XLIII
Cuando llegamos al hospital, los paramédicos bajaron a Wolf de la ambulancia en una camilla para llevarlo dentro de la sala de emergencias en donde fueron recibidos por un par de médicos. Tras ellos corrió Renée a punto de colapsar en una crisis nerviosa. Un par de hombres se encargaron de bajar la camilla sobre la que descansaba, el dolor en mi rostro se incrementó a causa de la baja temperatura que azotaba la noche y enterré mis uñas en las palmas de mis manos para evitar echarme a llorar. Cruzamos las puertas de cristal y recorrimos un pasillo cuyas paredes eran cubiertas de pintura blanca. La camilla se detuvo en un espacio pequeño que era rodeado por un par de cortinas azules dividiendo el espacio del resto de las camillas.
—Necesito que me dé algunos datos para llenar su expediente —dijo una enfermera con gesto de fastidio—. ¿Puede hablar?
Intenté rodarle los ojos, pero mi ojo izquierdo se llenó de dolor sólo con pestañear.
—Necesito medicamentos —musité, con la mandíbula apretada.
La mujer vestida de verde me observó con desdén y cerró con demasiada fuerza la tabla metálica que sostenía entre sus brazos.
—Regresaré más tarde —masculló—. En unos momentos más vendrá el médico para revisarla.
—Espere yo de verdad...
Pero la mujer se fue sin más. Cerré los ojos y me concentré en mi respiración. Recordé que Norman solía decir que el dolor estaba en la mente, que si logramos concentrarnos podemos hacer que desaparezca. Sinceramente, deseé mandarlo al demonio.
—Santo Dios —chilló una voz masculina junto a mí.
Gruñí. El golpe me causó alucinaciones, podría jurar que fue precisamente Norman Abney quién acababa de hablar.
—Charlotte, ¿quién te hizo esto? —inquirió, horrorizado.
Abrí los ojos con cuidado. La mirada a de Norman se concentró en mí, en su rostro masculino se dibujó una mueca de dolor. Dolor ajeno, por mí. Vaya, realmente debía lucir fatal.
—Hola —saludé, intentado sonreír—. ¿Tú me darás un jodido medicamento?
Él continuaba mirándome con los ojos como platos. Se acercó titubeante a mí y tomó mi mano derecha.
—Claro —balbuceó—. ¿Puedes sentarte?
—Por supuesto —respondí—. Esos paramédicos son unos exagerados, pude llegar sola hasta aquí.
Norman asintió, aunque en realidad no parecía estar para nada convencido de mis palabras. Tardó varios minutos revisando mis golpes y limpiando los cortes en mi labio inferior. Durante todo el tiempo, su mandíbula tensa dejó a la vista el malestar que le causaba ver mi estado y lo agradecí. Resultó gratificante ser testigo de su preocupación, tal vez sonara precipitado, pero aquellas personas se habían convertido en parte importante de mi vida y la expresión de Norman me demostraba que era correspondida. Llegaron en el momento justo, me mostraron lo afortunada que era a pesar de todo, y jamás tendría como pagar la lección de vida que me regalaron.
—¿Quién fue, Charlotte? —insistió, mientras colocaba una cinta sobre mi labio inferior.
Me quejé al sentir la presión de su dedo pulgar.
—Un viejo enemigo —respondí, evitando su mirada escrutadora.
—Charlotte —advirtió.
—Su nombre es Terry Wolf —dije, a regañadientes—. Lo despedí de mi bufete hace algunos meses e intentó buscar venganza.
—Hijo de perra —murmuró—. ¿En dónde está?
Su cuerpo se tensó un poco más si es que eso era posible. En su voz sonó un tono intimidante que nunca antes había escuchado y me encogí un poco.
—N-no lo sé —tartamudeé—. Supongo que tienen que hacerle una cirugía... Recibió un disparo en una pierna.
—¿Le disparaste? —Los ojos de Norman se abrieron de manera cómica, casi me eché a reír.
—No —acepté, aunque me hubiera encantado—. Fue su hija, es una larga historia. ¿Puedo pedirte un favor?
—Por supuesto.
—¿Podrías verificar cómo se encuentra ella? Su nombre es Renée Wolf y estaba realmente aterrada.
—Lo haré. Ahora descansa un poco, ¿está bien?
Asentí.
Norman me ayudó a recostarme nuevamente en la camilla, cubrió mi cuerpo con una sábana y besó mi frente. El gesto me tomó por sorpresa, pero no dije nada. Me hizo sentir protegida y la verdad era que extrañaba aquella sensación.
Obedecí las instrucciones de Norman, cerré los ojos e inmediatamente fui arrastrada por el sueño.
Pronto lo que inició como una simple pantalla negra se convirtió en un escenario colorido. Tras de mí, la playa del lago Michigan se extendía con colores deslumbrantes causados por el atardecer. Usaba un vestido blanco de playa y entre mis manos sostenía un ramo de margaritas sujetadas por un listón azul. Avancé a lo largo de un pasillo formado por dos filas de antorchas altas a mis costados y cuyo fuego bailaba al ritmo del viento. Frente a mí, la figura de un hombre alto me esperaba bajo un modesto arco de madera adornado con flores blancas. Me acerqué un poco más, guiada por la curiosidad y un sentimiento más profundo que no pude explicar. Cuando estuve a escasos centímetros de él, me ofreció su mano izquierda, la acepté con una sonrisa y terminé con la poca distancia que nos separaba. Su rostro que permanecía oculto bajo las sombras causadas por el choque de luz en su espalda, finalmente quedó al descubierto.
—Dorogaya —susurró Oleg, mirándome con adoración.
Mi alma entera se sacudió. Pronto fui invadida por una felicidad que no creí que existiera. Apretó mi mano entre las suyas antes de llevarla a sus labios y sonreír, sonrió como la primera vez que dormí entre sus brazos.
—Hola —respondí, reprimiendo el impulso de lanzarme entre sus brazos y rogarle porque nunca más se alejara de mí.
—Te eché tanto de menos —confesó.
Lucía tan guapo, vestido de esa manera, lucía mejor que en cualquier fantasía. Su pajarita combinaba con el listón de mi ramo y éstos con el tono de sus ojos, un azul profundo, como el mar al atardecer.
—No vuelvas a irte —supliqué, movida por el remolino de sentimientos en mi interior.
—¿Cómo podría? —Sus entrañables brazos me envolvieron y besó la cima de mi cabeza—. Mi querida Charlotte, te amo tanto que no puedo imaginar cómo sería estar lejos de ti.
Sonrío. Ansié decirle que yo tampoco podía hacerlo. Quería besarle las mejillas y rogarle porque se amarrara a mis caderas, gravar su nombre en mis labios y con negritas para que no albergara duda de que nunca nadie podría ocupar el lugar que conquistó dentro de mi pecho. Oleg dio un paso atrás, sus labios se curvaron en una sensual sonrisa antes de inclinarse sobre mi rostro y buscar mis labios. Su boca sabía a esperanza, me regresaron a las tardes en Chicago y devolvieron la magia a las comedias románticas que alguna vez me parecieron crueles parodias de lo que jamás tendría. Sin embargo, cómo los créditos al final de las películas, la separación llegó de golpe.
—Pronto volveré por ti, querida.
Sus palabras fueron la antesala del final. Abrí los ojos, su nombre se atoró en mis labios secos, lo busqué alrededor a sabiendas de que no iba a encontrarlo y sentí un vacío enorme al comprobarlo. Lo único me que rodeaba eran las cortinas azules, el techo blanco con la odiosa lámpara brillando directamente sobre mis ojos y el ruido del personal moviéndose de un lado a otro. Me quedé dormida una vez más, sin embargo ésta vez no hubo nada más que soledad. No me encontré con ningún rostro familiar y me llené frío. Nadie pronunció mi nombre y por un segundo temí olvidarlo.
Matty hizo una mueca que pareció una sonrisa. Se encontraba de pie frente a la camilla, mirándome con sus ojos color aceituna bajo sus gafas gruesas.
—Hola —susurró.
—Hola.
—¿Cómo te sientes?
—Me duele casi todo. —Pasé las puntas de mis dedos por mi pómulo izquierdo y fui atravesada por una punzada de dolor—. Seguro luzco peor de lo que me siento.
—Nada que un poco de maquillaje no pueda arreglar —bromeó.
Intenté reír, pero en su lugar, un gruñido escapó de mis labios.
—¿Cómo están Nicole y la bebé? —pregunté.
—Ellas están estupendamente, no te preocupes. Kenny volvió está mañana, enloqueció nada más ver a Magie. También están preocupados por ti, todos lo estamos.
—Estoy bien, Matty. Sólo fueron algunos golpes, puedes estar segura de que Wolf se llevó la peor parte.
Matty sacudió la cabeza y suspiró, era notable la preocupación en su rostro.
—El médico dice que mañana te darán de alta —continuó, bajando la mirada al suelo—. Charlotte, la policía está aquí, dicen que tienen que hablar contigo.
—Bien. Estoy lista.
Fui trasladada a una habitación dos pisos por encima de urgencias, los oficiales tomaron fotografías de mis heridas, mientras me bombardeaban con cientos de preguntas que no estaba segura de cómo responder. Tener que contarles lo ocurrido con Terry Wolf me revolvió el estómago. Norman entró junto con ellos y me tomó la mano durante lo que duró la interrogación, dando ligeros apretones para intentar tranquilizarme y me susurró que todo irá bien cuando busqué su mirada para darme un poco de valor. Me descubrí sorprendida al recordar a Renée apuntando a su padre con el arma. Un escalofrío que recorrió de las puntas de mis pies hasta el último de los cabellos en mi cabeza me sacudió. Los oficiales se despidieron después de varios minutos y Norman los siguió para terminar con los trámites legales. Me quedé sentada en la orilla de la cama, las uñas de mis pies seguían cubiertas por el barniz azul marino con el que Rebecca los pintó una semana atrás. No pude evitar sonreír al recordarla.
La puerta se abrió de golpe en el segundo siguiente. Mis amigas entraron como tromba, sin embargo no cómo solían hacerlo en el pasado, Renée sujetaba a Matty por el codo y la empujó dentro, ésta dio un traspié y soltó un gruñido.
—Suéltame —ladró Matty, tirando de su brazo.
Renée deshizo su agarre, pero volvió a empujarla hasta que ambas quedaron frente a la cama.
—¿Qué demonios ocurre? —mascullé.
—Traje a Matilda porque nos debe una explicación —respondió Renée, recorriendo a Matty con desprecio.
—No entiendo —dije.
Renée sacudió la cabeza y algunos mechones de cabello rubio cayeron sobre su frente. Me pregunté en dónde quedó la mujer que yo conocía. ¿Qué fue de la Renée pretensiosa que vestía con escotes descarados? ¿Cuándo fue que reemplazó los Louis Vuitton por aquellas deportivas sucias?
—Hace un par de semanas me enteré de que en realidad eres una heredera millonaria, que solías ser la jefa de mi padre y que lo despediste por acoso sexual. Charlotte, ¿por qué nunca me contaste todo eso? —«Porque no confiaba en ti», pensé—. Cuando supe de los planes de mi padre, busqué a Aaron, pero él no sabía en dónde encontrarte, me acusó de haberte traicionado y de cosas horribles que se supone hice en tu contra.
—No la escuches, Charlotte —intervino Matty, empujando a Renée a un lado—. Recuerda lo que te hizo, ella no es de fiar, su padre intentó matarte.
Pero Renée no se detuvo.
—Aaron me acusó de sentir envidia, de ser una mujer frívola y superficial, no entendía nada de lo que decía, pero sabía en algo tenía razón. —Renée sorbió su nariz—. No fui una buena amiga para ti, no sé comprometerme con las personas que me quieren, pero soy incapaz de hacer algo tan ruin en tu contra, Charlotte. Supongo que Aaron creyó en mis palabras porque me contó todo lo que había pasado entre ustedes tres y puedo jurarte que yo no tuve nada que ver.
—P-pero Matty —balbucí, volviendo la mirada a la otra mujer en la habitación—. Ella dijo que tú...
—Te mintió —declaró Renée, viendo a Matilda a los ojos—. Te hizo creer que fui yo quien te traicionó para lavarse las manos.
—Matty —susurré—. Por favor, explícame lo que Renée acaba de decir.
Ella frunció los labios y alzó una de sus cejas, en su rostro no encontré ningún atisbo de sorpresa por la acusación que acababan de hacer en su contra, en su lugar cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Quieres escuchar la verdad?—masculló finalmente—. Estaba cansada de ustedes, estaba harta de ser la pobre Matilda que tenía que vivir de la limosna de sus amigas ricas, estaba cansada de ser yo quien tuviera que preocuparse del alquiler de un departamento asqueroso mientras ustedes dos vivían tranquilas en sus casas de lujo.
—¿De qué hablas? —musité, siento un nudo instalándose en mi estómago y el centro de mi pecho.
—No soportaba verte actuando como una completa idiota —ladró—. Tienes millones en tus cuentas y preferías vivir del sueldo miserable que te pagaba Xavier, odiaba verte actuar como una imbécil adolescente cada vez que Aaron se te acercaba. Y odie más saber que Oleg te amaba mientras yo perdía a Kelvin... Tenía que hacer algo.
Desearía decir que sus palabras me destruyeron, pero la verdad es que todo dentro de mí se sentía entumido. Me limité a mirar los ojos vacíos de quien se suponía era mi mejor amiga, me quedé en pausa observando a Renée abalanzarse sobre ella y descargar dos bofetadas sobre su mejilla derecha. Matilda abrió los ojos como platos, intentó defenderse pero Renée era mucho más alta y sólo consiguió que la otra golpeara nuevamente su rostro. Renée tiró de ella y la empujó nuevamente por donde vinieron.
—Esperen... —Mi cabeza dio vueltas cuando mis pies tocaron el suelo—. No quiero volver a verte, Matilda. Deseo con toda el alma no volver a ver tu jodida existencia jamás.
Antes de terminar de digerir lo que acababa de pasar, mi puño se estrelló en el rostro de Matty. Renée la arrastró fuera con la nariz sangrando. Cuando la puerta volvió a cerrarse, un par de lágrimas escaparon de mis ojos y las limpié casi con rabia. No me culpé por confiar plenamente en ella, me prohibí sentir pena o remordimiento. Tal vez al día siguiente quisiera romperlo todo al terminar de caer en cuenta, pero por el momento bajé la mirada a mis uñas azules y recordé que no todo estaba totalmente perdido.
Aaron
Las líneas de la carta de Charlotte fueron lo único que me mantuvo anclado a ella. Pasó una semana desde la cena de nochebuena en el bufete y no conseguí dar con ella. El temor de que algo malo pudiera ocurrirle incrementó después de la desaparición de Renée hacia cinco días y el descubrimiento de Oleg. Los litigios ya no eran suficientes para mantenerme cuerdo, necesitaba encontrarla, me encontraba desesperado por volver a verle. El matrimonio Dashner se mantenía incomunicado en algún poblado de Italia y mis contactos se agotaron hacia unas horas.
Un par de golpes en la puerta me obligaron a concentrarme en el presente, doblé la carta de Charlotte y la guardé de regreso en el bolsillo de mi saco.
—Adelante —dije, acomodándome sobre la silla.
Wendell Dalvi entró dando zancadas grandes. El joven recién egresado de la Universidad de Chicago apretaba su computadora portátil sobre su pecho y me observó como si sintiera pena por mí.
—Lo siento, señor —dijo, deteniéndose frente a mi escritorio.
—¿Qué ocurre, señor Dalvi? —pregunté, señalando la silla junto a él.
Wendell se dejó caer de inmediato, su rostro ceniciento comenzaba a preocuparme.
—Acabo de recibir un correo electrónico, al parecer es un expediente médico de una mujer que fue agredida la semana pasada —explicó, hablando demasiado rápido. Pasó una mano por su cabello rubio y negó con la cabeza—. El correo llegó a mi cuenta personal, señor Been. Me han notificado que debo hacerme cargo del caso con total discreción.
—No entiendo nada de lo que dice. —Me incliné frente a él—. ¿Podría explicarse?
Wendell carraspeó, su frente se perló en sudor nervioso y mi estómago se encogió.
—Será mejor que usted lo vea —respondió. Abrió la portátil que descansaba sobre sus piernas y lo puso frente a mí.
Dudé antes de tomar la computadora, cuando lo hice me encontré con un par de fotografías que mostraban dos moratones enormes en lo que parecía ser un cuello femenino. Tal cómo Wendell dijo, se trataba del tipo de expediente que es realizado en casos de maltrato físico o abuso sexual. Bajé un poco más, las fotografías cambiaron. Un rostro apareció ante mí. El ojo derecho de Charlotte parecía estar evitando ser enfocado por la cámara mientras que el izquierdo se encontraba cerrado, rodeado por un enorme moretón. La bilis subió por mi garganta.
—¿De dónde demonios sacaste esto? —gruñí, poniéndome de pie de un salto.
Wendell también se levantó y se encogió un poco.
—Y-ya se lo dije —balbuceó—. Llegó a mi cuenta personal.
—¿Quién te lo envió? —ladré, subiendo un poco más el tono de mi voz.
—U-un hospital e-en Indiana.
—¿Indiana?
—Sí, señor. En un condado llamado Shelbyville.
Dios mío.
Me incliné sobre mi escritorio, obligándome a mirar nuevamente las fotografías. El labio inferior de Charlotte revelaba un par de cortes, al inicio del expediente encontré escrito su nombre, junto a algunos otros datos personales. Mis manos temblaron sobre el teclado de la computadora.
—¿Algo más? —inquirí, levantando la mirada a un nerviosos Wendell.
Él dudó antes de responder.
—La denuncia fue hecha hace un par de días en el condado, la señorita Brown fue dada de alta sin más complicaciones, un médico llamado Norman Abney la atendió. —Lo vi aflojarse un poco la corbata alrededor de su cuello—. Detuvieron al señor Terry Wolf acusado de intento de violación.
Forcé a mis pulmones en busca de un poco de oxígeno. Mi cuerpo fue sacudido por una mezcla de horror y rabia, tomé un pisapapeles que descansaba a mi lado y lo lancé frente a mí con toda la fuerza que poseía. El objeto hecho de granito se partió en varios trozos que salieron disparados por toda la estancia. El joven abogado dio un salto.
—Gracias, señor Dalvi. —Tomé mi abrigo del perchero a mi espalda y apreté mis puños alrededor de la prenda—. Quiero todos esos documentos en mi correo ya mismo. Yo personalmente me encargaré del caso.
Salí de mi oficina sin esperar su respuesta. Abrí la puerta a un par de metros de distancia sin siquiera llamar antes. Dentro encontré a Oleg sentado frente a una pareja que se daba la espalda.
—Lo siento, señores —dije, acercándome a la pareja—. El señor Ivanov no podrá seguir atendiéndolos, vuelvan en una semana.
Los tomé a ambos por un brazo y los obligué a levantarse.
—¿Qué le pasa? —espetó la mujer, sacudiéndose de mi agarre—. No puedo volver en una semana, tengo que divorciarme de éste perdedor ya mismo.
—Entonces pasaremos su caso a otro abogado.
—No quiero otro abogado, necesito...
—La secretaria les indicará qué hacer —interrumpí, abriendo la puerta para ellos—. Hasta luego.
Salieron después de maldecirme en voz baja y cerré la puerta tras ellos.
—¿Qué pasa, Aaron? —inquirió Oleg, mirándome desde el otro lado del mueble de madera.
—Tenemos que irnos.
—¿A dónde?
Oleg tomó sus cosas y comenzó a caminar sin dejar de mirarme con confusión.
—Indiana.
—No entiendo, Aaron.
Abrí nuevamente la puerta, Oleg salió primero y comenzamos a andar por el pasillo en dirección de los elevadores.
—Oleg, encontré a Charlotte. Finalmente di con ella.
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