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El regreso a casa fue en medio de una palpable incomodidad. El sentimiento culpa me invadió hasta hacerme temblar; ciertamente no fui yo quien pidió que Mila me llamara "amiga" precisamente a mí. Pero lo hizo e irremediablemente me unió a ella en un lazo tan poderoso como el mismo sufrimiento que teníamos en común.

La pequeña se acomodó en el sillón trasero haciéndose un ovillo, cuando llegamos al edificio me ofrecí a ser yo quien se encargara de ella. La abracé y ceñí su pequeño cuerpo en mi pecho. Alguna clase de instinto maternal protector se activó en mi interior. Mila era tan frágil y en este instante estaba convencida de que debía ser yo quién cuidara de ella. Nada entre Oleg y yo cambió hasta que llegamos a la puerta de mi departamento, ninguno de los dos se atrevió a abrir la boca, o a mirarnos a los ojos. El único ruido que escuchamos era el latir del corazón de la dulce niña rusa que rodeaba mi cuello con uno de sus brazos. Mi corazón se encogía con cada uno de sus latidos, su pecho subía y bajaba y sus pestañas temblaron. El nudo en mi garganta adquirió fuerza. La situación resultaba hasta absurda, no quiero decir que el sufrimiento de Mila no me afectara, pero, si comparábamos su infancia con la mía, cambiaría todos esos años por una noche cómo la que acabábamos de tener. Ella guardaba el consuelo de contar con un padre tan maravilloso como Oleg, mientras que yo...

—Debo llevar a Mila a la cama —dijo Oleg, extendiendo los brazos para recibir a su hija.

Nos encontrábamos frente a la puerta de Aaron. Reforcé mi abrazo alrededor de Mila. Una parte dentro de mí se negaba a soltarla, era cómo si las partes rotas de nuestros corazones se fundieran y separarme de ella significara volver a romperme. Algo más fuerte que la razón me impidió soltarla.

—¡No! —dije en un tono demasiado fuerte. Oleg entornó los ojos—. Puede... Mila puede dormir en mi habitación. Aún le debo una cena.

Oleg me ofreció una sonrisa forzada y asintió.

Finalmente me vi obligada a poner a Mila en los brazos de su padre, mis malditas llaves se encontraban en algún bolsillo de mis vaqueros y no pareció buena idea pedirle a mi vecino que esculcara en mi trasero. Fui la primera en entrar, abrí la puerta por completo para que Oleg pudiera pasar con Mila profundamente dormida en sus brazos.

—Mi habitación es la segunda puerta por el pasillo. —Señalé el corredor que se extendía frente a nosotros.

—Gracias —musitó.

Observé a Oleg desaparecer tras la puerta. Prendí el mini estéreo en mi intento de ocultar el escándalo que había en mi interior, si él escuchara todo el ruido que sacudía mi corazón, mis sentimientos quedarían al descubierto.

Huí directo a la cocina, mis pies apenas eran capaces de arrastrarse hasta la nevera. Me repetí una y otra vez que todo iría bien, me convencí de que nada le haría daño a ella, de que nada me dañaría a mí, obligué a mis pulmones a recibir oxígeno pero hasta eso me resultaba una tarea imposible. Busqué entre los empaques vacíos dentro de la nevera y los cajones de la cocina. Muy bien, tenía que ingeniar una cena deliciosa con cereal, leche de soya, papas fritas, pan integral, queso, jamón, un poco de verdura y dos sodas de dieta. El gran banquete que deseaba cocinar, se redujo a un par de sándwich y dos tazas de café que acomodé en una charola con el rostro de un hombre gordo vestido de chef.

Mi alma cayó al suelo un segundo después de regresar a la sala. El semblante de Oleg parecía el de un fantasma, se encontraba sentado en un sofá con su postura delatando todo lo que su rostro rígido se esforzaba en ocultar.

—Es una canción realmente triste, ¿no lo cree? —dijo, su voz era apenas un susurro ahogado.

Goodbye my lover.


Goodbye my friend.


You have been the one.


You have been the one for me.

Mierda. La deprimente voz de James Blunt sonó a través de las bocinas. ¿Por qué demonios puse a ese hombre justo en aquel instante? Titubeé. Dejé la charola en la mesa de centro y caminé hasta donde el reproductor.

—¡No! —Demandó Oleg, impidiéndome deshacerme de James—. Ésta bien, ésta bien.

Asentí lentamente, a pesar de que él no me estuviera prestando atención. Me quedé helada justo en mi lugar, Oleg no despegó la mirada de la cintilla de fotos que Mila reclamó como suyos. Mi corazón se revolcó de dolor en mi pecho, algo se estaba rompiendo en mi alma.

—Milenka adoraba a ese hombre. —La voz de Oleg parecía lejana y no transmitía más que un profundo dolor—. Nunca entendí eso, toda su música es demasiado triste pero a ella parecía no importarle. Era fascinante ver la capacidad que poseía para encontrar color bajo cientos de capaz en negro, adoraba los romances de cuentos de hadas y, cuando no había uno, ella los creaba. Era fanática de soñar con finales felices, irónicamente, no pudo inventarse el nuestro.

Rodeé mi pecho con mis propios brazos para tratar de no romperme. Me acerqué a él con cautela, temiendo que mi presencia lo pusiera peor, intentado no fastidiar sus recuerdos con mi voz. Me puse de rodillas cuando estuve frente a él, pero no movió ni un músculo.

—Oleg, yo...

—Escuché su conversación con Mila —confesó—. ¿Sabe, Miranda? Nunca antes ella había aceptado extrañar a su madre. Siempre que intento hablar de ella, Mila evita el tema, no tiene fotografías de Milenka en su recámara, tampoco la nombra en voz alta. Tenía... Tenía tanto miedo de que ella comenzara a olvidarse de su madre, o que le guardara rencor por dejarla, por dejarnos.

—No, no, no. —Hablé en voz baja—. Mila tiene un corazón incapaz de sentir tal cosa.

—Sin embargo pareciera que se deshizo de todo lo que su madre significaba en su vida.

Extendí lentamente una mano hasta la rodilla de Oleg, cuando estuve segura de que él no se negaría a mi muestra de consuelo, di un suave apretón. Mi lado racional me dictó detenerme, que todo se tornó demasiado íntimo. No obstante, una vez leí que hay intimidad en el dolor y en ese momento, el dolor de Mila y el de su padre se convirtió en el mío. No sabía qué tan difícil sería manejar dicha situación en un futuro, pero me negué a cegar mi corazón ante el sufrimiento de Oleg.

—Milenka debe sufrir demasiado al ver que su pequeña hija la rechaza de esa manera —continuó—. El simple hecho de pensarlo me... —Sacudió la cabeza—. Ella adoraba a Mila, la cuidaba con tanto fervor, como si temiera que nuestra pequeña bebé pudiera romperse. Mi madre solía decirme que los ojos de una mujer brillan más una vez que se convierten en madres, fui testigo de ello cuando Mila nació. Los ojos de mi esposa eran los más hermosos que había visto hasta entonces, eran los que traían la luz a mi vida; y, desde que ella se marchó me quedé en la más horrible oscuridad.

Cuando Oleg terminó de hablar, mi alma se había fundido y se derramó por mis ojos. Mis mejillas estaban calientes, mi mano siguió en su lugar sobre la rodilla de Oleg y él continuó con la vista fija en las fotografías, a él también se le escaparon algunas lágrimas y su precioso rostro pálido se humedeció. Contuve las ganas de ser yo quién las secara.

—Señor Ivanov. —Los ojos de Oleg alcanzaron los míos al segundo siguiente, mi voz, o el no llamarlo por su nombre lo hicieron reaccionar, me miró cómo si fuese hasta ese momento que se percatara de que todo el tiempo habló conmigo—. Mila no odia a su madre, tampoco intenta olvidarla.

Oleg frunció el entrecejo. Me convencí de que todo lo que su mirada causó no era más que resultado del momento, nada más existía. Sin embargo, sus ojos azules lucían heridos y culpables. No por Mila o su esposa, parecía estar sufriendo por mí.

¡Estúpida, estúpida Charlotte!

—¿Cómo puede saberlo? —murmuró.

Santo Dios. Cómo deseaba rodearlo y convencerlo de que los sentimientos que aún tenía por su esposa no me lastimaron. Porque así era, ¿cierto?

—Porque yo también crecí sin mi madre —repuse sin más—. Señor Ivanov, ¿tiene usted una idea de cuán frágil es un recuerdo? Cuando pierdes a alguien lo único que te queda de esa persona son los pequeños momentos que tu cerebro fue capaz de retener. No haces más que intentar cualquier cosa para no perderlos, los repites todo el tiempo en tu memoria para hacerlos sólidos. No obstante, a medida que pasan los días, los recuerdos cambian, olvidas algún detalle y todo se distorsiona. Son tan frágiles cómo las hojas de un árbol en otoño. Usted tal vez no entienda el terror que se siente al pensar que algún día despertarás y te darás cuenta de que has olvidado cómo lucía su sonrisa, el sonido de su voz, el calor de sus abrazos.

Cerré la boca, más lágrimas cayeron sobre mi rostro.

—Lo siento, Miranda. —Oleg tomó la mano que tenía sobre su rodilla y la estrechó entre las suyas—. No debí...

—No se preocupe. —Interrumpí, negando con la cabeza—. Mila no se deshace de su madre, no nombrarla es la manera que ella encontró para conservarla.

Él apretó mi mano una vez más y sonrió.

—Y usted decidió poner a sus padres en las estrellas —señaló.

—No tenía rostros o nombres que recordar, nadie en el orfanato los tenía; pero había algo que hacia latir mi corazón demasiado rápido siempre que veía las estrellas. No podía entender qué era lo que lo causaba, así que un día simplemente llegué a la conclusión de que las estrellas brillan alimentadas de todo el amor que sienten las personas que... —Me encogí de hombros—. Que se marcharon o las que están lejos.

—Debió ser muy duro vivir de esa manera.

—Lo fue —acepté—. A diferencia de Mila, yo no conté con recuerdos sólidos de mi madre o... Con alguien tan maravilloso como usted.

Oleg me sonrió nuevamente, en ese momento estaba convencida de lo sencillo que resultaría acostumbrarse a su sonrisa. Si tan sólo éstas no fueran sólo amistosas, si en ellas existiera más que el agradecimiento que sentía por mí en ese momento. A pesar de mis esperanzas rotas respecto a los sentimientos que inspiraba en Oleg, él me envolvió en sus brazos. El gesto me tomó por sorpresa por lo que me quedé rígida en mi lugar, él me pegó contra su pecho hasta que pude oír su corazón. Sus latidos, el ruido dentro de su pecho, algo me llamó dentro de él; de alguna manera estaba segura que escuché a su alma susurrar mi nombre.

Me aparté de golpe.

—¿Se encuentra bien? —inquirió.

No pude hacer más que verlo con los ojos desorbitados.

—Sí —mascullé, poniéndome de pie—. Yo... Iré a echarle un vistazo a Mila.

Caminé en dirección a mi habitación sin dejar que Oleg dijera una palabra más. Entré a la habitación, Mila continuaba profundamente dormida sobre mi cama. Me acerqué a ella y besé su frente.

—Puedo entender cómo te sientes —susurré.

Busqué mis fotografías en el bolsillo de mi chaqueta. Sonreí al ver las imágenes. Resultaban tan simples. Tres personas siendo felices, sonriendo, abrazados, amándose, nada parecía fuera de lugar. Estreché las fotos en mi pecho, suspiré profundamente y dejé que mi alma se desbordara. Lloré por Mila, por Oleg; lloré por la patética Charlotte de cinco años a la que le gustaba ver el rostro de sus desconocidos padres en las estrellas a pesar de saber que probablemente estarían muertos. Porque era de esa manera, lo único de lo que estaba jodidamente segura sobre ellos, era que estaban muertos.

Regresé a la sala después de lo que sentí como una eternidad. Oleg estaba recostado en el sofá, se había quedado dormido. El dolor era verdaderamente agotador. Lucía indefenso, incluso más joven. Sus delgados labios se encontraban ligeramente separados, fue eso lo que me orilló a acercarme y ponerme nuevamente de rodillas. Me percaté de que se encontrara realmente dormido antes de acariciar su cabello. Las puntas de mis dedos trazaron las líneas de su frente, el puente de su nariz aguileña, sus párpados, sus pómulos pálidos y aún húmedos. Viajaron por cada centímetro de su rostro hasta que se detuvieron en la comisura de sus labios delgados y perfectos.

Me incliné sobre ellos. Una advertencia comenzó a formarse dentro de mí, pero la mandé al demonio al instante. Sabía que era una mala idea, la peor idea que había tenido durante lo que llevaba de vida. Sin embargo... Él estaba dormido, probablemente no lo notara y sus labios...

Presioné mi boca contra la suya. El beso duró apenas tres segundos. Él no se movió ni abrió los ojos. Nunca se enteraría de lo que acababa de hacer e, irónicamente esa era la parte más dolorosa de la situación. Charlotte Brown merecía mención honorifica al ser la persona más estúpida del universo. ¿Por qué no pude simplemente dejarlo ir? ¿Por qué tenía que afectarme tanto el que Oleg continuara amando a su esposa muerta?

Después de todo, yo estaba enamorada de Aaron Been. ¿No es cierto?

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