XIX
Algo dentro de mí se sacudió después de leer la dedicatoria en la postal.
No me importa quién vea lo que envíe, o si todo el mundo sabe lo que pasa en mi cabeza.
No estaba segura del porqué, pero casi rogaba porque sus palabras fuesen una simple casualidad. Sin embargo, resultó imposible imaginar a Aaron escuchando la canción en la habitación de su casa en Barcelona, tomando la postal y escribiendo esas palabras para mí por el simple hecho de ser las que se encontraba escuchando en ese preciso minuto.
—Es preciosa —murmuré más para mí misma.
—Realmente lo es —coincidió Oleg.
Su voz me arrastró al presente, había olvidado que me encontraba en la misma habitación con él. La culpa de intensificó en cuanto me di cuenta de la situación, por un momento, mientras leía lo que Aaron escribió para mí, olvidé por completo lo que me llevó hasta el bufete. Incluso olvidé el dolor en mi pierna. No se supone que debería ser así, normalmente se espera que el hombre que te ama —en éste caso Oleg— sea el responsable de hacerte olvidar toda la mierda que hunde tu vida. Mi corazón de encogió dentro de mi pecho. Intenté abrir la boca para agradecer nuevamente a Oleg todo lo que hacía por mí, pero sentí que sería una manera inútil de disculpa por algo que ni siquiera notó. Metí la postal de regreso al sobre y la guardé en mi bolso, dentro de mi agenda para evitar que se maltratara. La mirada de Oleg se sentó sobre mí todo el tiempo. Puse mi bolso junto a mí y levanté la cabeza para encontrarme con el precioso rostro pálido de mi novio. Él me sonrió con cariño cuando se encontró con mis ojos. Extendí mi mano derecha, él la tomó y la apretó con ternura. Tiré de él y se apresuró a inclinar su rostro hasta que nuestras narices se rozaron. Cerré los ojos y aspiré su aroma, olía a madera con un toque de especias que me erizaron la piel. Terminé con el espacio entre nosotros, nuestros labios se tocaron. Recorrió mis labios con tal adoración, que no pude evitar entregar un poco de mí. Sería injusto no dar algo a cambio de todo lo que Oleg estaba otorgando, cómo si me diera una pequeña parte de su alma cada vez que me besaba, cómo si su vida se redujera a mis labios.
—Querida —susurró, después de cortar el beso—. Dorogaya.
Le sonreí y acaricié su mejilla. Sus ojos azules chispearon, evocando las estrellas en un cielo invernal.
—Creo que comenzaré a pensar en un apodo cariñoso para ti. —Comenté, jugando con el cabello sobre su oreja—. No me parece justo que sólo yo tenga uno.
Oleg rió.
—¿Cómo piensas llamarme? —preguntó, divertido.
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. ¿Cómo se dice "querido" en ruso?
Su sonrisa se ensanchó, negó con la cabeza y volvió a besarme. Respondí con gusto.
Ésta vez fue alguien llamando a la puerta quién nos obligó a separarnos.
—Adelante —dijo Oleg, mientras alisaba la tela de su saco a la altura de su vientre.
Karla entró a la oficina, nos observó a ambos por un momento y se sonrojó.
—Lo siento. —Se disculpó, desviando la mirada. Se aclaró la garganta y me miró por un segundo—. Cariño, Jack acaba de llegar. Te espera en su oficina.
—Gracias, voy en un momento —respondí.
—Con permiso —dijo ella, antes de abandonar la habitación.
Oleg me ayudó a ponerme de pie. Ahogué un aullido de dolor.
—¿Quieres que te lleve hasta allí? —preguntó, notablemente preocupado.
—Estaré bien —negué con la cabeza—. Cuando termine de hablar con Jack, regresaré aquí para que me llevas a casa, ¿está bien?
—De acuerdo —aceptó sin demasiada convicción.
Abrió la puerta para mí y salí de la oficina forzando a mi pierna que estaba a punto de romperse. El bastón soportaba la mayor parte de mi peso, pero eso no redujo la molestia. La distancia que recorrí hasta la puerta de Dashner se sintió como cientos de kilómetros cuándo la alcancé. Toqué un par de veces antes de escuchar al hombre del otro lado invitándome a pasar. Crucé el umbral y me ocupé una de las sillas frente a su escritorio. Mi cuerpo exigió algo de medicamento, lo reprendí recordándole que mi charla con Jack era mucho más importante.
—Eres una necia, Charlotte. —Reprendió Dashner, sentado del otro lado del mueble—. ¿Qué demonios es tan importante que no puede esperar hasta que estés mejor? Ni siquiera puedes sostenerte en pie. Carajo, no entiendo cómo fue que Oleg permitió...
—Por favor —interrumpí—. No estoy aquí para escuchar sus regaños, ya bastante tengo con los de Karla y Oleg.
El hombre suspiró visiblemente irritado.
—Bien —refunfuñó—. ¿En qué puedo ayudarte?
Fue mi turno de suspirar. En cuanto intenté abrir la boca, un nudo se formó en mi garganta, amenazando con hacerme romper en llanto. Inhalé y exhalé.
—Es... —Me aclaré la garganta—. Es sobre mi abuelo.
—¿Qué pasa con él?
—Señor Dashner —Volví a exhalar y no necesité nada más para desencadenar mis lágrimas. Tomé un respiro profundo—. ¿Es verdad... Que Lawrence Brown no es mi abuelo?
La pregunta lo tomó por sorpresa, abrió los ojos y se acomodó la corbata con nerviosismo.
—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó.
—Eso es lo de menos.
—Charlotte, Lawrence te amaba.
—No le pregunté eso, Jack.
Él se puso de pie, caminó detrás de la silla y pasó su mano una y otra vez por su escaso cabello. Finalmente se detuvo, apoyó los codos sobre el respaldo de la silla y me miró con seriedad.
—Escucha, Charlotte. —Por el tono de su voz, sabía que no me gustaría escuchar su respuesta—. Hay cosas que no me corresponden a mí decirte, Lawrence, tu abuelo, era mi amigo y confiaba ciegamente en mí... Y lo siento cariño, pero no puedo traicionarlo ahora.
—Por favor, señor Dashner —supliqué, un sollozo profundo hizo temblar mi cuerpo.
Cubrí mi rostro con ambas manos.
—Charlotte, no dudes del amor de tu abuelo, por favor —Dashner dudó un momento antes de continuar—. Él te dejó todo lo que poseía, dejó en tus manos su firma y sabes bien que después de ti, Brown & Epps era lo que más amaba.
No dijo ni una palabra más y quedó claro que no lo haría. Descubrí mi rostro, él se acercó y me dio su pañuelo. Limpié mis lágrimas y asentí.
—Agradezco sus palabras, Jack —dije, poniéndome de pie—. No dudo del amor de mi abuelo, sin embargo, entenderá que tengo derecho de saber la verdad y si no es con su ayuda, buscaré mis propios medios.
Salí tan rápido como pude, sin dejarle responder. Gracias al cielo, Karla no estaba en su escritorio por lo que pude huir hasta el elevador sin tener que dar explicaciones a nadie. Recordé el trato que hice con Oleg antes de abandonar su oficina, pero no me creía capaz de responder las preguntas que probablemente haría en cuanto notara mi aspecto.
El vacío en mi pecho crecía con cada segundo que pasaba, el sentimiento de soledad se expandió dentro mí. Sin decir nada, Dashner respondió a mi pregunta y, después de todo, Cuevas tenía razón, no pertenecía a ese lugar. No pertenecía a ningún lugar en realidad. No era una Brown así como nunca fui una Cuevas. Limpié unas cuantas lágrimas que resbalaron por mis mejillas antes de salir del elevador. Caminé directamente a la puerta principal, procurando mantener ocultos mis ojos hinchados. No estaba segura de a dónde dirigirme cuando alcancé la acera, no me sentiría cómoda en mi departamento, ni en ningún otro lugar que me recordara a Lawrence Brown.
—¡Miranda!
Maldije por lo bajo. Escuché a Oleg correr hasta donde estaba, pero no volteé por ningún motivo, incluso cuando se detuvo frente a mí, no me atreví a mirarlo a los ojos.
—¿Te encuentras bien? —inquirió. Asentí, procurando no levantar la mirada—. Miranda, dime lo que pasó.
El llanto regresó de inmediato. Enjuagué mi rostro con violencia, detestaba llorar frente a alguien más. Sobre todo si se trataba de él. Oleg limpió mis lágrimas con sus pulgares y me miró impaciente.
—Quiero ir a casa —murmuré. Mi cuerpo parecía pesar toneladas, mis párpados punzaban y mi pierna estaba a punto de estallar—. No me siento bien.
Oleg me observó con preocupación, puso el dorso de su mano sobre mi frente y su rostro se crispó.
—Dios mío, Miranda —chilló—. Estás ardiendo en fiebre.
Vaya, eso explicaba porque me sentía como si estuviera a punto de perder el conocimiento, Oleg lo notó y me sostuvo antes de golpear el suelo.
Cuando abrí los ojos, me encontraba en la cama de mi habitación, un paño húmedo cubría mi frente mientras un médico inyectaba algo en mi intravenosa. El dolor en mi pierna cedió, también mis párpados. En pocos minutos fui arrastrada nuevamente por la inconsciencia.
Una voz femenina decía mi nombre en alguna parte mientras continuaba adormilada. Algo en mi pecho se removió, cómo si alguna parte de mí la reconociera. Sin saber exactamente el porqué, comencé a sentir una paranoica necesidad de ir con ella. Abrí los ojos. Me encontraba en una habitación pequeña, recostada en un alféizar junto a una ventana cubierta con cortinas blancas. Había una cuna de madera en uno de los extremos de la habitación, una mujer permanecía de espaldas frente a la cuna, cargando a un pequeño bebé entre sus brazos mientras le sonreía con amor. Usaba un vestido floreado que llegaba hasta el suelo y su cabello castaño se mantenía atado en un moño sobre su nuca. Su piel era demasiado pálida hasta el extremo que darle la apariencia de un espectro más que el de una mujer.
—Duerme, mi pequeña Charlotte —susurró ella, meciendo al bebé—. Twinkle, twinkle, little star. How I wonder what you are. Up above the world's si high, like a diamond in the sky.
Mi estómago se encogió cuando ella comenzó a cantar. Su voz era dulce y la envolvía cierta sensación de tranquilidad. Pensé en la posibilidad de acercarme a ella, sin embargo mi cuerpo estaba demasiado entumido. Me quedé sentada sobre el alféizar, escuchando la voz de aquella mujer que llama a su bebé por mi nombre.
«In the dark blue sky
You keep
And through my curtains
you often peek
For you never shut your eyes
Till the sun is in the sky
Twinkle, twinkle, little star star
How I wonder what you are
Up above the world's so high
Like a diamond in the sky.»
La canción se volvió cálida a mí alrededor, me meció hasta que tuve que volver a recostarme, permitiendo que las notas me llenaran por completo. Mis ojos se cerraron inevitablemente, la mujer no deja de repetir "pequeña Charlotte". Mi corazón se hinchó cada que ella hablaba, algo en mi interior se agitaba, era reconocimiento. Aquella voz, el amor que transmitía y la seguridad que me cubrió, causó que, por lo menos durante el tiempo que duró el sueño, me sintiera protegida. En casa.
El rostro dulce de una niña sonriendo me dio la bienvenida a la consciencia. Los ojos azules de Mila brillaron en cuanto se encontró con los míos. Estaba de pie frente a mi cama, su altura lograba que nuestros rostros quedaran al mismo nivel.
—Hola —susurré, forzando una sonrisa.
—Apyrr —chilló, con evidente alegría—. ¿Ya estás mejor? Papi dijo que no despertarías hasta mañana, pero aun así quise quedarme.
—¿Sabes qué hora es, cariño? —pregunte, sentándome sobre el colchón.
—Ya es de noche —respondió ella.
—¿Y tu papá?
—Estoy aquí. —Encontré a Oleg apoyado sobre la orilla de mi escritorio.
Mi corazón se agitó al verle. Su manera de procurarme y preocuparse por mí se sentía bien. Me sabía segura cuando él estaba cerca.
—¿Te sientes mejor? —averiguó él. Asentí con la cabeza—. Debes comer algo, creí que no despertarías hasta mañana así que yo no... Iré a prepararte algo de inmediato.
—No tengo hambre —dije, antes de que atravesara la puerta.
—No está a discusión —replicó—. Mila te cuidará hasta que vuelva.
Abandonó la habitación sin dejarme responder. Sonreí tontamente, Renée tenía razón, Oleg era el hombre más sobreprotector que había conocido en mi vida. Y era justo por eso que no podía separarme de él. Mila bostezó, sin moverse de su lugar junto a la cama.
—Ven aquí —le dije, moviéndome para dejarle un espacio junto a mí.
Ella se acodó en mi regazo y cerró los ojos. Recordé la noche del circo, esa ansiedad que me obligaba a protegerla volvió a hacerse presente. La soledad de Mila comenzaba a desaparecer, ella tenía a su maravilloso padre y, ahora también me tenía a mí. Por consiguiente yo la tenía a ella y a Oleg. Nos teníamos, tal vez no cómo una familia, pero sí como un conjunto, una unión, como la suma de un montón de pedazos que, de alguna milagrosa manera, pueden formar un todo. Era cierto que no podía tomar el lugar de su madre, pero si podía cuidar de ella como alguien capaz de darle un poco de sí. De la misma forma que Lawrence Brown lo hizo conmigo diez años atrás.
—Twinkle, twinkle, little star star. How I wonder what you are. —Canté para ella, acariciando su cabello—. Up above the world's so high. Like a diamond in the sky...
Mila se quedó dormida después de un rato. Su respiración se acompasó y sus pequeños brazos rodearon mi cintura.
Me pregunté si era así como se sentía ser madre, comencé pensar en la posibilidad de hacer de aquellas dos personas mi familia. La idea sonó aterradora hasta cierto punto, pero no pude negar que la imagen de Mila y Oleg compartiendo el desayuno conmigo o cambiando de la mano por el parque resultaba encantadora. Sacudí la cabeza para alejar todo eso de mi mente. Moví a la pequeña con cuidado y bajé de la cama, mi pierna hormigueó pero el dolor había desaparecido casi por completo.
Encontré a Oleg frente a la isla de la cocina, sobre ésta se encontraban todos los ingredientes necesarios para preparar un sándwich.
—¿El doctor aprobó los emparedados en mi dieta? —pregunté, a su espalda.
Oleg se sobresaltó dejando caer el pan que sostenía entre sus manos.
—No... Yo... —balbuceó, inclinándose a recoger el pan—. No estoy seguro... Voy a llamarle.
Su voz sonó más grave de lo normal, podía asegurar que se esforzaba por evitar quebrarse en mi presencia. Me acerqué a él y huyó hasta el fregadero. Me estaba evitando. Me dirigí nuevamente a él, en esta ocasión le impedí alejarse atrapando su camisa azul entre mis manos.
—¿Qué está mal? —inquirí, sin soltarlo.
Oleg negó con la cabeza. Su respiración cambió junto con el movimiento de sus hombros. Estaba llorando, Oleg lloraba en silencio. Solté su camisa para envolver mis brazos alrededor de su torso y pegué mi mejilla a los músculos de su espalda.
—Todo está bien —susurré, para tranquilizarlo—. Todo está bien.
Cogió mis manos entre las suyas y sacudió la cabeza.
—No puedo entenderlo —respondió, girando sobre sus talones. Deshice el abrazo un momento para dejarlo moverse e inmediatamente volví a pegarme a él—. ¿Por qué me asusta tanto perderte, Miranda?
Mi corazón se estremeció. Me gustaría tener las palabras correctas para responder, sin embargo no era así. ¿Por qué le asustaría perderme si podría ser reemplazada fácilmente?
—¿Por qué te da miedo perderme? —pregunté.
Oleg me apretó más a su pecho. Escuché el latido de su corazón, el oxígeno viajando hasta sus pulmones, la sangre recorriendo sus venas. Fui capaz de oír el interior de Oleg y fue tan maravilloso cómo el sonido de la lluvia golpeando las ventanas.
—Significas lo único solido que tengo, si te pierdo podría caer al vació —murmuró.
—Estoy aquí —dije, levantando la cabeza para mirarle a los ojos—. No pienso irme a ninguna parte.
Besó mi frente y sonrió. La piel en su rostro estaba húmeda, levanté una de mis manos y enjuagué lo que quedaba de sus lágrimas con la punta de mis dedos. Estaba con él, de verdad lo estaba y no puedo imaginar algo diferente.
Oleg me obligó a regresar a la cama mientras él se encargaba de limpiar la cocina. Obedecí sin chistar y regresé con Mila, ella continuaba dormida sobre mi cama. Sonreí al verle suspirar.
Tomé mi bolsa de mi escritorio y busqué mi agenda, saqué la postal que Aaron me mandó. La observé detenidamente, me aprendí cada detalle en la estructura de la iglesia, la ubicación de la luna sobre ella y la frase en el pie de la imagen. Sobre todo, grabé en mi memoria la manera en la que lucía el mensaje de Aaron, las curvas, líneas y verticales en cada letra, su nombre al final de la nota.
Cuando estuve segura de haberlo memorizado, tomé la postal con ambas manos y la corté a la mitad, hice otro corte después de ese y otro más posteriormente. Saqué una caja de madera oculta en mi mesa de noche y deposité los trozos de papel bajo una fotografía mía tomada en mi último día en la casa de acogida.
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