XIV
Estaba convencida que se trataba de un sueño, hasta que se inclinó sobre mí y su olor invadió por completo mi espacio vital. Una mezcla de frutos rojos y algo de ginebra, tal vez; además de su ya conocido perfume. Me sonrió de lado y estudió mi rostro con los ojos entrecerrados. Sus preciosos ojos castaños brillaban de una manera que sólo podía ser resultado de un gran amor o grandes cantidades de alcohol. Mi lado racional determinó que se trataba de alcohol. Estaba borracho.
—¿Qué hace usted aquí? —inquirió, acercándose más.
—Yo... —Hice una pausa para recuperarme—. No podía dormir.
Una de sus cejas se alzó en una sensual curva y sus labios me regalaron una hermosa sonrisa socarrona. No podía ser real. La única explicación que encontré para lo que estaba ocurriendo fue que me encontraba dormida. Cerré los ojos y me concentré en despertar, me ordené despertar porque ese sueño se estaba tornando un tanto peligroso para mi integridad sexual. También para la de él, por supuesto.
—¿Y decidió que el pasillo del edificio sería más cómodo que su cama? —averiguó, sin quitar la expresión del rostro.
Asentí, negué, asentí. Por Dios.
—Entre a casa, señorita —dijo, incorporándose y dando media vuelta—. Una copa le ayudará a dormir.
—¿Por qué no me acompaña? —Propuse, sin más. Él se detuvo—. P-por la copa, quiero decir.
Mordí mi lengua y me maldije internamente. ¿Cuándo aprendería a controlar lo que salía de mi boca? Respiré profundamente, preparándome para la humillación que pasaría a continuación cuando él me rechazara y me dejara allí, sentada sobre mi trasero en la puerta de mi casa con un pijama que no se veía ni en Bananas en Pijama de lo ridícula que era.
Giró sobre sus talones para quedar frente a mí una vez más. Sonrió y extendió una mano, la tomé y él tiró de mí hasta que estuve completamente de pie. Abrí la puerta de mi departamento y entré primero. Escuché la puerta cerrarse a mi espalda. Mi corazón se encogió, mis pulmones cortaron su acceso de oxígeno, todo se redujo a mi alrededor. Era la primera vez que él se encontraba en mi casa, me pregunté si pasaron por su cabeza los mismos pensamientos que me llenaron de terror la noche que estuve en su casa. ¿Pondría atención en mis cortinas? Sí lo hiciera se daría cuenta que mi color favorito es el azul y que las margaritas me enloquecían. Sabría que amaba el jazz si ponía atención en todos los cd's junto al mini estéreo y que a pesar de mi edad, mi fetiche eran las muñecas.
Pero no lo hizo, no volteó a ninguna otra parte, no estudió nada de lo que le rodeaba. En su lugar, dio un traspié y terminó chocando con el comedor. Corrí para ayudarle a sentarse en una silla frente a la mesa y me sonrió, gesticulando un "lo siento".
—Creo que un café cargado es una mejor idea —comenté, de camino a la cocina.
Una vez dentro, saqué dos tazas de la alacena mientras el café se encontraba dentro de la cafetera. Mi corazón no dejó de latir, el tiempo y la vida resultaron demasiado irreverentes. Un par de horas atrás, una parte de mí se despedía para siempre de un hombre que ilusamente ya sentía cómo suyo, y entonces, me encontraba preparando café para el mismo hombre. Aaron Been estaba ebrio en la sala de Miranda Brown, a unos cuantos metros de Lottie.
Santa mierda, Lottie.
Lottie era la razón por la que Aaron se encontraba en ese estado, por su culpa —mi culpa— bebió hasta ese punto. No quise imaginar todos los peligros a los que se expuso al conducir en ese estado hasta aquí. Mi estómago se contrajo.
Las tazas temblaron en mis manos durante el camino hasta el comedor donde Been me esperaba. Donde se supone que esperaba. Sus tobillos se tambaleaban frente al reproductor de música.
—El café está listo. —Anuncié, poniendo las tazas de cerámica blanca sobre la mesa.
Dio media vuelta.
—¿Le gusta James Blunt? —preguntó, sosteniendo All the lost souls a la altura de su rostro.
—Sí —respondí, las palmas de mis manos comenzaron a sudar—. Un amigo es gran fan y me lo recomendó. ¿Le gusta a usted?
Sabía la respuesta incluso antes de terminar de formularla. James Blunt nunca faltaba en el reproductor de Aaron.
De: Aaron ([email protected])
Para: Lottie ([email protected])
Asunto: Es una orden.
Querida Lottie, sólo tres palabras:
Tienes que escuchar al jodido James Blunt.
De: Lottie ([email protected])
Para: Aaron ([email protected])
Asunto: Re Es una orden.
Querido Aaron.
Dos motivos para reusarme a obedecer:
1. Esas fueron más de dos palabras.
2. He escuchado ya al querido James, no es algo que me apetece oír. Su música rebasa los límites de lo deprimente.
De: Aaron ([email protected])
Para: Lottie ([email protected])
Asunto: ¿Deprimente?
No comprendo lo que quieres decir. James no es deprimente, es demasiado profundo respecto a los sentimientos lo cual resulta distinto. Me sorprende saber que no sea de su agrado ya que es una fiel seguidora de todo respecto a los asuntos del corazón.
De: Lottie ([email protected])
Para: Aaron ([email protected])
Asunto: Suicidio musical.
Me niego rotundamente a la posibilidad de que me encuentren con las venas cortadas dentro de mi bañera gracias a la influencia musical del señor Blunt.
Insistió e insistió hasta que escuché Calling out your name, You're beautiful, 1973 en YouTube y quedé encantada. Compré toda su discografía, ya no pude parar de escucharlo. Me acompañó casi todas las noches antes de dormir e imaginaba a Aaron recostado en su cama disfrutando de la misma canción, tarareando las letras. Pensando en la posibilidad de que una mujer muriera gracias a sus recomendaciones.
—Mucho —respondió, con un poco de amargura en su voz—. ¿Cuál es su favorita?
Dejó el CD en su lugar y se acomodó junto a mí en la mesa. Me observó con atención, como si estuviera a punto de revelarle que era una sádica asesina de mascotas.
—Uh, pues es una respuesta complicada —respondí, jugando con la cuchara dentro de mi taza—. Creo que... Mi favorita es Postcards.
—Estoy enviándote postales desde mi corazón, con mucho amor y están marcados por un sello postal. —Canturreó, en voz baja—. Luego podrás conocer qué es lo que me haces sentir: me haces sentir como si estuviese atrapado, como niños en el patio de la escuela.
—No puedo contener esto, no sé cómo explicarlo mejor. —continué—. Es A-M-O-R para toda la vida.
—Excelente elección, señorita Brown.
Sonreí. Aaron bebió su café poco a poco. Mientras lo hacía, lo sentí observándome, estudiándome como si tratara a averiguar algo en mi rostro. Esperé que no me delatara, traer a colación el momento en que me recomendó a James, fue tener que remover todo lo que hasta esa mañana trataba de olvidar. No se supone que debía recordar todos esos mensajes que me hicieron pensar en una posibilidad, todas esas palabras dulces escritas por un par de desconocidos y que provocaron caos en ambas vidas, eran demasiado hirientes.
La bilis se acumuló en mi boca, un bloque se formó en mi garganta, mis manos temblaron. Me convertí en un cuerpo inestable y gelatinoso que estaba a punto de venirse abajo por culpa de un hombre que cometió el jodido error de enamorarse de algo parecido a mí. Tenía claro que en estos momentos Aaron también se venía abajo, que era por culpa mía y que ni siquiera debería poder verlo a los ojos. Sin embargo, sentirlo así de cerca y poder respirar el mismo oxígeno era todo lo que podría obtener de él. Por todo el tiempo que hablamos, podía decir que lo conocía y asegurar que, aunque resultara doloroso para él viajar a España; lo haría. Era el lugar que eligió para sepultar a Lottie, abandonaría su recuerdo en ese país que nunca conoció a dicha mujer por la que lo maldecían.
—¿Puedo... Puedo preguntarle algo, señor Been? —balbucí. Él asintió—. ¿Qué le pasó? Quiero decir, hasta hace unas horas usted parecía estar bien. Parecía hasta feliz.
Aaron suspiró. Algo en mí se rompió, en esos momentos me sentí la persona más horrible del mundo. ¿Qué le sucedía? ¿Cómo pude siquiera preguntar tal cosa?
—Ella dice que es hora de irse —respondió, citando la letra de Carry you home.
Se encogió de hombros, intentando restarle importancia a todo lo que ella causó en él cuando decidió que era tiempo de marcharse. Sin embargo, ella tenía que hacerlo, era lo correcto para ambos. Lo salvó a él de una desilusión y a ella de la pena de ser rechazada. Aunque no pudo evitar el dolor que su partida causo en los dos. Deseé poder decirle sus razones y que entendiera que estaba intentando rescatarlo de una mujer que no sería ni de cerca lo que él merecía. No dije nada, por supuesto. ¿Cómo ser juez de mi propio crimen? Además de que mi defensa resultaría más que patética, Aaron era experto en enjuiciar culpables y hacer que verdades se convirtieran en delitos.
—¿Usted sufriendo por amor? —pregunté, después de varios minutos en silencio.
—¿Le parece sorprendente? —Su mirada no se despegó de la taza de café en sus manos.
—Es más bien... Inimaginable.
Levantó la mirada de golpe, sus ojos castaños se clavaron en los míos. Comencé a ponerme nerviosa en extremo.
—¿Qué clase de hombre cree que soy? —exigió, su voz sonó demasiado profunda hasta llegar al punto de aterradora.
Probablemente era así como se sentían las personas al ser interrogadas por el gran y exitoso abogado Aaron Been. Entonces comprendí el porqué de todos sus éxitos en los tribunales, la mirada que me dedicó justo en ese momento haría que cualquier persona fuese capaz de declararse culpable, incluso si no lo era.
—Bueno, ya sabe... —balbucí, evitando por todos los medios el mirarlo a los ojos—. Usted es la clase de hombre a la que no se resistiría ninguna mujer en su sano juicio.
Él sonrió, negando con la cabeza.
—Tal vez sea la clase de hombre al que usted no sería capaz de resistirse —bufoneó—. O tal vez no, tal vez ni siquiera sea suficientemente bueno para usted. ¿Qué podría faltarme?
—No entiendo lo que...
—¡Por supuesto, el acento ruso! —declaró, triunfal.
Baje la mirada, no justifiqué el comportamiento de Aaron, pero tampoco conseguí sentirme mal o intentar hacerme víctima de la situación. De alguna manera, tenía merecido tal actitud, aunque él no lo sabía. Llevé la taza de café a mis labios y di un gran sorbo, la cafeína se sentó cómo un tranquilizante resbalándose por mi garganta. Algún tipo de relajante que consiguió que la presión en mi pecho se aligerara un poco.
—Lo siento —dijo él, después de un largo suspiro—. Me estoy comportando como un tremendo idiota.
Asentí lentamente con la cabeza y forcé una sonrisa. Escuché a Aaron beber de su taza y ponerla de regreso sobre la mesa.
Sin quererlo, comencé a imaginar cómo habría sido la primera cita de Aaron con Lottie. En una cafetería acogedora en alguna calle poco transitada de Madrid, imaginé a una bailarina de flamenco al fondo del lugar, el sonido de la guitarra acústica llenando de vida al ambiente bohemio. Escucharía algún poeta recitando Amor eterno de Bécquer, por la única y jodida razón de que ese era mi rima favorita.
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.
Probablemente ella le hablaría sobre cualquier tema —podría ser el más absurdo—, pero él no dejaría de encontrarla brillante. Ella se desenvolvería con tanta naturalidad que a él no le quedaría más que colocarla en lo alto de un altar en dónde nadie más pudiera alcanzarla. No quedaba ni la menor duda de que sus sentimientos eran de esa clase, de la que se lee en los libros y se ve en películas.
—Ella decidió que la mejor manera de demostrarse su amor sería huyendo —susurró casi para sí mismo—. Yo habría hecho cualquier cosa que ella pidiera... Incluso bailar cha cha cha cómo sus vecinos.
Ahogué una sonrisa. No pude creer que recordara eso.
De: Lottie ([email protected])
Para: Aaron ([email protected])
Asunto: Amores de toda la vida.
Querido Aaron.
Me encuentro en el balcón de mi departamento, enfrente hay un edificio más pequeño. En el último piso, dos por debajo del mío, hay una pareja cubana de unos sesenta años. Me saltan las lágrimas al ser testigo de su amor, todos los sábados suena cha cha cha en su departamento. Ellos bailan, ¿puede creerlo? Él la rodea y se mueven de una manera que me hace sentir inútil.
Aaron, no sabe las jodidas ganas que tengo de bailar.
Me di cuenta de lo afortunada que era al vivir frente a él y no junto, de otra manera caería en cuenta de que hablaba de la pareja dueña de la florería frente al edificio. Tampoco estaba acostumbrado a comprar flores; en su tienda nunca falta el cha cha cha.
—¿Por qué pensó que podría decidir por mí? —Continuó, con nostalgia—. Se fue sin darme la oportunidad de decirle todo lo que...
Su voz se quebró. Jamás me odie tanto como esa noche.
—Tal vez ella tenía miedo —dije, sin pensarlo dos veces—. D-de una relación seria.
— Eso es imposible, una mujer que sueña con amores de toda la vida jamás saldría corriendo de una relación seria. Eso es lo que ellas desean, romances, bodas, familias grandes.
—¿Entonces por qué lo hizo?
—Asegura no ser la clase de mujer que necesito a mi lado —bufó—. No puedo creer que me conociera tan poco cómo para afirmar dicha tontería.
—Temía su rechazo —murmuré.
—¿Por qué está tan segura?
—Usted no la conoce personalmente, ella no podía estar segura de que usted la aceptaría sin más, además del hecho de...
—¿Cómo lo sabe? —interrumpió. Lo vi, confundida—. Yo jamás mencioné que no la conocía personalmente. ¿De dónde sacó esa información, señorita?
Mierda, mierda, mierda.
—Uh... Pues, bueno yo —tartamudeé—. Lo acaba de decir, ¿no lo recuerda? Acaba de contarme todo eso. ¿De qué otra manera podría saberlo?
Me miró con el ceño fruncido. Cubrió su rostro con ambas manos y sacudió la cabeza.
—Lo siento, es mejor que me vaya a casa.
Nos pusimos de pie al mismo tiempo. Lo acompañé hasta la puerta y la abrí para él. Aaron cruzó el umbral e inmediatamente su ausencia se sintió sobre mis espaldas. Mi mirada encontró el cabello quebrado sobre su nuca y la piel descubierta de su cuello. Aaron no era sólo un carácter fuerte y un cerebro bien dotado en un buen cuerpo, era un hombre capaz de sentir y sufrir por una mujer frente a una desconocida. Y, si bien no conocí a mi madre, podría asegurar que ella me diría que un hombre así siempre valdría la pena. Así que, en memoria a las sabias palabras de mi inexistente madre, tomé la temeraria decisión de tener una esperanza.
Di un par de pasos hasta Aaron y tomé uno de sus brazos, él giró sobre sus talones, quedando a centímetros de mí. Respiré tan profundo como me fue posible y busqué por todas partes algo del valor que debía quedarme.
—Señor Been... —Comencé, pero al instante mis labios se secaron. Tragué saliva—. No lo sé.
—¿Disculpe? —Entornó los ojos.
—La pregunta que me hizo ésta noche. —Expliqué—. No sé si estoy enamo... Si he comenzado a sentir algo por Oleg.
—Entiendo. —Frunció los labios—. Si me permite, le aconsejaría que lo hiciera.
¿Qué? No, no, no.
—Vaya a dormir, señorita Brown.
—Puede llamarme Miranda.
Él sonrió con suficiencia.
—Hasta mañana, señorita Brown.
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