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XLII


Charlotte Brown cumplió veinticinco años sesenta y seis días atrás, por tanto en dos días festejaría la vigésima quinta navidad de su vida. Conoció a Lawrence Brown cuando tenía diecisiete años, una tarde en que el termómetro marcó ocho grados centígrados. Él llevaba muerto exactamente dos años siete meses y el dolor había disminuido a seis en una escala del uno al diez. Vivió sola durante quince meses en una de las nueve propiedades de su abuelo. Conoció a Aaron Been cinco horas después de su llegada al edificio y a Oleg un año después. Tuvo una relación con el hombre de treinta y dos años por un periodo de cincuenta y nueve días e hizo el amor con él en tres ocasiones. Huyó de Chicago treinta y ocho días atrás, dejando tres corazones rotos. Shelbyville tiene 19,191 habitantes en promedio y conoció a más de ochenta personas desde su llegada.

Nicole soltó un grito desgarrador, sacándome de mis pensamientos. Apreté mi agarre en su muñeca y ella volvió a pujar bajo las indicaciones del doctor Bay, concentrado entre las piernas de mi amiga.

—Sólo un poco más —dijo el médico, levantando la mirada para dedicarle una sonrisa a Nicole.

Ella asintió y pujó una vez más.

Nicole asistió a diez clases de respiración a lo largo de su embarazo. La conocí en la semana treinta y cinco de gestación, entonces llevaba dos años casada con Kenny, quien era mayor que ella por cuarenta y seis meses. Los Murphy vivían a doce metros de mi puerta principal y el café que más se vendía en Hope costaba cinco dólares.

—Puedo verla —anunció el doctor—. Eso es, Nicole, ya casi.

Nicole me sonrió y apretó un poco mi mano. Sentí un nudo formarse en mi garganta, en unos minutos más, Nicoles vería realizado uno de sus más grandes sueños. Nicole pujó unas cuantas veces más, animada por su médico. Tras un grito que me congeló la sangre por un segundo, en la habitación cayó un silencio de anticipación. Entonces el milagro ocurrió, el llanto fue apenas audible al principio, pero adquirió fuerza casi de inmediato.

—Felicidades, Nicole —le dijo el Doctor Bay, poniendo a la vista a una pequeña personita cubierta de sangre—. Es una niña hermosa y sana.

Nicole rió hasta que su bebé fue colocado entre sus brazos y el llanto se hizo presente. Los dedos del bebé atraparon el dedo índice de su madre, causando más lágrimas en ella. Yo misma estaba echa una Magdalena.

—Magie —susurró Nicole, viéndome a los ojos—. ¿No te parece preciosa?

—Lo es, Nicole —respondí, limpiando mis propias lágrimas—. Es la bebé más hermosa que he visto en mi vida.

Nicole besó la frente de su hija y ésta se retorció entre sus brazos. El médico me ordenó salir de la habitación por un momento para limpiar a ambas mujeres Murphy. Cerré la puerta tras mi espalda y bajé las escaleras lo más rápido que mis engarrotadas piernas me lo permitieron. En la sala, Matty y Rebecca caminaban de un lado para otro con los rostros llenos de nerviosismo y los abrigos a medio cerrar.

—¿Cómo está? —inquirió Rebecca en cuanto me vio llegar.

La custodia de Rebecca me fue concedida cuatro días atrás, en tanto los trámites de adopción eran completados.

—Está bien —respondí, tumbándome en uno de los sillones—. Ambas lo están.

Mis acompañantes dieron saltitos de felicidad y se abrazaron. Afuera la nieve seguía cayendo. Navidad sería en dos días y las tormentas de la última semana dejaron varios caminos cerrados y una inestable energía eléctrica. Kenny continuaba varado en el aeropuerto de Washington hasta que el clima mejorara, todavía no habíamos podido comunicarle que acababa de convertirse en padre.

El médico bajó media hora más tarde, Nicole y su pequeña estaban listas para recibir visitas, aunque nos advirtió que debíamos ser rápidas para dejar descansar a la nueva mamá. Finalmente se marchó en medio de la tormenta, antes de dictar algunas otras indicaciones. Corrimos todas hasta la habitación principal, Nicole permanecía recostada en el centro de la enorme cama matrimonial con un bulto rosa en brazos.

—Chicas —dijo ella, descubriendo un poco del rostro de su bebé—. Les presento a Magie Adeline Murphy.

Mis ojos se llenaron de lágrimas una vez más al escuchar el nombre de la recién nacida. Cubrí mi boca con mis manos, mientras me acercaba a ellas.

—Nicole —balbucí, limpiando mi rostro—. No es necesario que...

—Lo es —interrumpió—. Nunca olvidaré lo que hiciste por nosotras ésta noche, Magie. Mi bebé no puede llevar ningún otro nombre y estoy segura que Kenny estará de acuerdo.

Luché con el nudo que bloqueó mi garganta. Los Murphy me dieron más que una amistad incondicional, a pesar de ser una completa extraña, me dieron el privilegio de estar con ellos durante una de las etapas más hermosas de sus vidas: el nacimiento de su primogénita. ¿Y cómo les había pagado? Diciendo mentiras desde mi llegada.

—Nicole, tengo que confesarte algo —suspiré, sorbiendo mi nariz—. En realidad mi nombre es...

—Te llamas Charlotte Brown —intervino ella, sonriéndome—. Eres la heredera de la firma Brown & Epps de Chicago y tus padres eran Thom y Melissa Brown.

Si, bueno, eso no era del todo cierto; pero no la contradije. Ya habría tiempo para contarle la verdad.

—¿Cómo te enteraste? —inquirí, mirando como Nicole rozaba su nariz con el de su hija.

—Shelbyville no es Chicago. —Levantó la mirada y se encogió de hombros—. Pero aquí también hay internet y se publican revistas de cotilleo.

—Lo siento, Nicole. No pretendía mentirles, es sólo que yo...

—No te disculpes, después hablaremos de ello. ¿Está bien?

—Bien —acepté.

El cabello de la pequeña era tan negro como el de su madre y tenía la nariz pequeña de su padre. Nicole besó la frente del bebé y jugó con sus deditos arrugados, acariciándola con suma delicadeza. No pudo tocarle una mejor familia, acababa de nacer y Magie era ya la niña más afortunada del planeta. Kenny junto a su esposa, serían unos padres extraordinarios, bastó con ver el rostro de la madre para entender cuanto amaba a la persona que acababa de traer al mundo. Algo dentro de mí se retorció, mi mente arrastró el rostro de Margaret la última vez que le vi. A pesar de todo el daño, sabía que en ese momento sufría. Se venía abajo al ver a su hija marcharse una vez más y tal vez para siempre. Fui testigo en primera fila del desgaste que significa darle vida a otro ser humano y ella lo hizo por mí. Quizá jamás lograra sentir por ella un amor incondicional, pero esa noche, viendo a Magie Adeline Murphy dormir entre la seguridad de los brazos de su madre, me di cuenta que había perdonado a Margaret. Le perdonaba por todo y sinceramente.

Nicole se quedó dormida lo más cerca posible de su hija. Salí junto con Matty y Rebecca de la habitación y nos repartimos algunas tareas. Rebecca estaría al pendiente de las mujeres Murphy durante el primer turno, Matty se encargaría de preparar algo de comida, mientras que yo intentaría comunicarme con Kenny.

La tormenta persistió y después de algunos minutos la línea telefónica se vino abajo. Mierda. Me envolví en mi abrigo y caminé a la cocina en busca de mis guantes. Dentro me encontré a Rebecca, sentada en un taburete cortando algunas verduras con cara de pocos amigos.

—¿Y Matty? ­—pregunté, inclinándome para recoger mis guantes rosas que descansaban en el suelo junto a un paraguas café.

—Fue a verificar a Nicole —refunfuñó ella, mientras cortaba un calabacín con una fuerza exagerada. El calabacín se partió en dos y las mitades salieron disparadas a ambos lados de la tabla de picar—. Al parecer tu amiga no confía del todo en mí.

—No te lo tomes personal, Rebecca —respondí, quitándole el enorme cuchillo de las manos—. Matty es así, siempre quiere verificar todo con sus propios ojos.

La adolescente puso los ojos en blanco.

—¿Pues sabes qué? —gruñó—. A mí tampoco me cae bien.

Me arrancó el cuchillo y siguió cortando vegetales al mismo tiempo que maldecía entre dientes.

—D-dile a Matty que volveré en un rato. Tal vez el teléfono en casa aun funcione.

Rebecca asintió sin levantar la mirada.

Froté mis manos para mantener el calor, al mismo tiempo que bajo los peldaños del porche. La calle permanecía desierta y las lámparas en las aceras parpadeaban. Mis pies lucharon contra los centímetros de nieve acumulada en el jardín, mordí mi labio inferior para controlar los temblores que amenazaron con sacudirme. Alcancé la puerta de mi casa un par de minutos más tarde, giré la llave torpemente y la puerta cedió. La lámpara en el corredor continuaba encendida, tal como la dejamos antes de salir corriendo a casa de Nicole. Me deshice de mis guantes y caminé hacia la sala en busca del teléfono, rogando porque éste funcionara.

—Es un placer volver a verla, señorita Brown.

Me detuve en seco. La voz aguda y aterradoramente familiar provocó un horrible escalofrío en mi espina y mi adrenalina se disparó. Giré lentamente, suplicando por que aquellas palabras fueran producto de mi imaginación. Sin embargo, los ojos grises de Terry Wolf me observaron quince centímetros sobre los míos.

—¿Qué hace aquí? —musité, intentado mantener a raya el miedo que comenzó a invadirme.

Wolf rió con sorna y me estremecí.

—¿Qué crees tú? —ronroneó, acercándose a mí. Atrapó las puntas de mi bufanda y jugó con ellas, sin quitarme la vista de encima—. Todos en Chicago te echamos de menos, así me que tome la libertad de venir a buscarte.

Di un paso atrás.

—Largo de mi casa. —Ordené, con toda la valentía que fui capaz de reunir, pero mi voz titubeó lo suficiente para que una sonrisa se extendiera por su rostro—.Si no se marcha ahora, llamaré a la policía.

Wolf cerró una vez más el espacio entre nosotros. Levantó una mano y acarició mi rostro.

Giré la cabeza.

—Eres más guapa de lo que quisiera admitir —murmuró—. Pudimos pasar momentos inolvidables, pero tu estúpido sentimentalismo lo arruinó todo.

—Largo —repetí.

Él soltó una carcajada que erizó la piel bajo mi nuca. Se inclinó sobre mi rostro hasta que sentí su respiración en mis labios. Di otro paso atrás.

—No tengas miedo, cariño. —Su voz se tornó un poco más aterrador—. No te haré daño, al contrario.

­—Si no se va ahora mismo, comenzaré a gritar.

Volvió a reír. Los dos sabíamos que nadie iría en mi auxilio. Sin embargo, era consciente de que tenía salir de allí cuanto antes. Inhalé profundamente antes de empujarlo con todas mis fuerzas. Éste se tambaleó un poco a mi izquierda, chocando con la mesa junto a las escaleras. La lámpara cayó y se apagó, sumiéndonos en una oscuridad invernal que se antojó espeluznante. Aproveché la distracción para salir disparada a la puerta principal. No obstante, Wolf se movió más rápido y atrapó el gorro de mi abrigo para tirar de él. Perdí el equilibrio y caí sobre mi espalda, el oxígeno abandonó mis pulmones por el impacto. Terry se apresuró a abalanzarse sobre mí, sosteniendo mis muñecas a ambos lados de mi rostro.

—Niña idiota —gruñó—. ¿De verdad creíste que no me cobraría la humillación que me hiciste pasar?

Movió su rostro entre mi cabello, pasó su lengua a lo largo de mi cuello antes de que sus dientes hicieran presión sobre mi piel.

—Yo debí ser el presidente de la firma —continuó. Me sacudí de su agarre, pero él era más fuerte—. Después de tantos años de ser el lame botas del idiota de tu abuelo, es lo menos que merecía, pero el vejete nombró al inepto de Dashner. No sabes lo mucho que me alegró su muerte, era un idiota conformista.

—Te prohíbo hablar así de mi abuelo —ladré—. Él era mil veces mejor que tú.

—Y después, cuando finalmente creí haberme deshecho de Dashner, llegas tú y arruinas mis planes.

Se inclinó una vez más y mordió el otro extremo de mi cuello. Un torrente de lágrimas se acumuló en mis ojos, pero me forcé a contenerlas.

—¿De verdad creíste que nombrando a Been el nuevo presidente de la firma, lograrías hacer que te ame? —Se mofó.

Sacudió mis muñecas sobre mi cabeza y me sujetó con una sola mano mientras desabrochaba mi abrigo con la otra.

—Él no es el hombre intachable que tú imaginas. ¿Sabías que se le ha visto muy bien acompañado de una mujer durante tu ausencia? —Inquirió, contra mi escote—. Ella parece bastante joven además de que es sin duda hermosa. Parece que Aaron se olvidó completamente de ti, ha conseguido la presidencia del bufete y ya no es necesario seguir jugando a ser tu enamorado.

Mi sangre se congeló en mis venas. Me negué a creer en las palabras de Wolf. ¿Por qué tendría que hacerlo? Era un mentiroso y quería hacerme daño. 

«Muévete, Charlotte.», ordenó mi subconsciente.

—No te creo —espeté—. Eres un bastardo mentiroso, odias a Aaron porque resultó ser mejor abogado que tú. El gran Terry Wolf fue despojado de su corona por un hombre más joven y atractivo que él. Es eso lo que no te deja dormir.

Wolf volvió su atención sobre mi rostro, sus ojos eran dos pozos oscuros de irá. Por supuesto, nada le dolía más a aquel hombre como su orgullo. Abrió la boca para responder, pero me moví un segundo más rápido. Mi rodilla se estampó en su entrepierna. Terry cayó a mi izquierda hecho un ovillo.

—Puta, hija de perra —gruñó, con la mandíbula apretada.

Me arrastré un par de centímetros sobre mi trasero, cuando estuve lo suficientemente alejada de él, me puse de pie y corrí en dirección de la puerta que da al jardín. Avancé entre la oscuridad, chocando con algunos muebles a mi paso. El sonido de mi corazón fue lo único que pude escuchar y mi cabeza estaba desorientada. Me encontraba a un metro de las cortinas que cubrían la puerta de cristal, correría hasta la casa de Nicole y me las arreglaría para contactar a la policía.

Tomé la cortina verde con mi mano derecha. La estructura de madera que sostenía la tela chocó contra el cristal tras mi intento por mantenerme en pie. No lo conseguí, el golpe en mi espalda me hizo caer sobre mi estómago. Intenté gritar, pero nuevamente, me había quedado sin oxígeno. Wolf giró mi cuerpo, se colocó a horcajadas sobre mí y aprisionó mis brazos entre mi cuerpo y sus piernas.

—Zorra —escupió, levantando su brazo derecho.

Su puño se estampó en mi mandíbula. El dolor se extendió por todo mi rostro y un líquido caliente bajó por mi barbilla. Wolf se inclinó sobre mi rostro y mordió mi labio inferior, provocando un corte más. Tenía que escapar, pero los últimos rastros de fuerza se esfumaron de mi cuerpo. Terry incorporó el rostro, sus ojos me observaron llenos de burla. Escupí sobre su cara. Mala idea. Un golpe más atenazó sobre mi pómulo. Mi visión se nubló, las vigas del techo se multiplicaron. Escuché la risa de Wolf, pero sonó lejana. Estaba derrotada. Cerré los ojos en espera de lo peor.

—Aléjate de ella —masculló una tercera persona.

Abrí los ojos al reconocer aquella voz. El hombre se levantó de un salto y encaró a la recién llegada.

—¿Qué demonios haces aquí? —inquirió Wolf.

Se quedó helado al contemplar la escena que descubrió. Frente a él se encontraba Renée Wolf, sosteniendo un arma entre sus temblorosas manos.

—¿Qué haces? —Ladró su padre, dando un paso al frente—. Baja esa arma.

—No te atrevas a dar un paso más —gruñó Renée, sacudiendo la pistola a la altura del pecho de Terry—. Te juro que soy capaz de disparar.

—¿Qué pretendes? —Continuó él, escudándose con la mano izquierda—. ¿Cómo lo supiste?

—No eres tan listo como crees, papi, hace días que me enteré de tus planes —Renée volteó a verme—. Intenté dar contigo antes, pero nadie sabía en dónde te encontrabas. Tuve que esperar hasta hoy para poder seguirlo.

Terry aprovechó la distracción de su hija y se abalanzó contra ella. Renée soltó un grito, bajó el arma unos cuantos centímetros y está se disparó. El sonido tapó mis oídos, un grito desgarrador sonó inmediatamente después. Terry Wolf se derrumbó, apretando sus manos sobre su muslo izquierdo.

Renée dejó caer la pistola a sus pies y cubrió su boca con ambas manos. Todo pasó demasiado rápido, retrocedí con ayuda de mis codos hasta que mi espalda chocó contra el cristal de la puerta.

—Llama a una ambulancia —gritó uno de ellos.

Asentí, aunque realmente nadie me observaba y me puse de pie a trompicones. El dolor en mi cabeza se expandió al encender la luz. La estancia se iluminó, dejando al descubierto el líquido rojo que emanaba de la pierna de Wolf. Cogí el teléfono y di gracias al cielo al comprobar que funcionaba. Llamé al número de emergencia e intenté explicar la situación, sin embargo lo único que salió de mi boca fue: «disparo», «ataque», «herido» y «rápido».

El propio Terry Wolf hizo un torniquete alrededor de su herida. Renée observaba como su padre se desangraba desde un rincón lejos de su alcance. Su bonito abrigo de corte inglés lucía fuera de lugar con los pantalones deportivos que vestía y el broche de plata que sostenía su cabello enmarañado no parecía hacer una buena combinación con sus convers negros. Renée parecía estar a punto de venirse abajo. A pesar del dolor que atravesó todo mi cuerpo, me acerqué a ella, pasé un brazo sobre sus hombros y la obligué a ponerse de pie.

—Gracias por salvarme —susurré, ayudándole a sentar en uno de los sillones.

Ella asintió. Levantó la cabeza y fijó su mirada directamente sobre la mía. Sus ojos rojos y ojerosos no mostraron más que una terrible culpa.

—Charlotte —dijo, entre hipidos—. Sé que piensas que te hice daño, pero sea lo que sea, te juro que yo no...

—No hablemos de eso ahora, ¿está bien?

—Bien.

Dos ambulancias llegaron acompañadas de un par de autos de policía. Terry fue subido a una de ellas, acompañado por su hija; mientras que yo fui forzada a subir a la otra. Matty junto con Rebecca y algunos vecinos salieron para enterarse de lo que ocurrido. Tranquilicé a mis dos amigas y les ordené quedarse en casa con Nicole hasta que Kenny llegara. Ellas accedieron a regañadientes y volvieron a la casa.

Dos sirenas funcionaban de camino al hospital. Tenía dos golpes en el rostro, un corte en el labio inferior y dos magulladuras más en mi cuello. Renée Wolf disparó una sola vez un arma pequeña que fue embolsada en un plástico para evidencias. La bala hirió a una sola persona, no sabía mucho sobre heridas por arma de fuego, pero estaba convencida de que ese hijo de puta no moriría.


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