólo te hace sentir más patética cuando te encuentras sola, en una pijama horrible, viendo una de esas películas románticas que te hacen creer que no importa cuán absurda sea tu vida, una tarde chocarás con un hombre al que no le importará nada de eso y te hará feliz. Fin.
¿Lo ven? Una vez más, esa maldita palabra.
Un par de golpes en mi puerta me hizo detener el camino de la cuchara con helado a mi boca, lo regresé al bote y me puse de pie a regañadientes. Pensé en la posibilidad de tomarme un par de minutos más para verificar mi aspecto, sin embargo, algo me dijo que un par de minutos no serían suficientes y seguí de largo. Abrí la puerta sin preocuparme de la mancha de helado que estaba segura cubría mi barbilla. Mierda.
—Miranda, buenos días —saludó Oleg, de pie frente a mí luciendo infernalmente bien y con una sonrisa enorme dibujada en los labios.
¿Por qué? Dos malditos minutos habrían bastado para quitar la maldita mancha. Dos jodidos minutos.
—Oleg —respondí, forzando una sonrisa—. Qué sorpresa.
Intenté que mi tono de voz no fuese el mismo que se utiliza cuando llegas de improvisto a casa de alguien que no se encuentra de ánimos para recibir visitas —por más ruso y sexy que seas—. Por desgracia fallé, soné desdeñosa y malhumorada.
El pálido rostro de Oleg se tiñó de rojo, aparentemente apenado. Inclinó un poco la cabeza y estudió mi rostro por un momento más, finalmente sacó un pañuelo de su saco gris y limpió delicadamente el helado sobre mi barbilla.
—Tenía un poco de chocolate en el rostro —murmuró, después de terminar con su tarea.
—Gracias —respondí—. Estaba comiendo un poco de helado y... ¿Quiere pasar?
Me hice a un lado para dejarle entrar.
—No, no gracias. —Jugó con el pañuelo entre sus manos—. Aaron se marcha ésta tarde, creí que le gustaría ir a despedirlo al aeropuerto.
Mi corazón se encogió. Aaron se marchaba, después de todo, él iba a marcharse. Estaría lejos de mí y probablemente sería mejor así, la distancia ayudaría a dejarlo atrás de manera menos dolorosa. Sin embargo, la noticia hizo que me doliera el pecho, como si arrancaran parte de mí de tajo.
—¿Señorita Brown, se encuentra bien? —Preguntó Oleg, escudriñando mi rostro. Asentí lentamente con la cabeza—. ¿Y bien?
—¿U-usted cree que sea buena idea?
—Creo que a Aaron le alegrará verla.
Oleg me ofreció una sonrisa conciliadora, sus palabras sonaron sinceras y mi necesidad de sentir que de alguna manera le importaba a Aaron me orilló a aceptar.
—Entonces iré —dije.
—Bien, debemos darnos prisa. Aaron se encuentra ya en el aeropuerto, no deseaba ninguna despedida. La espero en el estacionamiento en quince minutos.
En cuanto cerré la puerta corrí hecha un manojo de nervios hasta mi habitación, arrancando mi camisa de franela durante el camino. Llegué hasta mi closet en ropa interior y saqué lo primero que mis manos encontraron: unos vaqueros negros y un suéter amarillo, la clase de suéter amarillo que nadie en sus cinco sentidos vestiría. Encontré mis flats negras junto a mi cama y las calcé en mis pies en menos de un segundo. Vi la hora en mi teléfono móvil, pasaron cinco minutos desde que despedí a Oleg, contaba con diez minutos más. Me encerré durante un par de minutos más en el baño para lavar mis dientes y trabajar un poco con mi desaliñado aspecto. Estaba ansiosa hasta el punto de hacerlo todo rápido sin ser verdaderamente consciente de ello.
Me senté frente a mi escritorio con una hoja y una pluma negra. Esperaba que poco más de cinco minutos fueran suficientes para decir todo lo que necesitaba decir, para pedir todas las disculpas de debía. Para que Lottie contara cuál era su verdadero nombre y rostro. Necesitaba un final y una carta parecía la mejor opción en ese momento.
Querido Aaron...
Lunes. 12:00 pm
Fuente de la Plaza de Cibeles. Madrid, España.
Mila me abrazó cuando llegué hasta ellos, frente a su auto en el estacionamiento. Ella ocupó su lugar en la parte trasera mientras que yo me senté junto a Oleg. El auto cobró vida con un ronroneo y comenzamos a movernos. Sentí el papel arrugado en el bolsillo trasero de mis vaqueros, no llevaba nada más que eso: una hoja en la que pretendía concluir mi relación con Aaron. No por Lottie, ésta vez la causa tenía mi nombre. Ni Mila ni su padre dijeron media palabra y lo agradecí, el silencio me cayó bien mientras necesitaba de toda la concentración del mundo para reunir el valor que requería mi tarea.
Llegamos al aeropuerto internacional O'Hare media hora más tarde, Oleg estacionó el auto prácticamente frente a la puerta principal. El avión de Aaron despegaría en veinte minutos, si no nos dábamos prisa no podríamos despedirnos y tampoco pondría en marcha mi nuevo y osado plan.
Corrimos hasta la sala de abordaje, Mila de la mano de su padre durante todo el tiempo y yo tras ellos con el corazón latiendo en mi garganta. Una voz anunciando el vuelo ochenta y seis con destino a Barcelona sonó por los altavoces de todo el lugar.
Mis piernas se volvieron liquidas, incapaces de sostenerme más, estuve a punto de tropezar justo en el momento que me encontré un par de ojos castaños tras unas gafas cuadradas. Vestía una playera polo negra, una cazadora del mismo color y su cabello lucía alborotado. Mi corazón dio un vuelco. Finalmente lo alcanzamos a un par de metros de la puerta de abordar.
—¿Qué hacen aquí? —inquirió Aaron, notablemente sorprendido.
—No podías irte sin despedirte de tus amigos —replicó Oleg.
Aaron sonrió antes de envolver a su amigo entre sus brazos. La diferencia de altura y complexión entre ellos era notoria, igual que su amistad. Se separaron y la siguiente en abrazarlo fue la pequeña Mila. Aaron la levantó del suelo en un apretado abrazo de oso, ella besó tiernamente su mejilla y le dijo algo en el oído que no puedo escuchar, él responde de la misma manera antes de devolver a Mila al suelo. Di un paso al frente justo en el momento en que nuestras miradas se encontraron. Me congelé en mi lugar, incapaz de mover un sólo músculo. Aaron avanzó un par de pasos hasta quedar frente a mí.
—¿Usted aquí? —preguntó, en voz baja.
—Vine a despedirme —susurré.
Fui consciente de las dos personas observándonos a nuestro lado, pero traté de ignorarlos. Deseaba que aquel instante se convirtiera en algo íntimo, en algo que sólo involucrara a dos personas: Charlotte Brown y Aaron Been.
—Habla como si me estuviera yendo para siempre o como si estuviera a punto de morir —bromeó—. Serán un par de semanas.
—Lo sé, pero usted tiene que...
Una vez más los altavoces llenaron el lugar. Aaron tenía que marcharse.
—Nos veremos pronto, señorita Brown. —Tomó mi mano herida y acarició mis dedos sobre la bandita que cubría los cortes—. Cuídese mucho ¿está bien?
Asentí lentamente con la cabeza. Aaron me envolvió entre sus brazos, el gesto me tomó por sorpresa y mi cuerpo se tensó al instante. Duró menos de tres segundos pero podía estar segura de que todo lo que valía la pena en mi vida se redujo a ese lapso tan corto de tiempo. Le observé alejarse a través de la sala, le entregó su boleto de avión a la azafata y desapareció por el umbral. Fue entonces que recordé la nota en el bolsillo de mis vaqueros.
Joder.
Me quedo de pie, cómo una idiota viendo al vacío y odiándose por perder la última oportunidad que conservaba.
—¿No viene, Miranda? —preguntó Oleg, andando a lado de Mila.
Ambos se detuvieron por un momento para observarme con curiosidad. Me pregunté qué aspecto tendría para causar tal expresión en sus rostros. Mi respiración se agitó, mis manos comenzaron a sudar; mi cuerpo exigió movimiento.
—Necesito ir al baño —dije, al ser lo primero que se me ocurrió.
Oleg asintió y continuó alejándose. Cuando finalmente lo perdí de vista, caminé hasta la mujer que recogió un minuto antes el boleto de Aaron y me paré frente a ella, determinada a conseguir mi cometido.
—¿Va a abordar? —preguntó, mirándome con las cejas levantadas.
Un nudo bloqueó mi garganta.
—No, yo... —Me aclaré la garganta—. En realidad necesito que me haga un favor. Verá, necesito que alguien que acaba de abordar reciba un recado...
Saqué el papel arrugado de mis vaqueros y se lo extendí. Ella frunció el ceño.
—Lo siento, me temo que no puedo ayudarla. —Se disculpó, negando con la cabeza—. Una vez que el último pasajero pasó por esa puerta —señaló a su espalda—, es cerrada y nadie más puede hacerlo, ni siquiera yo.
—Por favor. —Supliqué. Literalmente—. ¿Alguna vez ha estado enamorada? —asintió—. Entonces entenderá que éste papel debe llegar a su destino.
—¿Por qué no simplemente le manda un mensaje de texto?
—Oh, claro ¿Cómo no se me ocurrió antes? —Gruñí, sarcástica—. Él no debe saber que se trata de mí. Ojalá fuera tan fácil cómo simplemente mandarle un jodido texto.
La mujer no respondió, entrecerró un poco más sus ojos verdes, se acomodó el chaleco azul marino sobre su estómago plano y suspiró.
—Puedo prestarle mi móvil —dijo, mientras sacaba su teléfono celular de un bolsillo en su falda—. Es un número privado así que no sabrá de quién se trata y tampoco podrá intentar contactarme.
Me lo ofreció, titubeé un poco antes de aceptarlo. No obstante, no contaba con un plan b y tampoco estaba dispuesta a renunciar. Escribí el mismo mensaje que se encontraba en el papel y lo envié al número de móvil de Aaron. Una vez concluida esa parte de mi plan, regresé al auto de Oleg y subí, sin darle tiempo de bajarse y abrirme la puerta cómo lo obligaban sus buenos modales.
Llegamos hasta nuestro piso, apenas si cruzamos unas cuantas palabras. Me despedí de ambos antes de entrar a casa, directamente a la computadora portátil sobre el comedor. Busqué la página de internet de una aerolínea y compré un boleto a Madrid para la tarde del día siguiente, no había tiempo que perder. Un par de días me separaban del inminente enfrentamiento con Aaron, por fin sabría la verdad. Estaba preparada para ser odiada, rechazada y olvidada sin ninguna contemplación de su parte. También abrí mi cuenta de correo, como siempre, deseché todo sin detenerme a leerlo antes.
De: Charlotte ([email protected])
Para: Matty ([email protected])
Asunto: Viaje al catástrofe.
Aaron se fue hoy. Oleg, Mila y yo fuimos a despedirlo al aeropuerto. Sólo unos minutos antes de verlo marcharse tomé la decisión de que llegó la hora de que él lo sepa... Voy a alcanzarlo en Madrid. Me encontraré con él el próximo lunes. Me siento determinada, me siento valiente y capaz. Sinceramente, Matty, estoy lista para lo peor al mismo tiempo que una absurda parte de mí mantiene una esperanza. Necesito que me cubras con Xavier, dile que estoy terriblemente enferma de fiebre cubana o algo por el estilo.
Con todo el cariño, Charlotte.
Imprimí mi boleto antes de apagar la portátil. Empaqué tres cambios de ropa en una pequeña maleta gris que dejé en la sala. El resto del día se pasó en películas románticas y más chocolate, chocolate que mi estómago se encargó de devolver antes de irme a dormir. Me metí bajo mis sábanas con un poco de jazz para relajarme, intenté olvidar lo que me esperaba al día siguiente pero nada fue suficiente. La marea de posibilidades, de posibles palabras hirientes, miradas acusadoras y culpas pesaron demasiado sobre mis párpados. Soñar era un lujo que no pude darme ante la perspectiva de un futuro corazón roto. Mi corazón roto.
Me desperté antes de que la alarma sonara, tomé un baño de una hora y me puse lo primero que encontré en el closet. Busqué qué hacer durante el tiempo que tenía que esperar antes de irme al aeropuerto, pero todo parecía demasiado inútil. Finalmente salí arrastrando mi maleta a mi costado izquierdo, tres horas antes de que mi avión despegara.
Entré al elevador y me sentí enferma al instante. Comencé a sentirme paranoica y un tanto claustrofóbica, el oxígeno no llegaba a mis pulmones y éstos se contraían dentro de mi pecho. El espacio no era suficientemente grande, debía salir o me ahogaría.
Las puertas se abrieron después de lo que pareció una eternidad, abandoné el elevador de un salto. En mi urgencia por escapar de aquel cubo pequeño que estaba a punto de aplastarme, mis pies se enredaron y caí al suelo. Las palmas de mis manos sufrieron lo peor, de mis labios salió un grito de dolor.
—Miranda. —Fue su acento ruso lo que delató la personalidad del hombre que me envolvió en sus brazos para ayudarme—. ¿Se encuentra bien?
¿Qué si me encontraba bien? Ja, ja, ja. Mi vida estaba a punto de cambiar, a punto de irse al demonio. Si todo salía cómo esperaba, probablemente ni siquiera podría volver al edificio. No tendría cara para mirar nuevamente a Aaron y tampoco podía obligarlo a que fuese él quién dejara su casa por mi culpa.
—Estoy bien, gracias —balbucí.
Oleg me soltó y se inclinó por mi maleta.
—¿Saldrá de viaje? —averiguó.
—Debo hacerme cargo de un set de grabación fuera del país. —Expliqué, sin saber exactamente por qué le oculté la verdad a Oleg.
Él me miró, notablemente preocupado. Comencé a caminar antes de que pudiera hacerme otra pregunta.
—¿Cómo llegará al aeropuerto? —preguntó, a mis espaldas. Escuché sus pasos tras de mí.
—Tomaré un taxi.
—Deje que yo la lleve. —Propuso, alcanzándome cerca de la puerta doble de cristal.
—No es necesario, Oleg. Gracias.
—No puedo dejarla ir en ese estado. Está demasiado nerviosa.
Me detuve, di media vuelta sobre mis talones y lo enfrenté.
—Estoy bien, Oleg —refunfuñé. No era justo para él, pero necesitaba correr antes de que mi interior explotara—. No se preocupe por mí, ¿está bien?
Asintió sin decir más. Suspiré, una parte de mí me dijo que debía disculparme mientras que la otra no dejaba de repetir el nombre de Aaron como una oración de súplica.
Tomé mi maleta en una mano y continué andando. Fijé mi vista en el otro extremo de la calle. El cha cha cha sonaba dentro de la florería mientras la dueña acomodaba en un jarrón de cerámica un ramo de flores que reconocí de inmediato: campanillas españolas.
—¡Miranda!
La manera en la que gritaron mi nombre me hizo volver la cabeza. Oleg se encontraba de pie en la acera fuera del edificio, sus sorprendentes ojos azueles se abrieron en una expresión de terror. Un segundo después todo fue oscuridad.
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